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La fotógrafa Violeta recibió un mensaje por Instagram. Le escribía uno de sus fotógrafos favoritos. “Uno de esos que publican fotos en @everydaylatinamerica, @natgeo, trabajan con @escuelaefti y más y más”, contó. Un tipo comprometido, de esos que viajan por el mundo, ganan premios, enarbolan banderas. El fotógrafo la halagó: creo en tu ojo, le dijo. Puedo ayudarte. Quiero que trabajes conmigo.

Se juntaron a almorzar enseguida. Se despidieron con promesas. Esa misma noche le volvió a escribir. Le mandó una selfie desde su hotel. Estoy solo y mi cama es grande, decía. Ella lo increpó: quiero trabajar, le dijo. Y nada más que eso. Ponete las pilas, respondió él. No estoy para chiquilinadas.

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Violeta tardó un año en contarlo. Lo hizo en un posteo en Instagram. No puso el nombre del fotógrafo, pero enseguida todo el mundo supo de quién hablaba. Al principio fueron tres, luego otras cinco que se sumaron a su testimonio. Hoy ya son 32 mujeres las que compartieron sus experiencias, algunas de forma pública, muchas entre ellas. Son mujeres de Argentina, Colombia, Uruguay, España. Todas señalan lo mismo: “manipulación, ponderación del trabajo ajeno para llegar a estos fines, y en muchos casos maltrato sistemático e invisibilización del trabajo de las mujeres con fines de lucro personal”, según dijeron en un comunicado.

“Estas situaciones remiten a un abuso de poder de parte del mismo, donde aprovecha su estatus dentro del circuito fotográfico para hacer propuestas de publicaciones conjuntas a cambio de sexo virtual y fotografías eróticas”, dijeron.

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El World Press Photo, el premio con mayor relevancia mundial, anunció sus finalistas para este año: de 48 nominaciones, solo cinco están ocupadas por mujeres. La fotografía es uno de tantos mundos dominados por varones. En esos ámbitos, los acosadores se sienten a sus anchas para desplegar su accionar.

La búsqueda es sistemática y los mecanismos de captación se refinan. Varias de las mujeres que denunciaron manipulación del fotógrafo que hoy está en la picota recibieron mails muy similares, casi copiados y pegados.

La situación se repite con variantes en todos los ámbitos: directores de cine, organizadores de eventos literarios, editores, curadores de arte. El mensaje es siempre el mismo.Puedo llevarte a la gloria si hacés lo que te digo. Puedo destruir tu obra -y a vos misma- si no aceptás mis proposiciones. El escenario de dominación masculina es el teatro de operaciones perfecta para esas prácticas. El mundo de la fotografía es solo el ejemplo de hoy.

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A veces -muchas veces- el acosador tiene doble cara: posa de feminista en las redes sociales o inventa proyectos para quedar como tal. El fotógrafo acusado fotografiaba madres adolescentes alrededor del mundo. Ganaba premios, hacía exposiciones y daba conferencias sobre ese tema. En todo lo que hacía el protagonista era él y su obsesión era el like masivo. Todo, al fin de cuentas, giraba alrededor de su propio ego.

“Nos preocupa especialmente el potencial peligro que implica la impunidad del denunciado por su trabajo con mujeres en situación de vulnerabilidad y su rol en el circuito fotográfico internacional”, dijeron las denunciantes.

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Cuando el acosador cae, los efectos son variados. La exposición pública funciona como catarsis y permite que las víctimas hablen, se reconozcan entre ellas, puedan empezar a sanar.

El acosador recurre a sus amigos que considera poderosos, se defiende con vehemencia, intenta minimizar lo que hizo y saca a reducir su currículum, como si su vida profesional justificara sus comportamientos privados. En el fondo, lo que intenta recrear es ese mecanismo de complicidad que le garantizó impunidad: el codazo cómplice, el silencio ante la evidencia repetida, el festejo de sus conquistas.

Por cada acosador que cae hay miles y miles de hombres que usan los mismos mecanismos a mayor o menor escala. Mientras las víctimas hablan, lo que sienten esos hombres es un sudor frío corriendo por la espalda. Tienen el miedo íntimo a ser señalados, a ser los próximos. ¿Es sano ese miedo? Quizás lo sea. Tal vez sirva para que los varones empiecen a revisar de verdad sus prácticas, a terminar con la complicidad.

Lo que sienten no tiene ni punto de comparación con lo que siente una mujer caminando sola de noche por la calle. O con el asco que sintió Violeta el día que le quisieron cambiar sus sueños de fotógrafa por una fría cama de hotel.