Cosecha Roja.-

El 70% de la población en Guatemala es menor de 30 años. Casi el 75% vive en estado de pobreza. Más del 55 % de los jóvenes no estudian ni trabajaban. Con el propósito de invertir estas cifras, el gobierno del Álvaro Colom diseñó las Escuelas Abiertas. Este programa empezó en el 2008 como un proyecto experimental. En las escuelas, los jóvenes encontraron un espacio para capacitarse y un refugio para huir de la violencia. Esta iniciativa, además de financiar la remodelación de las instituciones educativas, instaló computadoras y dotó a los estudiantes de instrumentos deportivos. En esta entrevista, Bienvenido Argueta, director del programa durante el gobierno de Colom, y Marco Castillo, director del Grupo Ceiba, cuentan los detalles de este proyecto que convocó a los jóvenes de Guatemala.

Entrevista a Bienvenido Argueta

¿Actualmente cuántas escuelas participan del programa?
220 escuelas de 18 departamentos, de los 22 que hay en Guatemala. Pero ahora lo que está definiendo el nuevo gobierno es si la política da prioridad a la prevención de la violencia o no, porque su dinámica y su lema es mano dura.

¿Qué resultados alcanzaron a ver en la Gestión anterior?
La criminalidad es multicausal, entonces un programa de prevención puede contribuir a reducir los índices de criminalidad, pero no es el elemento esencial para una reducción de la violencia, en el sentido de que una acción específica como EA no va a bajar los índices de homicidio que es la info que recolecta fundamentalmente el Ministerio de Gobernación a través de la Policía Nacional. Los otros hechos no se tienen registrados porque la policía no tiene la capacidad de recolectar y procesar esa información. Tampoco se recolectan en los Tribunales, porque no todos van a ser la denuncia ya que no creen en la Justicia. Se toman otros indicadores como la participación juvenil. Porque con las EA se pretendía la participación de ellos asociada a un conjunto de redes sociales, lo que permitía es afianzar una nueva perspectiva en la sociedad acerca de los jóvenes, eso generó un concepto nuevo de juventud y el reconocimiento de espacios que legitiman los intereses juveniles.

Entrevista a Marco Castillo

¿Con qué objetivos se abren las Escuelas Abiertas?
La idea básica era abrir las escuelas públicas a un grupo de jóvenes que por una u otra razón nunca va a llegar a ellas. En Guatemala particularmente las escuelas que están en zonas de alto conflicto a veces solo abren una jornada y el resto del tiempo están libres, no hay nadie, cero actividad. Muchas veces por la tarde no se dan clases porque el nivel de violencia es muy fuerte y no hay maestros que quieran llegar a trabajar en esos horarios. La intención era que el programa no compitiera con la escuela tradicional, sino fundamentalmente que la escuela sea un espacio libre y abierto que convocara a la gente. Se pretendía generar un programa preventivo, aunque yo no creo en la prevención, sino en anticipar acciones para reducir el riesgo de conflicto y violencia con los jóvenes. Incluso me siento más cómodo hablando de anticipación que de prevención porque uno debe esperar a que el problema esté encima para luego reaccionar.

¿Y cómo gestionan ese compromiso de la sociedad?
Los vecinos del barrio decidían acerca de los talleres que se darían en las escuelas, elegían a los talleristas, incluso buscábamos que no sean maestros titulados sino jóvenes de la zona. Por ejemplo: si íbamos a abrir un taller de fútbol, el profesor sería el joven del barrio que mejor juega a la pelota, se lo contrataba y capacitaba para que sepa como comunicar sus ideas. Para el de música llamábamos al grupo que toca la guitarra en una esquina. Quisimos enseñar computación y darles herramientas y a veces estaba el hijo de un vecino que estudiaba ingeniería en sistemas, y que era parte del grupo y que podía ayudar a los chicos, y los chicos lo conocían, entonces eso les generaba confianza. La intención era abrir una convocatoria amplia y desde la base. El concepto de EA nace con la idea de que la educación no puede ser ente aislado de la comunidad y los conflictos del barrio no son responsabilidad única del Estado. Abrir la escuela era abrir espacios públicos donde los adolescentes y jóvenes pudieran llegar sin estigmas, sin barrera.

