Miguel-bruA 20 años de la desaparición de Miguel Bru, los estudiantes de 1er año de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata escribieron. En el Taller de Producción Gráfica I cátedra II, contaron cómo es habitar la misma facultad, cómo imaginan a Miguel, cómo es escuchar a los símbolos de la lucha por los derechos humanos como Rosa Bru, León Gieco, Estela de Carlotto, y sentirse parte de todo.

Estos son los trabajos seleccionados.

 

 

MIGUEL BRU O  LA CRONOLOGÍA INVERSA POR UN HERMOSO DESENLACE

Aprendí que la utopía hay que hacerla cada día

Grupo Musical Pasajeros

Por Javier Alonso Rueda Fonseca

 

No fue un médico, ni un profesor. Fue el juez Amílcar Vara quien, legislando bajo el manto de la impunidad, no asumiría que en su martillo estaba el poder de administrar justicia en el caso de la desaparición, tortura y muerte de Miguel Bru. Un guerrero de la voz y la palabra que emanara sus destellos de generosidad y solidaridad, en el recuerdo de aquellos que demandaron su ayuda o su talento, por una sociedad más equitativa.

El juez, montado en un carrusel de irregularidades, guardaría un silencio impune, tratando de ocultar bajo la densa estela de la omisión el comportamiento de los policías de la Comisaría 9° de La Plata, quienes nunca pudieron entender la música y la jovialidad de Bru como un estilo de vida.  No soportando cada nota de su universo ideal, optaron por el camino de su eliminación física, pensando que el calor de las ideas moriría con el cuerpo frío del delito.

Estos hechos sucedieron el  17 de agosto de 1993. Ese día, Miguel Bru, con su vitalidad en pleno, era ingresado en la Comisaría 9° de La Plata después de ser detenido ilegalmente por policías a 50 kilómetros de la ciudad, cuando cuidaba la casa de uno de sus amigos y paseaba entre prados y aves, en un paisaje de campo que sería su última imagen de naturaleza.

El preludio de su muerte estuvo permeado por montajes para detenerlo: allanamientos a la casa que ocupaba, falacias sobre escándalos y robos, lento seguimiento en las patrullas cuando recorría sus calles platenses y amenazas a su vida por denunciar lo que a todas voces era una conducta policial mucho más homóloga al período dictador que a los valores de la democracia.

Seguramente Bru sabía que su nombre estaba en las garras del gatillo fácil,  y su decisión fue denunciar las conductas de los oficiales y asumir la militancia con la vida a través de su banda de Punk, ese ritmo transgresor que no le tiene miedo al silencio.

Cada día se jugaba la vida ocupando una casa abandonada. En ocasiones, tenía comensales de humilde corte en casa de su madre, Rosa Bru. Asumía la vida como un carnaval de música, ideales y batallas compartidas, demostrando con todas sus fuerzas que el ritmo no es un ruido que se propaga, sino la melodía y el son de una generación amordazada, heredera de la dictadura que calla y allana todo lo que a su suerte se torna insoportable.

Intimidación, señalamientos y persecución, fueron el pan de muchos días en la lucha por defender sus ideales. Nubarrones que dispersaba con sus mañanas de estudio en la Escuela de Periodismo de la UNLP y en los atardeceres donde caminando las calles que le eran comunes, dibujaba en su mente el descontrol, el júbilo, el palpitar de una ciudad que alberga historias en cada esquina, pero que sólo ofrece el derecho de contarlas a quienes asumen el reto de vivir en su lecho.

Miguel entendía que las cosas no estaban bien dentro de la máquina, que a muchos no les gustaba su canto, porque podía ser peligroso, porque la poesía rompía cualquier barrera de cristal o de diamante que escondiera a los ojos de su entorno una realidad impublicable.

Y en este trasegar regresivo del tiempo, él se convierte paulatinamente en un niño que hilvana a través del juego la noción imaginada de un mundo compartido, donde caben todos y la justicia no es simple letra muerta que reposa en libros de juristas y juzgados.

Imagino su infancia llena de amor, sus manos tersas, su piel arrugada, su mente que nada entendía de la época de dolor y muertos. El momento cuando sus labios se olvidaron de hablar, sus pies de caminar.

Lo pienso naciendo en el útero de su madre, donde ella no tendrá que partir a buscarlo, porque es una partícula de vida, un suspiro de amor, un instante de eternidad que no yace debajo de un territorio sin coordenadas, ni en la justicia de un juzgado, ni mucho menos en la mano criminal de algún policía de apellido López, Abrigo, Ojeda, Gorosito o Ceretto.

Y así, en mi imaginación, Miguel abandona el plano terrenal en las entrañas de su madre al calor de la dulzura con la que las mamás guardan el fruto de sus sentimientos. Y sufre la metamorfosis que suministra el tiempo al revés: se va haciendo feto, rocío, partícula de viento, gota de mar, aire para las trompetas.

