preso con vih chileClaudio Pizarro – TheClinic.cl

Juan Montupin, preso con VIH y descendiente mapuche, murió engrillado en una cama del hospital Van Buren en marzo de este año, pese a la solicitud de su familia de retirar las medidas de seguridad en su contra debido a su estado de agonía. Gendarmería, además, no le suministró la terapia antiretroviral como estipula la ley. Montupin murió como innumerables reos que pasan sus últimas horas esposados en hospitales públicos. Una realidad cruel que recién hoy, luego de esta investigación, Gendarmería está dispuesta a revisar.

El frío metal rodea la pierna huesuda de Juan Montupin. Desde la argolla al fierro lateral de la cama pende una cadena de 20 centímetros. Al otro lado de la puerta, afuera de la sala común, están sus dos celadores. Lleva varios días de agonía y continúa engrillado a una antigua cama del hospital Carlos Van Buren de Valparaíso. Llegó hace nueve días proveniente del hospital penitenciario. Tiene compromiso de conciencia y está conectado a oxígeno. Su huída, en verdad, parece un acto más que imposible. Jennifer, su hija, está sentada a su lado y no para de llorar. Habla con una enfermera para que le saquen las esposas. La mujer le responde que el problema es de Gendarmería. Ella se queja que ni siquiera ha podido hablar con un médico. Nadie la puede consolar, simplemente no entiende por qué su padre está condenado a morir como un esclavo en pleno siglo XXI.

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Ficha de clasificación 21.794: Juan Carlos Montupin Carvajal, 43 años, imputado por robo con violencia. Casado. Religión: evangélica.

El jueves 13 de marzo, Eugenia Carvajal Ahumada, tía de Juan Montupin, fue recibida por el Director Regional de Gendarmería, Carlos Muñoz Saavedra, en una audiencia privada. Eugenia le pidió, atendiendo a la delicada situación de salud de su sobrino, que le retiraran las esposas. Muñoz le respondió, según consta en un oficio de Gendarmería, que “las medidas de seguridad se enfocaban netamente en el resguardo de la integridad física del interno”. O sea, que las esposas eran una medida de protección atendiendo “los cuadros de descompensación psiquiátrica que lo afectaban”.

-Pero si están haciendo todo lo contrario. Él se está muriendo ¿Cuál es la protección?- replicó la mujer.

Así eran las reglas del juego. Aún lo son. La circular 126 del año 2009, redactada por el subdirector operativo de Gendarmería, inspector Víctor Luarte, es el último documento relativo a instrucciones de seguridad penitenciaria donde se establecen las normas de supervisión de reos en centros asistenciales. El punto tres dice: “Si en la eventualidad el interno requiere hospitalización, el servicio de custodia deberá ser asumido a lo menos con dos funcionarios, los que en ningún caso podrán mantener al interno sin vigilancia visual y/o directa, considerándose siempre la aplicación de las medidas de seguridad de contención (esposas y/o grilletes)”.

La solicitud de la mujer, atendiendo al protocolo, no fue considerada. El documento, además, no establecía diferencias entre un reo desahuciado, o en estado agónico, y otro de extrema peligrosidad. Ni siquiera había matices para la interpretación, salvo que el médico tratante del hospital penitenciario o el del centro asistencial decidieran retirar las esposas. Ninguno lo solicitó.

Juan Montupin continuó tal como estaba: engrillado. Cada vez que Jennifer acudía a verlo untaba los labios de su padre con agua. El sábado 15 de marzo llegó en la noche al hospital y lo encontró muy mal. Recuerda que le costaba respirar. Jennifer se fue poco antes de la medianoche y al rato recibió una llamada de uno de sus tíos. El corazón de Juan Montupin dejó de latir a las 0:48 horas. Recién ahí le sacaron las esposas. Causa de muerte: Paro cardiorespiratorio, neumonía grave, VIH-inmuno depresión.

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Una escalera del cerro cordillera. Verano del año 2003.

-Él es tu papá- le dijo un pastor evangélico a Jennifer, cuando la niña llegó a devolverle una biblia que había olvidado en su casa.

