Por María Mansilla – Crónica del libro Vamos a portanos mal, del Centro de Competencia en Comunicación para América Latina

¿Quién hizo el clic? Todavía les preguntan. A quién le importa. “Trabajamos colectivamente pero con una sola cámara. Cada imagen la hicimos entre todos. Uno hablaba con la persona, otro preparaba la situación, otro ponía el flash, otro cuidaba el equipo. Ya ni nosotros sabemos quién hizo el clic”, cuentan, también colectivamente, los integrantes de Sub [Cooperativa de Fotógrafos].

Así cocinaron la muestra “San Darío del Andén”, que hoy se inaugura en el Centro Cultural Recoleta, en el barrio más caro de Buenos Aires. Muestran a distintas personas en la misma situación: agitando la memoria como quien no puede creer que ya pasaron ocho años desde que asesinaron a los dos militantes en una estación de tren. Y llevan las voces de esa marcha, del puente a la galería y de la galería a las arterias de la ciudad, como un río nervioso que no encuentra la salida al mar. Fueron dos muertes que marcaron un cambio en la historia política del país. Y se convirtieron en símbolo de la protesta social argentina desde que volvió la democracia.

La invitación lo explica así: “San Darío del Andén alude al líder social Darío Santillán, que participaba con Maxi Kosteki en una marcha el 26 de junio de 2002. Fueron fusilados, muertos a sangre fría, por la policía, en la estación de trenes de Avellaneda. Primero, Maxi. Luego Darío, cuando se arrodilló a asistir al compañero. La militancia y capacidad organizativa, y también su sacrificio, lo convirtieron en símbolo político y estampa popular, como ejemplo de dignidad y lealtad. Las fotos retratan a 14 personas -cuyas vidas fueron tocadas por el compromiso y la pérdida de Darío– confiriéndoles protagonismo ya que, desde sus espacios, mantienen vivo su recuerdo”.

-Abrime el móvil que a estos negros hay que matarlos a todos, le dijo el entonces comisario Alfredo Franchiotti a su chofer (1). Y los mató.

Esa marcha reunía por primera vez a todos los grupos del movimiento de desocupados, esa nueva raza, ese inesperado actor que representan las personas desocupadas juntas y en movimiento. ¡No, no estaban en vías de extinción! Querían cortar y cruzar un puente, el Puente Pueyrredón. Y muchos otros puentes, todas las fronteras invisibles que “unen” el conurbano bonaerense -la región con los índices sociales más negativos-, yla Capital -el distrito más rico-. Pedían trabajo y comida.

Los rumores decían que iba a haber represión. “No íbamos preparados para enfrentarnos con la policía sino para replegarnos y volver todos juntos”, contó Pablo Solanas, uno de los manifestantes, a la periodista Laura Vales, de Página/12 (2). Y Solanas le regaló un recuerdo:

 -¡Tengo mucho miedo!, le dije a Darío.

 -Sacátelo gritando, me contestó. Lo había aprendido de la película Corazón valiente.

“La crisis causó 2 nuevas muertes”, “Suman 31 desde diciembre”, “No se sabe quiénes dispararon”, tituló Clarín al día siguiente. “Una escalada que vuelve más frágil a la democracia”, “Militantes de organizaciones radicalizadas de desocupados y provocadores políticos intentaban cortar el camino”, afirmó La Nación también aquel 27 de junio de 2002.

-¡No le pegués más, te tengo en todas las fotos!, decía Pepe Mateos, el reportero que estaba ahí ese mediodía, al policía, según cuenta Gabriela Mitidieri, Gaby, una de las fotógrafas de Sub (la que anda en bicicleta, tiene el pelo negro, cortito, y anteojos de marco grueso). Dice que lo leyó en el libro Las grandes fotografías del periodismo argentino que, en muchos tomos, está saliendo ahora en Clarín. Aquella foto de los piqueteros -“la” foto- está hoy junto a otras muchas imágenes, incluidas las de Maradona y Eva Perón.