¿Con qué recursos comenzó el proyecto?
Al inicio fue un programa muy austero. Después de unos seis meses nos empezaron a dar recursos. Tuvimos que remarla: tuvimos que andar haciendo caras para que nos dieran la plata, el material. Había bodegas llenas de pelota, en los programas de educación física del gobierno, y teníamos que llegar a ver si nos regalaban las pelotas que a veces ni estaban usadas. Después tuvimos que sufrir para que nos dieran unos carros. Si el programa hubiera tenido los recursos necesarios… hoy día creo que el programa va a tener una subvención de 25, y de repente puede llegar a unos 50 millones de quetzales anuales, unos 6 millones de dólares, que para un programa nacional es nada. La gran cantidad de dinero se va en honorarios para los instructores.

¿Cuáles eran los temores del Gobierno al comienzo?
Desde el gobierno al comienzo tenían mucho miedo de desarrollar los programas en áreas de conflicto, querían asegurarse de no fracasar porque tenían la prensa detrás de ellos tratando de ver en qué se equivocaban para cuestionarlos. Esto es muy normal aquí, la prensa suele estar siempre plegada a la derecha.

¿Hubo prueba piloto?
Cuando nació EA tuvimos pilotaje de casi 6 meses en dos escuelas de Guatemala de barrios conflictivos. Hicimos análisis de campo, probamos la metodología, trabajamos con mapeo de actores, construyendo base para que la gente que participara fuera genuinamente del barrio. Aprendimos muchas cosas. Y el trabajo fue validado. El gobierno no tenía experiencia en la calle. Mientras yo estuve en el proyecto las escuelas abiertas estaban en 57 zonas de áreas altamente conflictivas.

¿Y cómo era visto el programa por la sociedad?
El programa término bien calificado por la opinión pública. Se ponían fondos para mejorar las escuelas que abrían los 7 días de la semana. El programa era súper bondadoso. La gente estaba feliz. Lo que sucede es que no sólo puedes abrir un programa para que los chicos vayan a jugar futbol sin mayor situación de cambio.

¿Pudieron medir si el proyecto incidió en reducción de índices de violencia?
Empíricamente lo puedo decir, pero la evaluación era a los 2 años y no se llegó a hacer. Teníamos indicadores que iban a definir el índice de reducción de conflictos o reducción de casos de violencia el fin de semana. Sí hubo incidencia porque teníamos a un grupo de chicos vinculados a grupos de maras, pandillas o que participaran en grupos de narcotráfico y que el fin de semana aprendían inglés, jugaban al futbol, bailaban hip hop. Evidentemente las horas que los tenías adentro restaba positivamente a favor del barrio. Porque estos muchachos en lugar de estar en una esquina fumando un cigarrillo de marihuana, bebiendo cerveza, o intentando asaltar a alguien estaban dentro del programa y se daban cuenta que el programa no los excluía del sistema, no los estigmatizaba y les daba la posibilidad de abrir un espacio diferente. Si hubiésemos tenido la posibilidad de hacer la evaluación creo que hubiésemos comprobado que el programa reducía los índices de conflictividad. Y por otro lado los jóvenes vinculados a grupos de criminalidad, de haber continuado, hubieran tenido la posibilidad de dar un salto y hacer otra cosa que no fuera el delito.

