LucianoArrugaJuicioFacuNivoloJuliana Mendoza – Cosecha Roja.-

Fue la policía. Las banderas y las remeras de los casi 200 militantes que estaban hoy afuera de los tribunales de La Matanza ya lo decían. Los parlantes de una radio comunitaria que relataba el caso de Luciano Arruga, lo sabían. Mónica Alegre y Vanesa Orieta – la mamá y la hermana del adolescente de 16 años- lo dijeron desde un principio. Faltaba que lo afirmaran los jueces. Hoy el Tribunal Oral en lo Criminal Nº3 condenó a diez años de prisión al ex policía bonaerense Julio Diego Torales por torturar a Luciano en el Destacamento de Lomas del Mirador el 22 de septiembre de 2008.

“Estos hechos no se pueden naturalizar, no se trata de una manzana podrida”, dijo Vanesa minutos antes de entrar. Parientes de Luciano, familiares de víctimas de violencia institucional, referentes políticos y periodistas sumaban 70 personas en una sala en la que sólo entraban 16. “Veredicto condenatorio”, dijo el secretario del tribunal y el público dio el primer respiro de alivio. Los jueces dijeron que Luciano, siendo menor de 18, fue torturado física y psicológicamente cuando estuvo detenido -por muchas horas- en el Destacamento. Por eso condenaron a Torales a diez años, como había pedido el fiscal José Luis Longobardi en los alegatos.

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El largo camino para dar con todos los responsables de las torturas y la desaparición de Luciano Arruga -el 31 de enero de 2009- no terminó. Mónica Chapero, la oficial que estuvo con el adolescente en la cocina del Destacamento, es investigada por la Justicia en otra causa que incluye a los policías que también estaban ese día en la comisaría. “Este fallo es importante para otra investigación que esperemos también tenga un castigo”, dijo Vanesa después del veredicto.

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Aquel día Luciano salió de su casa a las 7.30. Había dejado el secundario y trabajaba con el novio de su hermana Vanesa. Unas horas más tarde, cuando Mónica preparaba el almuerzo, un policía bajó del patrullero en la puerta de la casa y le dijo que Luciano estaba detenido en el Destacamento. Ella fue a buscarlo pero no lo pudo retirar.

– Su hijo robó un mp3 y un celular. No lo puede ver, está incomunicado, le dijo Julio Diego Torales.unnamed (4)

A las 14.30 Mónica regresó a la casa para contarle a Vanesa lo que estaba pasando y juntas volvieron al destacamento. La hermana de Luciano enfrentó a Torales: “Quiero ver a mi hermano ¡Sueltenlo!”. Desde un cuarto que tenía la puerta abierta, escuchó el grito del adolescente.

-Vane, sacame de acá que me están matando a palos.

Una bota cerró la puerta. Enseguida Mónica y Vanesa escucharon golpes y el llanto de Luciano.

“Mamá no lo dejes solo, yo me tengo que ir a trabajar”, le pidió Vanesa. Pero Mónica se fue porque Torales le dijo que necesitaba la partida de nacimiento de Luciano para sacarlo. Ella no la tenía, estaba en la casa de la cuñada en Puente La Noria. Para buscarla tuvo que tomar dos colectivos. Cuando volvió al destacamento a las 17, presentó el papel pero tampoco lo pudo ver. “Tardaron dos horas en hacer los trámites para soltarlo, necesitaban una orden del juez pero no me dijeron quién era”, contó en la audiencia.

Recién a las 19.30 lo liberaron. Luciano señaló e insultó a Torales: “Vos me pegaste mientras otros dos me agarraban”. Mónica le pidió que se callara. “Vos sos una ortiba, me estaban cagando a palos y vos los defendiste. A vos no te pegaron, a vos no te dieron un sánguche escupido”, le dijo el adolescente. Después volvieron caminando en silencio hasta la casa.

Vanesa - Nívolo

La noche de la detención ilegal, Vanesa volvió de trabajar y encontró a Luciano tirado en la cama.

– ¿Vos robaste ese teléfono de mierda?

– ¿Vos sos pelotuda? No me robé nada y encima me pegaron.

El adolescente le contó que Torales lo amenazó con llevarlo a la comisaría 8va dónde “estaban todos los violadores” y que los oficiales le sacaron veinte pesos que tenía encima. Le dio los dos nombres de los que le habían pegado, Vanesa se acordó del único acusado porque fue el que las despistó en el Destacamento. Ella anotó “Julio Diego Torales” en un cuaderno.

“¿Por qué no denunciaron?”, le preguntaron en la audiencia. “Si nosotros hacíamos la denuncia, la policía se iba a enterar y ellos sabían dónde vivíamos. La persecución iba a crecer. Una de las falencias de las familias humildes es que no tenemos un mango para pagar un abogado”, respondió.

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Torales - Nívolo

Luciano era acosado y perseguido por los policías. Hacía rato que lo detenían sin razón, que lo llevaban a la división y que lo verdugueaban. Todo empezó cuando la policía de Lomas del Mirador le ofreció trabajar para ellos y él se negó. Entonces lo paraban en la calle, le ponían un arma en la espalda y le decían “negrito villero”. Los oficiales querían generar cualquier reacción que justificara detenerlo: esto era una práctica común, a la vista de todos y sin que nadie interviniera. Los policías no sólo molestaban a Luciano, Vanesa y Mónica también fueron víctimas: “Ese día nos hicieron sentir el poder y el maltrato policial. Me estaban humillando, yo estaba en desigualdad de condiciones”.

“Mi hermano tenía una sonrisa enorme, digna de un chico de 16 años, pero después de lo que pasó se volvió un pibe triste”, dijo Vanesa durante su declaración en el juicio. Después de la detención de 2008, ya no fue el mismo. Los últimos meses antes de la desaparición fueron tristes. El abuso de los policías en el Destacamento de Lomas del Mirador le dio miedo. La noche de las torturas la hermana lo vio llorando. Si lo tocaban, el cuerpo le dolía. Ya no trabajaba ni quería salir con sus amigos a cartonear ni a tocar unos temas con la guitarra en la plaza del barrio. “Como declaró Vanesa, le quebraron la vida”, dijo Maximiliano Medina, abogado del Centro de Estudios Legales y Sociales.

En los alegatos del juicio el CELS y APDH La Matanza exigieron 16 años de prisión para el policía Julio Diego Torales, el único acusado, y la fiscalía diez. La defensa pidió la absolución y denunció por falso testimonio a la hermana de Luciano.

Puerta destacamento - Nívolo

“Cerrá los ojos e imaginate a un pibe chorro. Estás viendo a Luciano”, le dijo Vanesa a Medina para contarle lo que sufría Luciano. Tenía el estigma de delincuente y eso sumaba a la persecución policial que sufría todos los días. Él mismo le contó a la joven que vivía con Orieta que ya no sabía qué hacer para que los oficiales lo dejaran de molestar, ya no podía “circular” por la cuadra de su casa. También le pidió a la mamá que cuide de sus hermanos y que le ponga la camiseta de River cuando él ya no esté. “Lo del 22 de septiembre de 2008 no fue un hecho aislado, es parte de la violencia institucional naturalizada”, dijo Medina.

Fotos: Facundo Nívolo