Si viviera en Holanda
yo sería de esa gente
que le va ganando tierra al mar.
Si estuviera en el Sahara
ganaría lluvias
cultivando rosas
sobre pausados camellos
que conocen la vivienda de las aguas.
Pero soy de aquí
y soy millones
vibrando en el cansancio elemental
de ganarles nuestra vida
a un puñado de crápulas.
(Laura Devetach)
“Hablando de IVE, ¿Vos sabés cómo es un aborto con pastillas? Es para mi hermana”. Es 9 de agosto. Conversando con alguien, nos cruzamos casualmente, y me pregunta eso. Si fuese una película, la abandonaría ahora mismo por predecible, por obvia. Pero no, no hay espacio para el abandono aquí.
Ya pasó más de la mitad del día siguiente en el que 38 senadores decidieron mantenernos en la clandestinidad y acá estamos. Porque se aborta y se seguirá abortando. Algo que ayer quedó clarísimo pero que no inmutó el embelesamiento de esos “senadores percha”, como los llamaron en las redes sociales.
Por suerte, o mejor dicho, por tenacidad, nosotrxs no somos lxs mismxs de antes: acudimos a las redes que supimos tejer, acumulamos saberes, aprendimos. Tenemos compañerxs pioneras como Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto que desplegaron hace años acciones que hicieron realidad nuestro derecho a la información para sustraernos del riesgo y el negocio médico cuanto podamos. Por ejemplo, motorizando consultorías populares y compilando información en un manual pionero.
Más allá del resultado negador de ayer, recorrimos un largo camino. Recuperemos algunas cosas dichas al respecto en el vendaval de más de 800 exposiciones que hubo en la Cámara de Diputados. En abril fue el turno, entre otros, del médico Mario Sebastiani. Una diputada le preguntó qué pensaba él acerca de los sitios webs que dan información sobre cómo abortar con Misoprostol. Sebastiani respondió: “Me saco el sombrero. Habría que hacer un homenaje al colectivo que acompaña a otras mujeres a interrumpir un embarazo, resuelven los problemas de la clandestinidad”.
Aún así, más fortalecidas, no podemos escapar del todo al sigilo y la cautela, esas formas de existencia que se nos imponen por distintos lados cuando nos toca vivir en el modo macho en que funciona el mundo. El control sobre nuestrxs cuerpxs, por más empoderadxs que nos sintamos, no es pura subjetividad y aunque aprendamos a surfear las olas represivas del patriarcado, se manifiesta en formas concretas: ¿Cómo cuento esta consulta aquí para preservarnos a todxs lxs involucradxs? ¿Hay que juntar dinero o no? Y miedos concretos, temores que exceden en mucho la paranoia de que nos caiga encima el sistema penal: ¿El médico es confiable o nos denunciará? ¿Comprás en farmacia o ‘te las dan’? ¿Caja abierta o cerrada? ¿Hay disponible? ¿Y si no sirven? ¿Si nos venden veneno? ¿Si es inocuo? ¿O acaso nadie conoce a alguien estafado con abortos que no se hicieron o no funcionaron?
No son fantasmas, son nuestras vidas. No son elucubraciones teóricas, es el régimen de status patriarcal. Ayer circulaba un meme que decía: “Este asunto está ahora en tus manos para siempre, nena”, con un puño forrado en pañuelo verde en alto. Me dejé llevar por mi pasado ricotero y lo compartí. Pero, en realidad, seguimos en manos de otrxs. Hoy vivimos en un país que reafirmó legislativamente una forma de esclavitud.
En el Senado de la Nación todo se fue por la canaleta de la banalización, la exhibición obscena de ignorancia y un despliegue más bien siniestro de vacío argumental y conceptual pocas veces visto. Un vacío que subraya que eso fue puro ejercicio de poder, porque todavía pueden.
No sé qué estarán haciendo lxs politólogxs ahora, pero nosotrxs las feministas, desde anoche –como desde antes- discutimos mucho más que esos monólogos patéticos. Nos hablaron de la madre de Vivaldi, del alma del feto, de una violenta clasificación de violaciones entre las cuales podría haberlas “·no violentas”. Incluso se jactaron de ni leer lo que votaban. Pero sobre todo nos hablaron de la importancia de respetar “sus convicciones”. Quienes defendemos el aborto legal, seguro y gratuito pedimos en cambio que respeten las convicciones de todxs, no las de algunxs.
