Basta con estar unos minutos en Instagram para ver que todos están en una, por empezar los famosos: la top model en el cumpleaños de su hijo después de volver de Europa y no cumplir con los días de aislamiento, la conductora embarazada haciendo un babyshower multitudinario sin distanciamiento, la influencer compartiendo un porro como Mujer Maravilla en una fiesta de disfraces… cada caso seguido de un mini escándalo de unas horas.
Saben que podrían evitarlo si no lo compartieran. Saben que deberían haber mantenido esas fiestas clandestinas en privado, pero también saben los likes y fuegitos que van a generar. El pensamiento crítico no puede competir contra esa droga. La reunión social hoy más que nunca es un símbolo de status.
La cuarentena, el acuerdo social del “quedate en casa”, ese privilegio de las clases medias con posibilidad de homeoffice y sin problemas de vivienda, se resquebraja por otras necesidades: salir de fiesta parece ser importante y mostrarlo, también. Aunque la circulación del Covid-19 sigue en alza, el ASPO se extiende indefinidamente y el panorama global es de rebrotes, segundas olas y nuevos confinamientos, las fiestas clandestinas estallan en Argentina y en el mundo.
Tal vez el hastío del contacto estrictamente virtual superó ese límite que ponían los peligros de contagio, la responsabilidad colectiva y la vigilancia de las fuerzas de seguridad. Y ya no se trata de un tema de concientización. El testimonio se repite: antes de seguir así, prefiero correr el riesgo.
Este momento de hartazgo llega cuando queda transparentado el alcance de clase de las prohibiciones que impone la cuarentena. Hace unas semanas, después de varias exitosas emisiones online, la fiesta Bresh tuvo su versión presencial en modo autocine. Las entradas valían 4000 pesos. Entonces: no se puede, pero con plata sí. Testearse, viajar, ir a cenar a un restaurante, trasladarse por la ciudad sin problemas, hacer una fiesta. Incluso al romper la ley hay un trato diferencial. ¿Viviría Lola Latorre o cualquier chico rico alguna de las situaciones de violencia policial que se dispararon en pandemia?
Como pasó en julio de este año en el hemisferio norte, la llegada del verano asegura una masa crítica de reuniones sociales y fiestas clandestinas. Esto ya está entrando en conflicto con las formas de vigilancia policíaca que dejó la pandemia en la sociedad civil.
https://twitter.com/PRIMARINAD0NA/status/1323320240361611269
No puedo entender la cantidad de gente que había en la fiesta clandestina de Lomas de Zamora. pic.twitter.com/AayIJbJc5x
— Mauro Albornoz (@Mau_Albornoz) October 30, 2020
La experiencia Europea dice que este tipo de encuentros contribuyeron a la propagación del virus. En agosto, la Organización Mundial de la Salud salió a pedirles autocontrol a los jóvenes. “Las personas más jóvenes también deben asumir que tienen una responsabilidad”, dijo el jefe de emergencias de la OMS, Mike Ryan, en una discusión en línea. “Háganse la pregunta: ¿realmente necesito ir a esa fiesta?”
Quizás la respuesta es sí. No se puede subestimar lo que significa el contacto humano para el bienestar de una persona, sobre todo para quienes no pueden acceder a mucho más que eso. Pero hay que asumir el costo: hoy las fiestas multitudinarias, sobre todo si no hay protocolos, van a expandir el virus y todas sus consecuencias. La fiesta perfecta solo existe en Instagram.