-Tuve problemas de negocios con Roxana Áñez. Me debía u$s 70.000 de siete kilos de cocaína. Fui en una moto verde con blanco y cargué 28 balas a una ametralladora. Les disparé a las 14:30, y me fui a mi casa. Luego vendí la moto por u$s 5.000.

Marco André Magalhaes Oliveira nació el 22 de septiembre de 1981 en Manaus, Brasil. Cuando fue atrapado en Bolivia y acusado de cuatro asesinatos, no parecía muy preocupado en ocultar sus crímenes. Quizás ya sabía lo que vendría después: la fuga inverosímil, la búsqueda infructuosa, el paso de comedia que lo convertiría en celebridad.

-¿Sos miembro de algún grupo? -le preguntaron durante el interrogatorio.

-Soy miembro del comando M-16 en Brasil. Estuve involucrado en tráfico de drogas y asaltos. Caí preso dos veces en Brasil por asaltos. En 2001 pasé tres meses en la cárcel. Después me dediqué a la compra y venta
de vehículos. El arma con que maté a la pareja está en Brasil. La cambié por droga. Las armas secuestradas en mi casa eran para vender. No he disparado con ellas.

En su espalda, como para no dejar dudas, Magalhaes lleva un tatuaje: Comando A. M-16. El grupo no es conocido, pero nadie se atreve a dudar de la letalidad del sicario. Se le adjudican al menos cuatro asesinatos, entre ellos el de un argentino radicado en Bolivia: Daniel Antonio Petrucello, acribillado a balazos desde una moto en febrero de 2011.

El jueves pasado, Magalhaes estaba en su celda en la cárcel de El Abra, la prisión de máxima seguridad de Cochabamba. Allí recibió una notificación de urgencia: debía presentarse ese mismo día a las 16:00, en el Palacio de Justicia de Santa Cruz, a cientos de kilómetros de allí. En Santa Cruz se discutiría un pedido de excarcelación en la causa por el asesinato de Riquelme Soria Parada (46) y su esposa, Roxana Áñez Aguilera (42), asesinados el 25 de enero de 2011.

El director de Régimen Penitenciario de Cochabamba, Dennis Mejía, dijo más tarde que nunca fue notificado del pedido de traslado. “Ni siquiera”, aseguró, “era una orden judicial instruida como establece la ley, sino una simple carta firmada por el juez Tercero en lo Penal, Fernando Orellana Medina, que ni siquiera decía que se me notifique y que llegó el 29 de febrero a la Gobernación”.

Magalhaes recibió la carta por la mañana. Seis horas después, sin que el director del penal lo supiera, subió a un avión con destino a Santa Cruz. Los pasajes para el reo y sus custodios los compró la novia de Magalhaes. Embarazada de siete meses, la mujer aprovechó para volar con su concubino. El trayecto hasta el aeropuerto lo hicieron en el auto particular de uno de los guardiacárceles: el movil oficial del Servicio Penitenciario no tenía combustible.

Para los policías, el viaje era toda una aventura:

“El subteniente Wálter Patzi Flores me preguntó si quería viajar a Santa Cruz a escoltar a un interno del penal de la cárcel de El Abra. Le dije que sí y me indicó que iba comer mejor en Santa Cruz”, declaró el cabo Rogelio Alcócer Rodríguez.

Cuando Magalhaes, sus custodios, el asistente del abogado del preso y la mujer llegaron al aeropuerto, les informaron que las armas deberían viajar en la bodega del avión. Los dos oficiales tuvieron una idea: guardarlas en el equipaje del ayudante del abogado. A las 14.45 llegaron al aeropuerto El Trompillo y, mientras el asistente retiraba el equipaje que incluía las armas, ellos salieron del aeropuerto y tomaron un taxi.

“La esposa del detenido y el subteniente se subió al lado derecho, yo al izquierdo y el detenido al medio, enmanillado. Yo le pregunté al subteniente dónde estaban los chisguetes, me refería a las armas de fuego, y él me dijo que no pasa nada”,dijo Alcócer Rodríguez .

El taxi paró en Madre India, un restaurante donde la especialidad es pollo. Más tarde, los policías declararían que la idea había sido de la mujer de Magalhaes. “La sugerencia”, los desmentirá ella, “fue de los policías. Yo cedí”.

Mientras comían, llegó el asistente del abogado y les entregó las armas. Minutos después, con todos estaban concentrados en sus presas de pollo, entraron dos hombres armados.

-¡Policía! ¡Todos al suelo! -gritó uno de los desconocidos.

En pocos segundos, Magalhaes se había esfumado.

“Yo me fui a la pared del baño, desenfundé mi arma y cargué. Salí para detenerlo, pero la mujer del reo gritó “oficial, no dispare” y se interpuso. El subteniente se encontraba afuera y me dijo que le habían quitado su arma. Quiero hacer notar que él hacía llamadas constantemente y recibía llamadas de la misma forma en Cochabamba y en Santa Cruz. El subteniente Wálter Patzi me dijo que no diga nada e indique que estábamos parados en la rotonda esperando taxi. También dijo que diga que las armas nos fueron entregadas en el interior del aeropuerto”, declaró Alcócer Rodríguez.

Por el momento, los argumentos del cabo Alcócer Rodríguez no sirvieron de mucho. Mientas el sicario brasileño se convierte en leyenda, él y el resto de sus acompañantes están en prisión. Los acusan de facilitar la fuga del detenido.

 

(Síntesis de los medios bolivianos)