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Octubre de 2016 en Santa Elena, Entre Ríos. Juan Emanuel Giménez, Rubén Giménez y Pablo González atacan en la casa a Joe Lemonge, varón trans de por entonces 24 años. No es el primer hostigamiento que recibe por su identidad de género. En un acto de autodefensa Joe hiere a Juan Emanuel. Esa misma noche se entrega, cumple seis días encarcelado y un mes en domiciliaria en Paraná que le cuestan la pérdida de sus trabajos y la profundización de la estigmatización social.

El 3 de diciembre, mientras visitaba a su madre, su principal agresor prendió fuego su casa. Joe perdió todas sus pertenencias. Los atacantes de Joe nunca fueron investigados. El único que terminó sentado en el banquillo de los acusados fue él. Casi dos años después, en mayo de 2018, la jueza Cristina Lía Vandembroucke, del Tribunal de Juicio de Apelaciones de Paraná en La Paz, lo condenó a cinco años y seis meses de prisión por tentativa de homicidio. Durante todas las audiencias Joe fue tratado en femenino, desconociéndose por completo su identidad de género.

La defensa apeló al fallo. “El análisis de la jueza se centró en un hecho de violencia aislado, sin tener en cuenta que la violencia fue consecuencia de otras agresiones anteriormente llevadas a cabo”, explicó su abogada, Sol Álvarez.

La exigencia al Tribunal fue, desde el comienzo, la consideración de las pruebas de violencia preexistentes presentadas en el juicio. Al no estar firme su sentencia comenzó un largo período hasta que la Cámara de Apelaciones se expida frente al recurso de casación presentado. “ [La presentación] tiene por objeto que se dicte una nueva sentencia que meritúe los presupuestos que fueron alegados por la defensa y que fueron omitidos en el resolutorio”, agregó Álvarez. “El Tribunal de primera instancia hizo una valoración parcializada de la prueba producida”.

Joe viajó este año a Buenos Aires, donde vive ahora. El movimiento feminista y lgbtiq acompañó y visibilizó su causa, un caso más en los que la Justicia actúa con absoluto desconocimiento del contexto hostil que deben transitar muchas disidencias sexuales. Como el caso de Higui, la mujer lesbiana que estuvo siete meses presa por defenderse de un intento de violación. Higui también fue liberada gracias a la presión del movimiento feminista.

“Para mí la suma del movimiento en mi causa es un avance enorme, no sólo de forma ideológica sino de calidad humana. Me encontré con compañeras, compañeros, compañeres. Me siento muy acompañado”, contó Joe. Por estos días espera la resolución de Casación sobre su condena. Sabe que puede pasar hasta un año.

Joe sonríe cuando le preguntan: “¿qué se viene después de tu absolución?”. “Mi vida está basada en el activismo, en la política. Estoy fascinado con el hecho de pensar en ser un diputado. Ninguno de los diputados actuales pasaron por lo que pasamos nosotrxs. Necesitamos a alguien que pueda representar a ese sector de la sociedad, y ese alguien podría ser yo”.

Joe es su propia causa y la de muchísimxs compañerxs disidentes victimizados por sistemas de violencias hacia sus identidades. Su potencial político es prueba de su compromiso consigo mismo y con cada persona que tome decisiones activas sobre su identidad sexual y de género. Y esta es otra de las patas del patriarcado que se van a caer. Pensando en otrxs pibxs que puedan estar pasando por lo mismo, él aconseja: “Continúen, no se callen, que nadie nunca los haga cambiar una pizca de la esencia de su ser. Hagan lo que su corazón y sus cuerpos y sexualidades sientan, con decisiones propias”.

Sin miedo, acompañado, nunca más solo. Así continúa Joe su lucha por su libertad. Que es, en definitiva, la de todxs.