asesino-mexico-serial-tacubaEmiliano Gullo / NTD.-

Un Ford circula a paso de hombre por un barrio popular de México DF. Parece estar buscando, esperando, de cacería. Falta poco para la medianoche del 15 de agosto de 1942. El auto sube las luces. De la oscuridad emerge la silueta de una chica muy chica. Al día siguiente, los diarios informaron que tenía 16 años, que se llamaba María de los Ángeles González y que trabajaba de prostituta. El peritaje mortuorio detalló que había sido estrangulada con un cordón de zapatos. La identidad del asesino lo supo todo México, pero un tiempo después, cuando Gregorio Cárdenas Hernández ya se había transformado en un famoso asesino serial, cuando ya se lo conocía como “Goyo Cárdenas, el estrangulador de Tacuba”.

“Goyo” Cárdenas sólo necesitó 18 días de 1942 para ascender al olimpo criminal de México. Desde el 15 de agosto al 2 de septiembre asesinó a cuatro mujeres. A todas primero las violó, después las ahorcó y las enterró en el jardín del fondo de su barrio de Tacuba. Con la última hizo una excepción. Estaba enamorado, decía. A ella la violó muerta.

Los doctores que intentaron explicar su comportamiento señalaron que Cárdenas sufría de un deterioro neuronal desde pequeño, producto de un golpe en la cabeza. Otros adujeron que arrastraba una enfermedad genética de su padre y eso le hacía perder la cabeza. Sin embargo, el joven “Goyo” nunca tuvo inconvenientes para cursar -aunque nunca terminó- en la Facultad de Ciencias Química y destacarse como eximio estudiante. Su chapa de promesa le alfombró el camino laboral hasta las oficinas de la PEMEX, la gran petrolera azteca. En sus ratos libres, el muchacho de 27 años disfrutaba de la vida, pintaba y tocaba el piano. En esa vida tranquila y sedentaria andaba “Goyo” cuando, la noche del 15 de agosto, se fue a matar putas por el DF.

15 de agosto. La primera víctima, María de los Ángeles González, esperaba sola al cliente de turno. “Goyo” frenó el auto a sus pies. “Me llamo Bertha”, se presentó ella. Le dijo que se subiera a su Ford y la llevó a su casa. Cogieron toda la noche. En un momento, “Bertha” le dio la espalda y se fue al baño. “Goyo” pegó un salto y la atrapó del cuello con los cordones de su zapato. La chica murió asfixiada. La sepultó en el pequeño jardín del fondo, en un pozo de no más de 1 metro de profundidad.

23 de agosto. Raquel Martínez León trabajaba la calle en la misma zona que “Bertha”, pero tenía dos años menos. A la noche, mientras la iluminaban distintos autos, vio como se detenía el Ford de “Goyo”. El asesino repitió la metodología. La llevó a su casa, tuvieron sexo y esperó el momento de mayor distracción para atacarla. La pequeña Raquel curioseaba un libro cuando sintió la tenaza de los cordones sobre su cuello. “Goyo” cavó otro pozo en el jardín y la sepultó. Cuando se difundió la noticia de los crímenes apareció una extraña versión. Decía que la verdadera Raquel estaba viva y que se había presentado en la casa de la familia al escuchar que el hermano había muerto al enterarse del asesinato. Los investigadores nunca profundizaron esa pista.

29 de agosto. Rosa Reyes Quiroz también era menor de edad y prostituta cuando entró a la casa del asesino Cárdenas. Los detectives pudieron reconstruir los minutos previos al ataque y determinaron que al ingresar, Rosa habría sospechado que algo no andaba bien. Quiso escapar y comenzó a luchar. El estrangulador, que no medía más de 1.72, logró sujetarla con fuerza, la violó, y la asfixió con el mismo cordón. Escondió su cadáver bajo la tierra del jardín.

