David Espino – Cosecha Roja.-

Es mediodía y el calor supera los 37 grados. En la colonia Simón Bolivar, una de las más inseguras de Acapulco, no hay movimiento. Se vota para presidente y casi todas las autoridades de México, pero aquí, en estas casas montadas en las laderas de los cerros nadie parece estar interesado. Para llegar al lugar de la votación hay que transitar calles sin pavimentar y drenajes a flor de suelo, además de un retén militar que detiene a todos los que suben y bajan. En las casillas colocadas en un corredor de teja y hueso de palmera, los funcionarios y los representantes se espantan las moscas entre ellos.

Unida por las mismas calles arenosas y encharcadas está la colonia San Agustín, que en los últimos meses se convirtió en tiradero de cadáveres de la narcoviolencia. Nidia, una profesora acapulqueña que me acompaña, cuenta que unos chicos de la secundaria donde ella da clases de inglés fueron tirados allí, desmembrados, con los testículos en la boca. Cristian, la pareja de Nidia y quien nos guía, está nervioso.

¿Por qué nunca apaga el carro cuando nos bajamos? –pregunto.

Es que no es seguro subir hasta acá –dice Nidia. Imagino que no apaga el motor por si es necesario salir de prisa.

Cuando a principios de 2011 el gobierno del estado trajo una operación llamada Guerrero Seguro a Acapulco (compuesta por miembros del Ejército, la Marina y la Policía Federal), la narcoviolencia estaba apostada en todos lados. Lo mismo en La Costera con sus turistas dorándose la piel en la playa que en cualquier avenida donde los acapulqueños hacen vida común. Ahora, a un año de esa operación militar, la violencia ha sido arrinconada a estas zonas de miseria de Acapulco. Acá no llegan los turistas, extranjeros o nacionales; nadie que no sea habitante de estos lugares se aventura a venir.

Sólo de enero a mayo de este año, hubo en Acapulco 294 asesinatos ligados a la narcoviolencia, 70 de cuyas víctimas eran mujeres. Tan sólo en abril hubo 96 ejecuciones, ya con las campañas electorales en marcha.

Tal vez por eso la gente tampoco está saliendo a votar. Pasada la 1:00 de la tarde, las urnas están casi vacías y los representantes de los partidos no han llegado. Sólo se ve a los del PAN y el PRI. La Simón Bolívar está en lo alto de Acapulco, desde donde no se ve el mar del balneario más famoso del mundo. La calle principal es de arena y en medio hay hundimientos hechos por el escurrimiento de la lluvia. La mayoría de las casas están construidas con adobe y techos de teja, con patios de hueso de palmera donde las gallinas rascan el suelo en busca de gusanos.

La primera votación concurrente en México, donde se eligen alcaldes, diputados locales y federales, senadores, gobernadores y presidente del país, en esta colonia es atípica. La disposición oficial era que las cinco urnas estuvieran juntas y las casillas del Instituto Federal Electoral (IFE) y del Instituto Electoral del Estado apartadas sólo por un par de metros. Acá no. En donde estamos hay urnas donde la gente puede elegir sólo a sus autoridades locales, pero las casillas federales no se ven. Un señor llega, solo, brincando los charcos lodosos provocados por la lluvia de un día antes, presenta su credencial de elector, vota y luego pregunta por las demás urnas.

Están hasta allá… mire, donde está aquel portón rojo –le dice uno de los integrantes de la mesa apuntando hacia el lugar.

En realidad no se ven a simple vista; y cuando veníamos entrando nunca vimos un indicio que indicara que allí se estuviera votando. De regreso, en busca del portón rojo en cuyo interior en efecto están las casillas, se ven a unos funcionarios modorros y las urnas apenas con unas cuantas papeletas.

Un camión urbano retumba desde lo lejos con una canción de Rigo Tovar. Pasa veloz, dando tumbos por la lateral del bulevar Vicente Guerrero de Ciudad Renacimiento. A su paso apenas se oye uno de los estribillos: “…Donde te has ido mujer / no lograrás encontrar / otro cariño como éste. / Ven, regresa por favor / ya no quieras lastimar…” Atrás de él siguen los cláxones de los taxis colectivos y las camionetas alimentadoras que llevan a las colonias más apartadas.

Son las 11:20 de la mañana. El calor de 32 grados es agradable en un Acapulco acostumbrado a un ambiente siempre cercano a los 40. En este bulevar está el Aca Tianguis, un mercado irregular que hace un año fue incendiado por miembros del narcotráfico, y su líder, Antonio Valdés, decapitado meses antes. El pleito, ganado por una de las bandas que trabajan para el cártel de Sinaloa, de Joaquín El Chapo Guzmán, era por el control de este mercado donde la piratería de todo tipo de productos se hace a gran escala y donde las tragaperras, prohibidas por ley, operan en papelerías, fondas, tiendas de ropa y videojuegos.

