Por Stephanie Demirdjian en La Diaria / ilustración: Luisa Castellanos
Sobre el libro “Las mujeres que luchan se encuentran”, de Catalina Ruiz-Navarro.
La misión que se propuso Catalina Ruiz-Navarro empezó con una pregunta, a simple vista, sencilla: ¿cómo hacer feminismo hoy? Es decir, ¿cómo hacer para que la teoría feminista se expanda más allá de las fronteras académicas, derribe la violencia y los prejuicios machistas, y llegue a todas las mujeres? La inquietud no era un capricho: que las mujeres puedan apropiarse de estas ideas –para debatirlas, cuestionarlas o abrazarlas– es fundamental para dar las peleas con todas las armas. La periodista y filósofa colombiana le dedicó muchos años a la respuesta, que se materializó en columnas periodísticas, videos de Youtube, charlas TED y campañas en Twitter. Es que, para la experta, aterrizar la teoría a la práctica sólo es posible haciendo un “feminismo pop”, en el que las plataformas digitales aparecen como principales aliadas.
La propuesta del feminismo pop se basa en usar la estética y el lenguaje “pop” –principalmente visual y con impacto masivo– para hacer que las ideas del feminismo “impacten en nuestra cultura, se hagan populares, sean apropiadas por las personas de a pie y desde el cambio cultural ayuden a desarmar el patriarcado”, ha explicado la periodista.
Hace algún tiempo, Ruiz-Navarro decidió recopilar la mayoría de las columnas que escribió para periódicos colombianos como El Espectador y El Heraldo, resumir el impacto de las campañas que se viralizaron en las redes sociales y poner a dialogar muchas de las cuestiones que afectan a diario a las mujeres latinoamericanas (por ser mujeres y latinoamericanas). También incluyó debates internos y conversaciones con amigas, y amplió cada una de las ideas con textos de escritoras, filósofas, antropólogas, sociólogas e investigadoras feministas de todos los tiempos. Así nació el libro Las mujeres que luchan se encuentran. Manual de feminismo pop latinoamericano, publicado en marzo de este año.
La publicación tiene cerca de 600 páginas y está dividida en seis capítulos: “Cuerpo”, “Poder”, “Violencia”, “Sexo”, “Amor” y “Activismo”. Entre uno y otro se cuelan 11 retratos de “heroínas latinoamericanas” realizados por la ilustradora colombiana Luisa Castellanos.
“El machismo es tan difícil de erradicar porque permea todos nuestros marcos conceptuales y toda nuestra estética popular. ¿Qué hacer entonces? ¿Negar la estética popular por ser machista o cambiar e incidir, incluso, usar la estética popular para desmontar mensajes machistas?”, pregunta Ruiz-Navarro en uno de los últimos apartados del libro. Y enseguida nos responde: “Ambos caminos son válidos. Las ideas feministas deben traducirse a todos los formatos, lenguajes, espacios, tomar formas tan diversas como las mismas mujeres. Como activista mi opción es la segunda, pues pensamos que el pop, en tanto marco de lenguaje, es anterior, y abarca más que el machismo”. Parece una buena introducción para comentar este libro-guía.
Cuerpo
El primer capítulo ahonda en todas las cuestiones vinculadas a los cuerpos de las mujeres. El análisis va desde la concepción de los cuerpos feminizados como territorios políticos hasta el tabú de la menstruación, pasando por otros planteos como la obsesión de los varones cisgénero con sus genitales o la falacia del “sexo débil”.
Uno de los debates que intenta desentrañar Ruiz-Navarro es el de la lucha entre lo biológico y lo político. En este sentido, la periodista asegura que una de las ideas base del feminismo es que “la biología no es destino”. Para darle un marco teórico cita a la filósofa francesa Simone de Beauvoir, cuando dice que no “nacemos” mujeres, sino que “llegamos a serlo”. Es decir, que nuestro género es algo que se aprende. “Para el pensamiento feminista”, resume la colombiana, “los cuerpos, antes que ser un asunto biológico, son un territorio político”.