Juan Montupin, parado al lado del pastor, esbozó una sonrisa inquieta y ella, algo confundida, sólo atinó a abrazarlo. Luego arrancó escaleras abajo. Tenía 13 años. Jennifer no le contó nada a su madre. Siempre había escuchado, de parte de una tía, que la “Giovanna” tenía algo que contarle. Un secreto. El misterio repentinamente se aclaró y Montupin comenzó a buscarla. A veces se encontraban en la calle. Ella salía a comprar y lo veía. Ambos se acercaban pero no hablaban más de 15 minutos. Otras veces la iba a dejar al colegio, fumaban un par de cigarrillos y él desaparecía del mapa nuevamente. Encuentros esporádicos, más bien casuales, que en ocasiones no volvían a repetirse en años. La mayoría de las veces las reuniones dejaban más dudas que certezas en Jennifer. Con el tiempo se empezaron a escribir cartas.

Juan Montupin ingresó al programa de VIH-Sida del Hospital Van Buren el 24 de marzo del año 99, después de 4 años de enterarse que padecía la enfermedad. Para entonces se declaraba cesante y adicto a la pasta base. Entre los antecedentes de su ficha médica destacaba un TEC grave en la cabeza, ocurrido cuando tenía 11 años, tras caer de una altura de 20 metros que le dejaría diversos episodios de epilepsia.

– Iba en bicicleta, venía un camión atrás, y se cayó al vacío a un costado de una casa en el Cerro Las Cañas. Era un muro grandote, cayó en la arena, y encima la bicicleta y el niño que traía atrás. Quedó quebrado entero. Incluso salió en los diarios- recuerda su hermana, Yesenia Varas Carvajal.

Desde entonces, cuentan en su familia, la vida de Juan Montupin tuvo un giro drástico. Su madre tuvo que enseñarle a caminar y comer nuevamente. “Ella nunca nos dijo que tenía un retraso, pero nosotros lo notábamos porque como que se quedó pegado, no se preocupaba de comer o hacer sus deberes, no maduraba, le daba lo mismo, era como un pajarito”, cuenta Yesenia.

Montupin no alcanzó a terminar la enseñanza básica en la escuela 271, del sector de Pacífico, en Playa Ancha, cuando comenzó a desaparecer de su casa por varios días. Tenía 14 años y regresaba hecho un desastre. “Llegaba todo piojento, mi mamá lo vestía, lo lavaba, estaba un tiempo y después de nuevo se iba a la calle. Le preguntaba qué quería hacer de su vida y él respondía “no sé”, recuerda Yesenia.

Montupin intentó continuar sus estudios en una escuela nocturna del Cerro Barón pero, tan pronto pudo, la abandonó. En el mismo cerro conoció, años más tarde, a Giovanna Torreblanca. Él tenía 18 años y ella 14. Escuchaban juntos canciones de Bon Jovi.

“Me gustó como era, su ternura, era risueño, le gustaba echar la talla, siempre fue cabro chico”. Tras dos años de pololeo nació Jennifer. Montupin no pudo reconocerla porque había extraviado el carné de identidad. La pareja se casó y se fue a vivir a la casa de los papás de Juan. Giovanna no se acostumbró. Cuenta que la situación económica era mala y que cocinaban en una cocina a parafina. No tenía las comodidades de su casa y Juan ni siquiera se empeñaba en buscar trabajo. Al principio no le tomó mucho asunto, se sentía enamorada, dice, pero al cabo de un año comenzó a tomarle el peso a las circunstancias. No tenían ni para leche ni pañales. Montupin, además, había comenzado una relación paralela con otra mujer. Sandra.

A mediados del año 90 Giovanna cayó al hospital por una peritonitis y su madre se hizo cargo de Jennifer. Cuando se recuperó llegó a la casa de sus padres. Nunca más volvió donde Montupin.

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0:40 horas. 15 de septiembre 2013. Calle Uruguay.

Juan Montupin es detenido infraganti cuando asaltaba a un anciano de 82 años en las inmediaciones del mercado Cardonal. Llevaba un gollete en la mano y amenazaba con quitarle el banano. El anciano quedó con algunos cortes en el cuerpo. Horas más tarde Montupin fue formalizado por robo con violencia.

Antecedentes a la fecha de la detención: Amenazas contra Aurora Rodríguez (2005), consumo de marihuana (2008) y lesiones menos graves por violencia intrafamiliar en contra de Aurora Rodríguez (2011).

Montupin estaba a punto de cumplir 43 años y vivía en la calle. Su última pareja, Aurora Rodríguez, había muerto hacía tres meses. También tenía VIH. Ambos vivían en un departamento en Porvenir Bajo y se conocieron deambulando por las calles de Valparaíso.

