Por Ana Saavedra – Especial para Cosecha Roja

El 4 de noviembre, a las 4:00 a.m., el capitán Z estaba con sus hombres junto a uno de los 38 helicópteros ubicados en fila india en la pista del Batallón Codazzi de Palmira -ciudad a 20 minutos de Cali- en medio de cultivos de caña de azúcar.

Antes de hablarles, Z se dio la bendición. “Me encomendé a Jesús, él siempre nos acompaña en nuestras operaciones”. Y empezó repetir las instrucciones sobre la misión que debían cumplir: descender a menos de un kilómetro de una casa de madera, donde estaba uno de sus objetivos y prepararse para combatir a un grupo de aproximadamente 300 guerrilleros.

De los 960 hombres desplegados en el batallón militar de Palmira sólo un grupo selecto de militares y policías sabían que iban tras Alfonso Cano, el máximo cabecilla de las Farc.

“Un comando no necesita saber quién es el blanco sino que armamento tiene el enemigo”, dice. Z es un hombre entrenado para la guerra. A sus 34 años, 16 de ellos en la Policía, ha participado en las operaciones más importantes de la institución: las muertes de Raúl Reyes, de El Mono Jojoy y del ex jefe paramilitar Cuchillo.

Esta vez, el enemigo tenía ametralladoras calibre 50, con balas del tamaño del dedo meñique de una mano de Z. Son disparos que pueden derribar helicópteros.

En un cuarto adecuado como puesto de mando, en el mismo batallón, los jefes del Comando Conjunto de Operaciones Especiales (Ccoes), y varios oficiales de inteligencia de la Policía coordinaban la Operación Odiseo. Llevaban casi una semana planeando cómo atacar.

En Bogotá, en la sede del Comando de las Fuerzas Militares, la cúpula del Ejército y de la Policía recibían los reportes de los oficiales que estaban en Palmira.

A las 4:00 a.m. el clima era malo en la cordillera Occidental. El cielo estaba cerrado, las nubes no permitían que los aviones de la Fuerza Aérea arrojaran las bombas sobre los dos objetivos.

La salida se postergó hasta que el cielo se abrió. A las 8:00 a.m., salieron las primeras aeronaves. Desde la sede de la Fuerza Aérea en Cali, partieron aviones A37 y Súper Túcano que arrojaron las bombas junto a dos casas, ubicadas en una loma de la vereda El Chirriadero, entre los municipios de Suárez y Morales, en Cauca.

El antropólogo de la guerrilla

El 25 de mayo del 2008, en un video difundido por la cadena de televisión venezolana Telesur, ‘Timochenko’ –uno de los miembros del Secretariado de las Farc, grupo que lidera esta guerrilla- anunciaba que su nuevo comandante máximo era el “camarada Alfonso Cano’”, tras la muerte por un infarto de ‘Tirofijo’, el comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia por más de 40 años.

Guillermo León Sáenz, el hombre de gafas redondas con lentes cuello de botella y de barba poblada, era el nuevo jefe de un ejército calculado en ese momento por el gobierno del presidente Álvaro Uribe en nueve mil insurgentes.

El antropólogo, nacido en Bogotá en una familia de clase media, se convirtió a finales de los ‘70 en el camarada Alfonso Cano, uno de los jóvenes cercanos al entonces ideólogo de las Farc Jacobo Arenas. Adquirió tanto poder dentro del grupo, que encabezó la delegación negociadora que viajó a Caracas en 1991 y Tlaxcala, en México, el año siguiente. Durante los diálogos de paz del Caguán con el gobierno de Andrés Pastrana mantuvo un bajo perfil.

