Los vecinos acomodados de Rotonda Atenas, en Santiago de Chile,  no quieren que se construyan viviendas sociales en su sector y están furiosos. Los beneficiarios de ese proyecto trabajan en sus casas y viven a pocas cuadras del lugar. Estas son sus historias.
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“Para la Colón Oriente no me acerco, porque me pueden asaltar”, comenta un joven que vive cerca de la Rotonda Atenas, a tres cuadras de la última población en Las Condes. El lugar en cuestión parece muy extraño si se piensa que está ubicado en medio de una de las comunas con la mayor concentración de recursos en Chile.

Solo unos minutos separan a la Colón Oriente de los grandes edificios de departamentos, de las casas de lujo y los centros comerciales con marcas de alta costura. El contraste está a la vista.

La población fue formada en 1964 por un grupo de familias que debieron ser reubicadas en viviendas de emergencia tras una inundación por una crecida del río Mapocho. Ellos llegaron a un terreno que en esa época no era más que un potrero en medio de la precordillera. La mayoría de las personas que siguen en el terreno son familiares de los fundadores.

Tras 54 años viviendo en ese lugar, los habitantes de la Colón Oriente asumen con naturalidad las diferencias con el resto de sus vecinos.

Lejos de quejarse, dicen que esa cercanía les trae beneficios difíciles de alcanzar en otras comunas, por la cantidad de recursos con las que cuenta su municipalidad.

En el último Índice de Calidad de Vida Urbana realizado por la Universidad Católica, Las Condes es la segunda comuna con mejor calidad de vida en todo Chile, destacando en los índices de conectividad, vivienda y entorno.

Eso es algo que agradecen los vecinos del sector. Según señalan, en Las Condes cuentan con acceso a escuelas municipales y salud pública de mejor calidad que el promedio. Esos son los principales motivos por los que gran parte de los vecinos se quedan en la comuna, pese a que el costo de vida puede ser un poco más alto.

“Acá vivimos cerca de la gente que tiene mucho dinero. Si una asesora del hogar quiere trabajo, tiene a la gente de buenos recursos a la salida de su casa. Eso es una gran cosa. Vivimos al lado de la plata”, dice Pablo Rodríguez, presidente de la junta de vecinos.

Hace un año se instaló el Mall Plaza Los Dominicos a la entrada de la población. Eso trajo una fuente de trabajo importante para muchos de sus vecinos, aunque por la construcción del centro comercial se cerraron la salida de algunos pasajes para que la gente de la población no estuviera en las cercanías, según dicen.

La mayoría de la gente de la Colón Oriente trabaja en la misma comuna. Pablo Rodríguez, por ejemplo, va todas las mañanas al cerro San Carlos de Apoquindo a trabajar de jardinero en las casas de algunos empresarios del sector. Desde esos patios se ve perfectamente toda la Colón Oriente, que queda a 15 minutos en auto.

La gente que vive en la última villa de Las Condes ha debido luchar largamente contra el estigma de ser la última población de la comuna. Por años, ese terreno ha sido señalado por muchos como un lugar marcado por la delincuencia y el narcotráfico. Por eso, han visto cómo personas de otros barrios miran con recelo a sus vecinos y evitan pasar por esas calles.

“Hay robos y violencia como en todas partes, pero, desgraciadamente para nosotros, como es una comuna más acomodada, somos calificados como el punto negro de Las Condes. Pero si lo comparas con otras poblaciones de Santiago, esto es una taza de leche”, asegura Angélica Ormeño.

Este prejuicio ha sido el principal motivo de la incomodidad de vecinos de la Rotonda Atenas, quienes protestaron en contra de la construcción de viviendas sociales en su barrio, por temor a compartir con las personas de la Colón Oriente.

“Nos sentimos con el derecho de alzar la voz y decir que acá no es como se nos ha estigmatizado”, dice Ormeño.

Entre risas, los vecinos de la población cuentan que también deben luchar con el prejuicio de personas de otras comunas. Cada vez que uno de ellos cuenta que vive en Las Condes aparecen las bromas. “Piensan que vivimos en casas grandes, que todos tenemos plata y que hablamos con la papa en la boca”, dicen.
Siempre cuesta un rato explicar al resto que en la comuna aún existen poblaciones sin tantos recursos y necesidades que son importantes.

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El proyecto del alcalde Joaquín Lavín para construir un edificio de viviendas sociales en la Rotonda Atenas desnudó una realidad que para muchas personas parecía invisible en Las Condes. Varios de los que salieron a protestar por la posible llegada de nuevos vecinos ignoraban que han convivido con ellos por años, solo separados por un par de cuadras.

