Maxi Kosteki: las bestias me persiguen y ya comencé a desangrar

Militaba a través de su arte: dibujaba, escribía y le daba clases de dibujo a lxs pibes de un comedor. Seis días antes de que cumpliera 22 años, la policía bonaerense lo asesinó de tres tiros en lo que se conoció como la Masacre de Avellaneda. Darío Santillán intentó salvarlo y también lo mataron a él. Pinceladas de Maxi, el artista que dejó su huella.

Maxi Kosteki: las bestias me persiguen y ya comencé a desangrar

Por Natalia Arenas
24/06/2022

—Mamá, en la tele lo nombraron al tío Maxi.

—Te habrás confundido. Seguro nombraron a otro Maxi.

—No, mamá. Dijeron Maximiliano Kosteki.

Vanina dejó de preparar la comida. Se acercó al televisor y vio cómo un policía tiraba a su hermano adentro de una camioneta. Cambió de canal para ver qué más decían. 

—Es Maxi—le dijo a su marido de entonces. 

—No, no es Maxi. ¿Cómo va a estar tu hermano metido ahí?

Vanina llamó a su madre. 

—¿Está Maxi?

—No, salió a la mañana. Se fue con dos cañas.

No era raro que Maxi saliera con “cosas” de su casa de Glew. Daba un taller de dibujo en un comedor del Movimiento de Trabajadores Desocupados “Aníbal Verón” en Guernica. Escribía, dibujaba, pintaba y estaba terminando la secundaria en la Media N°15 de Lanús, una escuela con orientación artística. 

—Mamá ¿miraste las noticias?

—No, llegué recién de dar clases.

Vanina le dijo a su madre que se sentara, que tenía que darle una noticia.

—A Maxi le pasó algo.

—¿Cómo que le pasó algo? Si le hubiera pasado algo me hubiera llamado la Policía.

—No, mamá. No te van a llamar. A Maximiliano lo mató la Policía.  

Maximiliano Kosteki había nacido el 3 de julio de 1979. Seis días antes de cumplir 22 años, el 26 de junio de 2002, la Policía bonaerense lo asesinó en Avellaneda. Era su primer piquete.

Hijo de madre ferroviaria y docente, hermano de Julieta, Javier, Vanina y Mara, supo desde chico lo que quería ser: un artista. En primer grado de la escuela 55 de Burzaco empezó a hacer sus primeros dibujos. Y no paró más. 

Antes de que Maxi terminara la primaria, la familia se mudó al barrio Don Orione, en Claypole.  Ahí creció y se formó en el club de la vuelta de su casa, en la calle, en una escuela secundaria privada y religiosa que no le hacía ninguna gracia y abandonó varias veces. En la iglesial fue monaguillo y sus hermanas cantaban en el coro. 

Como la madre trabajaba todo el día y el padre se fue para siempre cuando nació Mara, la más chica, la casa quedó un poco a cargo de Vanina, la mayor de las mujeres. En realidad, la mayor era Julieta, pero para esa época ya se había casado y vivía en Llavallol. “Con Maxi éramos mucho más unidos, porque no teníamos mucha diferencia de edad, compartíamos amigos y las mismas cosas que hacíamos. Con el tiempo me di cuenta de esa complicidad que teníamos. Éramos hermanos y amigos”, cuenta Vanina a Cosecha Roja. 

En ese hogar hiper religioso también se cumplían los deseos artísticos. Además de ir a la escuela y a la iglesia, Maxi y Vanina iban a dibujo, pintura y baile folclórico. Tenían un sueño en común: ser artistas y recorrer el mundo.

La última vez que Maxi abandonó la secundaria fue cerca de los 17 años. Había muerto su abuela y él no tenía ganas de seguir en una escuela que no le daba nada. Un día, en un vagón del tren Roca, en alguna estación del sur que podía ser Banfield o Adrogué, su madre le dio un ultimátum. 

—¿Qué querés hacer de tu vida? Algo tenés que estudiar. 

Maxi señaló las paredes del anden, llenas de colores, dibujos y graffitis. 

—Eso quiero. 

La madre lo anotó en la escuela de Lanús con orientación artística en la que hubiera terminado el secundario, si no fuera por las balas de los ahora ex policías Alfredo Fanchiotti y Alejandro Acosta.

En 2000, Vanina se fue a vivir a La Plata y Maxi se quedó en Glew con su madre y su hermana Mara. Por esos años, complementaba los estudios con talleres y cursos de dibujo y escritura. Maxi y Vanina tenían un plan: “Cuando terminés el secundario, te venís a vivir acá y estudias Bellas Artes”. Creían que su mamá en algún momento iba a estar orgullosa de lo que hacían. Toda la adolescencia fue pedirles que estudiaran algo serio, que se vistieran “bien”, que no sean tan raros. “Siendo tan hippies no van a llegar a ningún lado”.  

