AdolescereMiriam Maidana* – Cosecha Roja.-

Fernanda es brava. Tiene 17 años y una beba de 2 meses. Parió sola porque su “marido” está en un instituto de menores. La mamá murió cuando tuvo a su décimo hijo, el papá se fue y el padrastro es alcohólico. Tiene 9 hermanos, 15 sobrinos, 8 tatuajes. Hace seis meses que dejó las pastillas. Sueña con mudarse a Constitución y vivir en familia.

“Por todas las veces que dije/ Diosito si me zafo de esta/ a lo mejor me tiene que tocar” (Acorazado Potemkin/ A lo mejor)

La conozco a Fernanda cuando ya lleva dos meses de flamante madre. Está obsesionada con el cuerpo. “Mirá la cicatriz que me dejaron!”, “quedé re-gorda!”. La beba le cuelga de un brazo. Pienso que una posibilidad es que se le resbale, así que la alzo a upa. Fernanda se sube la remera y me muestra: “Son unos bestias en el hospital ese, me arruinaron!”

Fernanda habla siempre de Máximo: “Es mi marido”, dice. “En cualquier momento se escapa y vamos a estar los tres juntos”. Máximo tuvo audiencia la semana pasada en el Juzgado: su madre no quiso firmar como referente, así que deberá continuar cumpliendo una condena en el Instituto de Menores de La Plata.

“A lo mejor es una flor cortada de pimpollo/ una promesa dicha sin pensar”

La telenovela de Fernanda y Máximo es breve pero intensa: fueron muy amigos en la plaza donde se juntaban todas las noches a beber, consumir un poco de lo que hubiera y planear golpes espectaculares que los libraran de ese pueblo del conurbano donde las casas son de cartón, de plástico, de adobe: “Nos vamos a ir a vivir los tres a Constitución: allí tenemos amigos, es un barrio re-lindo!”. Una noche de verano calurosa solo había para cerveza y Fernanda y Máximo se besaron. “Vos no me vas a creer, pero ahí mismo me dí cuenta que íbamos a estar juntos para siempre”.

Fernanda iba a cumplir 16, Máximo tenía 14. La madre de Máximo, una señora muy apegada a su hijo menor, se puso loca. Cuando se enteró del noviazgo la fue a buscar a la casa y le habló sin rodeos: “Máximo es mi bebé: antes que con vos prefiero que esté preso”. La suegra de Fernanda iba y venía de comisarías y juzgados: no le molestaba el hijo menor que se la pasaba en la plaza, que fuera mujeriego o bardero. Lo que le jodió fue que Máximo anunciara que estaba de novio con Fernanda. Eso no lo iba a permitir.

La historia de amor continuó con mayor fuerza, incrementada por el consumo de pastillas, alcohol, marihuana, cocaína si había, “paco no, eso te arruina”. Y una noche Máximo acabó adentro y “yo me dí cuenta que estaba embarazada. Durante mucho tiempo le eché la culpa a él, porque yo le aclaré que conmigo ni joda: yo no quería traer chicos a este mundo, ¿para qué? ¿Para qué vivan como nosotros?”. Pero fuimos los dos: estábamos como medias!”

El test casero fue algo más: Fernanda lo supo enseguida. “Tenía las tetas como Moria Casán, me la pasaba vomitando, estaba cuadrada”. Pensó en abortar? “Ni ahí: te jodes, nomás. Pero no podría matar a mi hijo. Aparte Máximo estaba contento, íbamos a ser tres, como una familia…”

Fernanda hizo un par de controles en la salita del barrio y la panza fue creciendo. Una tarde una vecina, que la conocía desde chiquita y le daba la merienda cuando sabía que en su casa no había para comer, le regaló un vestido: “Era Navidad, íbamos a pasarla en la casa de Máximo. Yo me peiné bien linda, me puse el vestido, me perfumé toda y Máximo no aparecía. Pensé que había “caído” otra vez, pero mi suegra me dijo: “No, ya me hubieran avisado…debe estar con alguna chica que no sea un tambor como vos”. Me acosté en la cama y lo esperé: llegó a cualquier horacon un chupón en el cuello. Yo me puse loca y le partí una botella de sidra en la cabeza. El me empujó y me dijo: “Fue tu prima, está celosa de lo que tenemos, se quiere ir a Constitución conmigo y como yo le dije que no, que vos sos mi mujer, me marcó”. Máximo tenía la cabeza muy dura y Fernanda estaba muy enamorada: la reconciliación fue fogosa. Y el último recuerdo.

“A lo mejor es un camión chocando en tus columnas/ Es mi suerte y me vino a buscar”

A los dos días Máximo cayó de nuevo: la madre no firmó nada y lo mandaron al Intermedio, instituto de Menores de Provincia donde van a parar los pibes hasta que el Juez o la Fiscalía llegue a sus causas y los cite a declarar.

A los dos meses Fernanda parió: sola. Tuvo una niña, con bajo peso. “Yo les pedí que me anestesiaran toda por lo de mi mamá, pero no me dieron bola”.

