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Por Jerónimo Liñán

En la foto abrochada a su solicitud de inscripción a la Facultad de Ingeniería de la UBA, Yves Domergue viste saco y corbata. Tiene ojos claros, cejas caídas y un flequillo peinado hacia la derecha que deja al descubierto el ancho de su frente. Parece serio. Así también lo recuerda su hermano Eric:

Yves cumplía a consciencia eso de ser el mayor de nueve hermanos. Compartí con él todas las etapas de nuestras vidas, siempre en la misma habitación. Era un bocho. Pero a decir verdad cursó pocas materias en la facultad. Predominó la militancia – contó a Cosecha Roja Eric, de 61 años y periodista de profesión.

Durante el último acto del Día de la Memoria en Ingeniería – que recuerda el asesinato de Daniel Winer, estudiante y secretario gremial del Centro de Estudiantes, secuestrado en 1974 por la Triple A-, el área de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos de la Facultad entregó 20 legajos recuperados de estudiantes desaparecidos a sus familiares. La iniciativa involucró a organismos de derechos humanos, profesionales del Archivo Nacional de la Memoria y especialistas en arqueometalurgia bajo la premisa de reconstruir la historia de quienes, como Yves, recorrieron los pasillos de esa facultad y fueron víctimas del Terrorismo de Estado.

Legajos ingenieria 4DOMERGUE Yvo María Alan

Yves Domergue era fanático de las matemáticas, las estadísticas y solía arreglárselas para programar computadoras del tamaño de una heladera. Jugaba al póker con sus amigos y llevaba las curvas de sus ganancias y pérdidas en un papel milimetrado. Nació en París en 1954. A los cuatro años llegó a la Argentina por compromisos de su padre, quien era apoderado de una empresa de obras públicas. Egresó del Liceo Franco Argentino Jean Mermoz en marzo de 1972. Al año siguiente ingresó a la carrera de Ingeniería Civil en la UBA.

Allí comenzó a militar: primero en el Centro de Estudiantes, luego en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). El golpe de Estado de 1976 lo obligó a pasar a la clandestinidad. Yves viajaba con frecuencia a Rosario, pero nunca decía a donde iba. Era la forma de cuidar a Eric, el único de su familia que no había regresado a Francia. En esos días también se enamoró de Cristina Cialceta, una militante mexicana de 20 años hija de exiliados durante la “Revolución Libertadora”. Ambos fueron secuestrados por una patrulla del Ejército hacia fines de septiembre de 1976, cerca del Batallón 121 de Comunicaciones de Rosario.

Al no tener noticias sobre Yves, Eric denunció la desaparición en la Embajada de Francia y partió hacia París. En noviembre de ese año su familia presentó recursos de habeas corpus en la Justicia de Rosario, La Plata y Capital Federal e inició una campaña de denuncia en los medios europeos. “Primero tuvimos la esperanza de encontrarlo vivo, luego constatamos que nunca volvería. La desaparición tiene eso que mantiene en carne viva las heridas: la gran incógnita de no saber qué fue lo que pasó con los seres queridos”, dijo Eric, que regresó a la Argentina en 1983.   

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Recién en 2003, encontraron información. Una docente de la escuela Pablo A. Pizzurno de Melincué, al sur de la provincia de Santa Fe, propuso a sus alumnos una consigna de trabajo práctico: investigar el caso de los NN enterrados en el cementerio del pueblo. El trabajo, que compilaba recuerdos de los vecinos e información judicial, llegó a la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia y al Equipo Argentino de Antropología Forense. 34 años después de la desaparición, los NN del cementerio, esos a los que nunca les faltaron flores en sus tumbas anónimas, recuperaron su identidad: eran Yves y Cristina.

Las cenizas de Yves Domergue abonan hoy un timbó del Bosque de la Memoria de Rosario. Allí tampoco faltarán flores.

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Se escucharon tiros, la frenada de un auto. Alicia Raboy entró al corralón huyendo con una bebé en brazos. A los gritos, suplicó a los lugareños que agarraran a su hija y escapó por una escalera que subía hacia el depósito de carbón: un tinglado abierto sin salida con vista a la Cordillera. Los policías la siguieron, la bajaron de los pelos, la golpearon con saña. Luego se la llevaron. Los dueños del corralón nunca habían visto algo así. Tenían miedo, y no salieron a ver qué pasaba afuera. Al rato los policías entraron de nuevo y les sacaron a la bebé. Minutos antes, en esa esquina de Remedios de Escalada y Tucumán, en la ciudad de Guaymallén, Mendoza, un operativo de fuerzas represivas había interceptado a balazos el Renault 6 donde viajaban Alicia, su pareja, el poeta y periodista Paco Urondo; la hija de ambos, Ángela de once meses; y la militante montonera René Ahualli.

