Guillermo Perez Roisinblit contó que cuando era chico su apropiador lo llevaba a la RIBA -donde estuvieron cautivos sus padres- y que le decían “judío” cuando tenía algún berrinche. Ayer declararon los hermanos de Gabriel Gustavo Pontnau, secuestrado a los 20 años en el mismo operativo que José Perez Rojo y desaparecido. Y el primo que recibió a Mariana Perez cuando era una bebé.

 

juicio RIBA

“Mi nombre no siempre fue así”, dijo Guillermo Rodolfo Perez Roisinblit al empezar su declaración en el juicio por la privación ilegítima de la libertad de sus padres, desaparecidos y secuestrados en octubre de 1978, Patricia Roisinblit y José Manuel Perez Rojo. “Me llamaba Guillermo Francisco Gómez. Una sentencia determinó que fui apropiado. En 2000 pude conocer mi historia gracias a mi hermana (Mariana Eva Pérez, secuestrada junto a sus padres cuando era una bebé de 15 meses) y a la lucha de las Abuelas (de Plaza de Mayo)”.

Perez Roisinblit contó que nació el 15 de noviembre de 1978 (en la ESMA) y aportó detalles de cómo era su vida con Gómez. El ex agente de inteligencia y su ex mujer Teodora Jofre fueron condenados por su sustracción en 2005. Ayer Perez Roisinblit los nombró decenas de veces. Siempre se refirió a ellos como si hablara de dos extraños: “Jofre” y “Gómez”.

A pocos metros y durante casi tres horas, Gómez, sentado entre los acusados que integraron la Fuerza Aérea, escuchó el testimonio que lo involucró en muchos tramos. Los otros acusados son Domingo Graffigna, ex Jefe del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea al momento de los hechos que se juzgan y miembro de la segunda Junta Militar; y Luis Tomás Trillo, entonces a cargo de la RIBA (su superior, el comodoro Roberto Sende, fallecido, estaba con licencia médica). El modo de operar de esta dependencia en el circuito de represión de la zona oeste de la provincia de Buenos Aires, se empezó a analizar porque la pareja estuvo cautiva en la casona de Morón donde funcionó.

Perez Roisinblit, a quien Gómez y Jofre anotaron como hijo propio, conoció su verdadera identidad en 2000. Ayer, repasó cómo fue ese proceso.

“El primer encuentro con Mariana fue el 27 de abril. Yo trabajaba en un patio de comidas frente a la plaza de San Miguel. Mariana se acercó, pidió hablar conmigo. Estaba con otra chica. No las conocía y me llamó la atención que (Mariana) me llamara por mi nombre completo: “¿Sos Guillermo Francisco Gómez?”. Le dije que no podía hablar porque estaba trabajando. Mariana me dijo si tenía inconveniente de que me escribiera una carta. Le dije que no. La escribió, la puso en una bolsa, puso un libro (de Abuelas). Yo estaba bastante curioso por la situación. Cuando me la entregó, saqué todo y empecé a leer. Decía: “mi nombre es Mariana Eva Perez, soy hija de desaparecidos, estoy buscando a mi hermano, es posible que seas vos”. Ahí cambia mi manera de verla. Recuerdo haber sacado la billetera con el documento y decirle: “No puedo ser tu hermano, me llamo de otra manera, mi fecha de nacimiento es distinta. A menos que esto sea falso”.

Ella le había dejado el teléfono de su casa y el de Abuelas para que se acercara si sentía dudas. “El libro que me dio era una publicación de Abuelas con los casos resueltos y por resolver. En cada uno están las imágenes de los desaparecidos. Cuando lo abrí, automáticamente me aparece la página 175 y vi la foto mía (del caso) en blanco y negro. Me llamó poderosamente la atención. Una reseña decía que la pareja había sido secuestrada por la Fuerza Aérea y llevada a Morón. Que el bebé había nacido en la ESMA en noviembre de 1978. Mientras esto pasaba, mi jefe de aquel momento, Osvaldo, fue a ver a Mariana, vino, me miró a mí y me dijo: “Es tu hermana”. Yo no había notado el parecido. Me preguntó qué pensaba hacer. Le dije que él era el mayor en la charla. Yo tenía 21 años recién cumplidos, Osvaldo 40 o 45. Me preguntó: “¿Podés vivir el resto de tu vida sin saber si tenés una hermana?”. Ese mismo día llamé a casa de las Abuelas, concerté una cita y fui. Me explicaron que habían recibido dos denuncias telefónicas con datos sobre mí y después, de qué manera podía corroborar mi identidad. Ese día me pincho yo mismo el dedo gordo. Vierto cinco gotas de sangre en un papel secante que sería remitido a analizar en Estados Unidos”, contó y pidió un momento para tomar agua.

