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Por Waldo Cebrero. Publicado por EnRedacción.com.ar

El recinto tenía la atmósfera de un geriátrico: el silencio incómodo, el aburrimiento, la espera inútil. De fondo un tele encendido. La pantalla transmitía por circuito cerrado la audiencia del juicio La Perla, que sucedía a pocos metros de ese lugar ubicado en el segundo piso de Tribunales Federales. En la sala de espera, donde los imputados por crímenes de lesa humanidad iban a reposar mientras declaraban los testigos, había siempre olor a café quemado y comida recalentada. Allí recibían amigos, parientes, a veces a algunos periodistas y a los mozos, que les vendían sándwiches, gaseosas y galletitas. Algunos dormitaban en la silla. Pocas veces miraban a la pantalla.

Durante los años que duró el juicio La Perla, entre diciembre de 2012 y agosto de 2016, en un estante de ese sala, justo sobre el umbral de una de las puertas, había un vaso de vidrio, el único vaso de vidrio. Estaba reservado para Luciano Benjamín Menéndez. Los demás, tomaban gaseosa en vasito de plástico.

Ayer, Menéndez pidió el beneficio del “2×1” al Tribunal Oral Federal N°1. También lo hicieron Mirta Antón y Luis Gustavo Diedrich. Ya son 20 los represores que hicieron el pedido, envalentonados por el fallo de la Corte Suprema de Justicia. Menéndez ya había hecho el pedido en 2013, cuando estaba en plena audiencia el Juicio La Perla, el último en que fue condenado.

Cuando Menéndez iba a la sala de espera del juicio La Perla —a veces debía asistir a otros juicios en otras provincias— hablaba poco. Charlaba con los policías que lo custodiaban o con los médicos judiciales de la sala contigua; uno de ellos le regaló el vaso de vidrio. Un día de diciembre de 2015, durante los alegatos, el médico le hizo una pregunta:

—General —le dijo frente a todos— le quería preguntar por aquella vez sacó el cuchillo en medio de la calle.

La historia es conocida. El 21 de agosto de 1984 Menéndez fue al programa Tiempo Nuevo, conducido por Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, y a la salida se topó con un escrache. A los insultos de la gente, “Cachorro” respondió como mejor sabía: con furia homicida, empuñando un arma. Enrique Rosito, fotógrafo de la agencia DyN, congeló el momento en el que dos custodias hacen fuerza para frenar la estocada de Menéndez, que lleva una daga calada de doble filo en su mano derecha. El año siguiente Rosito ganó el premio Rey de España con la foto.

Ese día, en la sala de espera de tribunales, Menéndez estaba algo vital. No era el abuelo babeante que se veían en el banquillo de acusados.

—Pregunte, dice el médico que le contestó.

—Ese cuchillo que usted usó esa noche, es un puñal de paracaidista. Si usted es de Caballería, ¿qué hacía con un cuchillo de paracaidista?

A Menéndez, cuenta el testigo, le gustó el detalle. Le preguntó si había pasado por Ejército (el médico fue colimba) y decidió que otro respondiera por él.

—Contale, dijo, dándole pie a Jorge Ezequiel Acosta, “El Sordo”, cómo se hizo conocido en La Perla.

—El cuchillo era mío -agregó Acosta, que en 1984 trabajaba como custodio personal de Menéndez—. Yo era paracaidista.

Delante de Menéndez, del médico y de otros imputados, Acosta contó lo que pasó esa noche, a la salida del canal de televisión. Menéndez no sacó el puñal de entre su ropa, como siempre se creyó.

—Cuando vimos el lio, yo le dije: ‘Tome, General, acá tiene’ y le pasé el cuchillo. Es más

—dice el testigo que se jactó Acosta—, debajo de mi saco llevaba una recortada y una 9 milímetros.

El testigo cuenta que Menéndez se rió al recordar. Pero nunca atisbó un gesto de arrepentimiento por su reacción. La anécdota había sacado de la modorra a varios de los imputados, que se aburrían en ese geriátrico improvisado.

De fondo, sonaba distorsionado el alegato del fiscal Facundo Trotta.

Entre la escena del puñal y su evocación en Tribunales Federales pasaron más de 30 años. Luciano Benjamín Menéndez se convirtió en un récord viviente. De los más de 630 ex militares de la última dictadura condenados por delitos de lesa humanidad, es el que más causas y condenas acumula. Quizás sea también un caso único en el mundo. Desde que la Corte declaró la inconstitucionalidad de las leyes de obediencia debida y punto final en 2005 fue imputado en más de 70 causas y acumula 15 condenas, la mayoría a prisión perpetua, en los que fue considerado responsable principal del “plan sistemático de exterminio que se impuso entre 1976 y 1983”. Hasta el año pasado, cuatro de las perpetuas están firmes por resolución de la Corte Suprema.

Ahora, el viejo de pelo blanco sulfúrico pisa los 90 años y cumple su condena en su casa de barrio Bajo Palermo, al cuidado de su hijo Juan Martín de los Milagros. Ayer, los abogados de la Unidad de Letrados Móviles que lo representan en todos los juicios que afronta presentaron su pedido para que sus penas sean computables según el cálculo de la derogada ley del 2×1. Acosta, su custodio fiel, lo hizo la semana pasada.