-Ella era mayor, tenía su familia, pero se enamoraron y nunca más se separaron. Era como un amor enfermizo, peleaban y después volvían de nuevo, era una relación como de cabros chicos- recuerda Yesenia.

La muerte de Aurora, sumado al deceso de su madre en el año 98, precipitó la caída de Montupin. “Ahí como que él no se levantó más, como que ya no quiso vivir, se echó a morir. No sabía para dónde iba la micro, se le olvidaban las cosas”, agrega Yesenia.

En ese entonces, un par de meses antes de ingresar a la cárcel, fue a visitar a Jennifer. Llevaba el pantalón amarrado con un cordel, varias chalecas encima, y una chaqueta que le quedaba gigante. Se apoyaba en un bastón. “Era como ver a un ancianito”, recuerda Jennifer. Una imagen que contrastaba con las veces que acudía bien perfumado a ver a sus nietos y le dejaba cartas a Jennifer. Ella hacía lo mismo. Era la fórmula que habían encontrado para conocerse.

En una de las cartas, escrita el 16 de octubre del año 2012, Montupin le advierte a su hija: “Mi niña solo te puedo dar mi amor y mi cariño espero que no te importe pero soy pobre y solo te puedo dar amor”.

-Yo no podía pedirle nada a cambio, lo único que quería era que nos conociéramos- reflexiona ahora Jennifer.

A través de las cartas se enteró que tenía dos hermanas y que habían sido entregadas en adopción. Fue durante el período oscuro de Juan, cuando comenzó a vivir con Sandra, la misma mujer con la que engañó a Giovanna. Fue en ese tiempo que contrajo el VIH. “Tú sabes que estuve en el infierno y Dios me dio otra oportunidad”, le escribió en otra ocasión a su hija, intentando expresarle sus padecimientos con la enfermedad. Estar con ella y disfrutar a sus nietos era una manera de dejar atrás el pasado. “Solo le pido a Dios poder vivir artos años y verte casada, con tu cacita propia y mis nietos pololiando y que tu mi niña seas muy feliz”, le escribió otra vez.

Cuando se iba de la casa de Jennifer su amargura era total. En una de las cartas dice:
“Me bengo pensando en ustedes en el camino
yo aca en casa me ciento solo,
pienso en ustedes,
los estraño mucho”.

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Tan encorvado estaba Montupin que ni siquiera podía recibir en la cara el agua de la ducha. Cuando lo jabonaban le sangraban las heridas de la espalda y apenas podía caminar. Millaray lo bañó varias veces en el hospital penitenciario. Para ella no era problema trabajar con él. Tenía una hija discapacitada que no podía caminar ni hablar. “Yo sé lo que se vive”, dice. Por eso le cuesta tanto armarse de valor para relatar lo que vio cuando llegó a hacer la práctica de paramédico en enero de este año. Montupin llevaba tres meses en prisión.

-Es un animal. Míralo, come como un animal- escuchó Millaray de boca de un paramédico en uno de sus primeros días de trabajo en el Hospital Penal.

La estudiante asomó la cabeza a la ventanilla y vio como Montupin se alimentaba con la mano. Nadie quería entrar a la pieza porque adentro estaba hediondo. Otras veces lo vio comerse una pasta de dientes y las pelusas de la frazada. “Si le daban dos panes al desayuno, guardaba uno porque sabía que le iba a dar hambre. Le daban un remedio que le daba mucha sed y no lo dejaban tomar agua para no cambiarle los pañales”.

-Tú eres la única que a mí me trata bien. Todo el mundo me trata como si no fuera una persona- le dijo Montupin una vez.

Sin la intervención de una abogada del Instituto Nacional de Derechos Humanos, Laura Matus, probablemente Montupin hubiera muerto mucho antes. El 3 de octubre del año pasado Matus visitó el módulo 112 del Complejo Penitenciario de Valparaíso, constatando que se trataba de “un interno con VIH y un problema psiquiátrico sin tratamiento”. Además, “estaba sin control de esfínteres, tenía dificultad para movilizarse y dolor de riñones”, detallaba el informe. La abogada solicitó a gendarmería su traslado al hospital Penal. Al otro día, luego de insistir directamente con el Director Regional, Carlos Muñoz, al comprobar que no se había efectuado el traslado, la institución aceptó derivarlo al centro de salud intrapenitenciario.