Visitas a la RIBA con el apropiador

Perez Roisinblit recordó que visitó la RIBA de chico, entre 1982 y 1984. “Gómez me llevaba como cualquier persona llevaría a su hijo. Había una galería donde estacionaban autos, con doble entrada. Lo que más recuerdo es un salón grande, en las paredes había cuadros de comandos o escuadrones de la fuerza aérea y aviones dibujados. Para una criatura llamaban la atención. Había maquetas y gente con ropa militar. Nunca tuve la impresión de que fuera un lugar donde solamente se recopilaba información”, declaró Perez Roisinblit ante el Tribunal Oral Criminal Nº 5 en la tercera audiencia del juicio.

Entre las historias que su hermana le contó cuando se conocieron, le habló de una sobreviviente de la ESMA a la que su madre relató había estado en una casaquinta en el conurbano. Por los detalles, “automáticamente en ese momento yo identifico que era la RIBA”, contó Perez Roisinblit.

Días después, y tras intentos fallidos de Perez Roisinblit de saber más acerca de sus padres, Gómez le contaría parte de lo que había pasado ahí. Estaban en un auto cuando el apropiador se quebró. “Se pone a llorar, me dice que soy hijo de una montonera estudiante de medicina y de otro montonero, desaparecidos. Que Mariana era mi hermana. Que me podía asegurar que mientras mi mamá estaba embarazada no le habían hecho daño, no me podía decir lo mismo de mi papá. Pero que él (Gómez) se había comportado muy bien con ella. Le pasaba a escondidas leche o un huevo duro. O la sacaba a pasear por el jardín interno. Solo le pedía que se portara bien, si no, la iba a tener que lastimar porque lo comprometía. Más de 16 años después me hubiera encantado seguir escuchando y preguntándole. No pude. Solo atiné a decir que iba a tener que buscarse un abogado porque yo había ido a Abuelas y era el nieto de la vicepresidenta de la institución”.

Ayer, su abuela Rosa Roisinblit de 96 años -querellante junto a Guillermo en este juicio- presenció la declaración junto a otras abuelas. “Fue muy duro para él”, dijo Rosa al finalizar la audiencia, mientras jugaba con su bisnieta Elena, la menor de los tres hijos de Guillermo, nacida esta semana.

“Me decían judío”

El hijo de Patricia y José contó: “siendo chico, en mi casa me decían judío, tanto Jofré como Gómez. En reiteradas oportunidades, Gómez le pegaba a Jofre, delante mío, de forma brutal. La ha dejado de cama, a golpes de puño, patadas, zamarreos contra paredes”. A raíz de esto, Jofre y el niño huyeron de la casa.

Guillermo dijo que poco después de conocer su identidad, entre 2001 y 2003, vivió “años muy difíciles”, de confusión, alineado con los discursos de los compañeros de Gómez. En una charla, dos hombres a los que recordó como el “Oso” y “Patón”, le hicieron mención “del parecido físico” con su papá y del “aguante que tenía ante la tortura”.

Cuando le preguntaron si recordaba a algún jefe de Gómez, Perez Roisinblit contestó: “al comodoro Sende. Y al Colo, el suboficial Vazquez Sarmiento (prófugo desde 2003). Con la familia de Vázquez Sarmiento teníamos bastante relación”. Aportó fotos. En la de su tercer cumpleaños, se lo ve junto a Jofre y a Ezequiel Vázquez Sarmiento. Ezequiel se negó durante diez años a hacerse un análisis de ADN y, en 2010, mientras trabajaba en la Fuerza Aérea (Pérez Roisinblit también trabajó en la fuerza) supo que era hijo de María Graciela Tauro y Jorge Daniel Rochistein, secuestrados en 1977. Guillermo recordó que Gómez le decía que el suyo no era el único caso, que a través de él podía descubrir entre tres y cinco casos más, como el de una chica de Córdoba. “Pero no tengo más datos de eso”, dijo.

