ropa1Gracias por todos los mensajes. Ya estoy más o menos bien. Me la dieron al principio de la represión. Perdí bastante sangre, pero no pasó a mayores: tres puntos y un dolor de cabeza que con nanas e ibuprofeno se va calmando. Pensé en no decir nada pero todo se hizo público enseguida y hubo varixs colegas en situaciones parecidas. Así que aquí estamos.

Nunca hasta ayer había tenido que dejar de trabajar por un golpe. Lo peor de la represión es eso: cuando te lastiman, cuando te detienen, dejás de disponer de tu cuerpo. “Me tiraron gas pimienta, eso me anuló”, me había dicho un diputado el domingo. Ayer en medio de la represión recibí un golpe en la cabeza que me anuló. Odio que me pase eso, y más en una situación importante.

La primera vez que escribí sobre un conflicto social tenía 15. Saco la cuenta y descubro que no me perdí casi nada de la historia del país de los últimos 26 años.

Para mí el periodismo es una manera de decir cosas, como tantas otras. Siempre fui más escritor que fotógrafo, pero me gusta salir a la calle con la cámara: la fotografía es una forma de mirar y de habitar los espacios.

En los últimos años trabajé de editor. Me encanta poder ver la cancha completa, pensar ideas, ayudar a que el trabajo colectivo salga adelante. Amo Cosecha Roja y el equipo que formamos, pero ayer pedí correrme de esa función. Quería salir a la calle porque sabía que iba a ser uno de esos momentos históricos que no hay que perderse.

Al mediodía caminé desde la 9 de julio hasta el vallado. Me abracé con decenas de amigos y amigas. A la mayoría los conocí en el 2001: somos hijos de aquellos años. Compartimos la emoción de volver a encontrarnos, la preocupación por lo que vendría, la alegría de estar juntos y donde había que estar.

ropa2Trabajé tranquilo. No había ambiente de bardo. Cuando empezó la represión estaba adelante de todo. Siempre trato de quedar del lado de la gente: me siento más seguro ahí.

En algún momento empezó el avance de la policía y quedé mal posicionado, escondido atrás de un tacho de basura mínimo con Leandro Teysseire, fotógrafo de Página 12, uno de los mejores. Yo hice un chiste sobre lo pequeños que eran nuestros lentes para la situación en la que estábamos. Es mi forma de mantener la calma. “Parapetate”, me dijo él. “Estamos regalados”, dije yo. Luego supe que un rato más tarde también cobró.

No vi venir el golpe.

Sentí el dolor, el zumbido, me toqué y salía mucha sangre. Tengo que salir, dije. Me paré y caminé en una secuencia rara, en medio del fuego cruzado, con una extraña conciencia de que ya no me podía pasar más nada. Hice una última foto, que salió movida.  Me habló mucha gente en el camino. ¿Que te pasó? me preguntó alguien.  “Venía pisteando como un campeón y cabeceé un ovni”, le dije. Repetí la misma frase durante toda el día, cientos de veces: a médicos, a colegas, a amigos. 

Me acompañó el fotógrafo Alfredo Srur. Fueron dos cuadras hasta una ambulancia, la única que ví: la de la Corriente Villera, de la Villa 21-24. Es la ambulancia que compraron en el barrio cuando el SAME dejó de entrar. Me atendió una enfermera de nombre Marta (¡Rojaijú, cuñataí!) amiga de una amiga con la que compartimos varias tardes de tereré.

En el móvil había un pibe que tenía un balazo de goma en el ojo. “Lo perdí, no veo nada”, decía. Intentamos tranquilizarlo, decirle que no iba a ser grave, que era momentáneo. Después supe que de verdad lo había perdido.

La ambulancia me dejó en la oficina de Cosecha. Quería bajar las pocas fotos que tenía, ver si podía recuperarme y volver a la calle. Obvio que no podía. Logré bajar las fotos y llevaron al hospital. Ya lo dije: tenemos un equipo hermoso.  Me replegué a casas donde me cocinaron, me miraron y viví lo que considero un horror: mirar por televisión cómo votaban el recorte a los jubilados.

Ayer por la mañana, antes de salir a trabajar mi amiga Mariana me había dado el pañuelo que usó el 19 y 20 de diciembre del 2001. “Cuidalo”, me dijo. Me pareció tan fuerte el gesto que grabamos un video y lo subimos a las stories de Instagram.

Me puse ese pañuelo ni bien empezó el quilombo: lo manché todo. Lo mismo pasó con mi camisa floreada y mi mejor pantalón. Pensé en la lavar todo enseguida, pero después me arrepentí.

El fin de semana voy a hacer un acto de magia: bordar sobre cada prenda. De alguna forma, lo que las tiñó de rojo es un pedazo de mí historia.