Mi casa es una pesadilla

Hoy la muerte viene desde el afuera con el coronavirus y justo de los lugares del mundo que creíamos más a salvo. Entonces nos refugiamos en casa. Pero para muchas personas la casa no es un lugar seguro. Todo lo contrario: es un territorio peligroso. Así lo explica desde el psicoanálisis Graciela Tustanoski.

Mi casa es una pesadilla

Por Cosecha Roja
13/04/2020

Por Graciela Tustanoski*

Ilustración: Federico Mercante

La locura de nuestra época es creer que podemos programar todo. Tal vez, los estados autoritarios y las parejas violentas tengan tanto éxito porque sostienen esa ilusión de control, ilusión que tranquiliza pero al precio de la mortificación absoluta. La ilusión de poder planificar, de tener el control, nos hace creer que contamos con cierta protección de un padre (o de algo que tome ese lugar) ante el desamparo, la muerte, la sexualidad. A veces en nombre de esa ilusión nos sometemos a niveles de exigencia terribles: si hacemos las cosas bien, gozaremos de protección. Hoy la muerte viene desde el afuera con el coronavirus y justo de los lugares del mundo que creíamos más a salvo. Entonces nos refugiamos en casa.

Freud nos advertía en 1917 que en lo íntimo tampoco tenemos el control. En “Una dificultad para el psicoanálisis” dice que “el hombre, aunque degradado ahí afuera, se siente soberano en su propia alma”. Pero esa soberanía también es una ilusión, no somos conscientes de todo lo que pasa allí: “¿Quién podría abarcar todo lo que se mueve en tu alma y de lo cual no te enteras o recibes información falsa? (…) el yo no es el amo en su propia casa”. No podemos controlar lo que pasa en nosotros mismos, especialmente en el nivel de la sexualidad y mucho menos entonces controlar a quienes conviven con nosotros.

La casa donde mora la familia es un “interior en crisis” como afirmaba Deleuze. Hoy quienes tenemos el privilegio del teletrabajo recordamos sus palabras porque la sociedad de control se introdujo salvajemente allí: para muchas personas la casa no es un lugar seguro. Todo lo contrario: es un territorio peligroso.

En las relaciones violentas la vigilancia y el control se magnifican: se vigilan la vestimenta, el tono de voz, la mirada, hasta llegar hasta los bordes de lo absurdo e inexplicable: una mujer contaba que su marido administraba todos los ingresos del hogar, le daba el dinero justo para hacer las compras y luego revisaba los tickets. Una vez hubo un escándalo porque ella decidió comprar una marca de dulce de leche que no era la que él había indicado. Darse un pequeño gusto que evoque un goce en una relación violenta puede desencadenar una catástrofe. 

El violento golpea cuando los otros mecanismos de control fallan. La violencia contra las mujeres e identidades no hegemónicas es la locura del control, la locura de intentar imponer una medida a lo que no la tiene, un control desesperado destinado al fracaso porque al deseo y al goce no se los puede controlar. Lo opuesto al control y la vigilancia es nuestra responsabilidad subjetiva.

Estar frente a la contingencia nos angustia pero nos hace sentir que tenemos vida, nos enfrenta constantemente a nuestra responsabilidad como sujetos: cuidarnos o no, encontrar modos de sostener el lazo con los demás, tomar decisiones ante lo que acontece.

De pronto resuenan en mis oídos las palabras de Freud: “pasar de la miseria neurótica al infortunio ordinario”. Soportar la vida sabiendo lo que esta tiene de azarosa y de injusta. Ningún big data ni la sociedad más organizada nos puede garantizar el control absoluto, la vida siempre introduce el azar en nuestros días. Otra vez Freud: “Soportar la vida es, y será siempre, el deber primero de todos los vivientes”. 

*Docente en la materia Psicoanálisis Orientación Lacaniana de la Facultad de Psicología UBA e integrante del equipo de la Dirección de género y Equidad dependiente de la Secretaría de Mujeres, Géneros, Diversidad y Derechos Humanos, del Municipio de Morón.