El remero olímpico Ariel Suárez ganó muchas medallas y puso a la Argentina en el top mundial. El domingo, tras conocer que algunos deportistas podrían entrenar pero su rubro todavía no, llamó a la rebeldía. “No me interesa nada. Voy a poner el bote en el agua cueste lo que cueste”, dijo en una protesta que organizó frente a la quinta de Olivos con otros deportistas no habilitados. “La única forma que me saquen de ahí es preso”. Al otro día sacó una foto a su camiseta junto a la Constitución nacional y salió a remar: tal como esperaba, la Prefectura lo encontró y le hizo un acta de infracción. Lo celebró con una selfie. Ahora está emergiendo como un héroe anti cuarentena.
Suárez está lejos de ser el primero que rompe el aislamiento y se jacta en redes sociales, la diferencia es que su causa parece atendible: ¿Podría el estado flexibilizar medidas para deportes individuales? Probablemente. ¿Es justo que se habiliten otros deportes y no el suyo? Seguramente no. ¿Eso significa que la habilitación de cualquiera de los deportes sea en pos del bien común? Los recientes brotes de contagio en los entrenamientos de fútbol habilitados indican que tampoco.
Más allá de que su disciplina requiera menos contacto que otras, una vuelta de todos los deportistas a la actividad va redundar en más contagios. Si cada unx replica el individualismo frente a la frustración de vivir una pandemia, puede ser que la propagación social no termine más.
Es difícil no ver el sesgo ideológico del activismo anti cuarentena. Carlos Malastón, un analista técnico de mercados financieros y monedas virtuales, cobró cierta popularidad mediática por llamar a un levantamiento desde su Twitter: “Hay insurrección este fin de semana en toda la Capital y el Gran Buenos Aires. Están abriendo masivamente restaurantes clandestinos. Es obligación de todo cliente: 1) No denunciar ni publicar coordenadas; 2) Pedir la cuenta 100% barrani, nada de facturas. El enemigo es el Estado”.
Entre el extremo de Maslatón y los grises del remero Suárez, el tema merece al menos un segundo de reflexión: ¿A quién no le gustaría salir a hacer su deporte o comer en un restaurante? ¿A quién puede interesarle el encierro y la depresión de la economía y los placeres? El conflicto es el costo que estas acciones personales imponen al resto de la sociedad.
Entre médicxs no hay grieta
La lógica del individualismo es incompatible con una respuesta humana a una pandemia y tiempos que demandan conciencia colectiva y solidaria. Lo saben quienes trabajan en salud y no ven al virus solo como un número abstracto. El jueves la muerte por COVID-19 de una enfermera que trabajó 20 años en el Hospital de San Isidro hizo llorar a la comunidad médica. Cristina Lorenzo tenía 62 años y a pesar de estar entre el grupo de riesgo decidió seguir trabajando para ayudar a combatir el virus.
Entre médicxs no hay grieta porque no quieren elegir a quién le ponen un respirador y a quien dejan morir. “De esta enfermedad no nos salvamos solos”, dice a Cosecha Roja Leda Guzzi, médica infectóloga integrante de la SADI (Sociedad Argentina de Infectología). “Es fundamental una acción colectiva conjunta para comprender que al cuidarnos nosotros estamos cuidando al otro, nos estamos cuidando colectivamente”.
A 143 días del aislamiento social obligatorio todavía cuesta mucho entender el concepto de salud comunitaria: nadie tiene experiencia en carne de una pandemia global con una transmisibilidad tan elevada. “Una persona infectada puede infectar a dos o tres personas, cada una de esas a otras tres personas y de repente se constituye en una cascada inmensa”, dice Guzzi. “Todas las enfermedades infectocontagiosas interpelan a la humanidad para ver qué nivel de solidaridad, responsabilidad social y capacidad para pensar en el otro tienen”.
Qué nos dejará el Covid-19
Gabriela Piovano habla con Cosecha Roja desde una sala en el Hospital Muñiz, el primero y único especializado en infectología a nivel nacional. Trabaja hace casi 30 años y vio pasar varias epidemias, pero ninguna tan rápida y mortal como esta.
“Si ahondamos entre nuestras personas conocidas seguro ya conocemos alguna que está o estuvo infectada. El tema es que al 80 por ciento de las personas no les pasa nada y nuestro problema es el 20 por ciento que va a necesitar algún tipo de atención y si no la recibe puede ponerse grave y fallecer”, dice Piovano.
Te puede interesar:
La cura mágica del coronavirus se vende como producto de limpieza
Para la médica infectóloga corremos con la ventaja de tener “el diario del lunes” de la mortalidad en países donde el COVID-19 llegó primero: una ventaja triste que trae postales de fosas comunes, personas muertas en las calles y médicos que lloran por tener que elegir quién vive.
“Hoy en Argentina cada millón personas mueren cien y es muy importante poder sostener esto para que cuando en un futuro no muy lejano podamos tener en nuestras manos una solución definitiva como lo es una vacuna”, dice y entiende a quienes les cuesta un poco más comprender: “Es obvio que la gente esté muy confundida porque hubieron muchas informaciones contradictorias y tal vez sienten que no tienen forma de valorar si la información que reciben es real”.
Así como en una época el uso de preservativos fue una molestia generalizada o algo asociado en exclusivo a las personas LGBT+, hoy los médicos piden a gritos que el uso del tapabocas y el aislamiento social no se subestimen.
Mar Lucas es psicóloga y directora de Innovación Estratégica en Fundación Huésped, uno de los espacios de mayor trayectoria sobre epidemiología en el país. Según ella la salud integral va mucho más allá de lo biomédico y el coronavirus es una oportunidad para evaluar cómo se piensan las sociedades. “Hay algo muy exitista e individualista que nos está alejando de esa conquista que fue entendernos como una humanidad que puede respetar y velar por los derechos humanos de todos y todas”, dice.
Hoy fue anunciada una vacuna en Rusia y todo el mundo tiene puesta la atención en su eficacia. Pero más allá de los resultados, para Lucas es importante aprender de la experiencia que el COVID-19 puede dejar: “Si ponemos todas las esperanzas en una vacuna que nos libere del virus y no aprendemos nada de este desequilibrio, que es entre otras cosas el que nos lleva a que el virus sea capaz de tanto daño, hay algo como oportunidad que estaríamos perdiendo”.