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Por Eduardo Chávez Molina* y Paula Galdeano**

Había terminado de revisar los diarios del domingo, paseando por los más diversos periódicos del mundo, y luego de revisar algunas tapas irritantes, recaí en diarios españoles que habían levantado la movilización del 24 de marzo en Argentina. La repercusión en la península se veía aumentada por la presencia de Pablo Iglesias en la Plaza de Mayo.

Mientras intentaba concentrarme en las noticias escuché una discusión de mis hijos sobre una tarea escolar. Mis hijos, estudiantes de séptimo grado de una escuela de Boedo, debatían si una frase que tenían que llevar a la escuela era contraria o favorable a la dictadura del 76. La famosa frase era la atribuida al General Albano Harguindeguy “los argentinos somos derechos y humanos”, motorizada en calcomanías a través de la campaña realizada por la agencia publicitaria estadounidense Burson Marsteller, en el marco de las denuncias de las violaciones a los Derechos Humanos denunciadas en los foros mundiales por exiliados, ex presos y periodistas que se atrevían a informar al mundo la atrocidad que se vivía en el país.

El debate estaba instalado: “Si los argentinos debemos respetar los derechos humanos”, la frase era contra la dictadura, decía uno de mis hijos. El otro opinaba “que si lo habían hecho los militares era a favor de ellos mismos” por lo cual era pro-dictatorial, acaso sin comprender demasiado la ironía de una frase contestataria de los dictadores a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la  OEA.

Lo controversial de la ironía asumió una congoja mayor cuando comenzaron a buscar ropa y ensayar sus diálogos. Ropa antigua de los ´70. Les pregunté por qué y me respondieron que iban a actuar de detenidos desaparecidos. Uno me dijo su texto:

“Soy Diego Julio Guagnini. Fui secuestrado como mi esposa e hijo el 30 de mayo de 1977, en el barrio de Nueva Pompeya, y me vieron por última vez en el Club Atlético”.

La actividad escolar se basaba en los 36 detenidos desaparecidos del barrio de Boedo. La sorpresa fue que Diego Guagnini había vivido en la calle Castro Barros, a la altura del 1.400, en la casa de la conocida dirigenta de izquierda y de familiares de detenidos desaparecidos “Cata” Guagnini, refugio en la década del 90 de artistas, escritores, periodistas que se hacían a los ponchazos un lugar en el mundo, y de fiestas maravillosas, que duraban hasta que el sol comenzaba a iluminar la avenida Garay.

Diego Luis era periodista y su voz representada sonó en su propio barrio, casi en su esquina, se presentó, apareció en el espacio de la memoria.

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Los vaivenes de la memoria dejan caminos sinuosos; cuando parece que relegaremos para siempre la imagen percibida en un momento de la vida, vuelve en el instante menos pensando: un tropiezo callejero, una voz susurrada en cualquier subterráneo, un viento, una briza, una lágrima. Con luces y sombras construimos sobre ellos nuestros propios recuerdos.

Pisando el cemento de las calles de Buenos Aires el 24 de marzo de 2018, se ven los rostros de cientos, miles de víctimas de las atrocidades de la dictadura militar. Siempre me pregunté qué hacían en su vida cotidiana, qué pensaban, donde vivían, como caminaban en las calles de Buenos aires, en sus barrios, si tocaron alguna pared que aun existe, si queda algún recuerdo cercano que diga “sin embargo estoy vivo para todos ustedes”.

Maurice Halbwachs escribía en 1925 en Los marcos sociales de la memoria: “Lo más usual es que yo me acuerde de aquello que los otros me inducen a recordar, que su memoria viene en ayuda de la mía, que la mía se apoya en la de ellos. Puesto que los recuerdos son evocados desde afuera, y los grupos de los que formamos parte ofrecen en cada momento los medios de reconstruirlos, siempre y cuando me acerque a ellos y adopte, al menos, temporalmente sus modos de pensar (…) Es en este sentido que existiría una memoria y es en la medida en que nuestro pensamiento individual se reubica en estos marcos y participa en esta memoria que sería capaz de recordar… Eso que llamamos los marcos colectivos de la memoria serían el resultado, la suma, la combinación de los recuerdos individuales de muchos miembros de una misma sociedad. El individuo recuerda cuando asume el punto de vista del grupo y la memoria del grupo se manifiesta y realiza en las memorias individuales.”

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Acto por el 24 de marzo en la escuela. La seño nos lee un texto de Galeano (siempre volvemos a Galeano en estos días, claro) y nos explica que trabajaron sobre los desaparecidos del barrio. Fueron 36. Y la escuela quiere homenajearlos. Y mostrarnos cómo esas desapariciones sembraron terror y rompieron redes de solidaridad. Charly García canta “Los amigos del barrio pueden desaparecer” y los chicos les ponen el cuerpo y la voz a esos vecinos que ya no están.

En una primera escena, un grupo lee. Alcanzo a reconocer algunos libros prohibidos: Operación masacre, algo de María Elena Walsh, El principito. Después viene una escena de abrazos que parecen despedidas: uno se va y el otro queda abrazando el vacío. Y luego, los vecinos: caracterizados como cada uno de los 36, cada chico nos dice quién es, nos cuenta qué hacía, cómo era su familia. Nos dicen dónde los secuestraron, quién se los llevó (las Fuerzas Armadas, un grupo de tareas). “Era empleado bancario”, “era cadete”, “fui periodista”, “era estudiante y empleada”, “era estudiante y profesor de tenis”, “tenía dos hijos”, “estaba embarazada”. Una y otra y otra vez se escuchan las calles del barrio: San Juan y Boedo, Av. La Plata, Quintino Bocayuva, Carlos Calvo, Loria, Virrey Liniers. “Me secuestraron”, “me llevaron a la ESMA”, “fui llevado a la comisaría vigésima”, “me torturaron”. Y todos terminan igual: “Sigo desaparecido”, “Sigo desaparecida”. Y nos dan la espalda. Siempre me conmovió la consigna “Presente, ahora y siempre”, pero mientras que en otros contextos la siento épica y asociada a la lucha, acá, asumida por cada uno de nuestros chicos, vestidos con ropa setentosa y hablando en primera persona, me da una tristeza infinita, un desconsuelo agobiante.

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Volvemos a escuchar a Charly que nos dice que siempre llevaremos la libertad dentro del corazón. Aparecen las Madres de Plaza de Mayo dando su ronda y un grupo de chicos toca la canción que ya fue escrita hace tiempo atrás y es necesario cantar de nuevo una vez más.

Después de la representación habla la directora. Nos dice que no necesitamos actos oficiales organizados por ningún gobierno. Que esto es la escuela pública, que es libre y construye la memoria. Les explica a los chicos que las madres de Plaza de Mayo son viejitas y que en el futuro tal vez ella misma o incluso algunos de ellos se pongan un pañuelo y continúen su lucha.

Un par de madres nos acercamos a felicitar a la maestra por la intensidad del trabajo. “Yo no los conocía, extrañaba a mi grupo del año pasado”, nos dice ella, “trabajar sobre los desaparecidos del barrio fue muy duro. Pero los chicos se comprometieron y yo empecé a conocerlos. Estos chicos pueden. Pueden todo”.

*Doctor en Ciencias Sociales, docente e investigador, Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
**Paula Galdeano es profesora en Letras. Trabaja como docente en el ISP en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández y como autora y editora de textos para diferentes editoriales.