Por Arlen Buchara en El Ciudadano
Hace 50 años una pareja de una rosarina y un neoyorkino empezó a hacer circular desde el corazón de la Revolución Cubana un manuscrito que fue vanguardia para el feminismo: por primera vez pensaba al trabajo doméstico que hacen las mujeres como trabajo no pago. Isabel Larguía y John Dumoulin habían llegado a la isla por separado. Ella, sobrina de una de las sufragistas argentinas que peleó por el voto femenino, fue a Cuba desde Europa para registrar el ataque de Estados Unidos a Playa Girón. El, antropólogo, se instaló en el país para ser parte del proceso revolucionario. Se conocieron en La Habana y formaron una pareja en sintonía con una época de militancia y producción intelectual.
Desde una mirada marxista-feminista pensaron al trabajo doméstico de las mujeres como un sustento de la explotación capitalista que la Revolución no podía reproducir. En vez de trabajo no remunerado hablaban de trabajo invisible. El aporte teórico corrió la misma suerte: fue invisibilizado por la academia europea y norteamericana. Pocos años después empezó el auge de los estudios feministas-marxistas de italianas y francesas sobre el trabajo doméstico. Y el año pasado los investigadores Mabel Bellucci y Emmanuel Theumer pusieron en valor el pensamiento de la pareja en el libro “Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin”, editado por Clacso.
El ensayo escrito a dúo nació en un momento en el que la Revolución Cubana cumplía sus primeros diez años y vivía un proceso de institucionalización del socialismo.
Es decir, había un auge de creación de nuevas instituciones en sintonía con las reformas revolucionarias que, además, eran acompañadas por una producción intelectual de vanguardia en el continente. Desde una mirada marxista, había que pensar en cómo la revolución socialista no podía repetir errores del capitalismo. En ese contexto Larguía y Dumoulin escribieron “Por un feminismo científico”.
Según el libro de Bellucci y Theumer, fue una de esas nuevas normas de la Revolución la que dio origen al texto. Mientras las mujeres empezaban a participar como nunca antes en la vida política, social y laboral de Cuba, en 1968 el Ministerio de Trabajo creó una resolución en la que prohibía que se dedicaran a ciertas actividades por considerarlas “demasiado rudas, insalubres y/o peligrosas”.
El texto de la norma indignó a Larguía. A la par que las mujeres ganaban lugar, había leyes que limitaban su participación basados en principios biologicistas. Pero, además, el acceso al mundo del trabajo no llegaba con el reparto de las tareas domésticas con los compañeros varones.
“Isabel tuvo una reacción visceral y todas nuestras conversaciones giraban en torno a este tema. En un principio, era alrededor de la justicia y después en relación con los preceptos del marxismo acerca del trabajo. ¿Cómo era posible que se redactara semejante documento determinando qué podían hacer los hombres y que podían hacer las mujeres? Cuando vimos que era un tema realmente profundo luchamos y luchamos más para superar ese dilema”, cuenta Dumoulin entrevistado en el libro.
Con estas preguntas en mente, Larguía y Dumoulin escribieron el ensayo que describió la actividad productiva de las mujeres dentro del hogar. Analizaron que el capitalismo consideraba estas tareas no-trabajo. Dijeron que se trataba de un trabajo invisible que no se pagaba. La no remuneración servía para abaratar la fuerza de trabajo del obrero, que recibía un sólo salario cuando en la reproducción y cuidado de hijas e hijos había otra mano de obra en juego.
“Si la mujer comprendiera hasta qué punto está deformada, hasta qué punto es explotada, se negaría a seguir proporcionando trabajo invisible, trabajo no remunerado. Los cimientos de la sociedad de clases se hundirán antes de tiempo”, decían en el texto.
El ensayo primero circuló como un manuscrito. Según cuentan los autores en el libro, tuvo muchas correcciones por la polémica que planteaba. En uno de pasajes decía: “El tótem de la virilidad clásica no necesita sacrificios rituales: es peor, es el vampiro que chupa millones de horas de trabajo invisible, descalificado, no asalariado”.