Amenaza de muerte

La última vez que Perez Roisinblit tuvo contacto con Gómez -contó al tribunal- fue en esos años difíciles, el 23 de diciembre de 2003. Gómez estaba detenido en un régimen muy irregular, custodiado por sus compañeros de armas, y ese día estaba borracho. “Me decía que por mi culpa él no había podido volver con Jofre, que por haber ido a Abuelas se encontraba ahí. Y que al salir, tenía reservado para mis dos abuelas, para mi hermana y para mí un tiro en la frente. Fue la última vez que lo fui a ver”. Recién al año siguiente Guillermo se hizo los análisis ante la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI). Gómez cumplió condena y salió en libertad. Desde 2013 está detenido nuevamente, ahora por esta causa.

Ese mismo año, Guillermo empezó a ir al Centro Ulloa, que asiste a víctimas del terrorismo de Estado. “Sigo teniendo miedo, pero me ha hecho ver las cosas de otra manera”, dijo ayer cuando le preguntaron por qué había decidido ser querellante. Agradeció la posibilidad de hablar: “Creo que es reparador para nosotros. Necesito encontrar los restos de mis padres y hacer todo el ritual, para dejar de duelarlos”.

– ¿Considera usted a alguno de los imputados enemigos suyos?, le preguntó el defensor de Graffigna y Trillo.

El tribunal no hizo lugar a la pregunta. En la audiencia anterior, su hermana, Mariana Eva Pérez, había tenido que responderla: “Creo que para ellos yo soy el enemigo, mi familia era el enemigo. Así nos trataron”.

El primo que recibió a la bebé

Mariana Eva Pérez, querellante y una de las principales impulsoras de esta investigación sobre la responsabilidad de la Fuerza Aérea, también estuvo en la audiencia. Después de su hermano, declararon tres testigos: Marcelo Moreyra, el primo que recibió a Mariana cuando sus padres fueron secuestrados, y dos hermanos de Gabriel, el joven que desapareció con Perez Rojo del local de la galería.

“Alrededor de las 22, estábamos en casa con mi abuela, una prima de 11 años, y dos amigos míos. Yo tenía 18 años. Mis padres estaban en una clínica porque operaban a un tío que falleció dos días después. Escuchamos ruidos de autos, frenadas, gritos”. El testigo recordó un operativo impactante. “Dejan a Mariana en un moisés sobre uno de los muros de la entrada del chalet. En la camioneta Chevrolet estaba José con manos atadas. Trata de levantarse para pedirme que tome a Mariana. Desde la calle Patricia me grita que está embarazada. Empieza a decirme “Me llevan a” y alguien le tapa la boca y la vuelven a meter en el auto”, contó. También describió las caras de quienes participaron del operativo y dijo: “tiempo después fuimos a declarar a la Brigada de Martínez, pero fue más un interrogatorio”. Antes, alguien lo llamó para decirle que tuviera cuidado con lo que diría. “Con mi tío abuelo (el padre de José) fuimos a ver a algunos políticos pero no tuvimos la respuesta que esperábamos”. De todas las personas a las que la familia acudió, Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges fueron los únicos que los atendieron y escucharon”.

La desaparición de Gabriel

Los otros dos testigos fueron Carlos Pontnau y Mónica G. de Pontnau, hermanos de Gabriel Gustavo Pontnau, secuestrado a los 20 años en el mismo operativo que José. “Eran socios en un negocio de cotillón y juguetes. Mi hermano estaba separado y tenía un hijo, vivía con nosotros. Llamaron de la galería diciendo que se lo habían llevado. Mi papá fue al negocio y se estaban llevando los juguetes. Nos habló de un subcomisario Aguirre”, contó.

El otro hermano, Carlos, recordó que llegó a la galería dos horas después del operativo. “Estaban las puertas abiertas y todo revuelto”. Los dos depósitos que tenían los socios -que se habían conocido cuando eran boy scouts- fueron robados y vaciados. “En 1979 presentamos denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos”.

“No supimos nunca más de él”, había dicho su hermana, que declaraba por primera vez ante la justicia. Y había presentado el caso cuando se inició la CONADEP.

La próxima audiencia será el jueves 26 de mayo a las 10.