Néstor Gastón Mercau tenía 11 años y concurría al instituto educativo para sordomudos. Por las noches, un cura entraba a su habitación y lo sometía sexualmente. Fue expulsado cuando quiso hablar.

En el año 2005 Ton se llamaba Néstor Gastón Mercau, tenía 11 años y de lunes a jueves era alumno del instituto Antonio Próvolo para chicos sordos e hipoacúsicos de Luján de Cuyo, en Mendoza. Hace unas semanas, mientras revisaba su Facebook, reconoció a mitad de un scroll el cartel, la reja verde, las columnas de ladrillo rojo y leyó: Detuvieron a dos curas por supuestos abusos sexuales en un internado para niños sordos. Click. Recorrió las líneas lo más rápido que pudo, salteó palabras, pasó por arriba detalles, buscó los dos nombres en negrita, pero no estaba. Jorge no estaba. Y ahí fue que decidió hacer la denuncia.

Fueron sus sobrinas las que la bautizaron Ton (una derivación de Gastón), que se disculpa porque es hipoacúsica y no puede hablar para esta entrevista. Después de algunos idas y vueltas, de desencuentros y conexiones a destiempo, accede hacerla por chat. Acordamos que va a dar todo el detalle que pueda, y que no va a hablar de lo que no quiera.

El mes pasado la noticia tomó las redacciones de diarios, webs y canales de aire. Un horror del que este año había dado cuenta Spotlight, la película protagonizada por Michael Keaton y Mark Ruffalo que ganó el premio Oscar en febrero y puso por unas semanas el tema en agenda. Pero ya no era la investigación de un grupo de periodistas del Boston Globe en 2002 sobre curas pedófilos, eran chicos abusados y violados en Mendoza en 2016.

Dos sacerdotes, Nicola Corradi y Horacio Corbacho, el monaguillo Jorge Bordón y dos empleados administrativos, José Luis Ojeda y Armando Gómez, fueron acusados de abusar de alrededor de 60 alumnos en el instituto Próvolo de Luján de Cuyo. Las repercusiones llegaron hasta la sede de la institución religiosa en Italia, donde aparecieron casos que databan de 1955, y que tenían a ambos lados del Atlántico, al mismo protagonista.

Bordón, la pesadilla

La cara enorme de Jorge Bordón le respira a centímetros. Ton tiembla en la cama, pero no se levanta. El monaguillo le dice algo al oído que él no entiende. Siente en cambio las yemas de los dedos susurrar por la sábana, acercándose. Se despierta en un ahogo y empieza a reconocer las formas en la oscuridad, la ventana de la habitación del tercer piso de su casa de San Luis, su kit de maquillaje, su celular, su ropa. No hay más nadie, pero respira agitada y necesita correr otra vez al baño. “Me corto. Entro al baño y me corto. Más de 20 veces en 5 minutos”, cuenta. La pesadilla es recurrente, alguna vez también fue real.

“Me siento muy culpable de no haber denunciado antes, pero quién me iba a creer a los 11 años”, admite Ton en diálogo con Infobae. Ton es como le dicen en su casa familiar de San Luis, donde vive con sus papás, tres de sus ocho hermanas y su sobrina. “No quiero dar sus nombres, los quiero cuidar”, agrega.

 

“Yo desde chico supe que era gay, no creo que en ese sentido eso haya cambiado algo”, aclara antes de seguir: “Hoy soy travesti, cuando era hombre me abusaba una persona que se disfrazaba de sacerdote, así que al tiempo quise cambiar mi personalidad. Como si de hombre me hubieran abusado, pero de mujer no. No sé cómo explicarte”.

A los 11 años Ton no tenía novio, pero sí un amigo del que cada noche se despedía con un beso en la boca, a escondidas, en los pasillos del Próvolo. Una vez el monaguillo Jorge Bordón entró a mitad de una de esas despedidas. “Nunca supimos si nos había visto, pero me acuerdo que pasó sonriéndose”, recuerda. A las tres semanas de esa noche, ocurrió el primer abuso.

El instituto Antonio Próvolo albergaba en el 2005 a niños y jóvenes, hombres y mujeres sordos e hipoacúsicos, y a pesar de que cada habitación en la institución contaba con tres camas por cuarto, todos dormían solos. La habitación de Ton y la de Bordón, estaban una al lado de la otra.

