Cosecha Roja.-
– Soy yo, mami- dijo Brian.
Liliana lo miraba. No lo reconocía: el joven de la silla de ruedas, la cara desfigurada, los ojos ensangrentados y la boca rota era su hijo. Le daba miedo tocarlo, no quería que le doliera. Pero no aguantó y lo abrazó. “¿Qué pasó, hijo?”, le dijo al oído. Brian bajó la mirada. No podía decir nada porque un agente del servicio penitenciario controlaba la conversación. Ella insistió, hizo la denuncia y logró llevar a juicio a los seis oficiales que lo torturaron el 16 de julio de 2011 en el penal de Marcos Paz. Hoy terminó la etapa de testimoniales y el 9 de junio se conocerá la sentencia. “Es un hecho gravísimo de tormentos a un chico de 20 años detenido. La familia estuvo decidida a impulsar la investigación y hacer justicia”, dijo a Cosecha Roja Abel Córdoba, titular de la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin).
En el banquillo de los acusados están Juan Pablo Martínez, Javier Enrique Andrada, Roberto Fernando Cóceres, Víctor Guillermo Meza y Roberto Cóceres, quienes le pegaron y torturaron psíquicamente a Brian. A los otros imputados en el juicio -Juan José Mancel, Martín Vallejos y Juan Fernando Moriñigo- la Justicia los acusa de encubrir.
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Cuando faltaba una semana para el día del cumpleaños de Brian, los penitenciarios le prometieron un regalo. “Es hermoso, nunca te lo vas olvidar”, le dijeron. La familia consiguió permiso para festejar los 20 de Brian en el penal Marcos Paz. El 15 de julio de 2011, los papás, las dos hermanas y dos de sus sobrinos estuvieron con el joven durante dos horas: un tercio del tiempo que les cuesta visitarlo -tres horas de ida y otras tres de vuelta-. “Pasamos muy lindo”, contó Liliana. Ella se ocupó de comprar los sandwichitos, las gaseosas y una torta en un lugar en el que le dieran ticket. Sabe que si no presenta el papelito, la torta no entra al penal.
Al día siguiente, Liliana volvió al penal porque el día del cumpleños no le dejaron entrar lo que le llevaba todas las semanas: milanesas, fideos hervidos, ensalada de papa y huevo, jabón para el cuerpo, otro para lavar la ropa, fiambre, frutas. “Está todo especificado, no se puede llevar cualquier cosa”, contó la mamá de Brian. Cuando estaba llegando vio que había mucho movimiento, gente que corría y humo.
– ¿Qué pasa acá? ¿Qué festejan? – le preguntó al hombre que manejaba la combi que entra al complejo.
– Hoy es el día del servicio penitenciario.
– Ah, felicitaciones – respondió Liliana con desgano y algo de ironía.
Liliana vio a su hijo contento porque los detenidos habían conseguido permiso para ver el partido Argentina-Uruguay por la Copa América y por eso le pidieron a los familiares que la visita terminara antes que lo previsto.
Se fue cerca de las cinco con una fea sensación: por el vidrio a través del que controlan las visitas había visto a dos penitenciarios tomando vino. En el viaje de vuelta le agarró taquicardia, se le secaba la boca, se puso pálida y le tuvieron que ceder el asiento. Algo andaba mal. Esa noche esperó el llamado de Brian, como después de cada visita. Pero el teléfono no sonó. No supo nada de su hijo hasta el domingo 17 a las once de la noche. La llamó Mario, un compañero de celda:
– Mirá, te quiero decir algo Liliana.
– ¿Qué pasó con Brian?
– Está en el médico. Se cayó en el baño y se quebró una pierna. No te preocupes, nosotros lo vamos a cuidar.
– No me des vueltas Mario, ¿qué pasó? ¿dónde está?
– En el HSP (Hospital Servicio Penitenciario) de la unidad 24. Yo les dije que no se metieran con Brian, pero se metieron igual.
Esa noche Liliana no durmió. No sabe cómo, a las 8 de la mañana del día siguiente estaba en en el penal. No la dejaron verlo. “Es obvio que es porque estaba roto”, dijo. El miércoles siguiente instió. Cuando llegó quisieron que firmara un papel en el que aseguraba que estaba conforme con la atención médica. No firmó nada, exigió verlo y cuando se lo pusieron enfrente y no lo reconoció.
La mamá pidió quedarse a solas para que Brian le dijera qué había pasado pero el penitenciario no se alejó demasiado. Ella insistió y lo revisó: levantó el pantalón y descubrió que la pierna estaba muy lastimada. “Tenía siete ampollas de sangre y los dedos negros, en la espalda tenía latigazos y la cintura estaba morada por los pisotones”, contó.
Liliana acudió a la Procuvin, Córdoba la escuchó y Brian se animó a contar todo. “Es fundamental la disposición de la víctima. Quienes están privados de la libertad no cuentan con garantías: no funcionan los sistemas de protección de testigos clásicos, están lejos de todo tipo de recurso económico o comunicacional y están sujetos a represalias. Brian tuvo esperanza en la Justicia”, dijo Córdoba. El Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos Fernando Ulloa acompañó a Brian durante el proceso judicial. La institución depende de la Secretaría de DDHH de la Nación, surgió para atender a la víctimas del Terrorismo de Estado y ahora comenzó a trabajar con casos de violencia institucional.
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Durante el juicio Brian contó lo que pasó ese día. El permiso para ver el partido había sido mentira. No sólo los dejaron en la celda sino que los ‘verdugueraron’ todo lo que pudieron. A él se lo llevaron de la celda esposado de pies y mano. Después lo pusieron en posición de ‘chanchito’: con un gancho unieron por la espalda los pares de esposas y quedó con el pecho en el piso. Se turnaban para pegarle. “¿Cómo hace el pajarito? ¿Qué ruido hace el patito?”, le decían. Lo torturaron hasta las once de la noche:
– Ahora caminá hasta la ducha – le dijeron cuando se aburrieron.
– No puedo.
Brian tenía quebrado el pie y dos dedos. Tuvo que gatear 200 metros hasta el agua helada, en pleno invierno. Pensó que esa noche se moría.
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Este domingo habrá un banderazo para pedir justicia por Brian en Triunvirato al 7700. La Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional acompaña a la familia del joven durante el juicio y hoy a las 18 harán una reunión para formar un grupo de trabajo permanente en relación a contexto de encierro y la violencia penitenciaria en la sala 7 del anexo del Congreso de la Nación.