Policías y asesinatos raciales: acá también se consigue

No tienen visibilización ni nombres propios porque la desigualdad estructural los naturaliza. Pero pasa acá a la vuelta de la esquina: sin cámaras ni épica porque se dan en campos, villas o lugares olvidados por la “civilización”.

Policías y asesinatos raciales: acá también se consigue

Por Cosecha Roja
01/06/2020

Lucas Barrios tenía 18 años y el sábado recibió un balazo por cada año que vivió. Los 18 tiros los hizo un policía de la Federal, Osvaldo Nicolás Rendichi.

Lo que se sabe es que el sábado a las cuatro de la tarde Rendichi, de 24 años, fue vestido de civil y acompañado de su hermano hasta la Isla Maciel a venderle a Barrios una Play Station que costaba 17 mil pesos. Entró por un pasillo y ahí, según dijo el policía, apareció otra persona, lo emboscó para robarle y le disparó cuatro tiros. Por eso él disparó a quemarropas, para defenderse. Pero el blanco no fue quien habría intentado robarle, sino Lucas Barrios. 

La Isla Maciel es parte de Avellaneda y está pegada al Riachuelo, a pocos minutos de la Ciudad de Buenos Aires. Todavía conserva los conventillos portuarios, pero no es turística: es uno de los sectores con más carencias del conurbano. La muerte de Lucas abre algunas interrogantes: ¿Por qué un policía va a vender una Play Station usada en la Isla Maciel y lleva su arma con el cargador lleno? ¿Por qué – o para qué- acepta entrar de manera voluntaria en un pasillo de una villa con un desconocido?

Después de dispararle a Lucas, Rendichi fue a entregar su pistola y la otra con la que supuestamente lo atacaron. Hoy dio su indagatoria frente al fiscal Elvio Laborde, que está cargo de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) 3 en Avellaneda. Según fuentes del Ministerio de Seguridad la carátula es “homicidio agravado por el uso de arma de fuego”. Está aprehendido. 

Andrea, una vecina de Lucas, cuenta que hace pocas semanas otro joven fue acribillado en condiciones similares: “Juan tenía 23 años y una policía de civil, sin identificarse, le pegó cinco tiros en una parada de colectivo. La policía ni se gasta en decir que son policías ni que están cumpliendo una función. Acá en el barrio cuando vemos a alguien desconocido no nos sorprende que saque un arma y dispare”.

El beneficio de la duda tiene un color: la portación de cara y de piel se paga. En Argentina decir negro de mierda es un insulto frecuente, ¿pero qué significa? Ser negro es ser pobre, de un pueblo originario, de piel marrón o villero. Ser negro no es precisamente ser un afrodescendiente: es ser alguien catalogado como peligroso o de una clase social baja. “Son negros de alma”: una afirmación ontológica que trasciende lo que se haga o deje de hacer.

El productor rural Luis Espinoza fue detenido por la policía tucumana a mediados de mayo. Estaba en un auto con su hermano, que declaró que los amenazaron por violar la cuarentena y participar de una carrera de caballos en la que, en realidad, no participaron. Eso fue lo último que recuerda. Después recibió un golpe en la cabeza y cuando se despertó no supo más nada de Luis. 

A la semana apareció el cuerpo de su hermano. Estaba envuelto en un nylon y lo habían tirado desde un acantilado. El viernes los resultados forenses dejaron evidencia de que la bala que lo mató salió de un arma reglamentaria de la policía tucumana. Una pistola Jericho calibre 9 mm que pertenecería al auxiliar José Morales, uno de los nueve oficiales imputados por el asesinato.  

Ser negro es mucho más que un color. 

Alex Juan Campo, de 16 años, tenía hambre y salió a buscar liebres que anduvieran sueltas por el campo. Fue el 24 de mayo. Estaba con dos amigos y sus perros. Cuando el dueño del campo, Rodolfo Pablo Sánchez, los vio, apretó el acelerador. Lo pasó por arriba con su camioneta y le reventó un riñón. La hermana de Axel contó que “fue directo a chocarlos” y les dijo “levanten el cuerpo y váyanse”. 

Al otro día, frente a la Fiscalía 2 de Cañuelas a cargo de Norma Pippo, Sánchez dijo que no quiso matarlo. Que “llamó al 911 y pidió una ambulancia”. Ahora está preso por “homicidio simple”.

Las imágenes que llegan por la muerte de George Floyd en Estados Unidos pusieron un tema en la agenda: el racismo, el odio de clase y el desprecio por algunas vidas. Acá a la vuelta de la esquina también pasa. Todas las semanas. 

Algunos casos no tienen ni visibilización ni nombre, porque la desigualdad estructural los naturaliza. Según el Centro de Estudios Legales y Sociales, en 2019 hubo 95 muertes violentas en manos de fuerzas de seguridad. Pero esto solo cuenta las que la policía reconoce y en el territorio bonaerense.

Aunque pasen acá a la vuelta las muertes de Lucas, Axel y Luis son menos espectaculares que otras: no tienen cámaras ni épica porque se dan en campos, villas o lugares olvidados por la “civilización”. Pareciera que sin cámaras sus muertes no importan. No venden.