Para las Fuerzas Armadas, Cano era un hombre soberbio, intransigente y radical. Le gustaba el whisky, leer libros de política e historia. Para su amigo de universidad, el cineasta Lisandro Duque, “era un bogotano pequeñoburgués de muy buenos modales, un tipo cálido, afectuoso, con gran sentido del humor y sumamente estudioso, un gran lector. Éramos comunistas, y conocíamos las teorías sociales al derecho y al revés pero tampoco es que estuviéramos obsesionados por la política; cantábamos, bailábamos, nos enamorábamos y mamábamos gallo”. Sus ex compañeros de colegio veían en Cano un estudiante tímido, incluso un nerd.

En el 2008, cuando asumió como máximo cabecilla de la guerrilla más antigua del mundo, los jefes militares anunciaban victoriosos el fin del fin de las Farc.

En las noticias ya no se veían las antiguas tomas guerrilleras a poblaciones cercadas por decenas de insurgentes. Tampoco se hablaba de secuestros masivos ni de las ‘pescas milagrosas’ en las carreteras del país. La muerte de Raúl Reyes en un bombardeo había derrumbado el mito de que los miembros del Secretariado eran inmortales.

Cano, El ‘comelibros’, ‘pequeño burgués’, el ‘intelectual’ -calificativos que le han dado después de su muerte- cambió la estrategia: regresó a la guerra de guerrillas. Grupos pequeños que atacan y huyen. Emboscadas a las tropas. Acciones de impacto. El norte del Cauca era blanco constante de ataques.

La Corporación Arco Iris, una entidad que analiza el conflicto colombiano, asegura que desde el 2008 las acciones de las Farc aumentaron. Ese año cometió 1.353 acciones bélicas (que van desde hostigamientos hasta asesinatos o carros bomba), al año siguiente la cifra fue de 1.429 y en el 2010 llegaron a 1.600.

Operaciones en el cielo

El Cañón de las Hermosas, en plena cordillera Central, es un santuario de flora y fauna. Allí hay 300 lagunas, nacen ríos y viven dantas –tapires-, osos de anteojos, patos, pavas y venados.

El lugar también era llamado el santuario de las Farc. A 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar, la neblina cubría las huellas de los guerrilleros que cuidaban a  ‘Alfonso Cano’. Los helicópteros no llegaban y los soldados se perdían en los enmarañados caminos de la montaña. Por casi tres décadas, ‘Cano’ vivió tranquilo en las alturas.

En febrero del 2008, aún antes de que fuera nombrado máximo jefe de las Farc, el Ejército decidió entrar al Cañón. Dos mil hombres, con un entrenamiento especial, empezaron a copar el páramo. Se enfrentaban a dos enemigos: los campos minados y las condiciones del clima. Algunos soldados tuvieron que ser evacuados por hipotermia y otros se enfermaron de neumonía.

A partir de entonces, la presión contra Cano fue en aumento. El 20 de abril del 2010 se creó la Fuerza de Tarea del Sur del Tolima para cercar al jefe guerrillero. El Gobierno nombra al frente de esta tropa al general Fernando Joya Duarte. Ese día, antes de abordar un helicóptero, el general Joya se presentó ante sus hombres en el batallón de Chaparral, en Tolima.

Segundos después de levantar vuelo, la aeronave chocó contra otro helicóptero. Joya y otros cinco militares murieron. “Mi hermano, el general Fernando Joya iba tras la caza de un hombre que es necesario ponerlo tras las rejas, por el inmenso daño que le ha hecho a Colombia”, pedía frente a su ataúd Jorge Eliécer Joya.

Un año y siete meses después, se cumplió la voluntad de la familia del general.

En el ajedrez de la guerra, antes de que caiga el Rey deben sacar del juego a sus alfiles. Doce de los principales miembros de sus anillos de seguridad murieron en combates y bombardeos, o en enfrentamientos con la Policía y el Ejército en ese tiempo.

La persecución obligó a Cano a salir de su santuario. Bajó del páramo y se desplazó hacia los límites entre Cauca y Huila, aún en la cordillera Central.

En el 2010, perdió a su principal alfil: ‘Jerónimo Galeano’, comandante del Comando Conjunto Central. Era el encargado de su seguridad.