El tratamiento que los grandes medios dieron a esta masacre está presente en muchas clases de periodismo. Es el no-ejemplo de censura y ética. Porque 24 horas después la verdad se reveló y se rebeló: más de 1.200 disparos hechos por “fotógrafos de coraje civil”, como los llama el escritor Osvaldo Bayer (3), junto con 27 videos fueron una prueba judicial mucho más contundente que los 500 testigos que iban a declarar en el juicio (4). Menos mal. Ese medio millar de testigos se dividían en tres grupos. La policía, sus jefes políticos, las  y los manifestantes. ¿A quiénes les habrían creído?

“Cuando volvés a ver esas imágenes quedás impresionado. El paso del tiempo las resignifica. Da una sensación más pesada de lo que implican esas muertes –dice Ezequiel Torres, fotógrafo de la revista Veintitrés, miembro dela Comisión Directiva de ARGRA (Asociación de Reporteros Gráficos dela República Argentina)-. Estaría bueno que pudiéramos pensar: ¿Cuál es el lugar que ocupamos los periodistas? ¿Cuál es nuestra relación con lo que informamos? ¿Cuánto nos dejamos contaminar por la versión oficial? Esa reflexión no sucedió ni sucede.”

“No fueron errores ni excesos, sino la trágica consecuencia de lógicas políticas –escribió en los días de la masacre el periodista José María Pasquini Durán desde la contratapa de Página /12-. Los incidentes de ayer en Puente Pueyrredón corresponden con puntualidad a las voces dentro y fuera del gobierno que en las últimas semanas reclamaron un castigo ejemplar para la protesta popular callejera.”

Al ex comisario Alfredo Franchiotti y a su asistente, Alejandro Acosta, los condenaron a prisión perpetua por protagonizar “un acuerdo criminoso para dar muerte en forma indeterminada a los piqueteros” y “torturar a los manifestantes” al dispararles con balas de plomo (5). Los responsables políticos, aquellos que dieron la orden de semejante represión, nunca fueron juzgados.

¿Por qué significó un cambio en la historia política del país? Porque obligó al presidente de entonces, Eduardo Alberto Duhalde, un “pez gordo” del histórico Partido Justicialista, a anticipar el llamado de elecciones, de modo de poder concluir cuanto antes su mandato. Justo que por fin, aunque sea interinamente, ocupaba el sillón presidencial que tanto, siempre, lo había desvelado. A su vez, los aspirantes a remplazarlo formulaban, entre sus principales propuestas, promesas de comprensión hacia el movimiento piquetero. Y esa fue la garantía de que la represión policial no volvería a ser, al menos en Capital, tan alevosa.

Darío y Maxi no quedaron tirados en el asfalto. El pueblo los llevó a su tierra, escribió Osvaldo Bayer.

Como la réplica de un sismo el movimiento de desocupados estaba llegando desde el interior del país a la casa presidencial. Nació a mediados de los 90. Entonces, la economía crecía, y el desempleo también. Del 7% en 1991 trepó al 21,5% en el 2002 (6). La brecha social se convirtió en la más grande de las últimas tres décadas. Cuando la masacre, había pasado nada desde el 19 y 20 de diciembre, el estallido social que, además de la renuncia del presidente Dela Rúa, terminó con 30 y tantas muertes (todavía sin esclarecer). Después, tuvimos cuatro presidentes en una semana (el último de ellos fue Duhalde, elegido porla Asamblea Legislativa). Por esos días, los políticos no podían caminar por la calle ni pisar un bar. “¡Ooohh! que se vayan todos, ¡ohohoho! -pedía “la gente”-. Que-no-que-de, ¡ni uno solo!”

Los primeros levantamientos que darían vida al movimiento piquetero habían surgido en localidades chiquitas del interior del país con la desesperación de los trabajadores que quedaban afuera de las empresas cerradas o privatizadas en Cutral-Co (Neuquén) y General Mosconi (Salta). Inauguraron una forma de protesta distinta. 1) Como no podían recurrir a una huelga ni tomar una planta, cortaban la ruta: así ganaban visibilidad en los medios, se hacían escuchar por el gobierno nacional. 2) Debatían en asamblea. 3) Pedían planes sociales. Participaban trabajadores jerarquizados y obreros, las mujeres, los hijos, los amigos, comerciantes, maestros, los conocidos del pueblo, hasta las suegras.