Otro problema que se plantea la división del mundo entre varones y mujeres es que “invisibiliza a toda la comunidad LGBTIQ, a las personas queer y transgénero y a las personas de género no binario”. Más adelante, Ruiz-Navarro se centra específicamente en los transfeminismos, que a su entender vienen a criticar la “cisnormatividad” que divide a la humanidad entre “hombres” y “mujeres” y “marginaliza, patologiza y violenta” a quienes quedan por fuera de esas categorías.
Hablar de los cuerpos de las mujeres también es discutir de la desigualdad que plantea el uso del espacio público, que en determinadas circunstancias aparece como un terreno hostil, con límites y abierto a las violencias machistas.
Poder
Es interesante poner arriba de la mesa la cuestión del “poder”, porque es uno de los ámbitos de los que histórica y sistemáticamente se ha excluido a las mujeres. La escritora colombiana decide desenredar el concepto poniendo en diálogo algunas ideas que han impulsado las teóricas y activistas feministas en las últimas décadas, como el empoderamiento femenino o la interseccionalidad. Sobre lo primero, alerta: empoderarse no es responder al sistema capitalista de publicidad neoliberal que nos vende cosas “con la idea de que nos está liberando”. Empoderarse es otra cosa. Es tener poder político, económico, poder elegir libremente, tener una voz o poseer un pedazo de tierra. Incluso, dice en otra sección del capítulo, es perrear y menear las caderas al ritmo de reguetón sin ninguna culpa –porque “mover el culo puede experimentarse como una experiencia empoderadora” cuando una mujer lo hace con libertad–.
Por otro lado, Ruiz-Navarro reivindica la interseccionalidad como una perspectiva necesaria para “evitar las injusticias” y pensar en “todas esas capas de privilegio y opresión que se entrecruzan en la experiencia de cada persona”, como raza, clase, orientación sexual o identidad de género. La escritora se reconoce como una feminista blanca, urbana y educada, por lo tanto con ciertos privilegios respecto de otras mujeres. Por eso, intenta darles voz a mujeres referentes del afrofeminismo latinoamericano y de los feminismos indígenas para que hablen de sus propias experiencias y visibilicen sus especificidades y riquezas.
Para entender mejor, la escritora cita a la activista feminista dominicana Rosa Ynés Curiel Pichardo: “Descolonizar, para las feministas latinoamericanas y caribeñas, supondrá superar el binarismo entre teoría y práctica pues lo potenciaría para poder generar teorizaciones distintas, particulares, significativas que se han hecho en la región, que mucho puede aportar a realmente descentrar el sujeto euronorcéntrico y la subalternidad que el mismo feminismo latinoamericano reproduce en su interior, si no seguiremos analizando nuestras experiencias con los ojos imperiales, con la conciencia planetaria europea y norteamericana que define al resto del mundo como lo otro incivilizado y natural, irracional y no verdadero”.
Violencia de género
Femicidio, agresión sexual y violencia doméstica: los casos más paradigmáticos para hablar sobre el fenómeno de la violencia de género. Sin embargo, Ruiz-Navarro elige empezar el capítulo analizando otras violencias menos extremas –si se quiere– que enfrentamos mujeres y disidencias sexuales a diario. Por ejemplo: cómo nos violentan los hombres cuando para intentar conquistarnos utilizan fórmulas machistas en las que las mujeres aparecemos como “homogéneas”, “engañables” y personas a las que hay que “amar” pero nunca “entender”.
Aparentemente, bajo el lente patriarcal, también somos una cosa que se puede acosar, violar y humillar sin necesidad de algún tipo de consentimiento y con total impunidad. En esta lógica, no sorprende que el acoso sexual callejero sea una de las formas más naturalizadas de violencia de género –tanto que la mayoría de los agresores sigue diciéndole “piropo”– o que la violencia sexual sea tan común que incluso lleguemos a hablar de una “cultura de la violación”. Una cultura. Un conjunto de costumbres.