“Nuestrxs cuerpxs nuestra decisión” es una proclama amplia e incluyente que no violenta a nadie. Por el contrario, la decisión ayer fue usar el poder de representación para custodiar sus convicciones personales, sus privilegios androcéntricos, sus roscas clericales, sus quioscos. La sesión fue más que una pantomima: fue una forma grotesca de abuso de poder.
Mientras avanzaba la sesión, recordé el 18 de diciembre del año pasado, cuando se discutió la reforma previsional. En la calle las motos de la flamante policía de la Ciudad aplastaban gente, la Gendarmería manoseaba mujeres y la Plaza del Congreso era un coto de caza para servicios de todo tipo y color. Los televisores inteligentes lo reproducían desde cada bar y en el rincón derecho inferior de esas pantallas –sin sonido alguno- se veían en miniatura y como muppets diputadxs y diputadxs discutiendo la ley. La televisión más real que vi en mucho tiempo.
Al compás de la política callejera, se empieza a oír también el crujido de unas estructuras y prácticas políticas que no van más, que se están volviendo inexorablemente incapaces de traducir las complejidades que las luchas sociales plantean.
Hay cortocircuitos varios. La mampostería de la representación de tanto parodiarse y ponerse al servicio personal, o en relación de servidumbre de lxs mismxs de siempre, se está cayendo a pedazos. Las hilachas se ven demasiado como para seguir sosteniendo en estas condiciones la ilusión de la representación democrática, no sólo por los modos, sino porque sustancialmente fue invocada ni más ni menos que para revalidar existencias en la clandestinidad. En 2018, como decía acerca de las mujeres un libro europeo del año 1853, las personas gestantes somos tratadas como cosas, pero responsabilizadas como personas.
Mucho se discutió hasta aquí sobre la oportunidad del debate, sobre el oportunismo y sobre lo incautas que fuimos. Porque hay quienes insisten en afirmar, sin sentir olor a naftalina, que el feminismo es una cosa y la política es otra. El filón por donde se metió el debate pudo ser imprevisto, pero es imposible llevar adelante un proceso de estas características sin densidad histórica, sin recorridos, sin ambición política.
Tenemos un conmocionante alud de juventudes feministas que sin entronizaciones superficiales ni romanticismos frivolizantes se abren paso reclamando libertades en todos los niveles, poniendo lxs cuerpxs y desarmando convenciones retóricas constantemente.
Tenemos también la persistencia de lxs militantes históricas que han tejido la malla densa en la que estos nuevos pliegues de la lucha feminista se van articulando y dejan ver que venimos de muy lejos. Y, como proceso político en marcha, tenemos cuestiones pendientes, como romper con la subalternización de las militancias transexuales y lesbianas que fueron marginadas.
También estallaron otras causas, como la interpelación al financiamiento estatal y otras formas de contubernio entre Estado e Iglesia, que no empezaron ahora pero indiscutiblemente encontraron escena, se volvieron más comunicables. En algún sentido es el feminismo, una vez más, corriendo el horizonte pero también yendo a las condiciones profundas que sostienen esto, ampliando el campo de batalla.
Volver audibles unas consignas, romper los cercos del silencio y la vergüenza disciplinantes, articular complejidades teóricas con militancias festivas, son señales de una gesta hermosa y enorme. Señales acerca de la irreversibilidad que nos dictan nuestros cuerpos y esta forma hermosa de pensarnos desde el feminismo, que hace de las emociones un lenguaje privilegiado, una forma cabal de conocer.
No nos callamos más no es recuperar la voz sólo para denunciar violencias, sino también para reivindicar nuestro derecho a decidir cuándo abortamos y poder decir, más temprano que tarde, que abortamos cuando nosotrxs decidamos, sin proveer razones aptas para las moralinas dominantes. Necesitamos desacoplar la reivindicación de las proclamas victimizantes que ayer también lo tiñeron todo un poco a un lado y otro de la votación. No queremos piedad, queremos derechos. Como ayer, como hoy, nos tenemos. Seguimos acompañándonos porque ni la maternidad ni la clandestinidad pueden ser destino. Nos vemos donde siempre, en la lucha.