Hora Cero para Odiseo

El capitán Z recibió la orden de abordar el helicóptero con su grupo, minutos después del bombardeo. Z es un lobo. Así llaman a su grupo, el Comando de Operaciones Especiales y de Antiterrorismo de la Policía, Copes. Entrenados en combates y operativos especiales. Son ‘rambos’ criollos armados con fusiles M4 y granadas de mano. Participan en rescates, capturas de narcotraficantes, combates en la selva o en los centros urbanos.

La aeronave se detuvo en el aire y bajaron por sogas a un terreno montañoso. Ya había un destacamento del Ejército en tierra. Empezaron a moverse hacia el sitio indicado. Caminaron, mientras eran atacados desde los cerros cercanos. “Todo el tiempo se presentaron disparos. Los guerrilleros se escondieron en varias casas y nos disparaban”.

Su equipo llegó primero a la casa de ‘Pacho Chino’, el jefe guerrillero que había sido encargado meses atrás de la seguridad de Cano.

El sitio estaba vacío. “Encontramos morrales de campaña, uniformes y un mortero. La casa tenía direct TV y un vídeo beam”.

Pacho Chino y Cano habían alcanzado a escapar luego del bombardeo. A 300 metros, separados por dos cañadas, estaba el refugio de Alfonso Cano.

Era una casa de campesinos. El máximo cabecilla de las Farc, una organización que recibe cada año un promedio de 30 millones de dólares por el narcotráfico, que entierra en la selva tarros con dólares y oro, durmió su último mes y medio de vida en un rancho precario “de a duras penas 20 metros de largo y otros 20 de ancho, con una cama pequeña sostenida por unas cuantas tablas de madera”.
En las mesas y regados por el suelo, estaban uno de los juegos de gafas, computadores, un inhalador para el asma y lecturas de marxismo y comunismo. La casa también tenía una antena de Direc TV y un vídeo beam.

Conam y Pirulo

Para llegar a la vereda El Chirriadero, entre las poblaciones de Morales y Suárez, en la cordillera Occidental, hay que andar más de siete horas por un camino de trocha. No hay carreteras y no entran ni las gualas, como le llaman a los jeep que cruzan las montañas colombianas.

Alfonso Cano alcanzó el Chirriadero después de caminar varias semanas para cruzar el Macizo colombiano, justo donde se unen las dos cordilleras. Durante esos días, hubo una serie de hostigamientos a varias poblaciones del norte del Cauca para distraer a las autoridades.

El comandante Alfonso Cano llegó sin la barba que había tenido casi 40 años –se la había afeitado el día que cumplió 62 años- y con sus dos perros. Conan y Pirulo.

El Ccoes tenía como objetivo ubicar a Cano. Llevaba más de tres años en esa tarea. La información que tenían era que le máximo jefe de las Farc se encontraba en la cordillera Occidental, en zona rural de Suárez.

La Policía tenía como objetivo a Pacho Chino y a los cabecillas del Frente 6 de las Farc, quienes tenían azotado el norte del Cauca: asesinatos de Policías y militares, hostigamientos a pueblos, bombas.

Un grupo élite de la Dirección de Inteligencia de la Policía (el mismo que participó en las operaciones contra Raúl Reyes y El Mono Jojoy) empezó los acercamientos en las poblaciones del norte del Cauca y sur del Valle.

Desde el 2008 hasta este año infiltraron en la cueva del lobo a 20 agentes encubiertos: vendedores de víveres, de minutos de celular, conductores de camperos.

Infiltrar y penetrar son dos verbos que usan a menudo los hombres de inteligencia. Los acercamientos de estos tres años permitieron a los policías contactar a una de las personas cercanas al anillo de seguridad de ‘Pacho Chino’ y a otra que le llevaba los víveres. De eso se trata la penetración: convencer a uno de los guerrilleros de hablar.

La ubicación de la casa donde se escondía Pacho Chino ya estaba.

