balbinaflores
Cosecha Roja.-

Balbina Flores lleva registrados más de 80 casos de periodistas asesinados y 14 desaparecidos. Hace dos días recibió amenazas telefónicas en su propia oficina: “¿Es usted la licenciada Balbina Flores Martínez?” Dijo que sí. “Soy el comandante Omar Treviño, estoy cerca, en el Estado de México, vengo de Michoacán y traigo una encomienda con usted. Una persona me pagó para hacerle daño, sé quién es usted, dónde y cómo trabaja, la investigo desde hace quince días”.
Balbina es corresponsal en México de Reporteros Sin Fronteras desde hace trece años. Ha escuchado de este tipo de amenazas a periodistas y sabe que no se trata de un juego. Ya presentó una denuncia ante la Fiscalía Especial de Atención de Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) de la Procuraduría General de la Nación y la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.
Camille Soulier, responsable de Reporteros Sin Fronteras en América, declaró: “apelamos al mecanismo de protección para que le otorgue medidas urgentes y permanentes a Balbina Flores lo antes posible. Nuestra corresponsal es una persona muy comprometida en la protección de periodistas que investigan asuntos muy delicados, y esas amenazas no deben tomarse a la ligera”.
En febrero de 2001 Balbina se quedó muda. Recién tomaba la corresponsalía de Reporteros sin Fronteras en México cuando le pasaron el dato. Empezó a buscar fuentes para chequear la información. Llamó a un colega.

-Sí, ¿cuál es el nombre de la víctima? – dijo la voz del otro lado.
-José Luis Ortega Mata. El director del Semanario de Ojinaga.
-¿Cómo? Él es mi amigo…

Ortega Mata iba hacia el aeropuerto cuando lo secuestraron el 19 de febrero. Doce horas después la policía lo encontró en su auto, con dos tiros en la cabeza. Balbina supo que estaba publicando reportajes sobre el tráfico de droga en la región. Por esos días investigaba cómo los capos narcos financiaban campañas electorales.
La situación en México no era tan terrible como ahora, dice Balbina. Las muertes de periodistas tenían que ver con denuncias sobre corrupción de funcionarios. El de Ortega Mata fue el primer salto sobre una rayuela infinita hacia el infierno.
Tantas pero tantas cosas cambiaron en su vida últimamente. Es distinta su forma de abordar la información, de buscar fuentes, de querer protegerlas. Creó una red propia de comunicación en varios estados. Trató de separarse de la información, de no mirar más imágenes dolorosas de la cuenta. Jura que nunca se ha dejado de sorprender por el grado de violencia de cada caso. Y sobre todo, por la imposibilidad de ver que la justicia llegue.
La voz de Balbina es un hilo de acero. No se quiebra. A los 15 años dejó la ciudad de Veracruz y se fue al DF a estudiar. Quería ser antropóloga. A los 20 empezó a colaborar con organizaciones que trabajaban con refugiados centroamericanos que llegaban a México escapando de la guerra de sus países. Ella registraba sus testimonios, el dolor, el destierro, los coletazos de la muerte. Ahora que lo dice le parece casi una ironía este revés de las cosas.
Sabe a qué hora empiezan sus días. Pero jamás en qué momento terminan. Con el café de la mañana monitorea los medios: busca malas noticias. La detención de un periodista. La desaparición de otro. Arranca por los diarios de los estados más violentos: Veracruz, Nuevo León, Durango, Coahuila, Chihuaha, Michoacán, Guerrero.

¿Cómo narrar la violencia en México?

He aprendido a saber en qué momento me puedo acercar a la familia de las víctimas sin que les parezca una intromisión violenta a su intimidad. Adquirí esa habilidad en estos 15 años de trabajo. Creo que ellos confían mucho en mí, en lo que les digo o les pregunto y es difícil que se nieguen a narrarme su historia. Siempre te plantean en qué podemos ayudarlos nosotros a ellos. Se dice que los periodistas no tenemos que vincularnos o establecer un nivel de confianza con las fuentes, pero de pronto en una situación tan difícil esa parte yo la dejo atrás. Les digo: saben, pueden hacer esto o lo otro. O les doy un contacto. Les explico que vamos a investigar qué fue lo que pasó.