****

¿DÓNDE DEJAR UNA FLOR?

Por Johana Velazquez

La sala se iba llenando. Cada segundo que pasaba nos obligaba a acurrucarnos para dar lugar a aquellos que llegaban a escuchar. Mientras esperaba de pie, casi rendida a conseguir asiento, un matrimonio se paró al lado mío. “¿Podemos pasar por ahí?”, preguntaban a los muchachos que organizaban. Pero no había lugar, porque el “caso Miguel” consternaba a todos.

Miguel, y detrás del nombre una desaparición, una tortura, un secuestro, un crimen; miles de cosas inexplicables. Una vida que recién empezaba, pero aun así la corrupción pudo más. Él la denunció pero ella fue más rápida. Miguel desapareció y ella todavía sigue viva.

El ruido de la perversión era moneda corriente. No así el de la música, una música que molestaba, que hablaba, que decía, que exasperaba.

Una mujer, sí, una mujer fuerte, un ejemplo de mujer. Como podemos, abrimos espacio para que pudiese pasar Rosa, la madre de Miguel, que no pudo despedirse de su hijo, al que se llevaron, secuestraron y asesinaron. Rosa es la persona luego de tantos años sigue golpeando puertas y despachos preguntando dónde está su hijo, con tanta fuerza que llegó a acusar de corruptos a aquellos que en verdad lo eran pero que nadie se atrevía a decirlo; y que, ahora, por culpa de ellos no hay respuestas sobre el cuerpo de Miguel: un  hombre al cual nadie respetó, ese hombre que decidió hacer lo debido y fue mortificado por eso. Ese hombre al que le cortaron su vida, una vida que recién empezaba; ese hombre que “nadie” sabe dónde está y que a su vez todos lo tienen en su corazón pero, ¿dónde llevarle una flor?

Ya debía volver a casa y una mano se afirmó en mi hombro: me di vuelta y un joven me preguntó qué hora era. En ese momento mi mirada se detuvo frente a la imagen de su remera y quedé suspendida como si me hubiese caído encima un balde de agua fría. Era una impresión parecida a aquella que siento cuando me introduzco en esos días de verano en una pileta con agua helada, tan helada que logra cambiar instantáneamente la textura de mi piel, exagerando también mis gestos. Mi cara se asemejaba a la que pongo cuando estoy entretenida con algún video juego. El muchacho de la imagen de la remera parecía tener los ojos tristes, me miraba. Supongo que si me quedaba unos minutos podrían tratarme de loca, casi no podía pronunciar palabra. Una gran angustia pasaba por mi cuerpo, una angustia que -luego de quitar la mirada de la imagen- sólo me permitió decir: “Disculpe, debo ir a mi casa”. Caminé, caminé rápido, sólo intentaba desentrañar esa pregunta que llevaba estampada: “¿Dónde está Miguel?”

Miguel, un nombre, un hombre, un desaparecido, pocos derechos, muchas preguntas y una lucha que continúa con una justicia que descansa. Mientras una familia golpea puertas porque Miguel no aparece, la tristeza crece y la flor reseca ya desaparece.

 

*****

Jornada por Miguel Bru en La Plata

LEÓN GIECO Y SU LUCHA INCESANTE RECONOCIDA CON EL PREMIO RODOLFO WALSH

A 20 años de la desaparición de Miguel Bru, la Facultad de Periodismo de La Plata realizó una jornada sobre violencia policial y complicidad judicial. Durante el transcurso del día se realizaron charlas donde expusieron Rosa Schonfeld Bru (madre de Miguel) y víctimas de violencia institucional, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto, Adelina Alayes, de Madres de Plaza de Mayo, el juez español Baltasar Garzón y la Decana de la Facultad Florencia Saintout. León Gieco, cantautor argentino, padrino de la Asociación Miguel Bru, cerró la jornada al recibir el premio Rodolfo Walsh a la comunicación popular y regaló un mini recital como agradecimiento.

Por Florencia Ochiuzzo

León Gieco es reconocido por su compromiso en búsqueda de memoria, defensa de los derechos humanos y justicia. “León para nosotras es el símbolo del hijo querido, compañero, que nos brinda permanente su amor y compromiso a través de sus canciones, sus letras y sentimientos”, describió Estela de Carlotto. Ese amor que Estela transmite al hablar de León es mutuo, él se muestra incondicional para acompañar a las madres en su lucha. Y entre ellos se ve un cariño idéntico al de madre a hijo. Su repertorio de canciones son testimonio de esta relación, en ellas se siente el rugido del león que defiende algo que todavía no nos han podido robar: la memoria.