Los últimos días de octubre quince hombres del grupo de reconocimiento de las Fuerzas Especiales del Ccoes llegaron a un punto ubicado a un kilómetro de las dos casas.

¿Cómo llegaron estos uniformados sin ser detectados al sitio donde se escondía el máximo jefe de las Farc, una zona rodeada de anillos de seguridad conformados por más de 300 guerrilleros?

“Los comandos de las Fuerzas Especiales aprendemos a estar al lado de un guerrillero sin que nos note”, explica un suboficial que perteneció por tres años a este grupo. Pueden permanecer inmóviles durante horas, camuflados entre la selva, movilizándose a rastras. Son camaleones.

Tres días permanecieron estos fantasmas en el puesto de observación. Una cámara de fotos de largo alcance y una mira telescópica les permitía observar los movimientos de las casas.

Las fotos eran enviadas por sistemas satelitales a los oficiales que dirigían la operación en Palmira. Pacho Chino sí estaba en uno de los ranchos. El jefe guerrillero se desplazaba constantemente a la otra vivienda. Aunque sospechaban que Cano podría estar cerca, no había ninguna certeza, hasta que los analistas empezaron a identificar en las fotografías a varios integrantes del anillo de seguridad de Cano.

Y en las mañanas, una mujer sacaba a pasear a dos perros: un labrador dorado y un criollo color negro.

Eran Pirulo y Conan, los perros de Cano. Luz verde a la operación.

La caída

El Indio, uno de los guerrilleros de la seguridad de Cano, recuerda que “ese día todo parecía tranquilo hasta que el sonido de helicópteros nos puso a correr a todos. Una de las esquirlas de las bombas me cayó en el brazo. Sentí un dolor muy fuerte. Decidí entregarme”.

Alfonso Cano corrió junto con sus perros. Las bombas mataron a El Zorro, señalado como el radista, y a Jennifer, una guerrillera que era al mismo tiempo la enfermera, la cocinera y quien paseaba a diario a Conan y Pirulo por los alrededores de la vivienda.

Z insiste en que en las horas posteriores al bombardeo “siempre tuvimos la convicción que no podía escaparse. Teníamos gente en todos los sitios por los que Cano se podía escapar. Íbamos a hacer una operación sostenida, permaneceríamos en esa zona el tiempo necesario”.

Los 960 hombres del Ejército, la Infantería de Marina y la Fuerza Aérea que habían salido esa mañana de Palmira, cercaban las zonas aledañas al Chirriadero. Los combates entre las tropas volvían cada quince minutos.

En Bogotá y Palmira los jefes de Z no estaban tan confiados. Temían que una vez más Cano se les hubiese escapado, como en otras cinco ocasiones. Su última fuga había sido en julio pasado, en un campamento entre los municipios de Páez y Nátaga, localidades de Cauca y Huila. “En el lugar encontramos su ropa y sabemos que tarde o temprano va a caer”, expresó en esa ocasión el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.

Z recuerda que a las 19:30 horas entre la casa de Cano y la de Pacho Chino se escuchan unos disparos. “Al sentir el bombardeo sale a correr en busca de protección de Pacho, pero no alcanza a llegar. Se esconde en un matorral como de dos metros de altura”.

Los años le pesaban al máximo de las Farc. El sucesor de Tirofijo tenía 63 años y no era reconocido en las filas de la guerrilla por ser un tropero. “Él ya estaba cansado. No estaba acostumbrado a andar en la selva y eso lo limitaba”, reconoce ‘El Indio’.

Doce horas permaneció el comandante Alfonso Cano, agazapado entre la manigua. El paso de uno de los helicópteros alerta a uno de los perros que sale a correr. Cano intenta huir. Uno de los uniformados de las Fuerzas Especiales abre fuego.

Guillermo León Sáenz, el máximo jefe de las Farc recibe tres impactos de bala: en la ingle, la cadera y en el cuello. Este último es mortal.

 Fotos: Bernardo Peña y policía de Colombia