La primera vez que fue publicado fue en 1970 en Francia, bajo el nombre “Contra el trabajo invisible”. Salió sólo con la firma de Larguía porque formaba parte de una compilación de artículos escritos por mujeres. En 1971 la Casa de las Américas lo editó con las dos firmas con el título “Hacia una ciencia de la liberación de la mujer”.
En los 80 aparecieron unas veinte ediciones en Cuba, en diversos países de América Latina y de Europa y en los Estados Unidos. Desde entonces, algunas de las ideas centrales fueron incorporadas a publicaciones producidas en Estados Unidos y Europa sobre el tema. La frase “eso que llaman amor es trabajo no pago” de la italiana Silvia Federici se volvió una consiga y la noción de trabajo no remunerado se convirtió en uno de los sustentos de la corriente actual de la Economía Feminista.
Desde menos cero
Mabel Bellucci y Emmanuel Theumer llegaron al ensayo en distintos momentos. Bellucci tiene 69 años, es feminista desde 1982 y encontró el texto a través de sus autores. En los 80 conoció a Larguía y Dumoulin en la Argentina. La pareja se había mudado en 1988 porque ella estaba enferma e iba a hacer el tratamiento en Buenos Aires. Bellucci integró con Larguía la Secretaría de la Mujer pero no fue hasta el levantamiento de los carapintadas que empezaron a tener un vínculo más cercano. Los tres formaron parte del grupo Iniciativa Democrática para la Defensa Civil. Además, vivían a pocas cuadras y siendo vecinos creció la amistad. Años después, ellos la invitaron a presentar un libro que compilaba sus textos, entre los que estaba el ensayo.
Theumer tiene 29 años y nació en Esperanza. Es historiador y llegó al ensayo cuando investigaba sobre trabajo sexual. Bellucci le compartió el aporte y empezaron a pensar juntos en el proyecto. “Fue sacar agua de las piedras. Empezamos de menos cero porque no teníamos más que los ensayos. Buscamos teléfonos de familiares de Isabel en la guía. Emmanuel buscaba en Rosario y yo en Buenos Aires hasta que encontramos a Mariana, su sobrina nieta. Después John accedió a hablar”, explica Bellucci a El Ciudadano.
Para Theumer al carácter inédito de la obra se sumaba el dato de que Larguía era rosarina. Una de las líneas que trabaja como investigador es la memoria y la historia de los activismos regionales. Para él, el texto adquiere aún más valor al pensar que surgió de la Cuba socialista.
Por un lado, porque era una crítica feminista poniendo en cuestión los límites del marxismo. Por otro, porque a diferencia del resto de los debates marxistas feministas el ensayo aparece dentro de una revolución en proceso de institucionalización.
“Cuba generaba una contradicción en el feminismo. Las mujeres estaban ganando lugares pero los cambios no eran producidos desde abajo sino que respondían a una estructura vertical. La idea del Estado como patriarcal que venía del feminismo entraba en contradicción. Larguía era consciente de esto. Las preguntas que se hacía era cómo pensar la transformación en una sociedad que ya está en transición hacia el socialismo y no desde el capitalismo”, explicó Theumer.
Bellucci opina que el hecho de haber sido un material escrito en el Caribe llevó a que fuera más fácil omitirlo. “La academia del norte de alguna manera hizo caso omiso e invisibilizó a los dos autores que acuñaron la noción de trabajo invisible. Era un momento en el que había muchos tipos de feminismo ya. La teoría marxista abonó mucho para que las feministas tuvieran su propia teoría con la noción de mujer como clase. Hoy es extraño que se tome el marxismo como punta para hacer un análisis. Gran parte de las corrientes feministas se han independizado de la noción de clase y hay una subordinación del género. Pareciera que la única manera de dominación y de violencia es la de género y que las de clase, racial, etaria, regional no son violencias. Hoy se habla de tareas de cuidado. Ellos hicieron un aporte para pensar en términos de trabajo y de explotación”, concluyó.