¿Que implica hacer una investigación?
Cuando recibo la información sobre el asesinato o desaparición de un periodista monitoreo todos los antecedentes, qué hacía, qué información publicaba, lo que puedo encontrar en Internet. Hablo con el director del periódico donde trabajaba, con el editor, con los compañeros. Llamo a sus familiares y amigos cercanos. Intento averiguar el contexto de qué era lo que hacía, cuáles eran las fuentes, qué temas cubría. Ese es el proceso que sigo para tratar de entender qué podría vincularse con el asesinato o la desaparición. Voy reconstruyendo su vida.
A veces conozco muchísimos detalles personales que no publico. Me ha pasado que una sigue el caso y de pronto la familia te llama y te dice: lo encontraron, lo mataron. Hay entonces un momento de silencio. Eso puede pasar en horas, en días.
Los asesinatos se incrementaron desde 2006, van ocurriendo con más frecuencia y los hechos, las narraciones, son cada vez más tremendos. De pronto pasa tan seguido que no te puedes acostumbrar.
Yo digo: algo puede pasar también esta noche y tal vez lo encontremos mañana. Racionalmente sé que es difícil, pero la propia psicología se niega a esta situación. Me pasó hace poco con el caso de Humberto Millán Salazar, director del diario digital A Discusión, al que asesinaron en Sinaloa. Desapareció un día y al siguiente me despertó un mensaje de texto con la noticia. A tal hora. En tal lugar. Empezar así el día impacta. Una siempre guarda la esperanza de que aparezcan. La mala noticia es como una derrota.

Pero hay que levantarse y seguir
Hubo dos o tres casos ante los cuales me he planteado si valía la pena. Las denuncias son cotidianas. La reacción de las autoridades es nula. Eso es frustrante. Recuerdo en 2004, cuando asesinaron a Roberto Mora, el editor del periódico El Mañana en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Lo mataron a puñaladas en la puerta de su casa y después la propia Procuraduría del Estado montó una campaña para desprestigiarlo. Dijeron que había sido un crimen de odio porque era gay. Detuvieron a una pareja de homosexuales que vivían en el departamento de arriba de Mora. A los 20 días uno de los muchachos fue asesinado en prisión.
Fue contar tragedia tras tragedia. Estuvimos en su ciudad, en su casa y vimos cómo las autoridades trataron de desvirtuar el trabajo del periodista. Es desesperante. Una va descubriendo cada día lo que pasó pero la postura que difunden las autoridades a través de los medios es otra y tiene un peso enorme para la sociedad. Parece que estás picando piedra. Fue una experiencia difícil hasta que con el Centro de Periodismo y Ética Pública hicimos un informe final. La conclusión es que lo mataron por investigar a un funcionario. Desmentimos la versión oficial, pero habían pasado cinco años y la sentencia era muy difícil de revertir.

Cuando empezaste a trabajar en RSF era inimaginable que el periodismo se convertiría en un trabajo de alto riesgo. ¿Qué se aprende en lo cotidiano?
A mí me pasa lo contrario a lo que cuentan muchos colegas que cubren las notas policíacas. Ellos van perdiendo la sensibilidad. Yo no. Hoy sé que cosas debo hacer en esas situaciones para evitar que el impacto sea mayor. Trato de no saturarme de información repetitiva o imágenes violentas, de no involucrarme demasiado en determinadas situaciones, de reconocer cuándo no puedo hacer nada y tomar la retirada a tiempo.
También aprendí en las sesiones de terapia muchos recursos para controlar el nerviosismo, la ansiedad. A veces me pasa que un colega se pone a contarme una historia difícil y una a medida que la escucha se va angustiando. Aprender a cortar eso, buscar otra conversación, es sano.
Cuando hago coberturas complicadas, evito correr riesgos. Sé que por aquí puedo pasar, que por acá es mejor no hacer llamadas y he ido a algunas zonas en las que no he podido dormir a la noche. Obviamente, uno sabe que esta en un lugar difícil y puede pasar cualquier cosa. Convivo con ese miedo y ese estrés. Hace como dos años hubo un mes en el que se acumularon 3 o 4 asesinatos de periodistas. No podía respirar.