Arte: Edu Rodríguez
Ese camina con una bolsa vacía ¿a dónde va? Esa se hace la tonta con el perro ¿está haciendo tiempo? El gran paranoico susurra al oído y aparece un peligro inminente: el miedo al otrx. Salir a hacer las compras o ir al trabajo -para quienes están exceptuadxs- se volvió una travesía policíaca. Desde la cuarentena una parte de la sociedad tiene el ojo afilado y el punitivismo a flor de piel, ese que aparece cuando las carencias internas quedan expuestas.
El otrx que encarna el peligro suelen ser las personas pobres, las que viven en una villa, las que usan un gorrito, las que tienen una dificultad motriz o un cuerpo diferente, las que viven con una enfermedad, las personas migrantes, negras o marrones. Por estos días lxs otrxs son quienes pueden transmitir el coronavirus. Pero el fascismo clasista está desconcertado. Porque el virus no distingue clase ni género.
La última escena se vio en el divino barrio porteño de Belgrano. Una médica recibió una intimación por debajo de la puerta, pero también vio el escrito pegado en los ascensores, con mayúsculas que acentúan la indignación vecinal:
“SE LA INTIMA A EVITAR EL TRÁNSITO Y PERMANENCIA EN ZONAS COMUNES así como tocar elementos tales como picaportes, barandas de escalera, acceder a la terraza y demás elementos que ATENTO A LA GRAVEDAD DE LA PANDEMIA PONGAN EN RIESGO A QUIENES HABITAN EL EDIFICIO”.
En el escrito, donde figura el piso y departamento que alquila la médica, se la amenaza con que tendrá problemas penales si insiste con cumplir su obligación de ir a trabajar:
“Caso contrario se le imputarán los delitos y/u omisiones en que usted recayera en virtud de lo normado por el Capítulo VII y concordantes del Código Penal Argentino, reservando acciones que de naturaleza civil y/o penal pudieran ser motivo de reclamo por su proceder, negligencia y/o impericia”.
La intimación, que carece de valor jurídico, es una prueba del estado policial donde cualquiera se siente con la potestad, y la obligación, de señalar qué es lo que se debe hacer frente al desconcierto del virus. La amenaza podría haber sido una invitación a pensar estrategias de cuidado comunitarias, o normas de convivencia para fomentar el cuidado. Pero que sea una amenaza no es casual. La sociedad de control sedienta de señalar tiene que quedarse en casa. Y alguien debe pagar ese precio.