La cámara Gesell es una habitación acondicionada para permitir la observación con personas. Está conformada por dos ambientes separados por un vidrio de visión unilateral, los cuales cuentan con equipos de audio y de video para la grabación de los diferentes experimentos”. Así se define la cámara, el instrumento que pareciera haber utilizado Guillermo Saccomanno para nutrirse de lo real y crear una ficción espejo de lo que ocurre en un pequeño pueblo que vive del turismo en la Costa Atlántica.
En su última novela, Saccomanno propone una ventana a las miserias de esa pequeña comunidad. Y para hacerlo hecha mano a sus 28 años de residente en Villa Gesell. Pero también se filtra la literatura clásica: como en una especie de reminiscencia a la Divina Comedia, el autor construye en “Cámara Gesell” su propio Dante –un periodista–, que recorre el infierno guiado por un remisero, su Virgilio, en busca de las estrellas. “La luz en la oscuridad”, dice Saccomanno mientras recuerda a su personaje viendo desde un médano los fuegos de artificio que anuncian la llegada de la temporada estival.
El relato que lleva un impecable ritmo de crónica es, sin duda, la construcción coral, en el marco de la ficción, de lo que somos. Y, quizás la fuerza de ese relato –cómo reconoce el autor– está en haber sabido escuchar las voces de todos. Así corrupción, incesto, promiscuidad, abusos –sexuales y de poder–. Discriminación, falsos profetas. Drogas –legales y de las otras–. Más corrupción. Poder, riqueza, pobreza, desigualdad. Clases. Guerra. Putas que aman como madres. Madres que viven como putas. Padres que violan a sus hijos. Hijos que odian a sus padres. Progreso, resignación. Terapias alternativas. Justicia por mano propia y de la otra. La falsa moral del hombre moderno. Las vetustas creencias de los fundadores. También, amor.
En esa amalgama de temas, Saccomanno juega con registros que van desde el existencialismo hasta el nihilismo sin dejar de pasar por la mirada de pretensiones neutrales de un periódico de pueblo o pequeños fragmentos poéticos de una artista encallada en las costas de su pueblo.
Así, Saccomanno gestó su novela durante más de seis años de trabajo riguroso y sistemático. Poner el oído, dice, fue la clave. Lo demás, sabe, lo resuelve la cadencia de su pluma.
–¿Cómo se te ocurrió la idea de trabajar alrededor del concepto de la Cámara Gesell para narrar tu nueva novela?
–Hay un juego polisémico por el lado de Gesell y la cámara… La cámara Gesell fue creada en los años 30 por Arnold Lucius Gesell, un psiquiatra que atendía chicos, y que inventó este dispositivo para tratar pibes con problemas de distinto tipo –chicos autistas, esquizofrénicos, psicóticos, etc.– La cámara también se emplea en publicidad para investigaciones motivacionales a cerca de productos y de su inserción en el mercado. Pero también tiene un uso muy importante en términos judiciales para los interrogatorios. El título me pareció justo, porque aludía al pueblo indirectamente, pero también me permitía a mí ver un pueblo entero judicializado.
–Como escritor, ¿de qué lado del espejo te ponés en la cámara Gesell que te permitió construir este relato coral del pueblo judicializada?
–Estoy hace más de 20 años en el pueblo. Arranqué con la novela a partir de una serie de hechos que ocurrieron en Villa Gesell. Pero, quiero hacer una aclaración: yo no miro la realidad desde afuera de la cámara, sino que yo estoy del lado de adentro. Creo que, en este sentido, la novela tiene un trabajo de unos seis años en los cuales fui juntando material, escuchando… básicamente escuchando. A mí me gustaría más que me dijeran sobre la novela no que está bien escrita, sino que está bien escuchada.
–¿Cómo llegás a las historias que disparan los diferentes relatos que forman Cámara Gesell?
–He ido a un corralón, a talleres mecánicos, a asados con peones de la construcción, también con albañiles; me juntaba con algún figurón del pueblo… iba buscando, escuchando historias, prestando atención. Algunas de estas historias las había comenzado a escribir, tiempo atrás, para la revista Página/30 como cuentos. Después los cuentos se fueron reproduciendo y fue surgiendo la novela a partir de tres ejes: la denuncia sobre 11 abusos en un jardín de infantes; después un negociado que hubo con la tala en un sector del bosque, donde se levantaron dos tremendos edificios, que en el pueblo se las llama “las torres gemelas”, que fue un negocio inmobiliario. Si uno quiere saber quién permitió la tala, quién está complicados, bueno, como decía Rodolfo Walsh, siempre hay un documento público: pedís la lista de consorcio y te das cuenta que ahí están los figurones. Y la tercera pata fue un negociado que hubo con el tema de la red cloacal. Todo se junta. Además, quise tocar esta cosa de la conurbanización de un lugar como el pueblo. Ahora, insisto, el pueblo es y no es Villa Gesell. Yo no estoy escribiendo específicamente sobre la Villa, porque lo que cuento puede estar ocurriendo también en Bariloche. Es decir, cualquier ciudad chica –metamos también dentro del plato a Mar del Plata– que vive del turismo, tiene determinados comportamientos sociales y determinado tipo de crímenes. Cuando una ciudad produce determinado tipo de delitos, de crímenes, algo está diciendo de sí. Hay significantes que están dando vueltas y, uno como escritor, no tenés en claro lo que expresa el significante, vos los conjugás y algo forman. Te hace como un ruido que te dice acá está pasando algo.
