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Esteban Rossano estuvo 39 días preso. Lo detuvieron el 14 de diciembre pasado en las afueras del Congreso durante la represión a la protesta contra la reforma previsional. Él no había ido a la manifestación: estaba paseando con un amigo por el centro porteño, se acercó a ayudar a una mujer que había sido afectada por los gases y lo detuvo Gendarmería.

Esta mañana Pablo Rossano, el papá de Esteban, recibió un llamado de uno de los compañeros de detención de Esteban en el penal de Marcos Paz. El interno le dijo que hoy no fuera a visitarlo, que hacía unos minutos se lo habían llevado a los tribunales federales de Comodoro Py. El hombre llamó los abogados. Ninguno había sido informado del traslado.

Como no tenía noticias de su hijo se subió al auto y manejó desde Morón, donde hasta hace un mes y medio vivía con su hijo, hasta los tribunales de Retiro y esperó frente al juzgado de Claudio Bonadío, quien procesó a su hijo por el delito de “intimidación pública”. Cuando el magistrado salió para ir al baño, Pablo lo encaró: el juez le explicó que acababa de ordenar la liberación de Esteban. Faltaba solo un paso formal: que lo trasladen a la Superintendencia de la Policía Federal, en Madariaga y General Paz para la revisión médica.

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Desde chico Esteban sueña con ser militar. El año pasado comenzó los trámites para poder ingresar al Ejercito. El día que lo detuvieron había viajado con un amigo del barrio 20 de Junio, en Morón, hacia la ciudad de Buenos Aires. En Once compró la funda de una tablet para regalarle a un sobrino y un cable de audio. Antes de volver al conurbano los amigos querían pasar por el McDonald’s del Obelisco. No sabían que a unas cuadras, en las afueras del Congreso, Gendarmería repartía palazos, lanzaba chorros de agua desde los carros hidrantes y disparaba gases lacrimógenos y balas de goma a los manifestantes que protestaban contra la reforma previsional.

Los jóvenes tomaron el subte en Plaza Miserere hacia la 9 de Julio pero se equivocaron y se bajaron antes, en Sáenz Peña. Al salir de la estación respiraron el aire viciado por los gases. A unas cuadras de ahí Esteban intentó auxiliar a una mujer que no podía respirar. Un gendarme lo señaló.

—Ese estaba tirando botellas de vidrio —le dijo a sus compañeros.

Los gendarmes se le fueron al humo. Le sacaron la mochila en la que guardaba el protector de la tablet, dos pantalones y una remera roja para jugar al fútbol y lo cargaron en una camioneta.

Esteban pasó varias noches detenido en el Edificio Centinela de Gendarmería, en Retiro. Lo acusaron de “haber participado de los tumultos y desórdenes públicos (…) con la intención de infundir un temor público suficiente como para coaccionar la actividad parlamentaria”. En su mochila aparecieron dos piedras y cuatro volantes de tres agrupaciones políticas: del Partido Revolucionario de los Trabajadores, del Partido Piquetero y de Organizador Obrero Internacional. Adrián Albor, abogado del joven, denunció que Gendarmería no preservó la cadena de custodia de la mochila y que las piedras y los volantes fueron plantados.

Dos días después, el juez Claudio Bonadío ordenó un allanamiento en la casa de Morón en la que Esteban vive con su padre. “Eran 15 policías. Me dijeron que buscaban elementos terroristas”, contó Pablo. Revisaron cajones y las bolsas de la mercadería. No encontraron volantes ni textos políticos. Solo las golosinas que el hombre vende en la estación de Laferrere.