¿Por qué? La periodista colombiana considera que, en parte, la violencia sexual está tan arraigada porque “en la cultura machista a los hombres no se les enseña a pedir consentimiento, ni a las mujeres a darlo”. Esto mismo explica los niveles de impunidad. “Muchos crímenes de violencia sexual contra las mujeres quedan impunes porque ni el criminal, ni el policía ni el juez ven algo raro en asumir que la mujer dijo sí de una manera tácita ‘con su ropa’, ‘con su coqueteo’, o incluso con su ‘no’”, escribe Ruiz-Navarro.
En esto del “feminismo pop” que profesa la escritora colombiana han fluido ríos de tinta virtual para denunciar todo tipo de cuestiones contra la violencia de género. Una de las campañas más famosas de los últimos años fue la de #MiPrimerAcoso, que hace exactamente tres años llevó a que millones de mujeres de América Latina cuenten en redes sociales sus experiencias. Algunas, probablemente, por primera vez. Ruiz-Navarro cuenta en el libro que la evaluación de la campaña dejó como primera conclusión que los acosadores y violadores no son “locos” o “raros”: en la mayoría de los casos, los primeros acosos empiezan en nuestras casas, cuando somos niñas o adolescentes. No hay un “lugar seguro” para nosotras. La segunda conclusión es que “el acoso comienza cuando somos pequeñas”, sí, “pero continúa a lo largo de nuestras vidas”, de manera “masiva, sistemática y repetitiva”. Esto hace que aprendamos a vivir “en constante situación de ‘autodefensa’”.
Las redes sociales sirven para denunciar situaciones de violencia y tejer redes de sororidad pero, muchas veces, también nos dejan expuestas a otros tipos de violencia. Ruiz-Navarro cuenta que a ella le encanta debatir, pero siempre que sea en condiciones de igualdad. La realidad es que esto no sucede. “Mis colegas columnistas hombres pelean para discutir sus argumentos”, dice la periodista. A las mujeres no sólo se les hace un constante “control de calidad” sobre lo que opinan, sino que además intentan desprestigiar su trabajo con ofensas personales, haciendo referencia a su apariencia, pareja, familia o moral sexual.
La autora colombiana dice que hay una “agresión extra” si los temas sobre los que escribimos las mujeres están vinculados al feminismo. En esos casos, dice, “nos enfrentamos a que nuestro discurso se vea tergiversado, malentendido (el cuento de las ‘feminazis’), preso de generalizaciones absurdas (como ‘somos unas odiahombres’), de malentendidos que parecen intencionales (ni siquiera se esfuerzan por entender el argumento) y por ello, también somos agredidas de manera personal”.
El capítulo sobre violencia de género busca responder además a algunas inquietudes que suelen aparecer a diario en las charlas de oficina, las reuniones con amigos o las redes sociales. Ejemplo: ¿los hombres pueden ser feministas? Para responder, la autora vuelve al formato de manual y lanza una lista de sugerencias prácticas que el “paradigmático hombre cisgénero heterosexual blanco o mestizo de clase media o alta y educado” puede hacer por la igualdad de género. Reconocer sus privilegios, callarse y escuchar, habitar de manera diferente el espacio público, cuestionar públicamente el machismo de otros hombres, pedir consentimiento o cuestionar la idea de masculinidad –“que se reafirma desde la violencia”– son algunos de los ejemplos.
A la hora de pensar en estrategias institucionales para combatir la violencia de género, Ruiz-Navarro dice que es importante, por ejemplo, tener una ley que tipifica el crimen del femicidio. Sin embargo, considera que no alcanza, porque “ninguna norma está pensada para atacar el origen de la violencia o combatir la impunidad” y eso es porque “violencia contra las mujeres nos parece normal, inconexa o excepcional, cuando en realidad es un problema de salud pública”.
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