policia cordobaWaldo Cebrero-. Del ‘hampa uniformado’ de los años 70 a los narcopolicías actuales hay una sutil pero firme línea de conexión. Una ‘visión de mundo’ creada en la Policía del D2 que las instituciones democráticas no terminan de erradicar y que hoy pone en crisis las políticas de seguridad del gobierno provincial. Cronología de un escándalo previsible.

La alfalfa es una hierba de hojas pequeñas y brillantes que da una flor azul. Se usa habitualmente como alimento para ganado. No tiene propiedades psicoactivas como la marihuana, una planta de uso milenario que, sin embargo, se prohibió hace sólo 70 años. Ambas –alfalfa y marihuana– adoptan una apariencia similar cuando son prensadas. Pero no son la misma cosa.

La capacidad de distinguir marihuana de alfalfa fue uno –entre otros– de los méritos por los que el oficial principal Gastón Bustos llegó a ser, a los 25 años, jefe de la división Drogas Peligrosas de la departamental San Alberto. Cuentan sus colegas de la comisaría de Mina Clavero que, apenas llegado, el joven oficial alardeaba de las ‘mañas’ aprendidas trabajando en Córdoba bajo el mando del comisario Rafael Sosa, director de Drogas Peligrosas. “Siempre decía que se había venido (a Mina Clavero) porque con los ‘mocos’ que se mandaban allá iban a terminar todos presos”, relató una mujer policía que trabajó a su lado, ante una cámara oculta del programa ADN difundida en julio.

Sin saberlo, Bustos hacía un comentario premonitorio: por cambiar una planta por otra, se ganó un boleto a la cárcel de Bower. Acusado de reemplazar 32 kilos de marihuana por alfalfa, fue detenido el 25 de septiembre. Pero su caída no fue la primera. En el pabellón B1 del módulo MD2 de la prisión cordobesa, lo esperaban su antiguo jefe, Rafael Sosa, y otros cuatro efectivos de narcóticos, acusados de integrar una presunta asociación ilícita de arraigados vínculos con los delincuentes que debían y decían combatir.

La investigación, en rigor, había empezado mucho antes y en silencio. Más precisamente el 8 de agosto, cuando Juan ‘El Francés’ Viarnes -un colaborador encubierto que se sintió abandonado-, decidió contarle al fiscal federal Enrique Senestrari las ‘changas’ que hacía para los uniformados antidrogas. Viarnes prendió el ventilador y declaró durante cinco días. Un mes después, habló otra vez, pero ante las cámaras de televisión. Desde entonces, el expediente –que hasta ahora acumula ocho causas– crece día a día y se ha convertido en una bomba de tiempo para el Gobierno provincial. Las esquirlas alcanzaron a quienes ocupaban el Ministerio de Seguridad, Alejo Paredes, y la jefatura de Policía, Ramón Frías. A raíz del escándalo, ambos ya están afuera de la gestión.

Pero ¿cuándo empezó todo? La impresión de un experimentado oficial de la Policía es que, si bien “esto recién empieza”, con la caída de Rafael Sosa -un comisario mayor que tenía mucha proyección- y sus hombres, se cae también “una escuela, una manera de entender la Policía”, que tuvo su germen en el Departamento de Informaciones (D2) de la Policía, en los ´70.

EL GERMEN

En el año 1977, Carlos Raimundo ‘Charlie’ Moore tenía 27 años. Ya llevaba tres de una obligada y polémica estadía en el D2, que durante algunos meses de aquel año, funcionó en un edificio de la calle Vélez Sarsfield. Estando allí una tarde, Charlie recibió un mensaje de un guardia: «El ‘Uno’ te espera». En el críptico idioma policial, eso significaba que debía presentarse de inmediato en la oficina del comisario Raúl Pedro Telleldín.

El ‘Uno’ lo recibió con una pregunta.

–Mire, ¡no sé! ¡No tengo ni idea! –mintió Charlie.

Todavía la cocaína no se había conformado como un mercado ilegal en el país. Las ‘drogas’ no eran otra cosa que medicamentos. Fármacos que, según Moore, las brigadas del D2 vendían “entre los faloperos”. Esas drogas –quizá un prematuro antecedente del narcoescándalo actual– eran parte de un botín que los uniformados habían conseguido luego de asaltar una farmacia de barrio Argüello. Moore lo relata en el libro La Búsqueda, de Miguel Robles. “El ‘choreo’ en el D2 era institucionalizado”, dice en esa extensa entrevista. “Era a-le-vo-so”.

Antes de convertirse en ‘el hampa uniformado’, los efectivos del D2 practicaron algunas fechorías que podrían considerarse ‘leves’. Charlie Moore (seis años conviviendo como detenido con los ‘D2’) identifica etapas: el ´74 fue el tiempo del “desplume”, de extorsiones a los prisioneros. Luego, ‘los D2’ mutaron en piratas del asfalto. “La cosa no paró ahí, porque ya no se trataba de ‘chorearse’ un camión, sino de asaltar casas”. Varios testimonios dan cuenta de una casa de compra-venta donde se comercializaban muebles de prisioneros, y de los asaltos comunes. Ya en el ´77, cuando se mudan a la calle Vélez Sarsfield, las brigadas del D2 comienzan a “hacer ‘cagar’ al hampa real, a los delincuentes comunes”, dice Moore.

