El Espectador.-

La muerte de María Berenice Martínez Hernández, de 47 años, la mujer que asesinaron, al parecer por practicar la brujería, aún sigue siendo un misterio. Casi dos semanas después que fuera hallada sin vida en su casa de la vereda Loma de Don Santos, del municipio antioqueño de Santa Bárbara, no hay pistas claras sobre los autores del crimen que sacudió a los 23 mil habitantes de ese municipio del suroeste antioqueño.

Las primeras versiones indicaron que fue ajusticiada por hacer rituales satánicos en su casa y de hechizar a algunos vecinos. Sin embargo, con el paso de los días, se han conocido detalles que nada tienen que ver con la brujería.

Se ha sabido que hay un alegato sobre los linderos de la propiedad donde vivía Berenice y que el último registro de ese litigio ocurrió ocho días antes que la mataran, que los ataques contra ella arreciaron desde hace dos años después de la muerte de su padre (desde entonces se quedó viviendo sola) y que un sobrino de 18 años que la había defendido de varias agresiones estuvo a punto de morir luego que fuera baleado en abril pasado en la vereda.

En cualquier caso, María Berenice era una mujer ermitaña que soportaba en silencio los ataques. Se encerró en su humilde residencia, donde vivía con cinco perros, y sólo se le veía salir cuando a una de sus hermanas se le olvidaba llevarle algo en el mercado o cuando necesitaba algo para fabricar bolsos, artesanía que le apasionaba.

Su mutismo no paró las agresiones. Al contrario. La convivencia con algunos vecinos se volvió tan insoportable que el año pasado tuvo que irse a vivir al casco urbano, a unos 20 minutos de su casa. Su ausencia, sin embargo, no detuvo los ataques. Al regresar a su residencia, seis meses después, soportó otra vez los señalamientos como la bruja del pueblo, incluso una brutal golpiza, en marzo pasado.

Su familia la exhortó a denunciar: vaya muéstrele eso a la Policía —le dijo una hermana. —No. Me da miedo. Si lo hago me matan —respondió. La premonición de María Berenice se hizo realidad a finales de agosto. Al parecer, dos hombres entraron a su casa, aseguraron la puerta para evitar que escapara, le asestaron un machetazo en la cabeza, le rociaron gasolina y le prendieron fuego.

El cadáver fue encontrado el viernes 31 de agosto después del mediodía, cuando una hermana fue a visitarla. La mujer observó desorden, cabello en las paredes, muestras evidentes de agitación y tortura.

La Policía, por su parte, no halló elementos para demostrar que María Berenice practicaba actos de hechicería, rituales satánicos o similares. Encontraron, en cambio, un hombre adulto en el vecindario con una quemadura reciente en uno de sus brazos.

El sospechoso no está detenido, pero hace parte de la investigación como indiciado y las autoridades locales les solicitaron a los médicos del hospital Santa María realizarle un estricto examen para analizar si su herida tiene alguna relación con las de la fallecida.

Los familiares de María Berenice no dudan en relacionar la muerte con los constantes maltratos que venía recibiendo. “Calló todo el tiempo y mire”, dice Dolly Martínez, una de sus hermanas.

¿Pero qué desató tanto odio hacia ella? Su familia cuenta que fue señalada de poseer unos vecinos con artilugios satánicos. La acusación, sin embargo, fue tumbada de tajo por el diagnóstico médico que certificó que las supuestas víctimas sufrían de depresión.

El conflicto de Berenice con sus vecinos era conocido por Jorge Hernán Ramírez Valencia, alcalde de Santa Bárbara, y por el intendente Nelson Darío Mejía Vélez, comandante de la estación de Policía. “Le recomendamos dejar la vereda, pero no podíamos obligarla a irse”, dice el mandatario.

Luego del modesto sepelio, el pasado sábado, el sacerdote Antonio Bedoya Gómez dijo que no podía creer que eso pasara en una población tan espiritual.
La muerte de Berenice les recordó a los habitantes de Santa Bárbara un hecho similar. Ese municipio, a 53 kilómetros de Medellín y donde en promedio no se registran más de cinco muertos al año —en 2011 hubo tres homicidios y este año van tres—, fue sacudido el 10 de enero de 2010 cuando fue encontrado el cadáver de Jenny Marcela Arenas Colorado, de 20 años. El cuerpo, amarrado de pies y manos, estaba decapitado. Sobre el cuello de la víctima los asesinos pusieron la cabeza de una muñeca. La cabeza de Jenny Marcela fue encontrada en la nevera, junto al resto del juguete. Los lloriqueos del hijo de la mujer, un bebé de cinco meses, alertaron a los vecinos.

Así como en ese entonces, cuando las autoridades departamentales calificaron el hecho de “atroz y absolutamente aberrante”, ahora también se pronunciaron de manera vehemente. “Después de tantos siglos todavía perviven en muchos lugares este tipo de ideas sobre las mujeres que justifican crímenes como este”, dijo ayer Rocío Pineda, secretaria de Equidad y Género de Antioquia. “La ciudadanía no puede tolerar ese tipo de crímenes. Tenemos que cambiar esas mentalidades. Si bien nosotros como administración tenemos una responsabilidad muy importante en la educación de la población, la ciudadanía en general tiene que tomar también cartas en el asunto”.

La muerte de María Berenice hace parte de los 154 asesinatos de mujeres este año en Antioquia. Los últimos casos ocurrieron el pasado fin de semana. En los municipios de Cáceres, Caucasia y Tarazá fueron asesinadas, respectivamente, Isadora Mejía Monsalve, 22 años; Germania Rosa Arenas, 42 años, y una menor de 16 años que está en el grado noveno de bachillerato.