cintia carmen tapia

Por: Asociación Pensamiento Penal, Capítulo Salta.

Con Cintia Carmen Tapia ya son 18 los femicidios que se produjeron durante este año en Salta. El femicidio se volvió costumbre. Asesinar mujeres, por el simple hecho de serlo, se ha convertido en una pandemia que sólo encuentra explicación si la abordamos como efecto de construcciones sociales normativizadas, hechas cuerpo, prácticas, lenguaje.

Se hace imperioso comenzar a pensar a la sociedad salteña como una falla estructural, un epifenómeno que replica un todo mayor: la idea conservadora es la idea de que la sociedad estructurada es orgánica. La superioridad genérica del hombre frente a la subordinación genérica de la mujer. La diferencia no es entre los sexos, sino que se suprime todo con el machismo, la misoginia, el control y el sexismo. Al cometer un feminicidio no sólo se asesina el cuerpo biológico de la mujer, se asesina también lo que ha significado su vida como parte de un Estado masculinizado.

La pregunta que surge de este hecho doloroso es: ¿hasta cuándo y hasta dónde vamos a seguir con repudios, exigiendo la presencia ya casi nula de un Estado que articule de una buena vez con todos los sectores de la sociedad? Y, también ¿quiénes son los que toman realmente un compromiso con los hechos que sufren las mujeres, por el solo hecho de ser mujeres? Está más que claro que no podemos permitir que sigan aumentando las víctimas en una provincia como Salta.

La Sociedad de la heteronorma

El análisis debe hacerse con ejes críticos y estrictos, una sociedad pensada y construida por el hombre (heteronormada) y el comportamiento que esta imparte en la mujer, sumándole a este la actitud que imparten generadores de opinión como los medios de comunicación y el tratamiento que le dan a la violencia de género, casi siempre banalizando los hechos, o bien, borrando sus causas al insertarlo en un marco indiferenciado de la violencia diaria. Son los mismos medios los que van fijando conceptos que buscan despegar a la figura de mujer como objeto de un hecho violento – mujer víctima del sexo – género.

Mientras las mujeres se mueren, seguimos en una provincia que educa a chicos sin una orientación en género que erradique la imagen y la construcción cultural de la mujer-objeto, de la mujer controlada, cumpliendo sí, con el mandato impuesto de la educación religiosa donde al género se lo pone en un segundo lugar reproduciendo las posiciones asimétricas y la sumisión femenina –la mujer madre de familia, responsable de velar por el hogar, etc. En la escuela no se imparte una educación sexual que critique o ponga en debate las prácticas establecidas por la heteronorma, ni tampoco se educa a los chicos en el conocimiento del cuerpo propio y ajeno: ¿Está mal conocer el propio cuerpo?, ¿está mal que la mujer sienta o tenga deseo? La respuesta se deja oír sin que haga falta que alguien la enuncie en público. “Si, aquí sí, puesto que el ejercicio de la sexualidad sólo es para los hombres.”

Ante esta situación, las mujeres comenzaron a sentirse propias de sí, es decir comenzaron a problematizar los roles y reglas incardinadas socialmente, y a rebelarse adoptando una actitud combativa ante la dominación masculina que, en la mayoría de los casos, termina por acusar a las mujeres de ser “feminazis”, “odiadoras de hombres”, “merecedoras de castigos”, entre otras descalificaciones esgrimidas por la osadía de querer remover las capas históricas que constituyen lo preestablecido.

Es imperioso repensar el modelo de justicia patriarcal y machista en el que se trabaja la materia. Un caso puntual como el de Cintia se destaca por sus comportamientos y su calidad de vida, desviando así la investigación. La víctima en la justicia es una víctima sospechada, continuando con la cultura del “algo habrán hecho”.

Todos los feminicidios, directos o indirectos, independientemente de la particularidad de cada caso, tienen algo en común: la reducción de la mujer o del sujetx femeneizado, a un objeto, una cosa cuya propiedad pertenece(ría) a su -virtual, potencial o de hecho- agresor. Éste se siente con el derecho sobre el cuerpo de la misma, quitándole de esta forma su estatus de sujeta de derecho, arrebatandole su vida.

Hecha esta breve introducción, podemos decir que es hora de que el discurso jurídico, entendido el mismo como un discurso de poder, empiece a emplear un lenguaje adecuado y con perspectiva de género. En efecto, y refiriéndonos al caso del feminicidio de Cintia ocurrido ayer, nada tiene que ver el hecho de que el agresor haya estado alcoholizado o bajo el efecto de sustancias prohibidas. Un varón es violento porque es producto de una sociedad y una cultura que naturaliza la violencia hacia las mujeres y al hacerlo la acepta. Aquí se empiezan una serie de deconstrucciones sobre la personalidad moral de las mujeres que replican los medios, que son formadores de opinión y la sociedad toda: “la mataron porque era una chica fácil”, por utilizar un eufemismo, “también que querés, si se fue a drogar y a tomar, se la buscó”, “dejó a sus hijxs para irse de joda”.

Muchas veces, escuchamos en boca de los fiscales y jueces, hablar de crímenes pasionales, que la mató por celos, si hasta ahora, manifestaciones cuestionables y reprochables desde todo punto de vista que se usan para “atenuar” o justificar la conducta del violento. Vamos a reiterar hasta el hartazgo que no es así, todo lo contrario: se tratan de crímenes premeditados y cometidos con total alevosía y desprecio por la vida humana, como el Crimen de Cinta que, claramente fue asesinada a golpes por un varón.

La pregunta que funciona como eje de la indagación es: ¿cómo el género funciona dentro del derecho y cómo el derecho funciona para crear género? Este enfoque implica dirigir nuestra atención al concepto del derecho como creador del género que necesita ser comprendido junto a la idea de que el derecho tiene género. El derecho también crea las diferencias de género y de identidad.

Advertir la historicidad del discurso jurídico, su complejidad, su opacidad estructural, los aspectos ideológicos que le son propios y sus vínculos inescindibles con la política y el poder, permite hacer lecturas, con la clara conciencia de que no hay un único sentido posible que se debe descubrir sino que existen múltiples sentidos que se construyen en cada tiempo y lugar y que, por lo tanto tampoco existe una única, justa y definitiva solución para el caso. En ese espacio de conflicto en el que –todavía- las mujeres nos encontramos colocadas, tal vez el derecho podría funcionar eficazmente si los operadores jurídicos (particularmente jueces y fiscales) se sintieran tentados por esta mirada crítica.