armas

Cosecha Roja.-

-Mirá- dice Javier.

Por unos segundos, la nueve milímetros gira sobre la mesa como en la ruleta rusa. Queda apuntando a una mujer, su hermana, que sostiene a una beba en brazos, su sobrina, pero ya no hay riesgo: con un movimiento ágil, el dueño acaba de extraerle el cargador.

-La 9mm es un fierro confiable para salir a laburar. No se traban, y son las que usan los ratis. La policía tiene fierros grandes; vos tenés que tener fierros grandes- explica el joven.

El arma es muy liviana, de un color negro acerado, sin brillo. La empuñadura está cubierta por una goma rugosa: como las caras de algunas paletas de ping pong. El orador, macizo y locuaz, no llega a los treinta años y ha pasado varios en prisión. Mientras habla, en un plasma de muchas pulgadas del living de una casa prefabricada, repiten la comedia “Casados con Hijos”.

-Una nueve legal te puede salir una luca. Pero en el mercado negro podés venderla hasta tres, porque le ponés tu nombre y tus datos. Es más fácil conseguirla que un 32, un 38 o un 22. Los fierros más chicos circulan menos que los que usa la policía.

Para llegar a su casa, como al resto de los hogares o ranchos de la Isla Maciel, hay que cruzar por los pasos peatonales del puente Nicolás Avellaneda que conecta la capital y la provincia, o pagar $1,50 y atravesar el Riachuelo en uno de los botes-colectivo. Caminar por la Isla es como bracear en medio de un naufragio. Hace más de cinco años, el municipio de Avellaneda prometió relocalizar a las 200 familias que vivían en el lodazal de los márgenes del río, con erupciones cutáneas en los niños y enfermedades respiratorias provocadas por la contaminación. Hace dos años, lo ordenó la Corte Suprema de la Nación. Hoy aún quedan 36 familias viviendo allí.

En Isla Maciel se puede conseguir casi cualquier tipo de artillería: 9mm de todas las marcas –Glock, Bersa Thunder, Beretta, Hi Power-, Fals, metras, chalecos antibalas y hasta granadas. Para empezar, sólo hay que tener paciencia, algo –una cámara de fotos, un celular de última generación- con lo que “transar un fierro chico, un 22”, y llegar a la persona adecuada. Y las personas adecuadas, en Maciel, son los vendedores de drogas.

-El transa te lo cambia para que vayas a laburar y le consumas- explica Javier.- O te lo alquila por la mitad del valor y te lo deja uno o dos días. Después de un par de laburos, podés ofrecer comprárselo.

La transacción con los traficantes de una villa, tiene algunas ventajas: se puede probar in situ con un rafagazo al aire. En Maciel, estima Javier, hay cuatro vendedores “confiables”. Transas o antiguos ladrones que invirtieron en el negocio.

Lo más importante de comprarle a un transa, dice Rodolfo, un exdelincuente que vive en La Boca, es que de esa forma no se le debe nada a la policía. Porque esas deudas, dice, son las que siempre se vuelven a cobrar.

La provisión: policías o narcos

Hay un fantasía recurrente: que en los barrios pobres, villas o asentamientos, hay aguantaderos con cuartos repletos de armas en los que cuelgan Itacas o “cuernos de Chivo” como salamines. Hasta donde pudo indagar Cosecha Roja –Isla Maciel, La Boca, Barracas-, no existe nada parecido. Según cada barrio, hay dos grandes maneras de conseguir un arma del mercado negro: los narcos o la policía.

– Te buscás un intermediario que tenga algún familiar o amigo cercano en la policía. El poli la vende más barato y con mayor garantía de que funcione bien- dice Rodolfo, sentado en uno de los bancos de cemento que dan al Riachuelo, en la avenida Pedro de Mendoza. Enfrente hay containers oxidados, almacenes viejos y mugre: el pantano que por tramos iguala a La Boca con la Isla Maciel.