Historia clínica: 9/4/2012. “Paciente es traído al SAMU tras ser encontrado por un vecino comprometido de conciencia en su hogar, refiere cuadro de cefalea durante una semana… desorientado temporalmente. Diagnóstico: Meningitis bacteriana aguda por neumococo y abandono de tratamiento Antiretroviral (TARV) hace 3 años”.

Antes de ingresar a la cárcel era evidente que Montupin ya estaba mal. Al margen de la Meningitis su cuerpo ya había resistido una neumonía y una tuberculosis. Todas enfermedades quizá evitables si hubiera acudido a los controles y recibido los medicamentos contra el VIH. No lo hizo. Estando en prisión, paradójicamente, era más fácil retomar la terapia. Ésta, sin embargo, no le fue administrada. Las razones según Luis Lazaeta, enfermero matrón, jefe del área salud del complejo penitenciario fueron que “sus parámetros de laboratorio estaban adecuados”. “Tenía controles en infectología, tratamientos colaterales como paliativos por su neumonía, por todas las patologías que tenía, pero no tenía indicación de terapia antiretroviral”, agrega.

La resolución contrasta con las evidencias de la ficha médica de Montupin en el hospital Van Buren. “Suspendió triterapia hace años”, se lee subrayado en una de las tantas observaciones, el 23 de agosto del año pasado. Además, su último examen de recuento linfocitario, CD4, indica que tenía un indicador de 119, es decir, dentro del estándar normativo internacional que se establece para dar inicio a las terapias en los enfermos.

-Esto indica que tenía que retomar el tratamiento antirretroviral. Cualquier persona que tenga menos de 300 en el examen de CD4 debe hacerlo. Más aún cuando se trata de un paciente con enfermedades anteriores como tuberculosis o meningitis. Al no hacerlo Gendarmería lo condenó a muerte- explica Vasili Deliyanis, vocero de la Corporación Chilena de Prevención del Sida.
Luis Lazaeta, jefe del área de salud del complejo penitenciario de Valparaíso, al ser consultado sobre por qué no se retomó el tratamiento una vez que Montupin ingresó a prisión, respondió que el inmunólogo tratante del Hospital Van Buren “decidió no reinstalar la terapia retroviral”. Ninguna autoridad del recinto asistencial quiso conversar con The Clinic.

La comisión Interamericana de Derechos humanos es enfática en señalar que “es obligación de los Estados garantizar el acceso a la atención médica adecuada a las personas privadas de libertad”. La guía de tratamiento antirretroviral de la Organización Mundial de la Salud (Ginebra 2010) no hace distinción siquiera entre pacientes presos o en libertad. “En las prisiones, el tratamiento de VIH, incluido el tratamiento antirretroviral, la atención y el apoyo, deben ser equivalentes al que tienen a disposición las personas que viven con VIH en la comunidad y deben estar en consonancia con las directrices nacionales”, dice en uno de sus capítulos. Ninguna de estas recomendaciones internacionales fueron consideradas el caso de Juan Montupin.

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Cuando uno de los doctores de Gendarmería visitó el módulo 112, los propios internos le dijeron que Montupin “hablaba tonteras”. Su cabeza no andaba bien y lo derivaron a un psiquiatra. El doctor Julio Michelotti le diagnosticó “un trastorno mental no especificado”, la última patología de la lista de clasificación internacional de enfermedades mentales de la OMS, la F99. Le recetó, además, risperidona, carbamazepina y fenitoína. Un tratamiento ambulatorio que mantuvo cuando fue trasladado al hospital penal. El mismo lugar donde Millaray hacía su práctica laboral.

-¿Qué es ese olor?, preguntó en un pasillo durante su estadía.
-Na, poh, es el Montupin- le respondió uno de los paramédicos.

La practicante recuerda que se asomó por la ventana y vio a Montupin rodeado de excremento y orina. Las sábanas totalmente mojadas. Millaray habló con uno de los paramédicos y le preguntó que se hacía en estos casos.

-No te preocupes, es normal, con él no se trabaja- le habría dicho el mismo funcionario.
Lo último que vio ese día, recuerda, fue que le “pasaron algo para que él mismo (Montupin) limpiara el suelo y su cama”. Eso no fue todo. Millaray asegura que observó cuando una enfermera le pegaba “palmazos”. “Se los daba en la cara, la espalda, el poto. Le decía que se portara bien, que se dejara de molestar y no gritara más. Todos los días llegaba atacada a mi casa”, asegura.

