Silvia Vásquez Colque es boliviana y vivía hasta hace un año en la periferia de Viedma, Río Negro, con su pareja y sus cuatro hijos. Después desapareció. El último en verla fue el padre de sus hijos, quien tiene una restricción perimetral al hogar  y sobre quien pesa una condena de un año y medio de prisión en suspenso por haberla apuñalado, seis meses antes de que desapareciera. Ante la desidia estatal, fue un grupo de mujeres de Viedma quien accionó para que la mamá de Silvia, una testigo clave en el caso, pueda viajar a Viedma a declarar. Porque cuando las mujeres se juntan, ninguna más está sola.

viedma

Por Carolina González

Son las 8 de una mañana, el termómetro marca 2 grados. En la cocina de una escuela pública un grupo de 10 mujeres se reúne alrededor de una mesa: budines caseros, medialunas, mate, café, yogurt. El silencio es espeso. Algunas se mueven sigilosas ofreciendo mate, acercando alguna delicia. Ninguna habla, pocas comen. Se escucha un carraspeo, una pregunta al pasar:

-¿Viajaron bien?

Beatriz y Verónica acaban de recorrer 2 mil 721 kilómetros desde Potosí, Bolivia, hasta Viedma, capital de la provincia de Río Negro. Toda la atención del grupo está puesta en ellas. Se las ve incómodas, desconfiadas.

– Si, todo muy bien, muchas gracias.

Foto: Carolina González

Foto: Carolina González

Es el primer encuentro de una experiencia intensa que durará una semana. Es el jueves 31 de mayo, faltan dos días para la cuarta marcha Ni Una Menos y tres para el primer aniversario de la desaparición de Silvia Vásquez Colque.

***

Nadie vio partir a Silvia, no se comunicó con su familia ni sus amigas en 12 meses. El hombre con el que supuestamente estaba iniciando una relación amorosa sigue en Buenos Aires y con él también perdió contacto.

El último en verla fue el padre de sus hijos, Marcos Thola, que la maltrataba, tenía una restricción perimetral al hogar  y sobre quien pesa una condena de un año y medio de prisión en suspenso por haberla apuñalado, seis meses antes de que desapareciera.

No se llevó ropa ni documentos, ningún taxista o chofer de colectivo de la ciudad reconoció haberla trasladado, pero la carátula de la causa judicial sigue siendo Desaparición de Persona.

Silvia es una mujer pobre, de origen boliviano, que vivía con su pareja y sus cuatro hijos en la periferia de la capital rionegrina. Cuando fue apuñalada los organismos proteccionales le negaron ayuda en su convalecencia. Cuando desapareció, el Consulado Boliviano se negó a intervenir.

La fiscalía se niega a imputar a Thola, pero tampoco puede demostrar que Silvia se fue por sus propios medios y voluntad. La investigación estuvo en una meseta durante 11 meses.

En medio de la desidia, un grupo de mujeres se juntó para lograr lo que al Estado no hizo: traer a su madre y su hermana desde Bolivia para que brindaran testimonio en la causa, impulsaran una querella y denunciaran penalmente al hombre que la sometía.

***

Beatriz es la madre de Silvia y una testigo clave en la causa. Aquel 4 de junio de 2017, cuando el rastro de Silvia se perdió, ella estaba en Viedma. Había llegado una semana antes, sin dinero, sin conocer a nadie por fuera del círculo familiar y sin saber leer ni escribir. Llena de miedo por lo que Marco le había hecho a su hija meses antes.

Según surgió luego en el testimonio que brindó ante una jueza, la noche en que su hija no regresó al hogar familiar ella se cansó de preguntarle a Marco dónde estaba Silvia.

– Me dijo que se había ido al supermercado. Después dijo que se fue con su macho. Yo presentí algo malo.

Con el paso de las horas y las respuestas esquivas que le daba Marco, Beatriz pidió irse a Buenos Aires, donde vive otro de sus hijos. Se quedó esperando un mes a que su hija la llamara, a que la fiscal la fuera a buscar. Nada de eso sucedió y entonces volvió a su Potosí natal, donde vive otra de sus hijas, Verónica.