El fenómeno no sólo fue impulsado por la prepotencia de la pobreza mezclada con la conciencia gremial. También influyó definitivamente el fin del proyecto que significó la privatización de la empresa YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales), la petrolera estatal que supo ser un orgullo para los argentinos y que fue vendida a precio vil por el gobierno de Carlos Menem. “No era sólo una empresa productiva estatal, era un mundo de sentidos –explica Federico Schuster, politólogo, compilador de un montón de publicaciones, entre ella La huella piquetera, y ex decano dela Facultad de Ciencias Sociales dela Universidad de Buenos Aires (7)-. La localidad vivía en torno a YPF, los trabajadores vivían en el barrio de YPF, sus hijos iban a la escuela de YPF, a su proveeduría, a su mutual, a su club. Cuando YPF se privatiza lo primero que hace la empresa Repsol (empresa brasileña compradora) es desarmar esa estructura. Nuestros primeros piqueteros son el resultado no sólo de la pérdida del empleo: han perdido su trabajo y su mundo, su horizonte de sentido”.

En el país de las Madres de Plaza de Mayo, después de la masacre del Puente el ensayo de mano dura se vivió como una pesadilla de los años de dictadura militar. ¡Nunca más! La clase media se solidarizó con las víctimas de este modelo económico, al calor de las cenizas que todavía quedaban del romance del 19 y 20 de diciembre de 2001, cuando coreaban: “¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola!”. Con el tiempo esas “pasarelas sociales”, como las llama la filósofa Maristela Svampa (8), se quebraron.

“Me pregunto por qué tanto impacto por la muerte de Kosteki-Santillán, no porque me parezca poco grave sino porque hay un montón de muertes que ni siquiera tienen nombre. Creo que es por el efecto de revelación de la mentira, de la versión oficial mediática cerrada sobre la versión policial”, cuenta Marcela Perelman, licenciada en ciencias políticas, becaria del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) y miembro del equipo de Violencia Institucional del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales).

Perelman investiga el tema de la represión policial, y también tiene un acercamiento antropológico a las fotos que denuncian de qué forma murieron Kosteki y Santillán. Analiza qué hizo que esas imágenes sean posibles. Su gran pregunta es: “¿Cómo fue que Franchiotti actuara así delante de las cámaras?”. La respuesta está en la impunidad que sentían y en la ilegal forma de trabajar de la policía bonaerense.

“Los guiones morales que existen en la sociedad en momentos específicos se encarnan, y esto le da fuerza a las imágenes para que queden como recuerdo. Entran en algún relato de sentido común y encima, en este caso, contradicen la versión oficial, traen una narrativa distinta –retoma Pelerman, y cita dos ejemplos-: La foto en la que se ve a un policía como sonriendo junto al chico muerto es la foto de la cacería, de la sonrisa del verdugo, con un relato micro. Es la imagen clásica de una ejecución: finalmente el asesino era el policía. Otra de las fotos es la de Darío arrodillado, tomándole la mano al compañero, dos minutos antes de que lo mataran. Y cómo él se vuelve el ideal del militante, de la integridad, del que da la vida por un compañero. Queda como inmortalizado, es un mensaje fuerte hacia adentro y, sobre, todo hacia la juventud.”

Los taxistas se convirtieron en corresponsales desde la línea de fuego en los años siguientes. Repetían la palabra caos de tránsito/corte/marcha cada dos segundos (¡más que los movileros de televisión!). No era para menos: el corte de calles fue el modo de protesta social por excelencia.

Entre 2004 y 2005, en Buenos Aires llegó a haber más de un piquete por día. Este dato fue la columna vertebral de la editorial del 19 de diciembre de 2005 del diario La Nación. “La intolerancia de cortar las calles”, titularon. Y en el cuerpo del texto se leía, una vez más, el mismo análisis: “Caos en el tránsito vehicular y un sinnúmero de trastornos a los vecinos de la ciudad”. Clarín, en aquella época, tenía un discurso parecido: “Si bien es entendible que pretendan llamar la atención sobre sus problemas interrumpiendo el tránsito, este método lesiona los derechos de la población a desplazarse, lo cual incluye a miles de personas que van o vienen de sus ocupaciones”.