El jefe de la unidad de salud del recinto, Luis Lazaeta, niega rotundamente la versión entregada por la aspirante a paramédico. “Si ella lo observó, estoy de acuerdo con que lo denuncie, me imagino que tiene los canales para hacerlo, pero yo no puedo acreditar nada, porque yo vi todo lo contrario”. Lazaeta asegura que el personal fue solidario, que le consiguieron ropa y gestionaron con los evangélicos compra de pañales.

“Lo vestíamos, bañábamos, lo dejábamos pirulito para ir al tribunal donde le correspondiera y pum, se faldeaba”, agrega Lazaeta. Las diarreas, asegura el facultativo, tampoco tenían un origen claro. “No sabíamos si era por un manejo psiquiátrico antisistema o realmente digestiva. No te cuento la cantidad de pañales que usamos”, agrega.

Millaray aún no olvida su estada en el hospital penal. Dice que fue una experiencia “chocante” considerando que recién estaba empezando su carrera. “Quizá ellos estaban acostumbrados porque llevaban no sé cuánto tiempo con él, pero por mucha costumbre que tengan, si a ti te pagan por hacer eso, no te cuesta nada. A mí no me pagaban ni uno y lo hacía, entonces, no sé qué moral tienen los paramédicos de ahí”, reflexiona.

La Asamblea General de Naciones Unidas hace referencia a la ética aplicable respecto a la protección de las personas presas, señalando que “constituye una violación patente la participación activa o pasiva del personal de salud en actos que constituyan participación o complicidad en torturas u otros tratos crueles, inhumanos o degradantes, incitación a ello o intento de cometerlos”.

El 27 de febrero de este año, sin embargo, el destino de Montupin pudo haber cambiado. La magistrado Nora Bahamondes, en una audiencia de cautela de garantías, le revocó la prisión preventiva por internación en el hospital psiquiátrico del Salvador por “razones humanitarias, atendiendo a la salud del imputado”.

La medida, para desgracia de Montupin, no se pudo concretar. El recinto psiquiátrico no tenía cupo para recibirlo. Su salud comenzó a empeorar y el 7 de Marzo fue derivado, con compromiso de conciencia, al hospital Carlos Van Buren. Allí permaneció esposado durante nueve días.
Ficha Médica 15/03/2014: Cuadro de insuficiencia respiratoria. Neumonía. Insuficiencia renal aguda. Estado Grave.

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El gendarme solicitó formalmente ir a buscar a Juan Montupin a su celda para trasladarlo a la visita. Aún permanecía en el módulo 112, cojeaba y había perdido parte de la visión en uno de sus ojos. “Se me caían las lágrimas cuando lo ví”, dice. El funcionario en cuestión era nada menos que el hermano del reo: René Montupin.

“No lo veía hace como 3 años, fue súper fuerte”, recuerda. Desde entonces comenzó a visitarlo frecuentemente. Los presos se dieron cuenta y comenzaron a desquitarse con Juan. Fue poco antes de que la abogada del Instituto Nacional de Derechos Humanos solicitara el traslado de Montupin. René continuó visitándolo en el Hospital Penal. La salud de Juan empeoraba cada día. “La última vez ni siquiera me reconoció, estaba súper mal”, cuenta René.

Los días de visita el funcionario aprovechaba de conversar con su tía Eugenia, la misma que solicitó a Gendarmería que le quitaran las esposas a Montupin. La mujer le imploró que hiciera algo para ayudar a su hermano. “No tenía las facultades para hacerlo, estaba atado de manos, algunos familiares se me echaron encima. Me las tuve que comer solito no más”, relata.

René estaba en una encrucijada. Al comienzo, reconoce, no sabía si tirar para el lado de su hermano o de la institución. La sangre o el trabajo. Con el correr del tiempo se le fueron aclarando sus sentimientos. Sobre todo luego de ver engrillado a su hermano. A René le había tocado custodiar a prisioneros en los hospitales y en sus nueve años de carrera vio fallecer a cuatro esposados a una cama. Un verdadero trauma que ha compartido con otros funcionarios de la institución. “Todos quedan choqueados. Yo mismo, respondiendo a mi propia ética, les colocaba una almohadilla para que la grilleta no hiciera juego y los lastimara”. Una vez, recuerda René, tuvo que esperar cuatro horas para quitarle las esposas a un reo luego de fallecer, debido a la tardanza en la entrega del certificado de defunción por parte del oficial de guardia. Mientras, tuvo que aguantar los insultos de la familia del fallecido. “Me decían paco culiao que estai haciendo acá si ya se murió”, recuerda.

