Robertito2Cosecha Roja.-

El 7 de febrero Roberto Claudio Autero, un pibe de 16 años, estaba por la zona de Parque Rivadavia con tres amigos. El oficial de la Metropolitana Sebastián Ezequiel Torres los encontró tratando de abrir un auto estacionado y dio la voz de alto. Ellos corrieron pero el agente disparó. Otro policía (de la Federal) detuvo a uno y los otros dos escaparon. El cuerpo de Robertito quedó tirado en Rosario al 300.  Antes de ser de la Metropolitana, Torres trabajó en la Bonaerense durante cuatro años y nueve meses. Hoy la Justicia pidió la indagatoria del policía.

Los fiscales Fernando Fiszer y Miguel Palazzani (a cargo de la Procuraduría de Violencia Institucional) acusaron a Torres de homicidio calificado agravado por abuso de su función y la utilización de arma de fuego. El policía disparó cuando Roberto Autero “corría de espaldas, se encontraba absolutamente indefenso y no mediaba ningún tipo de agresión que pudiera eventualmente justificar la conducta que se imputa”, escribieron.

En mayo los docentes del Centro Educativo Isauro Arancibia -donde el joven aprendió a leer y escribir- denunciaron que la bala entró por la nuca y que le disparó a 50 centímetros de distancia. “Quedó un banco vacío”, dijo Susana Reyes, la directora de la escuela. Robertito (así le dicen sus maestros) llegaba siempre tarde a la escuela. Se sentaba en el banco, se tapaba la cabeza con la capucha y se acostaba sobre el brazo.

Todos coinciden en que era muy tímido y callado. “Era el abrazo más silencioso”, lo definieron. Llegó al Isauro Arancibia cuando tenía 10 años, en 2009, lo llevó una psicóloga del hogar en el que vivía. No sabía leer ni escribir. Su mamá dormía en la calle y su papá en la villa Zavaleta. “Se copaba mucho con los juegos como el ping pong que fabricamos con un pizarrón o el tutti frutti para aprender los sustantivos. Se notaba que en la infancia no había jugado”, dijo a Cosecha Roja Pablo Garacotch, uno de sus últimos maestros.

Evangelina fue su primera docente y lo acompañó durante la etapa de nivelación. Robertito entró en confianza, aprendió rápido y pasó a segundo ciclo. Desde entonces hasta los 16, sólo hubo dos momentos en los que no fue a la escuela: cuando la institución se mudó de San Cristóbal a San Telmo y a comienzos de este año. Las clases empezaron en marzo y enseguida se sintió su ausencia. Los docentes se enteraron de lo que había pasado por un militante del Centro Cultural y Social Agustín Tosco. Robertito paraba cerca de su local, en San Telmo.

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“No se tapa la felicidad ni el dolor
no se tapa la tristeza, la amargura
no se tapa el amor 
ni la voluntad de hacer cosas
no se tapa la traición
no se tapa la crueldad”

Eso escribió el adolescente, con lápiz y en mayúscula, cuando en la escuela charlaron sobre Rodolfo Walsh y le preguntaron “¿qué cosas no se deben tapar?”. Desde que murió, los maestros llevan el cuaderno a cuestas para recordarlo con sus propias palabras. Lo tienen porque es común que los pibes lo dejen en la escuela: como viven en la calle, si se lo llevan, lo pueden perder.