La mujer que rompió la maldición de los mineros de Río Turbio

En la mina de Río Turbio las mujeres tienen prohibida la entrada. Existe el mito de que traen mala suerte, que si entraran la mina se secaría y dejaría de dar carbón. Gracias a la ley de identidad de género, hay una mujer que logró romper la tradición. Conocé la historia de Carla Rodríguez, la primera minera trans de Río Turbio.

La mujer que rompió la maldición de los mineros de Río Turbio

Por Sara Delgado
15/11/2019

Un mito cuenta que en lo profundo de la tierra el diablo tiene una amante obligada a parir el carbón y que nunca debe sentirse celosa. Si alguna mujer entrara, el vientre se le pudriría como el vegetal de cientos de miles de años y el útero se le secaría. Las mujeres tienen prohibida la entrada a la mina.

Hay olor a azufre. Las glándulas ganan saliva y la boca pastosa se llena de un sabor metálico. El aire es polvo en el ingreso al socavón, las fauces de la mina de Río Turbio, provincia de Santa Cruz, en la estatal YCRT, setenta kilómetros de galerías. La única subterránea de carbón que existe en el país en manos del estado nacional.

Los mineros dicen que el espectro que fecunda el mismísimo demonio es la ‘viuda negra’. Cuentan que cuando la tarea era precaria y los derrumbes eran la regla, un día de mucha lluvia el cerro cedió y con él las vigas, sepultando a un trabajador. Su esposa, que escuchó la noticia del accidente, corrió a buscarlo y aunque le dijeron que no debía entrar al túnel intentó rescatarlo. Un segundo desprendimiento la mató y desde entonces se aparece en el interior de la mina.

Miguel Páez trabaja en la mina. Cuenta que “los mineros no permitían que las mujeres ingresen a interior de mina porque cada vez que una entraba ocurría una tragedia”. Sólo los 4 de diciembre pueden ingresar, por ser el día de “la patrona”, la virgen Santa Bárbara. Ese día se paran las labores en la empresa. “Este año logramos desde ATE que ingresen mujeres de muchas localidades de la provincia y también ingresó Nora Cortiñas”, dice.

El trabajo de la mina es bastante riesgoso y “demanda mucho esfuerzo físico, pero también mental, porque permanentemente estas expuesto a una presión del cerro que puede generar derrumbes de toscas de diferentes tamaños”, cuenta Miguel.  

“En nuestra empresa hay mujeres trabajando, pero no en interior, debido a la historia de la viuda negra. Personalmente creo que sí pueden hacer labores, pero hay que adecuar los túneles. Que haya baños químicos para ellas, por ejemplo”, dice. 

La protección de Santa Bárbara, que tiene su gruta en el yacimiento, no es infalible. Hace quince años, durante la privatización, una explosión en la ‘Mina Cinco’ sepultó a catorce trabajadores en la gusanera. Fue la mayor catástrofe minera del país, y lo curioso es que el ataúd de tosca y veta mineral se comió al mismo número de hombres que la otra mayor tragedia que ocurrió dos décadas antes, en Nicolasa, España.

Hoy en el yacimiento de Río Turbio hay una escultura que inmortaliza a las víctimas. En la roca de la galería nueve hay una placa para cada una con sus nombres.

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Desde hace tiempo hay un cuchicheo: una mujer entra a escarbar con los obreros. Y el carbón no dejó de aparecer.

Carla Rodríguez es la única mujer en el país que trabaja en una mina subterránea. En Bajo de la Lumbrera, un yacimiento de cobre y oro que está entre Catamarca y Tucumán, hay mujeres, pero como explotan a cielo abierto no hay infierno ni nada que ponga en juego la extracción.

Carla nació hace 28 años en un parto natural en el viejo hospital de Río Turbio, donde los inviernos dejan hasta veinte grados bajo cero y los vientos pueden congelar las raíces de los dientes.

Su familia vivía entonces en un pueblito cercano que hoy está despoblado, apenas un holograma de lo que fue, ‘Mina 3’. Es la hija menor de cinco hermanos, el padre minero y la madre ama de casa.