Claro que todo era por-culpa-de-los-piqueteros. Quien llegaba a la oficina (tarde) o a un cumpleaños (tarde) o a una reunión (tarde) o a comer un asado (tarde) seguramente decía: “¡Odio a los taxistas!”. O bien: “¡Otra vez los piqueteros!”. Si un niño se plantaba ante el plato de brócoli sin sal que su mamá insistía con hacerle probar, pues el menor de edad estaba “haciendo un piquete”. Y así. Más o menos todos los argentinos confiábamos en que tenía sentido ejercer ciudadanía.

El ex presidente Néstor Kirchner (quien gobernó el país en el período 2003-2007) manifestaba: “Una verdadera libertad de expresión, de ideas, debe desistir del procedimiento de cortar calles porque eso es quitarles el derecho a otros argentinos que también trabajan y también sufren” (9). Mientras, de 200.000 planes asistenciales que se entregaban en 1997, se trepó a 1.300.000 en el 2002. Y a 1.760.000 en el 2004 (10).

“Yo voy y vuelvo de mi laburo en colectivo. Y el tráfico siempre es insoportable, aunque no haya marchas”, retruca Juan De Wandelaer, militante del equipo del SERPAJ (Servicio Paz y Justicia), que lidera el Nobel dela Paz Adolfo Pérez Esquivel. Cada vez que cruza un piquete, se acuerda de un comentario de Ariel Colombo, investigador del CONICET. Él nombraba a los primeros cortes de ruta como actos de desobediencia civil. “Coincido con eso. Se trata de una acción no violenta, de un acto público, consciente, político, contrario a un programa de gobierno y abierto a modificarlo. Mencionaba que en aquellos cortes estaba prohibido el alcohol como clara medida para evitar problemas de violencia. Pueden disgustar a mucha gente. Pero entre los derechos que reclaman y el derecho a circular, para mí son más importantes el derecho a tener un trabajo digno, salud y educación.”

¿Quiénes cortaban la calle en esos años? No sólo militantes o familiares de las víctimas de la represión del 19 y 20 de diciembre. Había empleados del Colegio de Abogados. Gastronómicos. Colectiveros. Trabajadores de la Salud. “La violencia estatal como control de la protesta tal vez hoy sea más esporádica.  Se ocupa o usa el espacio público y los medios de prensa cubren el reclamo con cierta naturalidad -resume el abogado Leonardo Filippini, quien junto con el CELS, publicó la investigación El Estado frente a la protesta social-.  Esto da visibilidad y genera un costo al Estado, como mínimo, por el ineficaz ordenamiento del espacio común.  Pero esta dinámica también habla mal de nosotros: hay terceros afectados y es una forma bastante rústica de petición. Si llegamos demasiado lejos para poder decir algo se debe, en parte, a que no existen mejores vías de expresión y escucha, o a que no adherimos a las reglas del debate… Por supuesto, el problema no es quien protesta porque no tiene otras vías de reclamo, sino la comunidad política que no las sabe generar”.

El abogado cita un caso clave: H.I.J.O.S. (Hijos porla Identidadyla Justiciacontra el Olvido y el Silencio),  la agrupación que, desde 1995, reúne a los hijos de las víctimas del terrorismo de Estado. Ellos, ante las leyes de impunidad de esos años, inauguraron una forma de protesta social: el “escrache”. Consistía en conseguir las direcciones de los responsables de lo peor del gobierno de facto, y manifestar frente a sus casas, al menos para garantizar la condena social. “Su  protesta colaboró a horadar la impunidad. Es un buen ejemplo acerca de cómo un reclamo político, incluso con notas de arte callejero, se hace público y es catalizado por las instituciones. Hoy  H.I.J.O.S. actúa en los juicios, y minimizó o dejó de hacer escraches. El Estado logró reconducir de un modo más aceptable una demanda legítima de justicia. Cuando el poder político procesa de modo democrático la demanda social, los grupos se avienen y pueden adherir a la salida institucional”. En junio de cada año, desde 2002, H.I.J.O.S. publica una solicitada en el diario pidiendo el enjuiciamiento a los responsables políticos de la muerte de Kosteki Santillán y por la libertad de expresión de la protesta social.