2 de septiembre. “Goyo” conoció a Graciela Arias Ávalos, de 21 años, porque ella también estudiaba Ciencias Químicas. Le encantó apenas la vio. Tozudo, la invitó a salir varias veces, mientras ella merodeaba la línea de la amistad. Hasta que un día “Gracielita” aceptó. La pasó a buscar por su casa y apenas subió, le declaró su amor. En el medio del estupor de la chica, “Goyo” aprovechó el envión de su valentía y se lanzó a por un beso. Pero ella no quería. Él insistió. Ella no quería. El insistió cada vez con más fuerza, hasta que ella le dio una cachetada. Desquiciado, “Goyo” arrancó la manija de la puerta y se la partió en la cabeza hasta matarla. Fue la última que enterró en ese macabro e improvisado cementerio casero del barrio de Tacuba.

El padre de Gracielita era un reconocido abogado del DF. Al ver que su hija no volvía, motorizó una búsqueda exhaustiva a través del sub jefe del servicio secreto, Simón Estrada. “Goyo” se había internado por propia decisión en el Hospital Psiquiátrico Dr. Onero Barenque el 7 de septiembre. Al otro día vio llegar al espía junto a otros policías. No tuvieron que indagar mucho. Confesó de entrada que había matado a Graciela y que la había enterrado en su casa. Pero nada dijo de las demás. A ellas las encontraron después de remover la tierra del pequeño jardín. Mientras observaba cómo sus muertas iban regresando a la superficie, Gregorio Cárdenas solicitó una máquina de escribir a los policías y redactó su declaración de culpabilidad.

“Monstruo hace brutal confesión”, tituló un diario en su tapa. “Chacal”, dijeron otros. La prensa se hizo un festín con la historia de Cárdenas, que de pronto había pasado a ser una macabra celebridad. Y lo seguiría siendo.

Después de pasar por varios neuropsiquiátricos y una cárcel, “Goyo” logró escapar en 1947. Aunque por poco tiempo. “No me fugué, sólo me fui de vacaciones”, explicó a los guardias penitenciarios cuando lo recapturaron en Oaxaca, 20 días después de huir. Estuvo preso 32 años en el penal de Lecumberri y dos más en La Castañeda. En esos años publicó la revista Lecumberri, y escribió cinco libros: Celda 16, Pabellón de locos, Una mente turbulenta, Adiós a Lecumberri y Campo de concentración.

Cuando no escribía ni pintaba, pasaba las horas tocando Bach, Mozart y Brahms en un piano que le había regalado su mamá. De manera autodidacta, acumuló una gran erudición en Derecho Penal y en Psicología. Se casó con Gerarda Valdéz -una amiga de su madre que la acompañaba a las visitas- y tuvo cuatro hijos.

En 1976, a pedido de su familia y después de pasar 34 años preso, el presidente de México, Luis Echeverría, le concedió el indulto. Gregorio Cárdenas, ya de 61 años y con la libertad garantizada, fue convocado por el Congreso para felicitarlo por ser “un ejemplo para los mexicanos” y un “claro caso de rehabilitación”.

Desde ese momento la figura de Cárdenas se transformó en una extraña fascinación para músicos, cineastas y otros artistas y científicos. Alejandro Jodorowsky hizo la película Santa Sangre basada en su caso. Se montaron obras de teatro sobre sus asesinatos en las que el propio “Goyo” corrigió detalles de los crímenes. Le dedicaron canciones, poemas. Tuvo su propia radionovela y su película de culto y expuso sus pinturas en varias galerías. Se escribieron decenas de libros sobre su vida; en formato de crónica y también con pretensiones científicas. Los criminólogos mexicanos todavía le dan vuelta al asunto en las universidades.

Una vez en libertad terminó la carrera de Abogacía y atendió algunos casos en su estudio privado hasta viajar -nadie sabe bien el año ni las circunstancias- a Los Ángeles, Estados Unidos, donde murió en 1999. Antes de irse, dijo en una entrevista.

“Me examinaron como 48 o 50 médicos. Unos señalaron esquizofrenia, otros una psicopatía, otros diferentes tipos de epilepsias, otros debilidad mental a nivel profundo. Otros, paranoia. Sí, cómo no”.

Había nacido en 1915, en la ciudad de México. Murió en libertad.