De Maxi su mamá decía que había que sacarle las palabras con tirabuzón. Era callado, solitario. Tenía amigxs y compañerxs de la escuela, pero se refugiaba en sus dibujos y en sus poemas. 

Fue en un vagón del Roca, también, donde un día de 2002 unos pibes lo vieron dibujando. Se acercaron a charlar. Eran de un comedor de Guernica, de la Aníbal Verón. Ese mismo día Maxi arregló para ir a dar un taller de dibujo ahí.

Se lo contó a Vanina el 31 de mayo, la última vez que se vieron. Fue en la casa de Julieta, para el cumpleaños de la mamá.  “Le dije ‘ojo dónde te metés’. Cuidate. La cosa sigue estando heavy”. El año anterior habían pensado en ir a Plaza de Mayo el 19 de diciembre. Pero se acobardaron. 

—No pasa nada. Son chicos. Les enseño dibujo en mis tiempos libres y ayudo en lo que puedo.

Ayudar al prójimo era un poco lo que había mamado de su hogar católico. “Pero de la iglesia, para adentro. Lo que pasaba afuera no nos tenía que importar. Nosotros nos criamos en una familia que no se metía en política. No te metas, no hables, no participes, era un poco la enseñanza que tuvimos”, cuenta Vanina. Pero a partir de la adolescencia los mandatos familiares no se suelen respetar.

Ese día Maxi también le contó que había ido a su primera marcha: el 1° de Mayo, Día del Trabajador. “¿Y qué hiciste?” “Me senté a dibujar”. Vanina también había estado en esa marcha. No se cruzaron. 

No le quiso mostrar el dibujo, porque estaba incompleto. La familia lo encontró entre sus cosas después de que a Maxi lo mataran. Había más de 300 dibujos, muchos sin terminar. El que hizo el 1° de Mayo era un ángel. Del otro lado de la página tenía escrito un poema que, para su mamá fue premonitorio: 

Sigo caminando por este inmenso pasillo

¿hacia dónde me dirijo? ¡estoy perdido!

los pasillos no dirigen a ningún lugar

tengo mucho frío, sin embargo mi sangre…

Mi sangre hierve, fluyendo por mis venas

siento que van a explotar…

 

Ya desesperado sin hallar la salida de este eterno

laberinto. Las bestias me persiguen y ya comencé

a desangrar, por aquellos zarpazos que

desfiguraron mi rostro y mutilaron parte

de mi cuerpo, con todas mis últimas fuerzas hallé

una puerta, agitado, desesperado, intento llegar

antes que ellos, con el último aliento abro la

puerta. Sí, ya estoy fuera! Tan solitaria la inmensa

habitación frente a mí y sin vacilar me introduje

dentro de ella… ¡ahora sí que estoy fuera!!!

El 26 de junio de 2002, Maxi salió de su casa temprano con dos cañas hacia su primer piquete. El gobierno de Eduardo Duhalde ordenó la represión y la policía bonaerense empezó la cacería. A Maxi le dispararon en la avenida Hipólito Yrigoyen, abajo del puente Pueyrredón, a la altura del Carrefour. Llegó como pudo hasta la estación que en ese momento se llamaba Avellaneda. Una versión dice que un compañero lo llevó hasta allí para resguardarlo. 

Darío Santillán, tres años más grande que él, venía escapando de la cacería. Lo vio tirado a Maxi en el piso de la estación. Se arrodilló a su lado y cuando Fanchiotti y Acosta le apuntaron, levantó su brazo para protegerlo y pedirles que no tiren. Tiraron. Mataron a Darío y a Maxi, que estaba herido pero vivo, lo arrastraron hasta una columna, le levantaron las piernas. Las pericias después confirmarían que eso hizo que las balas llegaran más rápido al corazón. Se desangró. Al hospital llegó muerto.

Maxi y Darío crecieron en el mismo barrio, Don Orione. No se conocieron hasta ese 26 de junio, en el que Darío trató de salvarle la vida.

***

Esa mañana Vanina se había levantado temprano. Llevó a sus hijas a la escuela y se fue a trabajar. Al mediodía salió del trabajo, pasó a buscar a las nenas y juntas volvieron a la casa. Como siempre, durante el almuerzo pusieron el noticiero. 

Cuando vio por la tele que arrancaba la represión en el Puente Pueyrredón le dijo a su entonces marido: 

—Esto va a ser como el 19 y el 20 de diciembre. Van a hacer una masacre.

Y se fue a trabajar, otra vez. 

Volvió a la noche, ayudó a las nenas con las tareas de la escuela y se puso a cocinar. Cuando las nenas dejaron de ver los dibujitos, puso el noticiero para dejarlo de fondo. 

—Mamá, en la tele lo nombraron al tío Maxi.

Natalia Arenas