Según datos de la municipalidad obtenidos por el registro nacional de hogares, en Las Condes hay 9.812 personas que viven de allegadas y 6.691 arrendando casa. Esa es la principal urgencia de la comuna. Casi todo este grupo se concentra en el sector oriente, casi al límite de La Reina. Es decir, en las torres de Avenida Fleming, Tomás Moro y, sobre todo, en la población Colón Oriente.

Gran parte de las postulaciones recibidas en la municipalidad para cambiarse a las viviendas sociales provienen de ese eje.

Un análisis comparativo hecho por la empresa GeoResearch realizado esta semana demostró que esa parte de la comuna concentra el 29% de las familias que están dentro de los segmentos socioeconómicos medios y bajos de Las Condes.

Las historias de los postulantes a las viviendas sociales de Joaquín Lavín tienen varios elementos en común. Familias numerosas viviendo en lugares muy pequeños por varios años, usuarios de la salud y la educación pública que quieren seguir viviendo en Las Condes, pero en mejores condiciones.

Ese es el caso de Jacqueline Rojas (28), que por estos días está reuniendo los papeles que le permitan demostrar que ella vive hace más de 10 años en la comuna. Su familia vivía en un block en Lo Prado y decidieron porque su papá trabajaba en un taller de bicicletas en Las Condes.

Durante un tiempo, estuvo viviendo con el papá de sus hijas, pero se fue tras sufrir largos meses de violencia física y sicológica.

Tras la separación se fue a vivir a una precaria habitación con el resto de su familia, al costado del taller de bicicletas que queda en la calle Isabel la Católica.

“Es distinto el ambiente. Por lo menos no se ve gente tomando en las plazas, que hay peleas o que se agarren a balazos. Por eso queremos seguir viviendo acá. No me gustaría ir a otra comuna, ya que mis hijas tienen su ambiente acá”, dice Jacqueline, quien trabaja como empleada domestica en un barrio a pocas cuadras de su hogar.

El tamaño de la mayoría de las casas de Las Condes también ha sido un factor clave para que muchas personas hayan elegido seguir como allegadas durante tanto tiempo.

Eso pasa con Claudia Alarcón, quien reside en una mediagua construida en el patio de la casa de sus abuelos, donde actualmente viven su madre, dos tíos y un primo. Atrás, en una casa prefabricada, vive ella junto a su marido y a dos niñas de seis y dos años.

Las diferencias palpables con el resto de sus vecinos es un tema recurrente cada vez que Claudia sale a hacer algún tramite en su comuna.

“Tú vas a San Carlos de Apoquindo y ves tremendas mansiones. Y luego ves casas pareadas a poca distancia. Entonces, nos separa una calle, pero igual se ven realidades súper distintas”, cuenta.
Las tres mujeres forman parte de las 1.200 personas que postularon a una de las 85 viviendas sociales que se construirán en la Rotonda Atenas. Todas coinciden en que su realidad ha sido invisibilizada por años en Las Condes. Llegar allá podría significar un cambio significativo en las vidas de cada una.

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La última vez que Andrea Molina pensó seriamente en dejar atrás su vida en Las Condes fue cuando estuvo por obtener un subsidio habitacional entregado por el gobierno de Sebastián Piñera durante el 2010.
Ella vivía junto a su madre, su hermana, un sobrino y sus dos hijas en un pequeño departamento de tres habitaciones ubicado en una de las torres de la Avenida Tomás Moro, que fueron entregadas en 1978 por la caja de empleados particulares.

Andrea, peluquera de profesión y madre soltera de dos hijas mellizas, había juntado todos los papeles y documentos necesarios para optar a los beneficios que el Estado entrega a personas allegadas en casas de otros familiares. Además, había logrado ahorrar dinero para obtener un pie y pagar el dividendo.
La situación en su familia tras 20 años de convivencia en un espacio tan pequeño no daba para más y por eso quería irse.

Después de varios meses de espera llegó la respuesta. Tenían todos los requisitos necesarios para recibir la ayuda. Le comunicaron que sus dos hijas y ella podían irse a vivir a una casa en Puente Alto.

Tras la alegría inicial, Andrea empezó a hacer cálculos e imaginar su vida lejos de la comuna en la que había vivido por más de 40 años. Entre otras cosas, se dio cuenta de que este cambio implicaba viajar más de dos horas en Transantiago para llegar a su lugar de trabajo y para ver al resto de sus conocidos.

Pero lo más importante eran sus hijas. Según cuenta, ellas nacieron prematuras y tenían problemas de salud que requerían acceso permanente a atención en consultorios y medicamentos específicos. Algo que el sistema de salud pública en Puente Alto no le podía garantizar.

Sumando y restando, Andrea se dio cuenta de que era mejor seguir de allegada que tener una casa propia en un lugar tan distinto.

Para toda su familia, era mejor vivir apretados en Las Condes que irse a Puente Alto.

Esta nota fue producida en el marco de la Beca Cosecha Roja y fue publicada en Diario La Tercera.-