Sebastian-Piñera

A una semana de la segunda vuelta de elecciones en Chile, una periodista le preguntó al candidato Sebastián Piñera sobre el trato que se le debería dar a los niños trans en los colegios: “en muchos casos se corrigen con la edad”, dijo. En un país donde las personas trans son asesinadas con disparos quemarropa, apuñaladas y golpeadas, ¿qué peso tiene una declaración?

Por Carolina Rojas

Una de las historias más desgarradoras que me ha tocado a escribir fue la vida de Yeimi, una joven trans víctima de un crimen de odio hace tres años. Recuerdo que Elvira, su madre y una mujer humilde, asumiendo que ignoraba muchas cosas, recibió la tímida apertura de su hija con mucho cariño. Yeimi –que nació como Dilan Vera- fue violentadx por todxs y por ella misma.

Para trabajar, debía cortarse el pelo, vestirse de hombre – era guardia en un supermercado-, ocultar sus cejas depiladas bajo una gorra. Mutilarse. Dejó de ser feliz: todos los días una parte de ella moría camino al trabajo. Ocultaba camisetas rosadas, vestidos rojos y flores de goma eva en los fondos de los cajones. Disimulaba todo rastro de su feminidad cuando llegaban de visita sus tíos machos. También sufrió acoso hasta el hartazgo. El colegio, una entrevista laboral, el corto trayecto al paradero de la micro podían convertirse en un verdadero infierno.

El primer golpe lo recibió a los 13 años: se lo dio su padrastro, el mismo que lo trataba de raro, de maricón y de enfermo. Después vinieron las burlas de compañeros y jefes. Creció con un espejo que le devolvía una única imagen de rechazo y humillación.

YeImi, que pesar de todo y de todxs nació dos veces, trató de vivir como trans en la comuna de La Pintana. Osó dejarse el pelo largo, ir moldeando sus movimientos, maquillarse cada tanto. Quererse. La mataron el 29 de diciembre del 2014.

Yeimi era la niña trans que nadie vio.

Cuento esa historia porque lo que mató a esta joven es la expresión máxima de odio, pero siempre hay una ante sala. Una cadena de hechos y los eslabones la broma, la patologización y la discriminación que existe sobre quienes comienzan el camino a su identidad de género.

Decir en un debate presidencial que el género no se puede transformar “como la camisa que uno se la puede cambiar todos los días” o que “muchos casos de estos transgéneros o disforia de género se corrigen con la edad” no son frases que manifiestan una libre opinión o divergencia con el tema. Es odio.

Los niñxs y adultxs trans no necesitan más agresiones. El primer estudio para caracterizar a la población trans en Chile (Encuesta T) que se realizó en octubre de este año por la Asociación Organizando Trans Diversidades (OTD) arrojó que el 97 por ciento dice que sus familias cuestionan su identidad, que un 42 por ciento es ignorado y un 36 sufre agresiones verbales.

Un candidato democrático que promueve odio bajo el manto de la libertad de expresión es responsable de esa violencia que afecta a niñxs y a adultxs trans.

¿Cómo es crecer como trans? Se crece con un proyecto de ley identidad de género que los excluye, con problemas de atención en clínicas y hospitales, con falta de colegios que los acojan. Una cédula con otro nombre. Todo en medio de una ceguera total y peligrosa, como la de Sebastián Piñera.

Le hablo al candidato y a la gente que piensa como él. En todas las sociedades y a lo largo de la historia han existido niñxs, adolescentes y adultxs que tienen un comportamiento y aspecto que no se ajusta a las identidades normativas de varón o mujer. Sienten que no encajan en el sexo con que nacieron. Incluso hay quienes no encajan en ninguno de los dos. Ese quiebre sobre la conjetura ser niña o niño pueden florecer a muy temprana edad. Y desde que ese niñx toma la muñeca en vez de la pelota de fútbol, o viseversa, viene la desaprobación. Y si con suerte encuentra el apoyo de su familia, luego viene el afuera. El mismo infierno que vivió Yeimi.

¿Desde dónde viene la producción de violencia? ¿Desde quienes quieren imponer o quienes deciden autoafimativamente sobre la identidad que desean construir?

No hay error las de declaraciones del candidato. Se llama transfobia.

En una ocasión conversé con Andrés Rivera, voluntario de la Fundación Renaciendo, consultor internacional en derechos humanos e identidad de género y miembro del directorio del Instituto Nacional de Derechos Humano. A los 30 comenzó la construcción de su identidad, luego de que una buena psicóloga le confirmara lo que siempre supo. Él describió de muy buena manera lo que viven desde niñxs. Lo que se repite día tras día. Tras la puerta, la mirada curiosa, la anulación, la burla y hasta la amenaza. Sabe que la mayoría de las niñas trans desertan del sistema escolar porque son apuntadas como “mariconcitos vestidos de mujer”. En esa soledad se van extinguiendo las oportunidades, las ganas, el futuro laboral, los espacios de socialización. La vida.

Judith Butler, una de las autoras más importantes del feminismo, ha escrito extensamente acerca del género y su concepto de performatividad. Sobre este tema ha dicho lo básico que es pensar que la categoría sexo se concierne a la naturaleza o la biología, mientras que el género estaría situado en la cultura. Argumenta que el sexo es un concepto que se crea en la sociedad, no por fuera de ella. La idea de que el sexo es a la naturaleza lo que el género es a la cultura tiene como resultado que concibamos una “naturaleza sexuada” o un “sexo natural” que en realidad hemos designado socialmente.

Según Butler, la transformación es un acto de valentía ante tantas vallas y obstáculos, incluyendo las personas e instituciones que buscan crear una patología o criminalizar ese acto autodefinición. “Nada es más importante para las personas trans que tener acceso a una excelente atención de salud en entornos trans-afirmativos, tener la libertad legal e institucional para alcanzar a tener sus propias vidas tal y como ellas lo deseen, y ver que su libertad y su deseo es afirmado por el resto del mundo” (Butler, 2014).

Candidato, si usted se siente y se piensa hombre, ¿cómo se sentiría si la sociedad lo obligara a vivir como mujer? Peor aún: si tuviera que pagar con su vida la certeza y el arrojo de vivir como hombre. Para algunxs el cuerpo es la cárcel. Trascender esa cárcel con la autopercepción no es ninguna enfermedad. Lo único que debe curarse es el odio que corroe a este país y que corroe a las personas que piensan como usted. Y yo quiero un Chile libre de odio. De ese odio que mató a Yeimi.