René dice que no ha recibido ayuda psicológica de parte de la institución y que lo único que pudo hacer por su hermano fue conseguir que lo custodiara una sola persona vestida de civil.
Hace un mes se reunió con el Director Regional de la institución. Le dijo que los responsables de la muerte de su hermano eran los funcionarios del hospital penal por no administrarle los medicamentos y le explicó lo que pensaba respecto al uso de esposas en enfermos terminales. “Tendrían que haber tenido un poco más de criterio”, soltó.

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El caso de Juan Montupin hoy está siendo investigado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos. El organismo solicitó a Gendarmería, el 22 de abril de 2014, a través del oficio N°087, información sobre el tratamiento médico al que fue sometido Juan Montupin y los protocolos de Gendarmería en caso que una persona se encuentre en estado de agonía. En ninguno de los dos casos las respuestas fueron satisfactorias. El INDH volvió a oficiar a Gendarmería para que respondiera sin rodeos.

-No quedamos conformes. Gendarmería nos respondió señalando que el preso había tenido todos los cuidados de parte de la institución. Versión que no coincide con la visita de nuestra abogada que calificó lo que observó, claramente, como un trato cruel e inhumano – detalla Rodrigo Bustos, Jefe de la Unidad Jurídica del INDH.

Hasta la fecha han entregado su testimonio al organismo Yesenia, la hermana de Montupin; su hija Jennifer, su tía Eugenia y Millaray, la practicante de paramédico. El INDH, mientras espera la respuesta de Gendarmería, evalúa oficiar al Ministerio Público para que compruebe si existen hechos constitutivos de delitos o responsabilidades administrativas por falta de atención médica.

Gendarmería tampoco alcanzó a responder a nuestra solicitud para saber cuántos reos mueren cada año en hospitales públicos. La cifra podría dar luces respecto a otros casos similares al de Juan Montupin, como el del reo Marcos Galdames que también falleció engrillado a una cama del hospital Regional de Valdivia la madrugada del 29 de mayo del año 2010. Al igual que en el caso del Montupin, el ruego de sus familiares no fue escuchado. Galdames tenía un cáncer linfático terminal y pese a que la defensa solicitó levantar la prisión preventiva por su condición de salud, ésta fue denegada por el juez. La madre del reo sólo atinó a decir en la prensa que su hijo había muerto de manera indigna. (Ver recuadro).

El Colegio Médico, al ser consultado sobre el caso de Juan Montupin, declaró que “era inconcebible que haya muerto en esas condiciones”. “Nuestro código de ética expresa que todo paciente tiene derecho a una muerte digna y eso no se condice, obviamente, con lo que sucedió. Existan los protocolos que existan, los médicos tienen que tomar una resolución de acuerdo a la ética propia del Colegio Médico. Cuando hay dudas de por medio los especialistas deben acudir a los comité de ética locales de los hospitales o acudir al tribunal de ética del organismo para pedir una opinión”, señala Enrique Paris, Presidente del ente colegiado.
Desde el año 2012 funciona en Gendarmería una unidad de Derechos Humanos que, a partir de mayo de este año, trabaja en elaborar nuevas propuestas para la institución. El caso de Juan Montupin está siendo analizado en el marco de lo que denominan “establecimiento de procedimientos diferenciados”. “La idea es aplicarlo en poblaciones vulnerables, como en los casos de salud en pacientes agónicos. El objetivo es modificar el protocolo, en el fondo humanizarlo”, afirma Jonathan Ulloa, sociólogo a cargo del departamento.

Ulloa asegura que el protocolo debe ser trabajado con personal del ministerio de Salud y el presidente del Colegio Médico, Enrique Paris, plantea estar disponible para modificarlo. “Me ofrezco como interlocutor”, concluye.

La hermana de Juan Montupin, Yesenia, en representación de su familia, entabló una denuncia en la Fiscalía de Valparaíso en abril de este año intentando esclarecer la real causa de muerte de su hermano.

Juan Montupin ya no está entre nosotros.