Lo condenaron por un tatuaje que se hizo tres años después del robo

Braian Iván Carballo fue condenado a 12 años de cárcel. La principal prueba para identificarlo como autor de un robo fue un tatuaje en su mano izquierda, que no tenía el día del asalto.

Lo condenaron por un tatuaje que se hizo tres años después del robo

27/06/2019

Por Sebastián Ortega / @ElFantasista_

Las víctimas no dudaron. En la sala de audiencias señalaron a Braian Iván Carballo. Dijeron que ese era uno de los hombres que cinco años antes había entrado a robar a su casa, los había amenazado y había golpeado a sus hijas. ¿Cómo estaban tan seguros? Por un tatuaje que tenía en su mano izquierda. A partir de esos testimonios Braian fue condenado a doce años de cárcel. Durante el juicio ni los jueces ni el abogado defensor prestaron atención a un detalle: el tatuaje que Braian tenía en su mano se lo había hecho tres años después del robo por el que lo acusaban. Pero nadie lo escuchó. 

—Ellos Mintieron. Yo al tatuaje me lo hice en 2016. Es el nombre de mi último hijo: Milo —dice Brian desde el penal de Magdalena, donde cumple condena. 

El hombre de 33 años, padre de cinco hijos, está convencido de que las víctimas mintieron intencionalmente. Con su voz acelerada reconstruye por teléfono el camino que lo llevó a la cárcel. En diciembre de 2013 dos hombres armados entraron a robar a una casilla de Banfield donde vivían Noemí Van Damme y su esposo Rodolfo Maximiliano Mansilla Verón. Los ladrones se llevaron 200 pesos, un decodificador y una moto. En el barrio dicen que habían marcado a la pareja porque supuestamente vendían drogas.

El mismo día del robo la policía detuvo a un vecino del barrio, que fue condenado a nueve años de prisión. Tres años después Braian recibió una notificación: lo acusaban de ser coautor del robo.

“El que a mí me involucró fue Ariel Muñoz, el compadre del damnificado”, explica Braian. Muñoz también vivía en el barrio, a tres cuadras de la casa donde ocurrió el robo. El hombre tenía un enfrentamiento de larga data con Braian, de cuando compartieron detención en una comisaría. “Quedó todo mal”, dice. 

En 2018 la causa llegó a juicio. La única prueba en su contra fue la declaración de las víctimas. Dijeron que recordaban al acusado por un tatuaje de una lágrima en la cara y otro de unos huesitos en su mano izquierda. El 18 de septiembre de 2018 el Tribunal Oral en lo Criminal 6 de Lomas de Zamora lo condenó a doce años de prisión. Hay otro detalle que los jueces no tuvieron en cuenta: los policías que intervinieron en el robo dijeron que vieron escapar a un hombre de tez blanca. Él es morocho. Braian cree que su abogado “se vendió”. Cuenta que él le entregó todas las pruebas y no las presentó. 

Mientras estaba preso, Rosana, la esposa de Braian, consiguió un nuevo abogado, Juan Manuel Casolati. Juntos empezaron a recopilar prueba para demostrar la inocencia de Braian. Consiguieron una serie de fotos de 2013, 2014 y 2015 en la que se ve que el hombre no tenía ninguna marca en la mano izquierda. Sumaron una captura del facebook del tatuador, de diciembre de 2016, donde publicó la foto del tatuaje que acababa de hacer. Se ve la mano de Braian con el nombre de su hijo Milo. A los pocos días se le infectó la mano y Braian terminó en una clínica privada. Casolati también consiguió el comprobante. 

Esta prueba nueva le permitiría demostrar que las víctimas mintieron. “Cuando un testimonio es tan evidentemente falso, todo lo demás no tiene valor”, explicó a Cosecha Roja el abogado.

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Hasta el día en que lo condenaron, Braian se despertaba entre las dos y las tres de la madrugada para ir al Mercado Central. Cargaba los cajones de verduras en el Mercedes Benz 1114 y al amanecer ya estaba listo para hacer el reparto: Ramos, Ituzaingó, Morón, Castelar. A las 6 de la tarde estaba de vuelta en la casa que compartía con Rosana, su pareja. Los fines de semana el veía a sus cinco hijos. No le quedaba demasiado tiempo para otras actividades.

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“Ahora acá adentro un día es un como un mes para mí. Son eternos”, cuenta desde el Penal de Magdalena. Por las mañanas va a un taller donde fabrican textos en braile para personas no videntes. “Estuvimos haciendo la Constitución Nacional en braile y juegos didácticos para el día del Niño”, dice. A las cinco de la tarde viene el engome: el momento de volver a la celda. Día por medio les permiten salir al patio, donde juegan al fútbol o a la paleta. 

Cada quince días recibe la visita de su esposa. Ella sale a las dos de la madrugada de su casa en Castelar. Se toma un Uber desde allí a Morón y de ahí la combi que va hasta el penal de Magdalena. Cada viaje le cuesta alrededor de 600 pesos.

Antes de la visita Rosana arma un paquete para su marido. Lleva arroz, fideos, puré de tomates, papas, cebolla, carne cocida, azúcar, yerba y galletitas. Maquinitas de afeitar, detergente, jabón en polvo, lavandina, detergente. “Hacé de cuenta que tengo otra casa más”, dice. Recién a las 21 está de vuelta en su casa. 

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Con la confirmación de la condena en Casación, el nuevo abogado tenía dos caminos: apelar ante la Corte Suprema de la provincia donde evaluarían la sentencia sin permitirle incorporar las nuevas pruebas o recurrir a una acción de revisión ante Casación Penal, un recurso que sólo se puede presentar cuando una condena está firme. 

Para poder pedir la revisión el abogado está obligado a dejar vencer el plazo para apelar y que la condena quede firme. Recién ahí puede exigir la revisión del caso y presentar las pruebas nuevas. Braian sabe que es la última chance de recuperar su libertad. “Lo único que quiero es que me escuchen -dice-. Después yo sé que me voy. Estoy re confiado”.