Nudes, orgías y morbo: el escándalo de los cadetes

En la década de 1940 un fotógrafo fue denunciado por levantarse a jóvenes y hacer retratos eróticos. A partir de la causa judicial Gonzalo Demaría acaba de publicar “Cacería”, una crónica de sexo y persecución.

Nudes, orgías y morbo: el escándalo de los cadetes

Por Cosecha Roja
28/02/2020

Las fotos pertenecen a Claudio Larrea, quien se inspiró en las originales de la causa judicial -que están bajo secreto de sumario- para la muestra Los cuerpos del delito, próxima a estrenarse (www.claudiolarrea.com)

En septiembre de 1942 estalló en Buenos Aires un escándalo sexual y político que empezó con la detención de un joven fotógrafo amateur y el secuestro de fotos comprometedoras para el Colegio Militar. Nueve meses después del llamado “escándalo de los cadetes”, el 4 de junio de 1943, el ejército daba un golpe militar y se apoderaba del gobierno. Lo había orquestado una logia secreta, el GOU, integrada por nacionalistas y una facción abiertamente nazi. El objetivo proclamado por esta cofradía triunfante era «sanear». La enfermedad era la democracia. El síntoma visible, el grano de pus, la homosexualidad. 

En Cacería, recién publicado por Editorial Planeta, Gonzalo Demaría se sumerge en la causa judicial del “escándalo de los cadetes” y arma un relato de no ficción atrapante, que documenta la persecución que había hacia las sexualidades no heteronormativas. 

Te compartimos un adelanto:  

Uno de los conscriptos iniciáticos fue Lucio, muchacho correntino de ascendencia italiana. Su testimonio es uno de tantos acumulados en la causa judicial y nos da la oportunidad de observar en detalle la mecánica del levante. Nacido en Curuzú Cuatiá, Lucio era seis meses mayor que Jorge. Residía temporalmente en Buenos Aires, en una pensión del barrio de San Cristóbal, y cumplía su obligación militar en el Regimiento de Granaderos a Caballo General José de San Martín. Una noche de ese invierno de 1941, cerca de las doce de la noche, paseaba por la calle Corrientes de uniforme pero sin el capote, porque no hacía tanto frío. A la altura de la calle Reconquista se cruzó con Jorge, que iba con un amigo cuyo nombre Lucio no retuvo. Ambos se acercaron atraídos por el granadero alto y de ojos claros, y trabaron conversación. Cuenta Lucio, en la tercera persona judicial, que 

esas personas en ciertos momentos se hablaban en un idioma extranjero y el declarante, por su parte, en broma les decía algunas palabras en guaraní.

Lo invitaron a tomar una cerveza en un bar cercano y luego fueron hasta una casa también vecina, donde continuaron la conversación sin que ocurriera otra cosa. Pasaron varios meses y Lucio regresó una noche a la misma esquina y volvió a cruzarse con Jorge, que esta vez iba con dos o tres amigos. Jorge le dio plata para que fuera al cine mientras él se deshacía de sus acompañantes. Se reencontraron a las doce de la noche y ya solos los dos fueron en el auto de Jorge hasta el departamento de la calle Junín, «que estaba muy bien arreglado», agrega Lucio. 

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Le convidó cigarrillos «Chesterfield» y «Old Gold» y destapó una botella de cerveza de la que el declarante bebió solo un vaso. 

Jorge le prometió ayudarlo cuando Lucio dejara el servicio militar, lo recomendaría a su abogado, Carlos Zubizarreta. Y comenzó a acariciarlo, 

hasta que el declarante, poco ducho en esas lides —pues en su provincia no ha conocido nada de eso— y acicateado por la esperanza de obtener dinero que tanta falta le hacía —es muy pobre— y esperanzado en la obtención de trabajo en esta capital y, además, excitado por las caricias de Ballvé, aceptó tener contacto carnal con él actuando como sujeto activo. 

Al sexo siguió la sesión de fotos, a las que Lucio también accedió, tomándose varias en distintas poses, de uniforme y desnudo. Jorge lo llevó en su auto hasta el cuartel, en Palermo, y lo despidió dándole unos cinco pesos. Lucio volvió a visitar el departamento de la calle Junín varias veces, algunas de las cuales reincidió en el diván de Jorge. Pero por fin «se dio cuenta de lo mal que estaba obrando y reaccionó y eludió la vista de Ballvé». 