En el Congreso argentino hace 2 años le dijeron que no, que era imposible aprobar su idea al diputado nacional Horacio Alcuaz. Había propuesto una amnistía: extinguir la pena y/o la acción penal en las causas relacionadas con reclamos sociales, políticos, laborales o ambientales. ¿Qué recurso eligieron para insistir que se vuelva a tratar? ¡Una manifestación! La intención: “Neutralizar la escalada represiva del Estado en la vida social”, como se lee en su proyecto de ley contra la criminalización de la protesta, ingresado con el número de expediente 1753-D-2010. La mencionada marcha fue en julio del 2010. El proyecto nació en abril de 2008, y menciona otros esfuerzos parlamentarios de los últimos 10 años, preocupados también por esta otra forma de represión.

Coacción, privación ilegítima de la libertad, usurpación y hasta sedición –que habilita la prisión preventiva-. ¿Las causas judiciales a los manifestantes con qué argumentos se inician?  “Quien protesta muchas veces tiene bloqueados otros canales de participación y tiene una demanda que formular. Y las policías, o luego un fiscal o un juez, pueden interpretar demasiado estrechamente nuestro permiso para protestar en ciertos contextos. En ocasiones también, por supuesto, los límites a esos permisos se infringen y pueden ocurrir acciones violentas que no están autorizadas por el derecho a reclamar. Pero en mi experiencia, lamentablemente, no todos los procesos penales abiertos correspondían a este segundo grupo”, explica Leonardo Filippini.

El nombre “piqueteros” empezó siendo una forma de reconocerse desempleado pero llamándolo de un modo algo menos deprimente. “Además de atraer la atención -de los medios y del sistema político- por su fuerza expresiva, representó una alternativa para quienes una definición, como la de desocupados, resultaba intolerable”, revisa Maristela Svampa (11), autora de Entre la ruta y el barrio: la experiencia de las organizaciones piqueteras.

-¡Pi-queee-teros, carajo!, repiten en las marchas.

Siguen poniendo el cuerpo como quien marcha al estadio de fútbol a ver un clásico de Boca y River. Ya no llevan palos ni la cara cubierta con un pañuelo –como hacían por su propia seguridad, para evitar la represión policial-. Quieren mostrarse más amables ante las cámaras de televisión, que igual los siguen mirando como una amenaza, como personas violentas, peligrosas, que prefieren tener un subsidio antes que un trabajo.

“Ante las demandas y las protestas, el Estado ha respondido con tres mecanismos –enumera Svampa (12), autora también de Cambio de época: movimientos sociales y poder político-. Primero, la represión. Segundo, la cooptación o reclutamiento. Tercero, la criminalización. El primero intenta provocar miedo y paralización social. El segundo, dividir a los movimientos sociales con alianzas y ayudas desparejas. El último, delegar ala Justicia la resolución de los conflictos de índole social.”

En esta línea: “Pese a que el gobierno (de Néstor Kirchner) inicialmente se había comprometido a tratar la amnistía o nulidad de los procesamientos iniciados por cortes de ruta, apenas entablada la pulseada en las calles, olvidó el proyecto y apostó a la política de manejarse –en palabras del Ministro del Interior- con el ´código penal en la mano´ -cita Svampa (13)-. Así, en los últimos tiempos, en sintonía con el poder político, los jueces comenzaron a actuar de oficio, abriendo causas penales contra militantes sociales o solicitando investigaciones y seguimientos sobre las modalidades organizativas y financiamientos de determinadas organizaciones piqueteras”.

El Movimiento de Trabajadores Desocupados (conocidos por eso como “MTDs”) nunca fue uniforme. Hoy están los aliados al gobierno, incluso algunos de ellos son funcionarios. Otros, son oposición. También están los que se quedan al margen, definen su propio proyecto político y desde sus territorios ponen en marcha ese otro mundo que creen posible.

“Y te digo más, en algún momento nosotros mismos nos denominamos piqueteros, éramos miembros del mismo clan”, dicen los fotógrafos de Sub. “¿Che, ustedes son como una agencia?” “No, cooperativa”, explican siempre. Por eso no les importa quién hizo el clic sino qué imagen documenta la cámara. Son un referente en cuanto a la cobertura sostenida de los llamados temas sociales, incluso cuando en la agenda de los medios dejaron de estar de moda estos asuntos. Mapuches, campesinos desplazados por el avance sojero, migrantes, travestis, víctimas del paco… y ahí está Sub. Clic. Publican mucho en medios europeos. A las organizaciones sociales les ceden las imágenes (“Por supuesto”). Tienen 20, 30 y pico. Se llaman Gabriela Mitidieri, Sebastián Hacher, Nicolás Pousthomis, Olmo Calvo Rodríguez, Gisela Volà.