¿Porqué te alejas del proyecto?
Lamentablemente se fue por la vía política más que por la técnica. Me da la impresión que en ese momento la Primera Dama de la Nación, doña Sandra de Colom, que era la que tenía básicamente en sus manos el programa, pensó que podía ser buena catapulta política y electoral entonces empezaron a abrir unas 200 escuelas más en zonas donde no había conflicto ni eran pertinentes. Por otro con un proyecto que apenas tenía año y medio no se puede dar un salto así, a nivel nacional. Fue un suicidio. En el camino nos quedamos sin elementos de monitoreo, de evolución, que era lo que yo hacía. Teníamos un equipo de trabajo full time, recorriendo las escuelas los fines de semana, revisando lo que pasaba, hablando con los que daban los talleres que eran chicos que tenían legitimidad en el barrio, eran queridos, respetados por los grupos violentos y con quienes trabajamos la parte técnica para que sean más efectivos, y esto era solo tema de tiempo. La expansión es también por presiones de los diputados que querían meter a sus personas a los programas. Eso deformó la idea. No la dejaron madurar. Era darle tiempo, era evaluar, porque cuando hicimos la expansión fue a los 6 meses. A los 2 años hubiéramos necesitado otra revisión para considerar si lo ampliábamos. Y la expansión debía estar definida por el mapa de violencia no por el mapa político electoral.

¿Qué otras cosas se pretendían hacer a través de EA?
Lo siguiente era colocar dentro del programa espacios para la resolución de conflictos, íbamos a iniciar un programa de primaria y secundaria flexible, para que los chicos que no tenían oportunidad de seguir estudiando la secundaria, porque estaban fuera de la edad o lo que fuera, pudiesen llegar allí los fines de semana y sacar su certificación de educación, y más adelante poder introducir un formato de una oficina de empleabilidad para buscarles trabajo a estos chicos. El programa daba para mil cosas. Lo que sucede con estos programas también, es que dan lugar a que se sobrevaloren las cosas. Yo por ejemplo nunca estuve de acuerdo con la comida, porque daba lugar a corrupción. Yo podía decirte que este plato salía 3 dólares y en la vida real valía 1,5 dólar. Eso desgasta las experiencias.

¿Con el nuevo gobierno, el programa tendrá continuidad?
Sí, el programa va a seguir, y eso es bueno. Sin embargo empezaron a salir ya las cosas de corrupción. Problemas en la sobrevaloración de algunas cosas, en la venta de comida, en los salarios. Cosas que yo peleaba para que no sucedieran. Incluso la presión de los diputados: ellos que toquen otros programas pero que no nos toquen a nosotros porque el programa debe seguir sustentado en la base, en la comunidad. Había casos, por ejemplo, de que algún chico era muy bueno, pero su papá había participado en el partido contrario y entonces inmediatamente había una nota que decía “a este chico no lo puedes contratar”. ¿Cómo le vas a decir tú eso a un muchacho que tiene la capacidad para hacerlo? Esos eran los problemas estúpidos, pero que rompen las estructuras de los programas.

¿Cómo funciona ahora?
Ahora está funcionando a medio vapor. El programa pasó a depender del Ministerio de Acción Social. Yo he sido siempre muy crítico con el programa porque yo quiero el programa, realmente le tengo amor al programa, y me duele lo que a veces pasa dentro, y cuando la Ministra me pidió mi opinión fui muy claro en decirle las cosas que había que mejorar y que hacer. Pero el gobierno actual no tiene ni las más mínima idea de lo que es el trabajo social – el presidente es un ex militar-: esta gente tiene idea de lo que va a ser a nivel de seguridad punitiva, pero no tiene idea de lo que hay que hacer en una comunidad con un modelo diferente que no sea la violencia. Una de las cosas que logré convenir con la Ministra era que había que hacer una evaluación del programa, una revisión, sin embargo ella se adelantó. Logramos que UNICEF financie la evaluación, con licitación pública. CEIBA mandó su propuesta, pero no sabemos si vamos a ganar. Pero si la ganamos, vamos a hacer una evaluación con los indicadores de funcionamiento del programa con el modelo de evaluación que usamos, entrevistas en profundidad y grupos focales con gente de una muestra de unas 50 escuelas aleatorias (una muestra del 10% que ya le da validez a la investigación). Y producto de ese trabajo con la comunidad ellos se deberían dar cuenta de los cambios que tienen que hacer.

