Po el crimen del chofer de la línea 620 Leandro Miguel Alcaraz acusaron a dos chicos de 17 y 18 años. Alcaraz no quería dejarlos subir porque no tenían crédito en la SUBE. Una mujer se ofreció a pagarles el viaje, entonces los llevó. Antes de bajarse del colectivo, los pibes dispararon. El desprecio por la vida se refleja en el lenguaje de la violencia. Y la grieta puede convertirse en una fractura.

La violencia no es la mejor categoría para pensar nada, una categoría moral cargada de connotaciones negativas, nombrada para descalificar a las personas alcanzadas por ella. Peor aún, con la violencia se nombran eventos tan distintos que ya no sabemos de qué estamos hablando cuando decimos violencia. Hoy día todo es violencia, y cuando eso sucede, entonces tenemos problemas para saber de qué estamos hablando. Ahora bien, nadie diría que un balazo en la cabeza no es violencia. Más allá de que el disparo lo haya hecho un joven, un policía o un vecino alerta.

Cualquiera sea la forma que asuma esa violencia (violencia interpersonal, gatillo policial o linchamiento vecinal) merece ser pensada en toda su complejidad. La “complejidad” no es un clisé que traemos al ruedo para esquivarle el bulto. Decir que estamos ante violencias complejas quiere decir que la violencia social en cualquiera de las formas que acabamos de mencionar son fenómenos que hay que leerlos al lado de otros fenómenos. Y que conste que se trata de indagar no para disculpar a sus protagonistas sino para tratar desentrañar la bola de nieve que viene rodando por la pendiente.

Me gustaría acá detenerme solamente –por una cuestión de espacio- en la dimensión expresiva de la violencia. Hace rato que la violencia dejó de ser instrumental para volverse un acto de comunicación. Una dimensión, por cierto, bastante difícil de pensar en la televisión, la supuesta ágora de la transparencia. Cuando la violencia no persigue un fin preciso o inmediato, enseguida vemos una violencia inútil, desordenada, improductiva, bárbara. Pero lo cierto es que en esos casos, la violencia sigue siendo inteligible. Para ello hay que tener en cuenta a sus múltiples destinatarios. Porque además de la víctima directa, hay un tercero ausente que se quiere alcanzar con esa violencia. En ese caso se dirá que sus protagonistas usan el cuerpo de la víctima como un bastidor para mandar un mensaje a otros actores que no están presentes en ese momento, pero serán alcanzados con el espanto o su horror.

La Argentina es hablada a través de diferentes lenguas, una de ellas es la lengua de la violencia. La violencia se ha convertido en otra moneda de cambio para pensar las relaciones de intercambio. No sólo algunos jóvenes eligieron a la violencia para expresar el odio o la bronca, también los vecinos alertas avivados por el periodismo demagógico cuando deciden practicar justicia por mano propia o linchar en masa.

En el caso de los jóvenes, aquellos que experimentan a la pobreza como algo injusto, en sociedades cada vez más verticalizadas o polarizadas, cuando los jóvenes son objetos de múltiples procesos estigmatización cotidiana, en esos casos, algunas veces, la cultura de la dureza que a veces se manifiesta a través de la violencia extrema será una manera de hacer frente a los procesos de humillación diaria. En ese caso, a la víctima le tocará pagar cuentas ajenas o que no comprende.

En el caso de los vecinos alertas, hace rato lanzaron una advertencia que cuenta con la cobertura mediática: si no hay justicia severa, si no hay gatillo policial habrá linchamiento. La brutalidad vecinal no es la expresión de la ausencia del estado sino la manifestación de la frustración de sus expectativas. El estado no hace lo que ellos quieren que hagan: mano dura. Esta violencia también tiene un componente expresivo, además de ejemplificativo.

En cualquiera de los dos casos son violencias que no pueden detener la violencia, son violencias que tienden a empujar la violencia hacia los extremos. Lejos de resolver los conflictos se va creando un abismo entre los actores y grupos involucrados directa o indirectamente. El escalonamiento de las violencias hacia los extremos puede transformar la grieta en una fractura. Y lo que es peor, es que hay sectores interesados en ello, que militan la fractura, que viven atrincherados en fortalezas haciendo lobby para ponerle un muro a todas las cosas.