“Nos inspiramos en el funcionamiento del movimiento de desocupados. Compartimos los ingresos, apuntamos a la horizontalidad…”, cuentan, mientras el agua del termo se vuelve a calentar para que la ronda de mate (con yuyos) siga. De una lata, se van extinguiendo las galletas de chocolate con avena que hizo uno de ellos. Sub ocupa una habitación en lo de Nicolás y Gisela (ellos son pareja), una casona del barrio de Almagro que está justo frente a la casa de Ronald McDonald. Llegan sus hijos de la escuela; saludan a uno por uno, y con un beso. Afuera llueve.

Sólo les falta cortar calles –o tomar un local de comida rápida- para entrar en la categoría de los llamados “nuevos movimientos sociales”. ¿Qué tienen de nuevo? Que, a falta de canales de diálogos idóneos, entran de lleno en la acción directa: escraches, cortes de rutas y calles, bloqueos, ocupaciones.

Las paredes hablan, pero en ninguna se ven los cuerpos muertos. Porque todavía hoy, en aquel andén, todos los años se recuerda y se repudia la masacre. Y se denuncia una vez más que los responsables políticos no fueron juzgados. Y que, encima, Duhalde, el máximo responsable de la represión policial,  no sólo sigue impune sino que está en carrera para las elecciones presidenciales del 2011.

“La Muestradel Recoleta la colgamos en dos horas. En Avellaneda estuvimos toda la tarde: pintamos, serruchamos –cuentan los fotógrafos-. Para nosotros tiene la misma importancia una exposición en el barrio más chic de Buenos Aires que en una estación del conurbano. En nuestro orden de valores tenía mucho peso que esas fotos vuelvan a su lugar.”

El lugar hoy está 100% intervenido por la rama de arte callejero que es también uno de los platos fuertes del Frente Popular Darío Santillán. Afuera de la estación está, como siempre, el hombre que vende CDs “truchos” (piratas). Los carteles de puño y letra dicen que tiene “Cumbia Villera”, “Cuarteto y Merengue”, “Cumbia Santafesina”. Ahora suena el grupo Kaniche: “Cómo será ese dolor que tú me hiciste sentir/ Qué duro se hace vivir y resignarse a olvidar…”. Adentro, el umbral donde mataron a los militantes es mucho más chico de lo que se ve en las fotos. Un señor vende paraguas de animal print. El tránsito caótico de afuera retumba acá adentro, y el ruido de las motos con escape libre, ni hablar. En otras pintadas están los nombres de Fuentealba y Pocho Leprati, otras víctimas de la represión policial.

Los muchachos de Sub también usaron de puente al puente. “Fue nuestro comienzo, por eso le tenemos tanto cariño”, dicen. Antes de asumir el oficio de cronistas, uno vendía comida, otro daba clases de francés: así se mantenían. Filmaban, sacaban fotos, hacían entrevistas, estaban en los cortes, en las asambleas vecinales, salían corriendo si a las 3 de la mañana les avisaban que habían desalojado una fábrica.

– En el 2001 empezábamos a ser padres al mismo tiempo que empezábamos a ser periodistas. En esos años, ¿viste que de repente se creía que todo era posible? Y nosotros nos creímos eso. Y pienso que lo seguimos creyendo, dicen.

“Antes, MTD era la sigla de Movimiento de Trabajadores Desocupados. Ahora cambiaron esa D de desocupados –filosofa Nicolás, de Sub, importado de Francia-. Porque a la palabra piquetero se la vació de sentido a partir de que partidos más orgánicos empezaron a armar sus propios grupos de piqueteros recuperando los símbolos del movimiento. Y porque dicen: ‘Bueno, nosotros no tenemos un empleo pero no somos desocupados porque todo el día estamos ocupados en otra cosa. No vamos a una fábrica ni estamos al servicio de un patrón. Armamos nuestra escuela, nuestros emprendimientos productivos’. Incluso si les ofrecés un trabajo asalariado no lo aceptan porque están en otro camino.”