LA ESCUELA

¿Adónde fue a parar, con el retorno de la democracia, toda esa mano de obra calificada y armada que se formó en el D2? Un experimentado miembro de la plana mayor de la Policía responde a la pregunta de Será Justicia -programa emitido por Canal Metro- : “Los que hacían inteligencia se resguardaron en Investigaciones. Los que estaban en las brigadas fueron al Comando Radioeléctrico. Esa fue la transición que permitió que subsista esa ‘visión del mundo’ de la Policía”.

Paréntesis. Visión del mundo policial: La Policía hace sus propias leyes y desprecia las que reglan la vida de los demás. Resuelve el crimen antes que suceda. Arranca confesiones a golpes. Planta pruebas. Encarcela inocentes. ‘Crear la situación’, esa es la premisa con la que trabajaba Drogas Peligrosas, hasta que Juan Viarnes prendió el ventilador.

Entre 1983 y 1990 –según la misma fuente– cierto sector de la Policía vivió el período ‘escuela’. De traspaso de conocimientos. Sobre todo para los que luego fueron cuadros. “La formación de un buen investigador –sostiene este policía– lleva aproximadamente una década”. Así fue que a principios de los 90, muchos de los hombres del D2 ya rayaban alto en la remozada Policía democrática. Otros, aprendices suyos, venían detrás.

LA ACCIÓN

Ahora, Raúl ‘Tucán Chico’ Yanicelli es un hombre de 59 años, alto y moreno, de bigote profuso aunque no tan renegrido como cuando fue, entre 1991 y 1993, jefe de Drogas Peligrosas de la Policía de Córdoba. En esos años fue condenado, junto a otros tres comisarios, por “comercialización de estupefacientes y encubrimiento y omisión de denunciar”. Yanicelli apeló y luego fue sobreseído.

El senador radical Oscar Aguad dijo que el actual escándalo institucional “no tiene precedentes”. Pero sí los tiene. Fueron varios los policías del D2 que tuvieron protagonismo en la fuerza durante las tres administraciones de Eduardo Angeloz (1983 a 1995) y hasta los dos primeros años de su sucesor, Ramón Mestre. Tanto Raúl como su hermano Carlos ‘Tucán Grande’ Yanicelli -dos veces condenado en juicios de lesa humanidad- dirigieron la Escuela de Policía. Desde Dirección de Inteligencia Criminal, un área creada a su pedido que funcionó entre 1996 y 1997, Carlos Yanicelli talló y cinceló a una generación de jóvenes oficiales que terminó de posicionarse en este siglo. Alejo Paredes fue uno de ellos. El ahora ex Ministro de Seguridad, y récord de permanencia como Jefe de Policía (2007-2011), maduró en su formación a la par de media docena de ‘ex D2’, que junto a otros efectivos conformaron durante esos años la llamada ‘Brigada Fantasma”.

“Yo trabajaba en la oficina de al lado. Veía lo que hacían. Era un desmadre –dice el ex sargento Oscar Altamirano, que los denunció en 1997–. Ellos se decían ‘Brigada Fantasma’ porque no firmaban ni ingreso ni egreso. Eran impunes todo el tiempo”.

Oficialmente, ese fue el fin del D2 en la fuerza. Pero en la ‘escuela’ de Investigaciones, el portador de la ‘visión de mundo’ de los  Yanicelli, fue el controvertido sargento Juan Dómine. Hasta 1999, 14 policías de Inteligencia Criminal estuvieron imputados por asociación ilícita e instigación al homicidio. Entre ellos, Gutiérrez Martínez, segundo de Carlos Yanicelli y luego jefe de Drogas Peligrosas. Se los acusaba de integrar una banda que se dedicaba a organizar y poner en práctica operativos conjuntos con asaltantes comunes, a los que luego traicionaba. El mismo estilo que ahora se les endilga a los agentes de Lucha contra el Narcotráfico.

En esta dependencia hoy trabaja una decena de parientes de ex policías del D2. Su último director, Rafael Sosa –que ingresó a la Fuerza en democracia– se formó en Homicidios de la mano del sargento Dómine. Luego recaló en Drogas Peligrosas, donde trabaja el hijo de Dómine. Ahora Sosa está preso y es investigado. Para quienes los conocieron de cerca, se lleva también de la fuerza esa manera tan discrecional de entender las reglas. Esa visión que le traspasó Domine, y que éste heredó del ‘Tucán’.

Será tiempo –cuando la tormenta amaine– de replantear la Policía y separar paja de trigo. Que, como marihuana y alfalfa, no pueden ser la misma cosa.

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Foto: Paredes y Yanicelli firman un diploma de la brigada policial que acostumbraba a cometer ilícitos.