Por Carlos Sánchez / Dossier Politico

México, DF.- Es mañana de sábado. Alejandro Almazán, reportero, escritor, llega al mercado del Arenal. Allí pide dos tacos de barbacoa, un consomé, agua de piña. No hay mejor remedio para la resaca que un desayuno en las inmediaciones de su barrio, allí donde vivió la infancia y creció entre sus camaradas, a los cuales desde hace tiempo le perdió la huella. A algunos porque los mataron, a otros porque viven presos.

Alejandro Almazán tiene en su trayectoria como periodista, escritor, varios premios de periodismo, algunas novelas publicadas, El más buscado, por ejemplo, de reciente aparición y en cuyas páginas existe la vida del Chalo Gaitán, personaje cuyas similitudes para con el Chapo Guzmán son precisas, casi puntuales.

En esta visita al barrio, Almazán, inevitable, reencuentra lo que es. Rencuentra el significado entrañable que representa el nombre María Elena: su madre. Y después de caminar como pez en el agua por los intestinos del mercado, de regreso adonde ahora es su morada, allá en la colonia Roma, y sobre su coche que es bien chilo y de color gris, conversamos respecto de la formación y los cuates, el periodismo y la literatura, los miedos, las razones por las cuales matan a los periodistas, y los motivos para seguir escribiendo.

Unos se murieron, otros están en la cárcel

–¿Qué te provoca regresar a tu barrio?

–Me gusta un chingo, porque me acuerdo de todo lo que viví, o lo que he dejado de vivir. En las calles donde crecí, y si conocieras con los que conviví, te darías cuenta que en nada me parezco a ellos, a lo mejor sólo en los tatuajes, pero de ahí en fuera no nos parecemos en nada, y sin embargo con estos güeyes crecí y creo que siempre han sido una inspiración fantasma, en el sentido de saber por qué ellos no salieron del barrio, por qué unos se murieron, por qué otros están en la cárcel, por qué unos se volvieron secuestradores, otros narcos, ninguno es gente de bien, y sin embargo con ellos crecí y son inspiración fantasma porque siempre busco personajes bizarros, como para entender en qué momento dejas de ser bueno, porque tú no naces bueno ni malo, te haces, y yo siempre estoy en la búsqueda de por qué a éstos güeyes les ocurre eso, esa es una gran parte que siempre me produce regresar a mi barrio. La otra son los recuerdos, imaginarme entre las calles a mis papás, a mis carnales, a las viejas que tuve, a mis mejores amigos quienes sí se fueron del barrio y viven hacia Xochimilco, y acordarme de todo lo que fuimos: escondidillas, fajes, guerras de huevazos, futbol, todo lo que fuimos y está chingón porque es la infancia y dices: de aquí soy y siempre me llena de alegría decir que vengo de este barrio.

–¿Puedes identificar las razones de por qué no fuiste como uno de ellos, esos que ya no están?

–No, yo de pronto, de mamada, digo que es porque mi mamá nos encerraba con llave, y no podíamos salir, pero no, porque aún cuando mi madre nos hubiera encerrado, hubiéramos encontrado la manera de saltarnos, nuestra puerta era de madera y casi cayéndose. Creo que tiene qué ver sí mi madre en el sentido de que nos educó como Dios le dio a entender, porque mi padre se desafana cuando nosotros todavía estamos chicos, mi madre se hace cargo y nos educa, y creo que entendemos los tres hermanos que mi jefa se está partiendo la madre. Mi madre tenía una tienda de abarrotes, nosotros le ayudábamos, sí nos íbamos de desmadre, de pedos, ya fumábamos, pero no caímos en drogas, ni de entrarle a robar, teníamos unos compas que robaban autos, y que pagaban bien, pero eso no nos latía, y mi jefa dejó sus ojos en la tienda para que nosotros estudiáramos, ella es de esa generación de padres que tenía la idea de que yendo los hijos a la escuela serían hombres de bien, entonces creo que lo entendimos y lo hicimos, salvo mi hermano el del medio, Carlos, ese güey siempre ha sido súper inteligente, tiene dos cerebros, cabrón, Jorge y yo, no, pasamos como porque le dábamos lástima a los maestros, pero nunca fuimos muy duchos para la escuela.