¿En qué programas están trabajando ahora?
Hicimos un estudio de investigación/acción sobre la percepción que tienen dos barrios violentos sobre el trabajo de la policía. Le mostramos a la policía de los barrios y a la Ministra el resultado de las encuestas de 1000 personas –con una técnica caracol, muy bien pensada con entrevistas de puerta a puerta. Y luego hicimos en otro barrio grande un trabajo sobre la percepción del conflicto y la violencia. Estas investigaciones no sólo nos dan una idea –aunque sea a nivel empírico- sobre la situación de conflicto sino evidencian las situaciones que se dan en las comunidades y que es importante que las autoridades las conozcan.

La intención de meter a la policía –cuando se puede, porque no siempre la policía quiere llegar- es que escuche lo que la gente dice y también que la gente escuche lo que el policía piensa. En estas mesas de discusión urbana sobre la paz y el conflicto, también tenemos que tener acercamientos con grupos que no están siempre dentro de la legalidad. Tenemos que sentarnos en algunos momentos, o buscar conectores, gente que nos acerca, para poder llegar con el mensaje de resolución de conflicto también con estos grupos. A veces hay que hacer negociaciones con estos grupos para que no vayan a asesinar a un muchacho porque perdió una carga de drogas, o porque quiere salirse de la pandilla y los otros no quieren. O porque quieren aplicar una extorsión a una familia que no puede pagarla y que va a tener que mudarse. Tratar de convencerlos de que este tipo de estrategias no funcionan. Hay que acercar el diálogo. Ha sido un proceso muy lento y muy peligroso, pero muy importante.

¿Cuentan con apoyo del Estado?
La relación de nuestra organización con el Estado yo diría que es ocasional. Oficialmente no tenemos ninguna vinculación. De hecho el Estado no participa económicamente en los programas de CEIBA, a pesar de que CEIBA hoy tienen 8100 muchachos que participan todos los días en el programa. Te estoy hablando de 8000 muchachos con nombre y apellido y llegan todos los días a las distintas áreas donde estamos. A pesar de ese volumen de atención, el Estado ha estado históricamente invisible del apoyo a CEIBA. Hemos logrado, en algunos momentos, unas subvenciones que no representan ni siquiera el 10% del presupuesto de CEIBA, pero además son ocasionales.

¿Cómo financian el trabajo?
Estamos en un momento muy difícil. Tenemos programas con algunas organizaciones como la Fundación española que se llama Codespa. También presentamos un proyecto a la Unión Europea y logramos sacar unos fondos. Estamos iniciando también un proyecto con la Unión Europea con una organización holandesa que se llama Colbay (o algo así), tenemos fondos también del Banco Interamericano de desarrollo, que son fondos que se acaba ahora en junio pero que nos ha ayudado mucho para levantar todo el tema de tecnologías. Tenemos fondos de Alemania –de hecho eligieron el programa de paz urbana como uno de los mejores programas para presentarlos en la campaña cuaresmal que hacen todos los años en ese país. Estamos capturando fondos de este tipo de organizaciones. Teníamos algunos fondos de la USAID que los estuvimos trabajando, pero lamentablemente tuvimos muchos problemas en el enfoque: ellos tienen un estilo de ver el conflicto y la resolución de problemas que no empata con lo que nosotros hacemos, y entonces tomamos la decisión de retirarnos mutuamente para seguir evitando fricciones. Estamos buscando nuevas líneas de financiamiento, inclusive con el Estado. Yo siempre lo he dicho: somos sustentables en cuanto al modelo, a todas las áreas, lo tenemos todo sistematizado, pero no somos sostenibles, porque no son sostenibles si no es porque la cooperación ayuda de alguna u otra manera o el Estado ayuda para fortalecerlos.

¿Este modelo de CEIBA es replicable?
Sí. El tema de paz urbana es un modelo totalmente replicable, el tema de Escuela Abierta es un modelo totalmente replicable, lo que falta es voluntad política.