Hace ocho años que trabaja en YCRT. Mameluco y la cara negra de carbón, las manos que le resbalan entre la grasa de los armatostes de mecánica que ella misma desarma y repara.

“Presenté los papeles a los dieciocho años. No pasó nada. A los veinte volví a presentarlos. Me llamaron un 24 de agosto de 2011 para que haga el pre ocupacional. Fue difícil porque no concordaba el DNI con quien yo era. Sin embargo, logré entrar y empezar a trabajar fuera de todo el prejuicio que había”, dice Carla.


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A la mayoría los preparaban para lugares administrativos y superficie, pero a ella le tocó interior de mina. Pensó que no iba a saber qué hacer.

¿Cómo fue que, a pesar del realismo mágico que rodea la mina, le permitieron ingresar? Su llegada se produjo antes de que se sancionara la Ley de Identidad de Género. Por eso -y sólo por eso- la admitieron. Carla le hizo trampa a las supersticiones y a la cosmovisión de cascos iluminados.

“Yo me empecé a autopercibir después de los seis años. Ya de chiquita le robaba las muñecas a mi hermana, las valijas de Juliana Coqueta, jugaba con esas cosas, pero con inocencia. Era interno, en ese tiempo era muy complicado decirlo”, recuerda.

La primera vez que le contó a alguien que se sentía mujer fue a una amiga. Tenía diez años y le gustaba un pibe, pero no fue hasta los doce que encaró a sus viejos y les pidió que ya basta de ropa de varón, pelotas y pistolitas.

“Les dije que mi decisión era otra, que no iba a seguir vistiéndome como querían, que no me sentía bien, cómoda ni feliz. En el momento costó”, dice y se queda un momento haciendo sonidos para llamar a las palabras, pero se traga las que vienen saliendo. Entonces termina aclarando que eran gente mayor, con otra mentalidad. Hoy su papá está muerto y de su madre habla como si también lo estuviera, aunque se resiste a entrar en detalles.

La primera vez que salió vestida de mujer fue en la adolescencia. Una amiga le había prestado una remerita y un jean ajustado.

-¿Por qué elegiste Carla?

-Ya todo el mundo me conocía y me decía así porque era algo inevitable. Siempre lo viví de manera natural, yo quería ser Carla.


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Las ocupaciones de Carla en una comunidad conservadora, que de a ratos le parecía una cajita de fósforos, consistieron en limpiar casas y ser niñera. Su papá era minero en superficie y todavía entonces – todavía hoy-, entrar a YCRT significaba alcanzar un cierto estatus, así que ella lo intentó ni bien terminó el secundario.

Cuando le dieron el alta en la empresa arrancó con algunas cirugías estéticas, a tomar hormonas y fue una de las primeras en Santa Cruz en cambiar su identidad después de la ley. Se puso Carla Antonella.

“Empecé a trabajar en mina y nunca tuve más problemas que las risas y burlas. Siempre estuve a la par de todos mis compañeros, y hasta me tocó el sector mecánico. Por ahí tenía que dar explicaciones a la Jefatura, ahí sí era medio complicado”, dice.

De a momentos el relato de la única minera subterránea choca con lo que otras personas contaron para esta crónica, acerca de lo mal que la pasó porque, como si fuese una polilla y la tunelera el capullo, entró con una identidad y se quedó con otra.

-¿Y si te echan la culpa de algo?

Carla suelta una carcajada.

– ¿Vos decís que se va a poner celosa la viuda negra? Yo no creo en esas cosas. Son supersticiones nada más. Igual está la Santa Bárbara, pero para mí es medio lo mismo.

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La ingeniera química Alba Caballero fue profesora de la universidad en Río Turbio y entre el ’86 y el ’92 estuvo en YCRT.

“Que las mujeres no puedan entrar a la mina es una negativa por la negativa misma”, dice. “La gente común, de base, y las autoridades me han llegado a decir que había legislación vigente que lo prohibía, pero se los refuté. También se agarran de que los viejos, como se le dice a la gente que trabaja en la empresa, no van a permitir que haya mujeres, o que va a haber algún tipo de revuelta”, detalla.