-Son armas que consigue la policía cuando frena a los pibes y arregla con ellos para no llevarlos presos. O las arregla con los transas: los pescan con drogas y plata, les sacan las armas y la plata para no hacer papelerío y le dejan la droga para que sigan vendiendo. Después, les cobran peaje.

Rodolfo sabe de lo que habla: robó, vendió algún papel y consumió drogas, y pasó muchos años preso. Después formó una familia, y hoy tiene un empleo legal.

-La línea de la gorra es la más rápida -dice- Pero yo les digo a los pibes que no recurran a ellos. Que pateen y pregunten. Porque el día que necesitan plata, el policía que te la dio te allana, te quita el fierro y te extorsiona: si no le das el plasma, te hace una causa.

Dos entrevistados coinciden en que en La Boca hay bandas integradas por algunos hijos o hijastros de policías.

– Esas bandas están acostumbradas a comprar los coches, las motos, los fierros, las balas, todo gracias a la policía- precisa una joven de 30 años nacida y criada en la Ribera, que hoy trabaja en una panadería.

 

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En La Isla Maciel y en la villa 21-24 de Barracas, en cambio, la manera más eficaz es recurrir a los traficantes. En épocas de bonanza, las ganancias por el microtráfico aumentan, y comprar armas es una manera de reinvertir los excedentes. Pero junto con las ganancias, también se multiplican los problemas y los enemigos. Y entonces impera otra necesidad: protegerse.

– El narco te puede prestar un fierro si vas a soldadear para él. Te lo da para que lo cuides, pero te permite usarlo para tus propios hechos- cuenta Juan, sentado a la mesa de un café de Avenida de Mayo. Juan creció en la villa 21-24 de Barracas, en los ’80 y los ’90, rodeado de las bandas juveniles que se armaban hasta los dientes para demostrar cuál pisaba más fuerte: Los Piratas, Fate, Juve, La Mugre, Caño Roto, La Loma.

– A la villa vienen a comprar pibes de La Boca como de otros barrios de capital y provincia de Buenos Aires, pero tienen que entrar con alguien respetado en el barrio- cuenta Juan.

En la villa de Barracas, el negocio está dividido: los transas son actores de peso, pero lo comparten el asunto con dos o tres bandas que se dedican a la piratería del asfalto. Las sospechas de los entrevistados sobre cómo se nutren de la artillería ilegal, conducen a lugares comunes: robos a depósitos judiciales de armas, arreglos con jerarcas de la Bonaerense o la Federal. Dos hechos en 2012 robustecen esas presunciones. En abril, se descubrió que faltaban 29 armas de la armería de la comisaría 38, en Flores. El comisario y otros dos policías están imputados por el robo interno. El 18 de diciembre, robaron 200 revólveres, pistolas y hasta subametralladoras de un depósito del Registro Nacional de Armas (Renar) que estaba custodiado por la Policía Federal.  Ambos robos son investigados por la justicia y por el Ministerio de Seguridad. Una de las armas fue identificada hace pocas semanas en un robo en la provincia de Buenos Aires.

La mayoría de las veces, ni el vendedor conoce el origen del arma y lo más probable es que esté sucia, que cargue con crímenes impagos. Todos los recaudos que pueden tomarse, dice Javier, son insuficientes: el proyectil, con cada detonación, deja estrías distintivas impresas en el caño. A lo sumo, pueden limarle la numeración con una moladora. “El día que caés preso, podés llegar a discutir que el homicidio que tiene el arma no es tuyo”.

Los ladrones entrevistados, afirman que hay métodos más riesgosos y baratos de agenciarse un arma de fuego. Suele ser la sortija en los escruches a casas lujosas, porque casi siempre hay una o dos para defensa familiar. El robo a policías de consigna, de chalecos y armas reglamentarias, o la compra en armerías truchas –en el conurbano hay muchas- son otras posibilidades. Aunque las balas, coinciden Javier, Juan y Rodolfo, son más difíciles de conseguir que los mismos fierros.