Cabizbajo, de reojo mira el acta que escribe un policía de la Ciudad. Al lado otro policía custodia el canasto repleto de sanguches de salame que le acaban de decomisar.

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La foto de Maxi se hizo viral. Él recién se enteró al otro día, cuando el celular le empezó a explotar de llamadas: cientos de personas pidiéndole sanguches.

Maxi tiene 24 años, vive en el barrio de Constitución y toda su familia se dedica a la venta ambulante de sanguches desde hace más de 25 años. Venden en la calle, en oficinas, en edificios, en canchas de fútbol, en recitales. Hasta hace dos años eran seis: Maxi, su papá, sus tres hermanos y su mamá. Pero en 2016 su mamá Carina  se enfermó y ya no pudo salir. Entonces la venta bajó un poco. Pero se las arreglan.

 

Ahora el celular de Maxi lo atiende Carina. “Va a volver en una hora, más o menos, porque tiene muchos pedidos”, dice. El día que a Maxi lo paró la Policía de la Ciudad y se llevó hasta el canasto con el que él trabaja todos los días, Carina estaba internada haciéndose diálisis. Se enteró de todo después. “Él les pedía que aunque sea le devolvieran el canasto. Pero no quisieron”. Para recuperarlo Maxi tiene que pagar una multa de alrededor de 5 mil pesos. El canasto cuesta 1200.

La viralización en las redes sociales fue una revolución: los pedidos de sanguches se multiplicaron. Ahora se están acomodando para atender a todos. Con poquísimo tiempo libre, pero contentos.