***

Las mujeres que integran la organización civil  Mujeres Organizadas de la Comarca Viedma-Patagones se conocieron planeando el viaje al 31º Encuentro Nacional, que se realizaba en Rosario. Nunca más se separaron, encararon diferentes causas, le pusieron y le ponen el cuerpo a la lucha feminista. Un día se cruzaron con la noticia de que una vecina Silvia Vásquez Colque, de la que nada conocían,  estaba desaparecida y el Ministerio Público Fiscal pedía información de su paradero. Ese día se inició un camino.

Con las tensiones internas y los esfuerzos desbalanceados que existen inexorablemente en cada organización, las Mujeres de Viedma consiguieron -luego de escribir notas de solicitud a los tres Poderes del Estado, de reclamar, hacer marchas y plantones en los organismos gubernamentales- el dinero suficiente para comprar los pasajes de avión y de micro que se necesitaban para traer desde Bolivia a Beatriz y Verónica. Gestionaron el alojamiento, la comida y un abogado penal se ofreció para actuar gratuitamente como representante legal de la familia. Se inició otro camino.

***

Es sábado por la tarde. Falta un día para la marcha de Ni Una Menos y dos para el primer aniversario de la desaparición de Silvia.

Beatriz tiene problemas en sus articulaciones, la mano izquierda se mantiene inmóvil la mayor parte del tiempo, cubierta con un chal. Hasta que llega el momento de la faena y entonces esas manos se vuelven expertas con la masa del tawatawa. Es el trabajo, la generosidad, el agradecimiento, las ganas de compartir.

Un kilo y medio de harina leudante

Dos cucharaditas de bicarbonato

Tres huevos

Tres cucharadas de leche en polvo

Tres de azúcar

Agua tibia

Al final, apenas unas gotas de aceite en las manos para el amasado

Beatriz estira la masa sobre la mesa limpia y con la colaboración de algunos niños va recortando rectángulos. Luego los fríe y al final los baña con un almibar saborizado con canela en rama.

Mate en mano, unas diez mujeres ríen. Algunos niños van y vienen del patio donde juegan a la fuente con tawatawa. Beatriz y Verónica atienden a todos. Comparten una tarde, una merienda, la vida.

Es el tercer día de ellas en Viedma y la incomodidad inicial va desapareciendo. A esa altura ya se reunieron con el abogado FavioIgoldi, que las va a patrocinar, con la fiscal del caso Paula Rodríguez Frandsen, vieron a los dos guaguas más chiquitos  de Silvia  y hasta dieron una conferencia de prensa.

– Ayúdenme a encontrar a mi hija, pidió  Beatriz entre lágrimas a los periodistas presentes.

***

Beatriz tiene 66 años y aparenta muchos más. Su aspecto físico es tan frágil que cada ventarrón patagónico amenaza con llevársela. Dos horas de marcha y tres intervenciones suyas, micrófono en mano, empezaron a revelar lo que su imagen ni por asomo nos hacía sospechar.

Foto: Pablo Leguizamon

Foto: Pablo Leguizamon

Frente a  un mural que pintaron las Mujeres con el rostro de su hija se deshizo en lágrimas. Y volvió a pedir por favor ayuda para encontrarla. En las puertas del Consulado reclamó que la dejaron sola cuando ella pidió asistencia para volver a Viedma, para saber algo de Silvia. Al final del recorrido, en la glorieta de Plaza San Martín, que oficiaba de escenario, dijo “Gracias Compañeras”. Ya no estaba sola, lo sabía.

La cuarta marcha por Ni Una menos en Viedma, tuvo a Silvia Vásquez Colque como protagonista y a su madre y hermana al frente, marcando el paso.

***

Beatriz insiste. Quiere ir hasta donde una vez fueron a recoger leña el mismo día o el día anterior a que Silvia desapareciera. Dice que si la llevan hasta “la casa del Marco”, podría reconocer el camino.

Dos policías de la Brigada de Investigaciones pasan a buscarlas por el alojamiento en un auto negro. Llegan hasta la última morada de Silvia, donde el auto se detiene apenas unos segundos para retomar el andar. Dobla a la derecha, luego a la izquierda, toma un camino vecinal y las últimas casas del barrio precario se van perdiendo.