Pero eso fue hace un año, en abril. Ahora los puestos están de nuevo, en el mismo lugar y con los mismos dueños, y todo marcha en una aparente normalidad sólo trastocada por los trabajos que el gobierno del estado hace para la introducción del Acabús, un servicio de transporte con líneas de metrobús. En esta normalidad encajan las casillas especiales instaladas en el Cbtis, cuya fila atraviesa por los innumerables puestos de comida y piratería y alcanza varios metros. Menos mal que la sombra de arbustos y de lonas improvisadas protegió a la gente del sol hasta que se ocultó. La fila empezó desde temprano y hasta pasadas las 7:00 de la noche aún seguía.

Renacimiento es la entrada a Acapulco, por la carretera de México, y también es el acceso a las colonias de la zona conurbada. Decenas de colonias que mediante Google Maps se miran como manchas grises apenas moteadas de verde. Acá, las elecciones de este 1º de julio fueron vigiladas por militares y policías. Varias camionetas Dinas y Pick Up rondaron las calles solitarias y pedregosas, y, como no había ocurrido en elecciones anteriores, las casillas fueron colocadas adentro de las escuelas, las comisarías o los centros de salud.

En la colonia Zapata están en una escuela, al igual que en Renacimiento. En ambos casos hay mucha gente y las urnas están arriba de la mitad. También hay colonos como observadores. Otros, sin embargo, sobre todo mujeres, están supervisando que sus votantes comprometidos voten por el partido acordado con anterioridad, el PRI en muchos casos. Nidia votó en Renacimiento. Cristian debió votar en la misma escuela Raúl Isidro Burgos, pero no lo hizo. Está seguro que esto de las elecciones es puro cuento, y lo mismo piensa su papá. La mentalidad heredada y generacional que nadie, ni Nidia, puede hacer cambiar.

Renacimiento y La Zapata están separadas por el boulevar. Las Cruces no. Las calles de esta colonia serpentean por todos lados. Son callejones interminables que forman laberintos de cemento y que comunican a otras colonias. Son potenciales rutas de escape para los dealers, los proxenetas y los ladronzuelos. Por una de estas es como llegamos a la primaria en la que estudió Nidia y donde estamos ahora. Los almendros mitigan un poco el calor mientras un trabajador de IFE pregunta si somos observadores. Le digo que no, que reporteros, y cuando esto es oído por un grupo de mujeres empiezan a platicar en voz fuerte que en la colonia Libertad los funcionarios de casillas estaban a anulando votos.

El rumor se hace fuerte y vamos para allá. Subimos calles empinadas y luego bajamos laderas. De lejos se ve una conglomeración encima de los funcionarios de casilla. Al llegar nos enteramos. En realidad, lo que hacían los funcionarios de la casilla 0204 no era anular votos, sino anular boletas electorales para presidente de la República, según ellos, para terminar pronto. Cuando los observadores se percataron empezaron a reclamar de manera airada. Los funcionarios dejaron de hacerlo, pero la indignación continuaba.

Anularon más de 20 boletas –dice un observador.

Pero no se vale, no se vale –entra una mujer. Se le nota molesta.

Los funcionarios sueltan risillas, nerviosas.

Pero no se rían –les reclaman en coro los observadores y la misma gente que está a los alrededores.

El incidente pasa y la gente sigue votando.

Cristian y Nidia tienen juntos más de 10 años. Él nació en Renacimiento, y ella en Las Cruces. Conocen estos lugares como los lunares de su cara. Cuando entramos a la colonia de su infancia, Nidia me dice cómo era en ese entonces. Extensas huertas de mango y coco cubrían gran parte de estos predios. Hoy sólo hay concreto y casas de tabique, muchas sin siquiera revocar. Vamos por una brecha hacia la colonia Postal. El carro no entra y bajamos para continuar a pie. En este lugar son comunes las persecuciones y las balaceras. Apenas en abril militares persiguieron a tiros una camioneta hasta muy adentro de la zona poblada. Los tripulantes respondieron con AK-47 pero no resistieron. Algunos alcanzaron a huir y otros murieron acribillados en el lugar. Al revisar el vehículo, los soldados hallaron siete cadáveres y un narcomensaje.

De eso venimos platicando, mientras brincamos los charcos. Cristian se quedó para que no fueran a robarle el coche. Las casillas están en las canchas de una escuela de calidad, un programa federal, aunque sólo de nombre. Nidia dice que de calidad nada tiene porque en cada grupo meten hasta a 75 alumnos.

En el lugar, unas mujeres platican.

Yo llevé a mi gente a votar hasta en las casillas especiales –dice una mujer de acento costeño y piel morena a otras mujeres que están sentadas a su lado–. Pero a ver, ¿eso quién me lo va a pagar? –completa en tono de reclamo.