En el relato de Lucio es difícil aceptar ciertas palabras como propias (contacto carnal, acicatear, trabar conversación). Según él mismo declara, era apenas alfabetizado y peón rural de oficio. La voz del fiscal se advierte en el tópico del campo —pobre pero puro y virgen, libre de perversiones— contra la capital —rica y corruptora. Como subrayaría el defensor de Jorge y como vimos en otros testimonios, la calle Corrientes en ese tramo y a esas horas era una ruta de yiro a la que iban jóvenes a hacerse levantar, ya fuera por dinero o por desahogo. Lucio mismo admite que estaba «excitado por las caricias». No se trata de defender aquí a nuestro fotógrafo, pero sí de desmontar un crimen donde no lo hubo. Con el tiempo, Lucio se haría policía. 

Hay otros dos granaderos del mismo regimiento que Lucio, también provincianos, que testimonian con naturalidad y sin medias tintas el juego al que se prestaban o que incluso salían a buscar. Ambos rosarinos, dice el primero de ellos, Antonio, que  

en el cuartel era voz corriente entre los conscriptos de que, muchos de ellos, hacían programa con esa clase de individuos, ya que era una manera de «rebuscársela» (…) Entre los compañeros de cuartel era voz corriente, también, que los invertidos abundaban en Plaza Italia y por la calle Corrientes y que era muy fácil hacer programa con ellos.

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Carlos —algo más mundano y sobrino de un gran pintor de Rosario— informa que sus superiores conocían perfectamente la situación. Según cuenta, en los cuarteles de la calle Tres de Febrero 

se hablaba con frecuencia de los invertidos, jactándose sus compañeros de haber obtenido de ellos dinero y otros regalos (…) Yendo un día por Plaza Italia con el hermano de un Sargento, parecía que conocía a esa clase de gente, pues mientras iban caminando le indicaba muchísimas personas que, según sus dichos, eran invertidos.

Antonio y Carlos, ambos meses mayores que Jorge, también pasaron por su lente. 

Desde luego, había fotos sin sexo. Un muchacho de Avellaneda, Raúl, aspirante de la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral, fue levantado por Jorge en la calle Florida, a la altura de Corrientes. Ya en el departamento de Junín, Jorge le pidió que se desnudara y le sacó «varias fotografías en distintas posturas». Raúl obtuvo cinco pesos por posar y se retiró «sin que ocurriera nada anormal». Volvió incluso un mes después «con el objeto de ver las fotografías ya reveladas». Tampoco en esta ocasión tuvieron sexo con Jorge. 

Interesa seguir el caso de Raúl más allá del breve episodio con Jorge, porque muestra lo complejo de estas relaciones. El muchacho tuvo la habilidad de mantener una prolongada relación sin sexo con el doctor Juan B. Mihura, quien le hacía repetidos regalos en dinero y en objetos de lujo, como el reloj cromado con el que Raúl declarará ante la justicia. Ante ella Raúl confesará que «le agradaba la compañía de Mihura porque se trataba de una persona muy culta». Llegaron a intercambiarse cartas. Estas esquelas y un giro postal de cien pesos serán pruebas suficientes para detener al doctor Mihura, alias Juancho, por corrupción de menores, porque a Raúl le faltaban meses para cumplir los 22 años cuando inició la relación, que duró casi un año y tuvo una frecuencia semanal. Usufructuado por la víctima y sin consumación sexual, el flirteo que el propio Raúl admitirá como «consentido», alcanzará para mandar al doctor Mihura a prisión. 

Jorge terminó el año 1941 con una importante colección fotográfica. Argentina lo terminó con el Estado de Sitio decretado por el presidente Castillo. Fue su reacción al ataque japonés a Pearl Harbor y la consecuente declaración de guerra por los EE.UU., que agregó presiones al gobierno argentino. Con la medida, Castillo se garantizaba el control de la prensa y de la oposición, la persecución de los críticos de su política ambigua y la libertad de acción para los nacionalistas en general y los simpatizantes nazis en particular. En efecto, el Estado de Sitio de Castillo era en verdad exigencia del sector nacionalista del ejército para no derrocarlo, uno de los puntos del ultimátum que los futuros coroneles del GOU (logia secreta a punto de nacer) le presentaron al presidente por octubre de 1941. 

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Si al comenzar el año Jorge tenía un hobby, el verano siguiente lo empezó con un proyecto fotográfico. Gabriel, muchacho de Wilde, declarará haber visitado a Jorge en esa época y cuenta que

Jorge estaba dedicado a colocar inscripciones detrás de varias fotografías que tenía sobre una mesa. 

Son los epígrafes que lo condenaron.