Legajos ingenieria 2 Ángela Urondo y Alicia Raboy

Esa tarde del 17 de junio de 1976 los militares asesinaron a balazos a Paco Urondo. René quedó herida pero logró escapar. Alicia y Ángela fueron secuestradas. La mujer continúa desaparecida. La beba estuvo en el centro clandestino D2 de Mendoza, luego la enviaron a Casa Cuna, y finalmente fue adoptada por una prima de Alicia. Creció creyendo que sus padres habían muerto en un accidente: recuperó su identidad recién en 1996. En 2012 concluyó los trámites de desadopción.

A pesar de la ausencia física, Ángela fue reconstruyendo el vínculo con sus padres. Leyó la obra de Paco, escuchó relatos de gente que lo conocía, visitó su tumba. Incluso conoció la historia de su media hermana Claudia Urondo – desaparecida desde diciembre de 1976-. Saber sobre Alicia resultó más complejo: sus adoptantes nunca le habían hablado de ella y los amigos que quedaban habían compartido sólo la infancia con ella. Así que comenzó una arqueología sobre sus raíces, que publicó en el libro ¿Quién te creés que sos?.

Alicia era la segunda de tres hermanos varones y pasó su infancia en el barrio porteño de Caballito. Jugó al vóley en la Sociedad Hebraica Argentina. Le gustaba cantar. Usaba polleras cortas y botas de taco alto o plataformas. Empezó a militar en el Frente Estudiantil Nacional (FEN) en 1966, a los 18 años, mientras estudiaba Ciencias Físicas en la UBA y la dictadura de Onganía reprimía la autonomía universitaria. Un año después se cambió a Ingeniería Electromecánica. En 1971 se casó con Jorge Rachid. Juntos se incorporaron a Montoneros, donde Alicia llegó a encargarse de la sección Gremiales del diario Noticias, cuyo director político era Paco Urondo. Paco y Alicia se enamoraron y dejaron a sus parejas. Pero Montoneros juzgó la relación: ambos debieron trasladarse a Mendoza.

Como periodista Alicia cubrió el encuentro de Fidel Castro con José Ber Gelbard en Cuba. Acostumbraba a usar oraciones subordinadas y anteponía los cargos de las personas a sus nombres para evitar personalismos. Con ese mismo estilo, se dirigió al decano de turno en un documento de marzo de 1972, donde solicita su reinscripción a la Facultad de Ingeniería. Allí explica que su padre, fallecido en diciembre de 1971, había perdido la vista por diabetes, que debió cuidarlo y reemplazarlo como sostén económico de la familia.

Ángela se enteró de estas líneas por teléfono. Escuchó y suspiró. “Es muy reparador. Mis papás dejaron hilos que retomar para seguir entretejiendo las historias. Viví veinte años sin sentirme reflejada en la familia que me criaba. Entonces encontrarme con estas personas que vibran una sintonía tan particular, con una conciencia del mundo sensible y solidaria es muy interesante”, dijo a Cosecha Roja Ángela Urondo Raboy desde San Rafael, Mendoza, a donde fue a dar una charla sobre los efectos de la última dictadura en la infancia. “Cuando logré inscribir mi nombre con el apellido de mis papás, que nunca había llevado ni siquiera cuando nací, mi sensación era que los estaba inscribiendo a ellos. Eso es reconstruir un vínculo y es una actividad social”.

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El legajo de Alicia Cora Raboy contiene la ficha de su inscripción al primer año de Ingeniería Electromecánica, un comprobante que acredita la entrega del título secundario, el certificado de vacunación contra la viruela, fojas sobre su cambio a Ingeniería Industrial y el listado de materias aprobadas entre 1967 y 1970. A lo largo de esos papeles amarillentos con tipografía de máquina de escribir se descubre la esencia de una historia colectiva: mudanzas, pérdidas familiares, rastros de madurez, algún 10 en Matemática. Son recuerdos emparchados con recuerdos, trascienden la linealidad del tiempo: todavía están presentes.

Fotos: Gentileza de Comunicación Institucional FIUBA (Facultad de Ingeniería UBA).