Llega hasta un descampado donde quedan los vestigios de un edificio que alguna vez fue una casa y los de un molino, tal como Beatriz describía cada vez que pedía ir.

Ella se baja del auto, mira al campo infinito apenas poblado por tres casitas y algunas vacas dispersas. Levanta la mano: “Acá había harta leña, no estaba así verde”. Se arropa en su chal y camina sin sacar la vista del horizonte. Conduce a todos hasta un reparo de tamariscos donde aquella tarde “estacionamos el auto y cargamos la leña”.

A Beatriz no le cuesta hablar, por el contrario, cada vez que la invaden los recuerdos suelta nuevos detalles. Asombra su memoria fotográfica, esas imágenes que conserva latentes -a pesar de que ya pasó un año- de la última vez que estuvo en ese sitio.

Esa tarde fue la inspección ocular. Era el 4 de junio, exactamente 365 días después de la última vez que Beatriz vio a su hija. Al día siguiente, por dos horas, la policía de Río Negro rastrilló a pie el lugar con el apoyo de canes entrenados para detectar cadáveres. Vaciaron un pozo de agua y sacaron una oveja. Ningún indicio de Silvia.

***

Beatriz mira fijamente a la fiscal.

-El consulado te va a traer, me dijiste vos y al consulado le he preguntado y me dijo que esperara.

Foto: Pablo Leguizamon

Foto: Pablo Leguizamon

En la sala 5 del Poder judicial rionegrino, Beatriz Colque “con los huesos de una persona de 80 años” según dictaminó  el médico que la vio en la guardia del hospital local, un  asma latente y problemas en sus articulaciones, daba su testimonio como un adelanto jurisdiccional, una prueba para un futuro juicio.

-Fui a buscar mi papelito (se refiere a un documento de Migraciones que comprueba el ingreso al país). Estaba en una mochila azul con estrellitas blancas y entonces vi los documentos de Silvia, carnet de Argentina y carnet de Bolivia había.

“¿Cómo se va a ir sin documentos? ¿Cómo se va a ir sin ropa? ¿Cómo me va a dejar si yo estaba acá?”

Con una catarata de palabras Beatriz dejó muy en claro la situación de violencia a la que era sometida Silvia por parte de su marido.

-Mami, me ha apuñalado, me quería cortar el cuello, me dijo Silvia

-Para mi ella tenía miedo, la había amenazado (…) yo tenía mal presentimiento,  le dije hija no vayas, se fueron con el Marco esa noche.

Un acceso de asma detiene su relato. Una mujer le alcanza un vaso de agua, otra le frota la espalda. Las Mujeres Organizadas siempre ahí, presentes para llevarla, traerla, abrazarla, tomarle la mano.

Foto: Pablo Leguizamon

Foto: Pablo Leguizamon

Esa tarde en el juzgado, Beatriz estaba fuerte, había dejado de ser una mujer que esperaba a que el Consulado o la Fiscal decidieran por ella para convertirse en una madre que en medio de la angustia, se animaba a reclamarle cara a cara, a una funcionaria judicial, su inacción.

Una semana había pasado desde el momento en que, acompañada de otra de sus hijas, Verónica, había llegado a la ciudad. Beatriz estaba mostrando a la mujer fuerte, inteligente que es, a una que llegó diciendo que no le quedaban más lágrimas para llorar por su hija desaparecida, que pedía “por favor ayúdenme”, a una que exigía.

***

-¿Se pudo haber tomado un avión a China? Sí, pudo. Pero es improbable, dice el abogado que leyó el expediente completo.

-La sábana de llamadas entre Mario (ese supuesto amante) y Silvia se detiene el 4 junio. Antes de eso se hablaban todo el tiempo, pero Mario no desapareció, está en Buenos Aires y a disposición.

Verónica, su hermana, está llena de preguntas, trata de rearmar un rompecabezas con todo lo que ha escuchado, lo que ella sabe sobre Silvia, el amor a sus hijos, los golpes de Marco.

-¿Por qué ordenaría todo, limpiaría todo en el mercado (un almacén que Silvia tenía en su casa y con el que mantenía a la familia) si pensaba irse?

