BrianCosecha Roja.-

Brian Núñez cayó preso en 2009. Hoy, antes de entrar al tribunal, le sacaron las esposas: en el juicio contra siete penitenciarios Brian es la víctima. En 2011 lo golpearon y torturaron física y psicológicamente. Quedó sordo de un oído y pasó 40 días en una silla de ruedas. Hoy empezaron los alegatos y los abogados querellantes de la Procuración Penitenciaria de la Nación pidieron 15 años para los torturadores.

En el banquillo de los acusados están Juan Pablo Martínez, Javier Enrique Andrada, Roberto Fernando Cóceres y Víctor Guillermo Meza, quienes lo torturaron. A Juan José Mancel y Martín Vallejos la Justicia los acusa de encubrir. Para ellos los abogados pidieron 5 años y para Juan Fernando Moriñigo, un año menos: está acusado de “omitir hacer la denuncia”. El jueves que viene alegará la defensa y el 9 de junio se conocerá la sentencia. “Es un hecho gravísimo de tormentos a un chico de 20 años detenido. La familia estuvo decidida a impulsar la investigación y hacer justicia”, dijo a Cosecha Roja Abel Córdoba, titular de la  Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin).

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– Soy yo, mami- dijo Brian.

Liliana lo miraba. No lo reconocía: el joven de la silla de ruedas, la cara desfigurada, los ojos ensangrentados y la boca rota era su hijo. Le daba miedo tocarlo, no quería que le doliera. Pero no aguantó y lo abrazó. “¿Qué pasó, hijo?”, le dijo al oído. Brian bajó la mirada. No podía decir nada porque un agente del servicio penitenciario controlaba la conversación. Ella insistió, hizo la denuncia y logró llevar a juicio a los cuatro oficiales que lo torturaron el 16 de julio de 2011 en el penal de Marcos Paz. Durante las audiencias Brian contó lo que había pasado y las fotos de las heridas lo comprobaron.

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Cuando faltaba una semana para el día del cumpleaños de Brian, los penitenciarios le prometieron un regalo. “Es hermoso, nunca te lo vas olvidar”, le dijeron. La familia consiguió permiso para festejar los 20 de Brian en el penal Marcos Paz. El 15 de julio de 2011, los papás, las dos hermanas y dos de sus sobrinos estuvieron con el joven durante dos horas: un tercio del tiempo que les cuesta visitarlo -tres horas de ida y otras tres de vuelta-. “Pasamos muy lindo”, contó Liliana. Ella se ocupó de comprar los sandwichitos, las gaseosas y una torta en un lugar en el que le dieran ticket. Sabe que si no presenta el papelito, la torta no entra al penal.

Al día siguiente, Liliana volvió al penal porque el día del cumpleños no le dejaron entrar lo que le llevaba todas las semanas: milanesas, fideos hervidos, ensalada de papa y huevo, jabón para el cuerpo, otro para lavar la ropa, fiambre, frutas. “Está todo especificado, no se puede llevar cualquier cosa”, contó la mamá de Brian. Cuando estaba llegando vio que había mucho movimiento, gente que corría y humo.

– ¿Qué pasa acá? ¿Qué festejan? – le preguntó al hombre que manejaba la combi que entra al complejo.

– Hoy es el día del servicio penitenciario.

– Ah, felicitaciones – respondió Liliana con desgano y algo de ironía.

Liliana vio a su hijo contento porque los detenidos habían conseguido permiso para ver el partido Argentina-Uruguay por la Copa América y por eso le pidieron a los familiares que la visita terminara antes que lo previsto.

Se fue cerca de las cinco con una fea sensación: por el vidrio a través del que controlan las visitas había visto a dos penitenciarios tomando vino. En el viaje de vuelta le agarró taquicardia, se le secaba la boca, se puso pálida y le tuvieron que ceder el asiento. Algo andaba mal. Esa noche esperó el llamado de Brian, como después de cada visita. Pero el teléfono no sonó. No supo nada de su hijo hasta el domingo 17 a las once de la noche. La llamó Mario, un compañero de celda:

– Mirá, te quiero decir algo

– ¿Qué pasó con Brian?

– Está en el médico. Se cayó en el baño y se quebró una pierna. No te preocupes, nosotros lo vamos a cuidar.

– No me des vueltas Mario, ¿qué pasó? ¿dónde está?

– En el HSP (Hospital Servicio Penitenciario) de la unidad 24. Yo les dije que no se metieran con Brian, pero se metieron igual.

Esa noche Liliana no durmió. No sabe cómo, a las 8 de la mañana del día siguiente estaba en en el penal. No la dejaron verlo. “Es obvio que es porque estaba roto”, dijo. El miércoles siguiente instió. Cuando llegó quisieron que firmara un papel en el que aseguraba que estaba conforme con la atención médica. No firmó nada, exigió verlo y cuando se lo pusieron enfrente y no lo reconoció.