Mataron al Toqui allá a la vuelta, tres balazos y a la chingada

–¿Cómo detona en ti la literatura y el periodismo?

–Son dos cosas, una: mi papá trabajó en Excélsior, formaba el periódico, entonces nuestro segundo patio, por lo menos hasta los diez, once años, fue Excélsior, y le tengo un cariño especial a Excélsior porque en algún momento nos dio de comer, no le tengo ningún respeto profesional pero sí un cariño.

Mi papá siempre llegaba a casa con el periódico, no teníamos libros, pero sí teníamos un chingo de periódicos, él llegaba con diario, con la Extra primera edición, segunda edición, con el Jueves de Excélsior, con Revista de revistas, esa era la literatura que leíamos. Y la otra, creo que fue mi mamá, ella era una doña que, yo nunca la vi leer un libro, en unas cosas era muy ignorante, pero tenía un don bien chingón, siempre que pasaba algo en la colonia a mi mamá le llegaba el chisme, la tienda era como una sala de redacción, mi jefa era la jefa de redacción, o la directora. Entonces ocurría algo: oye güey, mataron al Toqui allá a la vuelta, tres balazos y a la chingada, yo esa te la cuento en diez segundo, mi mamá esta historia te la podía contar en media hora, y te la iba contando cachondamente, yo no sabía si inventaba, pero la contaba tan chingona que la creías, todo lo que ella te iba aventando. Creo que mi mamá saca ese don de mi bisabuelo, Ruperto Rodríguez, quien fue miembro de la banda del carro gris, esta banda que acá hay entre Puebla y el DF, asaltaban a los ricos, los mataban, pinches sanguinarios, pero que de una u otra manera tuvieron gestos de solidaridad de la gente porque les daban lana a los pobres, eran unos Chuchos Rotos muy raros, sanguinarios, y mi bisabuelo quien en realidad siempre fue mi abuelo, porque a mi abuelo también le valió madre la vida, fue quien educó a mi mamá.

Cuando éramos niños mi bisabuelo Ruperto nos contaba sus historias, yo la neta ya no las recuerdo muy bien, pero sí recuerdo su elocuencia y que a todos nos tenía en la pendeja, y siempre nos mostraba su fotografía, con su gabardina, su sombrero, su metralleta y atrás el carro gris, una fotografía que cuando él se muere todo mundo la quiere, y que al final mi tío José Luis que en algún momento fue como mi padre, quien nos sacó adelante, es el que se la queda.

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Al ochenta por ciento de los reporteros muertos los ha matado el gobierno

Entre una y dos canciones, entre el vuelo del pelo por el aire al recorrer dentro del carro las calles del Distrito Federal, el tema impostergable es el de la circunstancia actual del periodismo y su riesgo al ejercerlo. Por eso cuando ya un semáforo que se libra, dos cláxones que suenan y son el reclamo de los otros automovilistas ante el caos vehicular, damos un vuelco también a la conversación:

–¿Por qué matan a los periodistas?

–Es algo muy complicado porque lo más fácil sería decir que estaban chingando al gobierno, sacaron datos que a los narcos no les gustaron, o a los militares, o lo más fácil: estaba metido en algo.

Me parece importante conocer la razón, pero a mí lo que me está llamando más la atención es ¿quiénes los están matando? Y me estoy dando cuenta que siempre hay policías municipales, estatales, involucrados, de pronto también hay militares, marinos, funcionarios de gobierno implicados. Entonces dices: ¿dónde están los narcos, quiénes son los narcos? En cuanto entiendes que estos son los güeyes que están matando a los periodistas, entiendes ya la razón, dices, no pos a éstos güeyes los estaban chingando, en el sentido de que les estaban sacando información que a ellos ya les incomodaba.