– ¿ENTONCES CAMBIARON LA “D” POR…?

– Eh… Ahora son… Movimientos de trabajadores… no sé… ¿felices? Hay un grupo en Francia que se llaman felices. Darío militaría en el Frente Popular de Trabajadores… Felices.

Sí, están bastante felices. Darío era parte del MTD Aníbal Verón, del que es hijo, por decirlo de alguna manera, la agrupación que hoy lleva su nombre: el Frente Popular Darío Santillán, y tiene huellas en todo el país.

Este fin de semana hay un “acampe”, como les llaman a los encuentros que duran sábado y domingo y reúnen a miembros de distintas filiales como Tucumán, Río Negro,la Villa21 (un barrio de emergencia de la ciudad de Buenos Aires).

Una de sus bases está en el Centro de Trabajo y Cultura Roca Negra, en una vieja empresa metalúrgica que les sirve de techo. Esta es su casa. Su “espacio comunitario autogestionado”, donde funciona la fábrica de ladrillos que había soñado Darío Santillán. Por eso se había mudado desde su barrio, Don Orione, hasta aquí, Monte Chingolo, uno de los manchones más pobres del país (y por eso, aquí y ahora, este laberinto de rectángulos grises apilados como un Lego).

“Su muerte sirvió para que no se estigmatice a los movimientos de desocupados, para saber qué contención ofrecen a aquellos que están sin trabajo –cree Alberto, el papá de Darío, que es enfermero de terapia intensiva (14)-. La contención que tenían que dar los gobiernos la terminaban dando los movimientos. Es allí donde se produce el cambio de conciencia. Es pasar de ser desocupado a tener dignidad.”

A diferencia de otros grupos de piqueteros, los “del Frente” tienen por principio permanecer lejos, tener autonomía del Estado, dela Iglesiay de los partidos políticos. Su estrategia, explica Federico Orchani, uno de sus miembros, es “la construcción del poder popular”. Pero reconocen el empujoncito de los planes sociales que entrega el gobierno de Cristina Kirchner (presidenta de los argentinos desde 2007). Especialmente el “Argentina Trabaja”, “un salto” en relación  con las políticas sociales. Les entrega el equivalente a u$s 400 para hacer trabajos cooperativos.

Así nacieron, y hoy tienen vida propia, uno de sus proyectos estrella: las fábricas textiles que, principalmente, producen guardapolvos que venden sobre todo al Estado y en las redes del comercio justo. Igual, este plan asistencial no llega al resto del país.

Decíamos que sí: hoy están todos -mejor dicho todas- bastante felices. Lo de esta mañana se trata de una reunión de las mujeres de esta organización “para que la no violencia de género no sea sólo parte de nuestro enunciado”, explican dos de ellas -Mercedes yLa Tana-mientras, con ramas, prenden el fuego para recibir con un asado el almuerzo. Celina Rodríguez se llama la mujer que está rondando los grupos de debate y con dos dedos y una mueca hace seña de que vayan cortando.

“Ya no somos piqueteros. Hemos trascendido –me explica Celina-. Ya no son planes sociales y trabajo lo que pedimos. Son otras las necesidades, como salud y educación. Es un frente multisectorial: hay estudiantes, ocupados, centros culturales y una gran base del sector territorial. Lo llamamos así, sector territorial, porque es más que la expresión de la gente de un barrio de bajos recursos. Pensamos en el territorio con las características de Buenos Aires, donde está todo mezcladito.”

– ¿CÓMO SE PLANEAN LOS CORTES, A ESTA ALTURA…?

– Celina Rodríguez: Tratamos de poner creatividad, lo artístico es clave para la visualización. Nos vestimos de una forma determinada, a veces nos pintamos la cara o llevamos una pechera. O, si pedimos trabajo, vamos con herramientas de trabajo… Son formas para que en una ciudad tan grande la movida no se pierda. No hay que naturalizar este espacio porque significa mucho esfuerzo, mucho trabajo interno. A veces los medios le cambian el sentido, ponen sólo lo general. Si no tuviéramos razones urgentes,  no seríamos tan absurdos.