Varios grupos como éste están en los alrededores de la cancha de basquetbol. Ninguna autoridad de las que están presentes, los representantes de los partidos y los funcionarios de casilla, así como los enviados del IFE, lo impide.

Yo me fui a comer, mujer. ¡Qué chingados! –llega hablando otra–. Si no, ésos a qué hora nos iban a traer.

Ya nos traen, ya nos traen –le responde la mujer que le preguntó dónde andaba y por qué había abandonado su lugar.

Y sí. De un Vocho rojo salen varios hombres con comida en recipientes de unicel. Los hombres nos miran extrañados. Unos 10 minutos más tarde llega otro Vocho del mismo color con varios hombres. Uno de ellos viste una guayabera y gafas de sol. Habla por teléfono.

Vámonos, vámonos –dice Nidia. No entiendo del todo por qué pero la sigo hacia la puerta. Cristian ya espera afuera, tuvo que darle por otro acceso para poder meter el vehículo.

Nidia tiene razón. Cuando salimos hacia las calles aledañas uno de los Vochos nos sigue a corta distancia. Lo hace durante varias cuadras, unas seis. Cristian sale hacia la zona más poblada para perderlos.

Más adelante nos volvemos a internar al caserío de las colonias. Pasamos por La Vacacional; en el trayecto sobre el bulevar, hallamos una casilla especial cuya fila parece interminable. Un par de mujeres con acento norteño piden votar y les dicen que hagan fila. Ambas se ven animadas. Dicen entre ellas que no importa que tarden horas.

Luego nos metemos hacia la colonia Libertadores; la gente vota en la escuela Lázaro Cárdenas sin mayores incidentes. El lugar se percibe más amable. Más arriba, en la Sinahí el escenario cambia de forma radical. Parece fantasma. En el mercadito que a metros se anuncia por su olor a pescado apenas una anciana le espanta las moscas a sus dulces. En busca de las casillas vemos que, o bien fueron cambiadas de lugar, o bien no se instalaron, porque donde está la sábana que las anuncia no hay nada. En el Quemado y La Sabana es diferente. Mucha gente participa y muchos otros vigilan las elecciones. Las casillas están en las plazas, a un lado de las iglesias y las comisarías, la gente se nota curiosa, aunque en las inmediaciones hay mucha publicidad del PRI tirada en la calle, sobre todo en La Sabana.

Falta una hora para las 6:00 de la tarde, la hora en que deberán cerrarse las votaciones. Ahora ando solo por la avenida Cuauhtémoc hacia el zócalo de Acapulco, en la mera zona tradicional del puerto. En el camino hay una casilla en la clínica del Seguro Social aún con votantes.

Las 5:10. El zócalo parece un mercado. Los puestos de discos piratas con música estridente se tienden por el acceso trasero. Luego, conforme se avanza puestos de suvenires acapulqueños incluso estorban para caminar. Casi mil personas hacen fila en la casilla especial 0098 que huele a tinta indeleble. Se les ve desesperados. Muchos turistas aún en traje de baño y con arena en las orejas se acercan para preguntar si ésa es la fila de la casilla especial. Un representante de Morena les explica que sí, pero que ya no hay boletas.

Se repartieron 750 fichas para que la gente que las haya alcanzado hagan fila y tengan garantizado su voto –explica.

Pero yo veo más gente –replica un joven que va con su esposa y su niño.

Sí, es que hay gente que está haciendo cola con la esperanza de que algunos que tienen fichas no lleguen o no estén en el padrón y no puedan votar; entonces a ellos se le dará el lugar. Hagan fila si gustan –les sugiere y ellos van.

Las 5:30. Más gente se acerca a querer votar. El calor es fuerte: el Malecón está cerca pero la brisa no llega. Un señor abanica a su esposa y a su hija, ambas enrolladas en toalla. Esperan sentados en una jardinera por si hay oportunidad de votar. Otros se acercan al módulo de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Electorales (FEPADE) porque, según los funcionarios de casilla, allí les pueden responder sus dudas de por qué no pueden votar.

Nosotros somos PGR –les responden–, vayan con ellos, ellos son IFE –les dicen y apuntan el lugar de donde acaban de llegar.

Pero si de allá venimos… –y se regresan desconsolados.

Las 5:50. Un trío de payasos mide el espacio donde montaran su show dominical. Calculan que por el módulo de la FEPADE tendrán menos espacio. Aun así empiezan a llamar la atención con los micrófonos conectados a unas bocinas. La gente se acerca; los chistes inician. La gente apenas y hace muecas de risa.

Las 6:00.

¡Uf! Por fin –dice un turista que sale de la fila abanicándose con sus boletas electorales. Su mujer le toma fotos cuando las deposita en las urnas.

Las 6:10. Faltas unos 450 por votar. El payaso Trompetín no logra arrancar las carcajadas de su público. En el Malecón, un mar más bien gris, cenizo, refleja los nubarrones oscuros que se acercan por la bocana de la bahía Santa Lucía.