A los narcos les vale madre, el pinche narco, si tú le dices que él mató a tal, le vale madre, finalmente él sigue viviendo en la clandestinidad, de ahí viene, de ahí pertenece, y que tú digas que el güey mató a dos, tres, no va a irrumpir su clandestinidad, él va a seguir ahí, y a lo mejor hasta se le da fama, hay unos que son más vanidosos y lo ven chingón. Con que no te metas con su familia no pasa nada, y creo que la mayoría de los reporteros a los que han asesinado no lo han hecho, sino más bien han estado reporteando la corrupción y ahí es donde a estos güeyes sí les encabrona, los narco-políticos son los más peligrosos, el pinche narco si te va a matar lo va a hacer sin mayor saña, un balazo y adiós, pero éstos güeyes a muchos compañeros los han matado con mucha saña, hay un odio hacia ellos, un pinche rencor.

Lo que sí creo es que en ese ciento por ciento, sí hay algunos que recibían lana y que se involucraron de alguna manera, ya sea que recibían lana voluntaria o involuntariamente, a muchos les dan lana porque si no los matan y ellos terminan aceptando, además los salarios son miserables, sobre todo en los estados, y aunque tengas tres chambas de pronto no te alcanza y a ellos se les hace fácil decir entro con estos, los hago mis compas, y es muy fácil cruzar esa línea de ser tus fuentes a ser tus compas y que ya te están dando lana. Yo sí creo que de ese ciento por ciento haya algunos, no sé quiénes, pero sí hay, de seguro, pero también estoy convencido que por lo menos al ochenta por ciento de los reporteros muertos los ha matado el gobierno.

La entrevista con Lino Quintana y el temor como consecuencia

–¿Tienes alguna experiencia donde hayas sentido miedo?

–En el dos mil dos fui a entrevistar a un sicario, (en ese entonces todavía no se entrevistaban sicarios), que trabajaba con los Arellano Félix, Lino Portillo Cabanillas, alias Lino Quintana, como el corrido de Los Tigres del Norte. Fui y lo entrevisté porque en ese entonces tenía buena relación con el gobernador de Sinaloa, Juan S. Millán. Cuando arrestaron a Lino le dije: lo tengo que ir a entrevistar.

Lino Portillo había aparecido en dos masacres muy cabronas, la de Ensenada, en un rancho donde murieron veintidós mujeres, trece niños, mujeres embarazadas, puro inocente, no había ningún narco, todos ellos eran familiares de narcos pero a ellos fueron a quienes mataron, y culparon a Lino. A mí esa primera gran masacre me metió en shock, porque: ¿quién es capaz de matar a los niños? A algunos los serrucharon, estuvo muy cabrón. Entonces dije: ese güey sí está pirata, o quienes lo hicieron.

Tiempo después, Jesús Blancornelas dijo que Lino había estado allí, que era quien había encabezado la matanza. Luego vino otra masacre en Sinaloa, en un pueblito que se llama Limoncito, iban sobre Javier Torres, brazo derecho del Mayo Zambada, pero Javier Torres logró irse y éstos güeyes subieron a todos los hombres del pueblo a un camión de redilas y los rafaguearon. El pueblo tenía treintaidós habitantes, se murieron ahí dieciséis cabrones, dejaron vivas a las mujeres, sobrevivió un viejito que dio muchas pistas y entonces se supo que el responsable era Lino. Yo entrevisté al viejito, fui el primero en hacerlo, todo mundo sabía que había un sobreviviente pero nadie había dado con él, yo di con él gracias a un carnal que era periodista, él me llevó, convencimos al viejito, regresé a Culiacán, le dije a algunos reporteros que encontré al viejito, éstos güeyes lo fueron a entrevistar, ellos publicaron un domingo la historia del viejito, y cuando estaba yo dejando Culiacán, los pinches sicarios fueron a rematar al viejito, me sentí bien mal, me sentí culpable.

Pasó eso, hice la historia de Limoncito, la publiqué. Al año siguiente, en las mismas fechas, agarran a Lino, en la sierra de Badiraguato, entonces me dije: tengo que entrevistar a este güey, que es el diablo. Entonces que le digo a Juan S. Millán y me dice: vente, yo te lo pongo, lo entrevisto, me dan el expediente, todo, se portan muy buen pedo, conozco al jefe la policía, Chuy Toño Aguilar Íñiguez, pinche chaparrillo, es un hijo de puta, pero él me ayudó. La entrevista terminó mal porque conforme iba pasando el día Lino iba recibiendo órdenes de aprehensión, y pobre güey, no iba a salir de la cárcel, y en la entrevista me dice: Sácame de aquí, diles que me lleven a una cárcel de máxima seguridad, yo no tengo que estar aquí, yo trabajé para los Arellano y el pinche Mayo me quiere matar porque piensa que yo tuve qué ver con lo del Rodeo y el Limoncito, pero también Ramón está emputado conmigo porque cree que lo traicioné. Lino estaba entre dos fuegos, por lo que me dijo.