“En distintas partes del mundo hay matices. Lo que te dicen es que ellas traen mala suerte y que en algunas oportunidades los sacerdotes y los niños también. Dependiendo de la zona te dicen que el diablo, ‘el tío’, tiene un pacto con la Pachamama, que se pone celosa”, cuenta.

“A las supersticiones las trae la gente del norte, en Río Turbio no hay algo que sea típico del lugar. –sigue Caballero- Te hablan de la viuda negra, pero esa versión es diferente según la gente con la que hables. Por eso siempre considero que es una privación ilegal del derecho del trabajo, inconstitucional, en contra de las mujeres y que tiene que ver con un tema de competencia. Lo que pasa es que la misma gente de Río Turbio avala esto con su silencio, o cuando los cuatro de diciembre muchas mujeres van a visitar la mina aceptando la dádiva y el comportamiento machista, siendo que ellas han tenido un rol fundamental en la lucha de la comunidad y en la reivindicación de los derechos de ellos en la cuenca carbonífera”.

Ana Meza Cruz es antropóloga y estudió el trabajo en interior de la mina de Turbio. Para ella, además del mito de la Viuda Negra “hay mucho de una concepción de las asignaciones sociales asignadas a los géneros y la división sexual del trabajo, que desde el momento de concepción del enclave y la empresa se perpetúa con el tiempo y se refuerza en los actos, en las festividades, en los relatos y si bien es cuestionada aún no tiene fuerza de ser transgredida, por lo menos abiertamente”.

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Desde que está en YCRT, a Carla la eligieron como delegada de ATE y antes de eso se sumó a un taller de diversidad y empezó a militar en política.

“Eso me ayudó un montón a tener noción del acompañamiento que podés tener si hay empatía, voluntad, si te preocupas por el otro, si pensás en el otro, si ayudas a los demás”, dice. “La militancia te enseña a tener amor por el otro. Ahí vi los cambios que había hecho el kirchnerismo, cómo reconstruyeron un país y desde entonces tengo mucha afinidad”, cuenta.

Delfina Brizuela, coordinadora del área de Diversidad de la Provincia, su amiga, vivió una situación muy similar cuando se vino desde Tucumán como maestro de primaria y después de unas vacaciones de verano, llegado marzo se presentó en la clase vestida de mujer y con otro nombre. Aunque la pibada lo asimiló fácilmente, durante un tiempo, las reuniones de ‘padres’ se llenaban de familiares que antes no habían pisado la escuela. Había mucha curiosidad con Delfina, la primera docente trans de la Patagonia.

Delfina y Carla se vieron por primera vez en una charla del colectivo LGBTIQ, a la que fue con Marcela Chocobar, la trans víctima del primer travesticidio que fue juzgado como crimen de odio en Santa Cruz, y que este año dejó dos condenas a perpetuas. Su nombre es hoy paredón, grito en las marchas, bandera y un cuerpo que todavía no apareció.

“Ahí nos conocimos las tres, y después nos volvimos a ver cuando Carla decide trabajar como referente de la Asociación de Trans y Travestis de Argentina (ATTA) en Río Turbio”, cuenta Delifna. “La verdad es que en la minera ella se empoderó y trabajamos para defender sus derechos. Somos buenas amigas. Es súper divertida, le gusta salir, viajar, es muy extrovertida”, dice.

Carla trabaja seis horas de lunes a viernes y cada dos semanas rota turnos de madrugada. Se levanta, se toma unos mates y prefiere irse vestida de fajina a la mina. Clava mameluco y no prepara el rostro para enfrentar el de los demás: va sin una gota de maquillaje porque termina llena de tierra. Hace rato dejó de registrar el aroma seco con el que la recibe la mina.

“No gasto producto para ir a trabajar. Si estoy de joda me visto tranqui, ya pasé la etapa de la juventud, ya estoy un poco grande. Jeans, estiletos, blusa y un saquito, más de eso no, pero arreglada siempre, y siempre con un rico perfume. Ahora ando con ‘212’ de Carolina Herrara y si no, el ‘One’ de Calvin Klein. Me gustan los caros”, dice.