nomasviolenciaportadaCosecha Roja-.

Puta, atorranta, drogadicta, vividora. Esos eran los apodos que me puso mi ex. Él es comandante principal de Gendarmería y estuvimos juntos por dos años y medio. Durante ese tiempo me gatilló una de sus diez armas en la cabeza, me arrancó los pelos y me golpeó las piernas. Me agarró del cuello y quiso quemarme con la plancha. Una vez le pareció divertido acercarme a la cara un encendedor y un spray. “Si denunciás ¿con qué cuerpo querés el vuelto?”, me dijo cuando le pedí que no tocara a mi hijo ni a mi nieta. Pero las instituciones que me tendrían que ayudar me trataron peor que él.

Hice la denuncia por violencia y me enteré de que tenía otras causas de parejas anteriores. Su abogada me quiso sobornar para que me callara. Los organismos que tienen poder de decisión y que pueden protegerme me trataron de loca. Aunque él todavía tiene las diez armas en su casa, la justicia no me ofreció medidas cautelares ni custodios. Si el hombre que te golpea tiene un cargo en las fuerzas de seguridad es como luchar contra un gigante de acero. Los únicos que me llaman son los de una supuesta oficina contra la violencia de género en el séptimo piso del edificio donde trabaja mi ex: quieren que informe cuántos revólveres tiene. Hace poco lo vieron por la cuadra de la casa de mi mamá. Se cruzó con una amiga y la saludó. Yo lo denuncié de nuevo:

– ¿Te cagó a palos? ¿Te amenazó?- me preguntaron.

– No.

– Entonces no podemos hacer nada, él puede circular por donde quiera.

Las organismos me dieron la espalda. Todos los días tengo que lidiar con la batalla institucional y conmigo misma para no sentirme culpable. Me llevó tiempo animarme a hablar. Me daba vergüenza, me sentía sola en el mundo y pensaba que me merecía la violencia que había sufrido. De a poco me animé a contar lo que me pasó. Hablé por desesperación, por angustia. Juntarme con otras víctimas de violencia me cambió la vida: el poder compartir con alguien que pasa por lo mismo me ayudó a salir adelante. Si no fuera por ellas, me correría a un costado y viviría con más miedo del que tengo ahora.

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La relación de Karina con Sepúlveda duró dos años y medio. “El infierno”, dice ella. La insultó, la golpeó y hasta le gatilló una pistola en la sien. Una vez le apretó el cuello con las manos, vio como se quedaba sin aire y la amenazó: “Gritá yegua, antes de que llegue la policía te mato”. Ese día dijo basta y se separó. Ella lo denunció varias veces y se enteró de que las parejas anteriores de él también le iniciaron causas por violencia. Es querellante en un juicio penal pero la Justicia no le dio protección ni le sacó las armas a su agresor. Ahora su pelea es con las instituciones que no escuchan sus pedidos de auxilio. “Se van a preocupar si él me pega dos tiros y me convierto en una menos”, dijo a Cosecha Roja.

Karina va a participar de la marcha del 3 de junio. Antes y después su lucha diaria continúa: cada vez que en la comisaría no la registran, cuando no puede apagar el celular para que la familia no se asuste, o mientras camina por la calle, siente que alguien la persigue y mira asustada por sobre su hombro.

Fotos: Nova. Campaña #NoMasViolenciaContraLasMujeres