Tecleé la entrevista, se publicó un lunes nueve de febrero, en El universal, y desde ese día, del lunes al jueves, mataron como a dieciocho integrantes de la familia de Lino: mamá, papá, hermanos, primos, en Guasave; en Culiacán; Guadalajara; Hermosillo, fueron a exterminar a la familia, y a mí desde el lunes me marcaron, yo no contesté porque no estaba, pero una amiga me dijo: Te habló el comandante Polanco, este es su teléfono. El comandante Polanco era el güey que me movió en Culiacán, era el brazo derecho de Chuy Toño, el jefe de la policía. El teléfono era un celular del DF, le marqué, y no contestó, tenía yo su otro celular, el de Culiacán, le marco y le explico que le estaba marcando a su otro teléfono y no me contestó, me dice, no ha sonado mi teléfono, y le digo, no, pero en el otro, él dice, yo no tengo otro, y le digo es que me dijeron que usted me habló, y me dice, sabes qué, ponte trucha, porque además acaban de ir a matar a familiares de Lino, ponte verga.

Siguieron llamando al periódico, siempre contestaba alguien y les decía que yo no estaba allí, y ellos decían, dígale que somos gente de Sinaloa, y que tenemos información sobre Lino, del que lo entrevistó, que queremos verlo. Entonces lo tomamos ya como una amenaza, dijimos esto ya se complicó, me pusieron guardaespaldas, los del periódico. Siguieron las llamadas, siguieron los muertos de la familia de Lino. El miércoles volvieron a llamar al periódico, un güey del periódico contestó y me dijo, oye, cabrón, te marcaron unos güeyes bien emputados y dijeron que les contestas o les contestas, que si no se van a poner aquí enfrente, no dijeron quiénes eran, pro tienen acento norteño.

En esos días no fui a chambear, me la pasaba en mi casa, y el viernes a las cinco de la mañana suena mi celular, y veo, 667, dije, no mames, es de Culiacán, después me llega un mensaje a mi celular y es mi compa, el Óscar, me dice que le conteste, le contesto y me dice: Mataron a Lino, vamos a decir que fue suicidio, pero lo mataron. Yo ya había hablado con él sobre el rollo de las llamadas, y me dijo: Ya, muerto el perro se acabó la rabia, yo creo que tú ya no vas a tener pedos, cuídate.

La neta es que sí descansé en ese momento, me vino una tranquilidad chingona, me metí a bañar, salí del baño, me puse a planchar, en eso suena el teléfono de mi casa, contesto y me dicen: Qué onda bato, yo digo: ¿Quién habla? Pues nosotros, güey, lo de acá de Sinaloa, ¿ya viste que es güey ya chingó a su madre, no?, ya estuvo. Ahí dije, estos güeyes tienen el teléfono de mi casa, saben dónde vivo, me asusté y yo creo que hubiese seguido con ese miedo muy cabrón, pero dos días después atropellaron a mi mamá, mi mamá no se fijó, ya su vista no estaba bien, la atropellaron y me la pasé los siguientes dos meses en el hospital, se me olvidó todo el pedo, el pinche Lino, todo, me preocupaba más mi jefa.

Cuando mi jefa sale del hospital, de la rehabilitación, toda entubada, porque se rompió la columna, ahí surgió la novela Entre perros, tenía que contar todo ese miedo que había vivido, no lo iba a publicar en un periódico, pero sí necesitaba sacarlo y así empiezo a armar Entre perros.

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Entre perros, novela de Alejandro Almazán (ed. Grijalbo Mondadori), sinopsis: De un asesinato brutal como todos los del narco, el autor narra las andanzas, no de un sicario, sino de tres amigos que se encuentran en un momento crucial y terminan destruyéndose la vida entre sí por haber tomado decisiones incorrectas.