Por Leonardo Cavalcanti, editor de política de Correio Braziliense. Especial para CR.
Foto: Antonio Scorza.
Las tres escenas que siguen están enlazadas, aunque la última haya ocurrido casi un año después de las dos primeras. Todas fueron sacadas de recortes de diarios brasileros. Distintas entre sí, muestran la realidad de una cobertura desequilibrada de la violencia en Río de Janeiro y componen un cuadro ilustrado de la guerra de la desinformación en los morros cariocas.
Escena 1 — Sábado, 27 de noviembre de 2010. Al llegar a casa, en Vila Cruzeiro, Río de Janeiro, el portero Cosme Souza dos Santos encontró el portón de la casa derribado. Adentro las ropas estaban tiradas en el piso. Los anillos, los aros y el reloj de su mujer Sandra Ferreira, desaparecieron. La casa de Cosme no fue la única asaltada. Los autores, según los propios trabajadores de Vila Cruzeiro eran policías. También acusados de asesinatos.
Escena 2 — En aquella tarde del domingo 28 de noviembre de 2010, la policía finalmente plantó una bandera de Brasil en lo alto del teleférico del Complexo do Alemão. El comandante de la Policía Militar, coronel Mario Sergio Duarte, informó que el lugar había sido tomado por las fuerzas de seguridad. Los delincuentes no ofrecieron resistencia. “Tenemos un trabajo cuyo principal objetivo es recuperar 30 años de abandono, de populismo, de confusión”, dijo el gobernador de Río de Janeiro, Sergio Cabral.
Escena 3 — Domingo, 6 de noviembre de 2011. Al comienzo de la mañana, el camarógrafo de la TV Bandeirantes Gelson da Silva, 46 años, murió por un tiro de fusil disparado por traficantes de la Favela de Antares, en Santa Cruz, zona oeste de Río. A Gelson le dieron en el pecho cuando cubría la operación que los Batallones de Choque y de Operaciones Especiales hicieron en esa comunidad. La incursión se inició a las 6.30 y tuvo la participación de 100 efectivos. “El tiro que recibió Gelson era para mí”, dijo uno de los policías militares.
La primera escena fue descubierta por un equipo de periodistas del Correio Braziliense enviado de Brasilia a Río de Janeiro para cubrir la invasión en Vila Cruzeiro y en Morro do Alemão, que —pese a estar separados por menos de 5km— fueron tomados por la policía en formas y en días diferentes. Todavía más diferente terminó siendo el relato de las acciones entre la escena 1 y la escena 2. Los abusos contra los habitantes fueron abordados en forma tímida por la prensa y solo llegaron al público por la audacia de la periodista Renata Mariz y del fotógrafo Iano Andrade, del Correio, un órgano de prensa con sede a 1.200 kilómetros de Río.
El tono del reportaje es neutro, sin ninguna jactancia sobre la ocupación. El mérito fue escuchar a los habitantes descontentos con algún aspecto de la operación policial. En este caso, la acción truculenta contra trabajadores. El diario dio voz a las víctimas, algo que otros textos no mostraron. Esos medios quedaron en la acción cinematográfica de los policías y en las declaraciones marquetineras de políticos. El episodio de la bandera, por ejemplo, fue usado en forma exhaustiva, como una especie de símbolo de La ocupación del Morro do Alemão. Lo mismo se repitió en la invasión de la favela Rocinha, hace dos semanas, cuando los medios de comunicación usaron expresiones como “la Rocinha es nuestra”.
El peligro de esas expresiones es la falta de reflejo de la realidad. Hasta el momento, la dificultad está en la imposibilidad de que el Estado ocupe, de hecho, los morros cariocas a través de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP). Las autoridades pueden hasta haber logrado expulsar parte del narcotráfico, pero… ¿y ahora? ¿Cuál fue efectivamente el beneficio para la población, para el habitante del lugar? Todavía no hay respuestas, inclusive por falta de un trabajo de fiscalización de la propia prensa. Un ejemplo es la promesa del gobernador Cabral —ese que en la escena 2 habla de “populismo”. En la época de la ocupación del Morro do Alemão, el político carioca prometió que en seis meses las UPP estarían listas. Ya pasaron 12.
Hasta ahora es el Ejército el que hace el trabajo de la policía dentro del Complexo do Alemão. La crítica dice que la Fuerzas Armadas no estarían preparadas para acciones básicas como el abordaje de los habitantes, calculados en 70 mil para la región. Inclusive algunos soldados fueron separados a causa de denuncias. El problema es que para reemplazar a los militares es necesario tener un total de 2.200 policías entrenados. La nueva promesa es que eso ocurriría paulatinamente hasta mediados del próximo año. Poco o nada se habló sobre cuánto se gastó hasta ahora con la ocupación que no se completó o incluso si los servicios básicos de salud y educación están siendo extendidos en la población de las favelas.
Y así llegamos a la tercera escena, la de la muerte del camarógrafo. Parte de la prensa brasilera cubre la violencia de Río de Janeiro desde un costado: el de la policía. Es así por lo menos desde junio de 2002, cuando el periodista Tim Lopes murió en forma brutal por narcotraficantes. Los noteros más intrépidos acompañaron el Caveirão, un vehículo blindado de la policía. Está claro que la parcialidad sale al aire con tal acción periodística que al final el repórter le debe al policía la posibilidad de mantenerse vivo durante la operación. Y, al mismo tiempo, es visto como un enemigo por los delincuentes armados. Desde un costado definido en la cobertura, la investigación queda truncada. Tal vez no exista solución para el dilema de la prensa acerca de cómo cubrir la violencia en Río de Janeiro. Pero de cualquier forma es falsa. O como mínimo parcial.
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