– ¿VOLVIERON A TENER PROBLEMAS CONLA POLICIA?

– Federico Orchani: No hay consenso para la represión policial, nadie quiere un 26 de junio más. Lo que sí pasa en los barrios es el gatillo fácil y los aprietes de la policía. Eso no se ha modificado: la persecución a la juventud, en los barrios más apartados, digamos, eso no se ha modificado. La hostilidad continúa.

– C.R.: Nuestros compañeros de la provincia de Salta, por ejemplo, sí tienen represión policial. Nosotros, no. Pero, con el último corte, a tres compañeros se los llevaron presos.

– SE CALCULA QUE EN TODO EL PAIS HABRIA UNOS 5.000 PROCESAMIENTOS…

– C.R.: A ellos los acusaron de estar robando. No estamos todos los días preocupados por eso, pero para ellos es una situación de estrés. Están procesados. La única forma de romper con esa demonización y el aislamiento es la correlación de fuerzas. Tenemos que ser muchos en la calle. Queremos juntarnos con otra gente, todo el tiempo.

¿Se animan a jugar? Pregunta Juan De Wandelaer, de SERPAJ, cada vez que da uno de sus talleres. Así lo hizo también con un grupo de piqueteros de José León Suárez. “¿Ven estos 9 puntos? Hay que juntarlos con 4 líneas rectas sin levantar el lápiz. Cuidado: el tema es que la gente siempre ve un cuadrado. Pero yo no hablo del cuadrado. Cuando intentan resolverlo, creen que no pueden salir de los límites que ven. Les explico que justamente la idea es romper el marco, tener otras visiones del problema, no encerrarse en el aspecto que más se ve. La no violencia activa tiene que ver con correrse de los marcos, de los cuadros, y buscar soluciones afuera.” ¿Te animás a jugar?

 

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REFERENCIAS Y FUENTES CONSULTADAS

1 Por Lucio Fernández Moores. “Kosteki-Santillán: para el tribunal, hubo un plan conjunto para matarlos”. Diario Clarín, 11 enero 2006.
2 Por Laura Vales. “Darío hizo lo que muchos deberíamos haber hecho”. Página/12, 9 enero 2006.
3 Por Osvaldo Bayer. “Siempre estarán allí”, contratapa de Página/12.
4 Por Liliana Caruso. “Más de 1200 fotos y 27 videos, claves en el caso Kosteki-Santillán”. Clarín, 21 junio 2005.
5 Por Lucio Fernández Moores. “Kosteki-Santillán: para el tribunal, hubo un plan conjunto para matarlos”. Clarín, 11 enero 2006.
6 Encuesta Permanente de Hogares del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INDEC).
7 “Los piqueteros son personas que han perdido su trabajo y su mundo de sentido”, entrevista a Federico Schuster publicada en Blog de Notas, de la Universidad Nacional de Rosario.
8 “A cinco años del 19/20 de diciembre”, intervención de Maristella Svampa en un encuentro de Pañuelos en rebeldía, 18 diciembre 2006.
9 Cita de la editorial del diarioLa Nación del 19 de diciembre de 2005, “La intolerancia de cortar las calles”.
10, 11 y 13 Por Maristella Svampa. “El devenir de las organizaciones piqueteras enla Argentina”. Publicado en Mouvements et pouvoirs de gauches en Amérique Latine, Alternatives Sud, centre Tricontinental et Editions Syllepse, Louvain, Belgica, volumen 12, 2005-2.
12 Por María Carmen Ramos. Entrevista a Maristella Svampa publicada en la sección Los intelectuales y el país de hoy.La Nación, 30 septiembre 2006.
14 “Darío y Maxi sembraron una semilla de conciencia en muchos jóvenes”. Entrevista a Alberto Santillán realizada por Gimena Fuertes. Diario Tiempo Argentino, 26 junio 2010.
15 “Kirchner construye hegemonía cerrada del lado del Gobierno”. Entrevista al politólogo Federico Schuster realizada por José Natanson, Página 12, 2 marzo 2004.
16 Por Laura Vales. “Darío hizo lo que muchos deberíamos haber hecho”. Página 12, 9 enero 2006.