Es jueves por la noche y nos juntamos a comer en la casa de Mila para festejar. Hace tres semanas que está viviendo en Congreso, en un PH que compró y reformó con mucho esfuerzo. Queda en un complejo de departamentos tipo casas en un edificio de más de 150 años. Parece un convetillo con su arquitectura histórica y las paredes descaracadas. Llegamos a las nueve con Magui. Mientras cruzábamos el pasillo fantaseamos con filmar un corto. Al menos, juntarnos en unas semanas y hacer unas fotos.

Mila está contenta. Hace ocho meses que estaba en obra y recién pudo mudarse. Todo el reciclaje lo encabezó ella. De a poco, con ahorros de los tres laburos. Su familia ayudó. Está orgullosa y nos muestra cada detalle: plastificó los pisos, lijó las aberturas, pintó dos cuartos y ahora espera a que el carpintero termine el bajo mesada. Tiene heladera y cama nueva. No tiene gas. Todavía no armó el tablón con caballetes que va a ser el escritorio y donde pronto estará escribiendo su tesis. Recorremos los 60 metros cuadrados pensando cuál es el mejor lugar para ponerlo.

Mientras esperamos a Belu, Agus y Wara nos sacamos fotos. Magui y Mila saltan sobre la cama. Tenemos 25, 26 y 32 años, pero parecemos niñas. Mila posa con la lámpara que compró en un lugar que se llama “Muebles eran los de antes”. Yo me río apoyada en el marco de la puerta y armo un bumeran para Instagram. Dibujo un corazón rosa fosforescente sobre la imagen. Mila está hermosa con el tatuaje enredadera sobre el brazo. La comparto.

Llegan las chicas y preparamos la mesa. Hay grisines y queso crema que Magui mezcló con cebollita de verdeo. Hay maní, cerveza y vino blanco. Pedimos arepas y sanguches vegetarianos por teléfono. Y hablamos. Hablamos. Hablamos.

Belu acaba de recibirse de antropóloga. Nos juntamos a brindar el viernes pasado. Fue el día que Sergio reconoció el cuerpo de Santiago. Esa noche lloramos juntas. Hoy volvemos a levantar los vasos, chocamos mirándonos a los ojos abiertos bien grandes porque sino son 7 años de malos garches y acá todas deseamos.

Agus está planeando las vacaciones al sur en auto. Cada una recuerda su viaje de mochila para dar consejos. Éramos más pibas. Hacíamos dedo. Dormíamos en cualquier lado. Otra de las chicas nos cuenta sobre un blog de experiencias sexuales que armó. Los relatos son directos, al hueso, calientes. Le rogamos que escriba más.

Después mis amigas hablan del proyecto de investigación que están haciendo en la maternidad Estela de Carlotto. Indagan sobre las concepciones del embarazo y parto respetado. Hace semanas que entrevistan a mujeres embarazadas. Ninguna quiere tener hijxs ahora. Tal vez más adelante, en unos años. Tal vez nunca.

A la 1 de la madrugada empezamos a planear la vuelta a casa. Miramos en los celulares mapas para elegir los caminos más luminosos. Los que podemos hacer juntas. A Agus la pasa a buscar el novio, Wara y yo nos sumamos al auto. Nos alcanza hasta Córdoba y Juan B. Justo donde tomamos colectivos directos. Magui se va caminando, está a tres cuadras. Belu sale en bicicleta. Nos despedimos en la puerta con besos y abrazos.

“¿Llegaron?”, pregunta Mila en el grupo de Whatsapp a la 1.54. “En el 99”, contesto. “Sí –corazón- Loviu all! –carita con beso-”, pone Magui. Tres corazones de colores contesta Mila. “Llegue! Gracias Emi –corazón-“, dice Wara. “Emi –corazón y dos bailarinas-“, pone Agus. 2.10 estoy en mi casa. Aviso. “Chicas las amo, quiero que vengan siempre y me llenen de gritos la casa”, dice Emi. Belu no contesta.

Me voy a dormir.

3.23 hs: “Chicas. Estoy llegando a mi casa recién. Me agarraron dos chabones a la altura de la vía en moto y me tiraron de la bici. Corrí y vi un auto negro con la puerta de atrás abierta. Les cuento porque puedo y porque necesito que sepan, que sepan que llegué a casa”.

Me despierto 20 minutos después y veo el mensaje. La llamo. Su voz tiembla:

– Me patearon la bici y me caí ahí cruzando la vía a dos cuadras de casa. Cuando me di vuelta vi el auto y salí corriendo. Grité. Grité mucho. Lo único que pensaba es que ya estaba, que me subían al auto, que la quedaba.

Belu vive en Flores, cerca de la Avenida Carabobo. Se maneja en bici desde hace años. Es la segunda vez que la tiran. Es la primera que ve el auto con la puerta abierta y está segura que se la querían llevar. Corrió hasta la Avenida Rivadavia. Gritó tan fuerte que salieron vecinos a ver qué pasaba. Un taxista sin identificación frenó y le dijo que se suba. Ella siguió gritando. Sólo se calmó cuando vio a una mujer que se acercó a ayudarla. Después llegó la policía. Caminaron hasta el lugar donde la atacaron. La bicicleta estaba ahí, tirada a un costado en la calle. La levantó y fue a la comisaría 38°.

Tres efectivos le tomaron la denuncia. Hablaron de “un intento de robo”. Belu, todavía temblando, dijo una, dos, tres veces que no fue un intento de robo. Que no le tocaron ninguna pertencia. La bicicleta quedó tirada. Y ella vio el auto donde iban a subirla.

– Lo que usted está haciendo es una suposición, dijo uno de los efectivos.
– No, me patearon la bicicleta y estaba el auto ahí. Iban a agarrarme.
– No hay manera de saberlo. Imagine que para usted es sospechoso un auto con la puerta abierta, pero para el fiscal puede ser sospechoso que una chica de su edad ande en bicicleta a esa hora.

Belu me cuenta y yo lloro. “Quedate tranquila que estoy bien, me lastimé la rodilla, tengo hasta mi bicicleta, ellos son el desamparo, pero estoy bien”, dice. Su voz es fuerte. Ya no tiembla. Y sé que estamos juntas. Vamos a seguir saliendo a la calle de noche caminando, en bondi o en bicicleta. Vamos a seguir riéndonos. Vamos a desear hasta el hartazgo. Y nos cuidamos. Nuestros grupos de Whatsapp son aliento y son un elemento para alertarnos. Para sobrevivir. Esta noche no vamos a dormir. Es urgente es cambiar la realidad.