–¿Cómo hiciste para trabajar tantos registros y voces en la novela?
– Como te decía antes, puse mucho el oído. Eso es esencial. Mucha literatura argentina se fue al carajo. En la ficción actual, excepto algunas excepciones como Mariana Enriquez, Cabezón Cámara o Juan Boido –entre otros– no hay una preocupación por el lenguaje, que es la materia con la que trabajás. Muchos están escribiendo en formatos para ser traducidos y publicados en lengua blanca como si una edición mil ejemplares en Alemania te fuera a salvar la vida. El alemán Peter Handke dice que la literatura se fue al carajo por responsabilidad de los escritores. Es decir, hay un lugar que ocupa la crónica que es de reemplazo de la literatura. Está faltando una literatura con reflejo de lo real, de lo social. Si me decís que estoy abogando por un a política del realismo…ok de acuerdo. Yo me formé en géneros espurios: en la historieta, en el policial, pero creo que hay una realidad muy rica, que nos proporciona historias. Pasan cosas todo el tiempo, ¿nadie las ve?, entonces de qué se ocupa la literatura, me pregunto.
–Si bien planteas que el pueblo que narrás en el libro puede ser cualquier otro, lo cierto es que gran parte de la investigación está hecha en Villa Gesell, ¿cómo cayó el libro entre los vecinos?
–Mirá, es sorprendente: de golpe subo a un remís y una remisera me dice ‘mirá lo que tengo acá’, y me muestra el libro. Entonces le pregunto qué hace con eso… y me contesta que me está haciendo promoción (risas). Entonces le agradezco y le comentó que mucha gente se chivó con el libro y ella dijo algo: “los que se chivaron son los que tienen algo que ocultar”. Esta es una reacción. Después me han llamado a casa de forma anónima y me dicen que me quieren felicitar “por lo que digo y por lo que hago”. Esto por el lado de abajo… También me dicen, che se está hablando mucho de tu libro parece que criticaste a Fulano, Mengano y Sultano… Yo no critiqué a nadie, me limité a contar. Por supuesto hay una mirada crítica sobre el pueblo.
Por supuesto que también están los chetos “cardón” que no se la bancan, el caretaje los sobrepasa. Aquellos que pertenecen a los sectores del laburo, a los sectores marginales, son los que mejor la recibieron, los que menos se asustaron. Tal vez porque tienen menos que perder, ya perdieron todo.
Pero, al que le quepa el sayo que se lo ponga. Yo trabajé en ficción. La literatura llega más lejos que el periodismo que no puede decir determinadas cosas.
–Ahora, en este sentido, al comienzo del libro, en ese contrato que entablás con el lector planteás que Cámara… puede ser leído como una crónica, como una novela…
–El libro se puede leer como se lee la última novela de Eduardo Belgrano Rawson –que me pareció estupenda– él al “Sermón de la victoria” la llama “una novela de lo real”. Yo no sé si la novela es, como decía Sthendal, un espejo en movimiento. Lo que sí sé es que a través de la ficción podés contar una sociedad, y la sociedad se puede encontrar más en una novela, que en alguno de esos libros truchos que andan por ahí como biografías no autorizadas. La novela te permite, a través de tu imaginación, llegar mucho más lejos.
UN MAESTRO
A Guillermo Saccomanno no le gusta mucho hablar de sus logros. Sin embargo cuando uno mira a los escritores que aparecen como nuevos exponentes de la literatura argentina no hace más que hablar de él. Es que del taller literario de Guillermo han salido grandes: Claudia Piñeiro, María Inés Krimer y Ángela Pradelli, son solo algunas de las que han logrado convertir el sueño de escribir y publicar en realidad.
–¿Qué se siente ser maestro de escritores?
–Para mí la escritura, te diría casi en términos kafkianos, es una religión. No puedo vivir sin escribir, me tiene tomado y cuando encuentro a alguien que está copado con la literatura, me engancho muy rápido. Yo doy taller hace casi 16 años. Empecé a hacerlo, como cualquier escritor, porque estaba corriendo la coneja y de golpe me di cuenta que, al dar taller, tenía un presunto saber sobre el oficio de escribir, pero que el hecho de tener un taller, te ponía en una situación de responsabilidad, en la que comenzás otra vez el aprendizaje. Tuve que volver a leer textos teóricos. Y a la vez me di cuenta de algo que dicen todos: uno aprende dando taller. Es más lo que vos recibís que lo que das. Yo he aprendido mucho de mis alumnos.
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