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Por Cosecha Roja. – César Sosa pensó que la soledad de la madrugada de Guaymallén era el momento ideal para acercarse hasta la casa de su madre en Santa María de Oro al 700. Pensó que el mes prófugo era suficiente para que la atención policial que había sobre la casa de su madre se hubiera desinflado. Tal vez calculó el riesgo, pero sencillamente no soportaba la soledad el mismísimo día de su cumpleaños. Así fue que Sosa, el hijo pródigo, volvió al hogar materno el 27 de diciembre. Horas después, en el preciso momento en que levantaba una copa para brindar con su familia, un grupo de policías de la Unidad Investigativa allanó la casa y el cumpleañero se quedó sin torta.

El 12 de noviembre Sosa pasó, en un santiamén, de ser un anónimo a la lista de los más buscados en la provincia. Héctor Garrafo, 38 años, era un barra de Atlético Argentino. Iba en una moto, con su mujer y su hijo, por la calle Rivadavia del mismo departamento provincial. Se detuvo en una esquina y se puso a charlar con dos conocidos. La charla fue subiendo su intensidad hasta que uno de los transeúntes sacó un arma y lo bajó de un plomazo en el ojo izquierdo. Garrafo murió minutos después, frente a familia, en una esquina como cualquier otra de la Argentina. La pareja del barra se convirtió en la única testigo del asesinato.

En su declaración, identificó a los agresores con nombre y apellido y dijo que el autor del disparo tenía 46 años y el otro era, apenas, un pibe. Tan bien los conocía que señalo la casa de Santa María de Oro.

Al otro día, la policía provincial allanó el domicilio y detuvo al hombre de 46, apodado Cata, y a un menor de 17 años que, se supo luego, era el hermano de César. Pero el chico no fue identificado por la viuda y fue liberado.

Con la detención de Cata, sólo faltaba que cayera César. Así que la policía se armó de paciencia y esperó frente a la casa de su madre. Sosa nunca imagino que por festejar su cumpleaños se iba a regalar con moño.