La mamá de Fernanda tuvo diez hijos: murió en el parto del último. Ya a partir del quinto le habían advertido en el Hospital que no tuviera más, que su vida corría peligro. Pero no le ligaron las trompas, no le pusieron un DIU. En los hospitales son comunes las advertencias. Y las altas lo más rápidas posibles.

La beba de Fernanda reingresó al hospital al poco tiempo: neumonitis. Fernanda tiene dos padres: uno biológico, al que no quiere. Y otro, el padrastro, con el que vive y al que considera padre.

Fernanda fue producto de un amorío de la madre, por eso no lo quiere. Eso, ha sentido toda su vida, la hace “distinta” de sus hermanos.

El padrastro es un alcohólico crónico que se tomó el dinero conseguido para construir un baño en su casa y llegó al hospital a visitar a Fernanda borracho. Cuando Seguridad no le permitió la entrada bajó Fernanda y la novela siguió hasta que Máximo la llamó del Instituto y le dijo que no preocupara: en cualquier momento el salía y se iban a vivir la gran vida en un departamento alquilado de Constitución.

Más allá de la cicatriz que le surca la panza, Fernanda ha desarrollado un desprecio absoluto a todo lo que se relacione con lo hospitalario. Por eso al principio es toreo mutuo. Hasta que un día se queja de que ella no tiene una psicóloga, como otras compañeras de un espacio en común en un hospital del conurbano bonaerense. Ah, bueno…si quiere una psicóloga, ¿por qué no la pide?

Así, Fernanda, de 17 años, una bebé de 2 meses y días, con su “marido” en un instituto de menores, 1 padrastro que es biológicamente padre pero no simbólicamente, un padre que es padrastro, una madre muerta tras parir a su décimo hijo, 9 hermanos, 15 sobrinos, 8 tatuajes, mascota de la barra brava de un club del sur, dice: “¿Me puedo acostar?” y señala la camilla médica que está en el consultorio 9 del Hospital que queda en esa zona rodeada de camionetas de miles de dólares porque hay muchos transas y señoras que hacen tortillas en condiciones de higiene olvidadas, donde el polvo, las moscas y la basura conviven con niños desnutridos, madres con celulares Samsung Galaxy, padres que no ejercen el rol porque están muertos, detenidos o de gira, una médica nutricionista estudiante de bombo legüero, punteros atentos a los cambios peronistas (“ahora estamos con Massa, ya van a ver en el 2015 nos vamos pa´arriba!”), barriadas inundadas de paco, de pastillas, de planes sociales, de mujeres solas, donde las abuelas tienen 30 y poco de años y las madres 12.

“A lo mejor el pibe nunca aprende a andar en bici/ no lo empujen, no sabe frenar”

Fernanda se acuesta y habla como si fuera la protagonista de En Terapia, o de Historias de diván. Ella habla y yo tuerzo la silla y la escucho.

Fernanda, 17 años, una vida de mierda, armó solita su espacio y su dispositivo. Se apropió de la camilla, la transformó en diván, habló y habló.

Aún vive en la barriada de casas de cartón, plástico o adobe. Constitución sigue quedando a 90 minutos de viaje, casi otro país. Va al curso de Panadería con su hija: sus compañeras la alzan, la miman, la cuidan. No la amamantó nunca, pero aprendió a dosificar la leche en polvo para la mamadera. Y le habla como si tuviera quince años, trabajamos en eso: “Es que yo tampoco tuve niñez”.

Tiene una libreta para recordar que debe darse la inyección mensual -Fernanda no quiere tener más hijos-, las vacunas de la nena y los controles médicos.

Y un día dice: “Ya sé, ya sé que me vas a decir, pero acordate que ya llevo como 6 meses sin tomar pastis. Las pastis te pierden, te llevan a la maldad”. A Fernanda las “pastis” la pierden: un “no” a veces es un mínimo cuidado.

Máximo le manda fotos por wassapp pidiéndole que le lleve a la nena y algo para fumar en los pañales, “esos no lo revisan”. Otro “no”. Ella puede visitarlo pero sin la nena y sin nada para fumar.

El hit del taller de panadería es el pan dulce que, si bien promete, nunca nos trae. No conoce el concepto de regalo.
*Psicoanalista

Foto: Lucía Baragli

Notas:

1- La letra de “A lo mejor” es del CD “Remolino” de Acorazado Potemkin. https://www.youtube.com/watch?v=tvosiuwwXIw

2- La cicatriz que le dejó la cesárea fue algo innecesario: fue cosida como si viviéramos en los años 50.

3- En el caso de Fernanda y sus hermanos pequeños confluye el trabajo de varias secretarías. Las condiciones de su casa son paupérrimas (no tienen baño), el concepto de niñez está perdido, desde la muerte de la madre el padrastro/padre sólo se dedica a beber. Sin embargo cuando se le marcan pautas sanitarias de cuidado para la nena y para ella con dificultades pero las cumple.

4- En próximas notas abordaremos nuevamente la dificultad de derivación hospitalaria a niñas y adolescentes que han sido madres con los servicios de planificación familiar y documentación, que están dentro de los mismos hospitales.