Son veinticinco jóvenes ex alumnos los que ya se acercaron a la justicia a denunciar, aunque el fiscal Fabricio Sidoti cree que son al menos 60 chicos los que debieron sufrir abusos y violaciones en manos de los hoy detenidos, que se encubrían unos a otros. Uno de ellos, Nicola Corradi, más conocido como “el padre Nicolás”, llegó desde Italia en 2009, transferido por la sede del Próvolo en Verona, cuando habían comenzado a pesar sobre él acusaciones similares.

“Yo pensé que era el único, no imaginé que a mis compañeros también les pasaban cosas”, dice Ton, y aclara que sólo fue abusada por Bardón. Cuando todos dormían, el monaguillo salía de su habitación y entraba en la de al lado. “A veces dejaba la luz prendida y yo me quedaba mirando la pared, sin moverme. Cuando me tocó la primera vez me miró muy de cerca, me puso el dedo en la boca, como diciéndome que no la abriera. Dijo que me iban a expulsar a mí y a mi hermana si decía algo”, deja saber.

En noviembre Ton hizo cuatro denuncias en el Cuarto Juzgado de Garantías de Mendoza. Una fue por abuso sexual y las otras tres por maltratos contra distintos integrantes de la institución de Luján de Cuyo. Contó que fue atacada sexualmente entre cinco y seis veces por Bordón durante sus años ahí y que además de manosearla, la besaba y la obligaba a que lo dejara practicarle sexo oral.

“A los primeros que quise contarles fue a mi mejor amigo y a mi hermana en un recreo, pero dijeron que lo había soñado. Después me empecé a quedar sola en los recreos, sin ganas de nada. Al tiempo ellos me preguntaron qué me pasaba, pero yo les ponía alguna excusa. No quería contarles de nuevo, no me creían”, recuerda.

Finalmente fue en uno de los fines de semana en los que volvía a su casa de San Luis que no pudo más. Se encerró en el baño y empezó a gritar, llamó llorando a su hermana más grande y le contó todo. No quería que le dijera a sus papás, pero ella les dijo igual. Después de dos horas de charla, viajaron a Mendoza. Él se quedó en la casa, el papá agarró a Bordón a trompadas. Los curas negaron todo y expulsaron a sus dos hijos. Ton nunca más volvió a estudiar.

“Cuando llegaron mis papás no me dijeron nada. Llegaron llorando, me abrazaban, me decían que no iba a ir más a la escuela y sentí alivio, pero a la vez muy triste porque perdía a mis amigos. Nadie me va a devolver la felicidad, a sacarme ese dolor”, dice y admite que cuando se acuerda de eso se pone nerviosa, que necesita cortarse.

La primera vez era muy chica, todavía estaba en el Próvolo y ya era maltratada, lo hizo con el filo de un sacapuntas que tenía en su escritorio. Ahora lo hace cada vez que la angustia vuelve, que sueña con Bordón, dice que la ayuda a calmarse, a no pensar.

“Es como si sintieras la desesperación, entonces te cortás y se te pasa”, explica. Tiene marcas en los brazos, en el pecho, pero dice que está tratando de encontrar otra forma de sobrellevarlo.

Ton hoy vive en San Luis. Compra y vende lentes de contacto de colores para ganar algo de plata. Si le insisten baja el precio, aunque no le convenga. “Me hace bien ver a la gente feliz”, dice.

El fiscal Sidoti continúa por estos días realizando Cámaras Gesell (entrevistas en una habitación acondicionada que permite observar la conducta) a denunciantes y testigos. En 2016 fueron 90 los chicos y adolescentes hipoacúsicos o no oyentes que pasaron por las aulas del Próvolo, y entre 10 y 15 los que pernoctaban en el albergue de lunes a viernes. Una vez que salieron a la luz las primeras denuncias, la Justicia dispuso que las clases se reanudaran con una orden de restricción para los religiosos y administrativos que dependieran de ellos. A pesar de eso, muchos padres no volvieron a mandar a sus hijos al instituto.

*Esta nota fue escrita en el marco de la Beca Cosecha Roja. También fue publicada en Infobae.