No hay respuestas. Todo, desde su visión, es ilógico. Ella lo sabe, como lo sabe Beatriz, Igoldi, las Mujeres Organizadas, la comunidad de Viedma: Silvia no se fue. Lo  saben todos pero no pueden demostrarlo. Tampoco lo demuestra la Fiscal que no habla de femicidio, que no quiere ver y no puede probar que Silvia es un as del escapismo o que fue asesinada.

Finalmente, el viernes 8 de junio, cuatro días después del primer aniversario, Favio  Igoldi, en representación de Beatriz presentó la denuncia penal contra la pareja de Silvia. Por primera vez, de forma explícita, en un documento público pronuncia la palabra muerte.

“Que conforme surge de la pesquisa en curso, existen serios y concordantes indicios probatorios para atribuir a Marcos Thola Duran que entre la noche del día 4 y la madrugada del 5 de de junio de 2017, mediante procedimiento que no es posible determinar ni un sitio concreto, pero ubicable en la ciudad de Viedma, habría dado muerte a su pareja -conviviente- Silvia Vásquez Colque. Luego de eso, Thola habría ocultado el cuerpo de la víctima sin que aún pueda ser encontrado”, dice la denuncia.  Acá se inicia otro camino, incierto.

***

Beatriz pasó por horas de mucha tensión, dos declaraciones judiciales, el reencuentro con sus nietos, el miedo a que Marco la viera y le hiciera algo. Una marcha de dos horas en un invierno frío y húmedo y hasta el paso por la guardia del hospital por dolores intensos en el cuello y el brazo.

Ahora más relajada, se presta a la charla. Beatriz se acomoda en la silla y pide que le conecten una almohadilla eléctrica que le ayuda con sus dolores en el cuello.

Cuenta de su viaje en avión, de lo lindo que son los pilotos y las azafatas “bonitos y finitos”, de cómo le mintió a la policía aeroportuaria cuando le dijo que “no traía coca”, pero en realidad tenía una bolsita escondida.

Ya no llora, pasó una semana, confió su vida y la de sus hijas a personas que nunca había visto. Mujeres que no la conocían confiaron en ella.

-He trabajado mucho para criar a mis hijos, en una mina de carbón, juntando algodón, tienen a su papá pero no se preocupa de nada, ¿sabe?, vive en Santa cruz, le hemos avisado pero no tiene interés de ayudarme a buscar (a Silvia). No me gusta Santa Cruz, porque hay harto bicho, mucha víbora hay.

-¿Su marido vive en Santa Cruz?.

-Nosotros nos separamos. Él me abandonó por otra mujer cuando yo tenía  los guaguas chiquitos, se fue a Santa Cruz. Después la mujer lo abandonó a él con tres hijos. Dios es grande (se ríe)

***

Con estas palabras se despidió Beatriz de la ciudad de Viedma: “Ahora tengo muchas hijas más y antes de morirme las voy a llamar, porque no me voy a olvidar de ustedes”.

Foto: Carolina González

Foto: Carolina González

***

“Ya nunca seremos las mismas”, escribió Mayra Santa Cruz, una de las integrantes de Mujeres Organizadas y quien más cerca estuvo todo este tiempo de la familia Vásquez Colque. Lo dejó en su muro de Facebook junto a unas fotos de Beatriz viendo por primera vez el mar. Fue la mañana de la despedida, paseo por la playa y asado argentino de agasajo.

“Porque nos conocimos desde el dolor y nos conectamos a través del amor. Porque nos duele hasta en los huesos escuchar a una mamá, a una mujer, llorar diciendo que se fue porque sintió el miedo de la muerte y la violencia encima, pero que “si hubiera sabido que alguien me iba a ayudar me hubiera quedado y tal vez hoy sabríamos algo.

Porque el Poder Judicial se cree que nadie va a reclamar a una mujer pobre y migrante desaparecida. Porque Beatriz y Verónica nos mostraron que en el peor de los dolores, cuando todo parece oscuro, cuando las instituciones te dan la espalda, cuando parece que no podés confiar en nadie… podés mirarte a los ojos, tender una mano y aferrarte con fuerza y para siempre. Porque en el peor de los dolores, se puede sonreír si te sentís sostenida. Porque nos tenemos entre nosotras. Solas, nunca más”.