Con una Facultad repleta de estudiantes, periodistas y familiares de víctimas de violencia institucional, comenzó a la entrega del Premio Rodolfo Walsh a la comunicación popular para León, a pedido de la misma Rosa Bru. Premio aprobado el 2 de julio por unanimidad de los integrantes del Consejo Directivo de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP).  Por constituir su obra artística al servicio de una militancia permanente por los  derechos humanos acompañando la lucha y su compromiso de las causas populares, y por su compromiso social desde la cultura con la fundación Mundo Alas, que reúne artistas con capacidades diferentes que busca la integración y la igualdad.

Abrió la entrega Jorge Jaunarena, amigo y compañero de Miguel, co-fundador de la Asociación Miguel Bru (AMB), con un comunicado en donde expresaron su dolor por la ausencia de Miguel: “Todos los 17 de agosto deseamos, pensamos y soñamos que van a ser los últimos, pero el tiempo no para y el interrogante sigue. Es una deuda que las instituciones, tanto el poder político como el judicial le deben en primer lugar a Rosa y a Néstor, sus padres; sus familiares, y luego a toda la sociedad”. Para León, sólo fueron palabras de agradecimiento. “Con tu desinteresado apoyo nos brindaste tu ayuda y compañía a esta causa que sirvió de ejemplo a tantísimos casos de violencia institucional y policial”, cerró el representante de la AMB.

Luego, hubo un extenso y cálido aplauso, que también resonaba para recordar a Miguel. Rosa, emocionada, se levantó y contagió a toda la sala con el grito de “Miguel Bru PRESENTE”. León la acompañó, como tantas veces lo hizo durante su lucha compartida, dándole un abrazo de fuerza y dijo: “Rosa tiene un aura tan poderosa que hizo que me sume a su lucha”.

León es fundador y padrino de la Asociación Miguel Bru que, desde el año 2002, brinda apoyo, contención y acompañamiento en la búsqueda de justicia de los casos de violencia institucional. Con Rosa tiene una relación muy estrecha, como él mismo lo cuenta: “Un día que vine a tocar a La Plata ella me dijo ‘no voy a parar hasta encontrar a mi hijo’. Yo le dije: ‘aunque lo encuentres no vas a parar porque el destino te puso en la lucha por la justicia’. Y así fue.”

La decana de la Facultad, Florencia Saintout, tomó la palabra para agradecer a León por todo su compromiso, además de reconocer los 20 años de lucha y amor de Rosa, de las Madres y de las Abuelas. Al hablar de la entrega del premio a León, leyó como regalo unas palabras que Rodolfo Walsh había escrito para su amigo Paco Urondo,  y le pidió que se apropie de ellas: “El problema para un tipo como vos y en un tiempo como éste, es que cuanto más hondo se mira y más callado se escucha, más se empieza a percibir el sufrimiento de la gente, la miseria, la injusticia, la crueldad de los verdugos. Entonces, ya no basta con mirar, ya  no basta con escuchar, ya no basta con escribir”.

Y cerró: “Rodolfo Walsh siguió escribiendo, Paco Urondo siguió escribiendo, incluso más allá de su muerte. Y León sigue haciendo esta música que no alcanza, pero que es la más maravillosa del pueblo. A él, con todo nuestro corazón, nuestro Rodolfo Walsh”. En medio de aplausos, Rosa tomó el premio Rodolfo Walsh a la Comunicación Popular y se lo entregó a Gieco con un gran abrazo.

Estela de Carlotto también lo abrazó y dijo: “Fuerza, yo traigo el abrazo de todas las abuelas de Plaza de Mayo”,  y después le habló al auditorio repleto: “esas ausencias que tenemos, por suerte las podemos llenar con estas presencias tan hermosas ¿Qué más podemos hacer que reconocerlo, premiarlo y mimarlo?”.

“El premio Rodolfo Walsh es un honor, me crea más compromiso” expresó León, y dijo sentirse orgulloso por estar sentado en la mesa “con personas que han luchado tanto y nos han enseñado tanto y que nos van a seguir enseñando de aquí en más”.  También anunció que pronto hará un nuevo concierto en la Ciudad de La Plata para la Fundación. “Sólo tengo que agradecer, es un honor recibir este premio, por lo que significa y por su nombre”, dijo para cerrar con su charla y comenzar con el mini recital.

León cantó cinco canciones: “La memoria” (2001 – Bandidos Rurales), “La cigarra” (2008 – Por Partida Triple), “El desembarco” (2011 – El desembarco), “Cinco Siglos Igual” (1998 – La Historia Esta 6) y “El ángel de la bicicleta” (2005 – Por Favor, Perdon Y Gracias) proyectando un video que reconocía el desempeño de las mujeres a lo largo de la historia, al presidente Evo Morales, a la poeta y cantautora María Elena Walsh y al joven rosarino asesinado en 2001, Claudio “Pocho” Lepratti.